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martes, 21 de julio de 2009

Evangelio Misionero del Día: Miercoles 22 de Julio de 2009. XVI SEMANA DEL T. O.

Por CAMINO MISIONERO


Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 1-2. 11-18

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentado uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido puesto el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?»
María respondió: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció.
Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?»
Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo».
Jesús le dijo: «¡María!»
Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: «¡Raboní!», es decir, «¡Maestro!» Jesús le dijo: «No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: "Subo a mi Padre y Padre de ustedes; a mi Dios y Dios de ustedes"». '
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y que Él le había dicho esas palabras».


Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL

Buscando a Jesús entre lágrimas
San Juan 20, 1.11-18
“Mujer, ¿por qué lloras?”


Este es un día muy bello para celebrar nuestro camino de fe.

Recordamos hoy a María Magdalena, una mujer que no pasa desapercibida en el Evangelio y que es presentada por Juan como modelo de la búsqueda del Resucitado en la mañana pascual. La memoria que hacemos de ella en esta jornada no pretende ser biográfica sino espiritual: cómo están grabadas en ella las huellas del evangelio que también nosotros queremos vivir, porque sabemos que en su itinerario oracional está impregnado también el nuestro.

María Magdalena es modelo del “buscador” de Jesús

La vida espiritual está dinamizada por la búsqueda de Dios: “Tu rostro buscaré Señor” (Salmo 27,8). O como en el caso de la amada del Cantar de los cantares: “Por las calles las plazas buscaré al amor de mi alma… ¿Habéis visto al amor de mi alma?” (3,2-3).

La de María Magdalena es una búsqueda del Resucitado particularmente fatigante. Como puede notarse en la repetición cuatro veces del verbo “llorar” (Juan 20,11.11.13.15), María aparece como una mujer sensible, llena de afecto.

Frente al sepulcro vacío, ella aparece sobrecogida por una fuerte tensión emotivo, y “llora” (20,11). Llora porque le hace falta la profunda experiencia de amistad que la unía a su Señor. Llora porque ni siquiera puede sentarse al lado del cuerpo muerto de su Jesús.

Entonces María se pone a buscar al Maestro, pero sus sollozos, sus lágrimas, parecen nublarle la vista y el corazón impidiéndole reconocer al Señor que esta vivo y de pie delante de ella (20,14).

Jesús se conmueve y se le manifiesta llamándola por su nombre, de la misma manera que el buen pastor que conoce a cada una de sus ovejas por su propio nombre (10,3), lo hace de manera que su voz toca lo más profundo, lo más íntimo de ella. Entonces María exclama: “¡Rabbuni, Maestro mío!”. Y así, en un sólo instante confiesa su fe, su amor y su entrega.

Pero las cosas no terminan ahí. Jesús le abre nuevos horizontes hacia el futuro al confíarle un mensaje lleno ricas prospectivas: “No me retengas, sino ve donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre” (20,17).

Con estas hondas palabras, tan cargadas de sentido, María Magdalena es invitada a cambiar su modo de pensar y a ver cómo el Resucitado, subiendo al Padre, cumple su obra y se queda entre nosotros con los dones de su presencia espiritual, de su Espíritu que es paz y alegría (20,19-20).

¿Qué mensaje nos da María Magdalena?

María Magdalena es imagen de cada uno de nosotros que frecuentemente buscamos signos de la presencia viva del Resucitado en nuestras vidas. Pero sucede que a veces lo hacemos con esperanzas estrechas, con poca visión, con la mente obtusa, aferrados a nuestro modo de entender la presencia de Dios y su misterio.

En María Magdalena vemos también la imagen de una sociedad confundida y quizás también un poco extraviada en sus caminos, que quisiera comprender la razones de sus males, de los errores que ha cometido, pero que no sabe cómo cambiar la escala de los valores ni cómo vivir la fraternidad y la solidaridad. María es imagen de toda esta amada humanidad que camina en la búsqueda de Jesús nuestro Salvador.

Cuando María Magdalena dice “He visto al Señor” (20,18), está proclamando primero que nosotros y en lugar de nosotros la fe en el poder de la Cruz y de la Resurrección, este poder que es más potente que todos los males que nos abruman.

Si hacemos como ella, si le damos espacio al amor de Cristo, podemos estar seguros que tendremos entonces la posibilidad de un principio nuevo en nuestra historia. Nos descubriremos profundamente amados, perdonamos y redimidos por la Pascua del Amado. Y con esta certeza, con esa fuerza interior podremos infundirle esperanzas concretas a todos los que nos rodean.


Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Quién fue María Magdalena? ¿En qué pasajes aparece ella en evangelio? ¿Qué tipo de relación tenía con Jesús?

2. ¿Qué pasos constituyen el itinerario pascual de María Magdalena? ¿Por qué la búsqueda del Amado, en cuanto Señor Vivo y victorioso en el amor, la conmueve tanto?

3. ¿Qué puntos en común hay entre la experiencia que María Magdalena hace de Jesús y la mía? ¿Cómo puedo vivir y hacer revivir este evangelio en medio de la comunidad en la cual vivo?

Cómo entró santa Teresa en un renovado camino de oración (I)

“Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros… Y arrojéme junto a Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle”
(Santa Teresa de Jesús).

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