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sábado, 25 de julio de 2009

Evangelio Misionero del Día: Domingo 26 de Julio de 2009. XVII DOMINGO del T. O.

Por CAMINO MISIONERO


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 1-15

Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía sanando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a Él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?»
Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer.
Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan».
Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?»
Jesús le respondió: «Háganlos sentar».
Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron.
Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada».
Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada.
Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Éste es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo».
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de Él para hacerla rey, se retiró otra vez solo a la montaña.


Compartiendo la Palabra
Por Pedro Garcia, misionero claretiano

Otra vez que la Liturgia de la Iglesia nos pone a nuestra consideración el Evangelio de la multiplicación de los panes, y precisamente con la relación de Juan, dejando la de Marcos, con cuyo Evangelio estamos este año. Me vienen ganas de preguntarme: ¿Por qué será esta repetición tan intencionada?...
El domingo pasado vimos a Jesús conmovido ante las turbas que le seguían y Él las contemplaba como ovejas sin pastor... Había que hacer por ellas lo más inmediato que era darles de comer, pues estaban hambrientas de verdad.
Subido Jesús a la colina vio aquel espectáculo, grave pero simpático a la vez, y le dice a Felipe con algo de buen humor, pues no había allí ningún pueblo donde conseguir algo:
- ¿Dónde podemos comprar el pan suficiente para que toda esta gente tenga algo que comer?
- Maestro, esto es lo que me digo yo. Con doscientos denarios que Judas, el administrador del grupo, lleva en la bolsa, no hay para que cada uno pueda recibir un trocito.
Ahora interviene Andrés:
- Aquí hay un muchacho que lleva cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es esto para este gentío?
El pescado lo conservaban asado y con sal, y así era el que llevaba este muchacho.
Parece como si Jesús se estuviera divirtiendo con los apuros de los apóstoles, hombres prácticos que tocaban de pies en tierra y sabían que no había nada que hacer... Pero Jesús tenía la idea bien clara en su cabeza, y ordena:
- Haced que se sienten todos.
Era la primavera y había crecido mucha hierba en los contornos del lago. Sentados todos en grupos de cien en cien y de cincuenta en cincuenta, llegan a sumar hasta cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños. El espectáculo en aquel atardecer primaveral resultaba pintoresco de verdad. Jesús se hace traer los cinco panecillos y los dos pescados del muchacho. Los toma en sus manos, eleva en oración los ojos al cielo, da gracias a Dios su Padre, y empieza a dar a los apóstoles panes y más panes, y pescados y más pescados, para que repartan entre la gente: Que tomen todo lo que quieran y sin trabas... No hay que decir que a ninguno se le ocurrió ayunar aquella tarde... Comieron hasta saciarse. Y entonces mandó Jesús:
- Tomad los trozos que han sobrado para que no se pierda nada.
Y llenaron hasta doce canastos, a pesar de tanto como comieron y —lo suponemos aunque no lo diga el Evangelio— a pesar también de la provisión que cada uno se hizo por su cuenta...
La gente se entusiasma, y saca una consecuencia muy lógica para ellos: ¡Este es sin duda el Mesías que esperamos! ¡Venga, no perdamos tiempo! Lo agarramos y lo proclamamos rey...
Pero Jesús, que no quiere ninguna complicación política ni causar problemas al pueblo con una sublevación contra los romanos, se escapa solo a la montaña, mientras ordena a los Doce que se embarquen y partan hacia la otra orilla. Sí que piensa Jesús en eso de Rey..., ¡pero se trata de un reinado tan diferente!...
Este Evangelio nos lo sabemos de memoria. Pero ahora nos fijamos sólo en esta orden de Jesús a los apóstoles: ¡Dadles vosotros de comer!
Hoy escuchamos en la Iglesia esta recomendación del Señor y le damos una interpretación muy nuestra y muy legítima también.
Mirando el hambre que reina en muchas regiones del mundo —y nosotros miramos en especial a nuestra América Latina—, sentimos muy vivamente el mandato del amor. ¿Puede haber amor verdadero al hermano, si no le calmamos el hambre que lleva en el estómago, esa hambre que es el resumen de todos los males que padece el pobre y el resumen de todas las injusticias que comete la sociedad?...
El amor nos llevará siempre a remediar la necesidad primaria del pobre, como es saciarle el hambre que padece. Tiene derecho a la vida, y no puede vivir si no se alimenta como es debido.
Pero, ¿haríamos bien en quedarnos sólo con esta interpretación nuestra, aunque tan legítima, de la recomendación del Señor, si dejamos expresamente la interpretación auténtica del mismo Evangelio, como es la Eucaristía?... Este relato del Evangelio no lo
podemos disociar del Sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Por algo la Iglesia nos propone tantas veces esta página de la multiplicación del pan.
- ¡Dadles vosotros de comer! Vosotros, mis apóstoles, mis sacerdotes, a los que confío mi Cuerpo que se entrega como Pan de Vida en el Sacramento...
Jesús sabe que causa más estragos en las almas el hambre espiritual que en los cuerpos el hambre material. O las almas alimentan la vida divina que Dios les dio en el Bautismo, o morirán de hambre hasta perder la vida eterna.
¡Comulgar! ¡Recibir el Pan de Vida! ¡Recibir el Cuerpo del Señor!... Jesús no lo pudo decir con palabras más graves y más estimulantes:
- El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo... Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, non tendréis vida en vosotros... Y quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día.
¡Señor Jesucristo!
Danos amor para compartir el pan con nuestros hermanos que tienen hambre.
Pero danos sobre todo —y con toda abundancia, hasta podernos hartar dichosamente con él—, ¡danos siempre el mismo Pan, tu Cuerpo y Sangre, Señor!...

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