Mi padre fue huérfano de los que perdieron la guerra y pasó su infancia en un orfanato en el Madrid de la posguerra.
Por alguna razón, el caballero mutilado que se hacía cargo de la biblioteca se encariñó con aquel niño moreno y le nombró su ayudante, lo que le daba en la práctica a mi padre libre acceso a todos los libros. Se escondía por las noches en la concha del apuntador del teatro-biblioteca y leía envuelto en una manta hasta caer rendido. Su cuerpecillo flaco se quedaba allí acurrucado, pero su alma volaba hacia las praderas del Oeste, las estepas rusas o los cielos de Suecia. Sin saberlo, aquel hombre rescató para siempre a mi padre del frío, la amargura y los sabañones del alma.
Él me inoculó, como un dulce veneno, el amor por los libros. Cuando era niño, al principio de un verano, me subió a las espaldas de un ganso blanco que viajaba hacia el Norte y allá me fui sin mirar atrás, hacia el Círculo Polar, mientras él se quedaba abajo y atrás, cada vez más pequeño. Desde entonces, he vivido mil vidas.
Subí a bordo de la “Hispaniola” para buscar un tesoro y descubrí lo atractivo que puede ser el Mal de la mano de John Silver, aunque también aprendí que la fortuna premia a los audaces y que después de los malos tiempos vienen los buenos recompensando a los que no rindieron sus almas. Sobreviví al naufragio del “Pequod” y, abrazado a un ataúd flotante, vi venir a lo lejos la blanca arboladura del “Rachel” buscando desesperada a sus niños perdidos.
Remonté el río Congo hasta el mismo corazón de las tinieblas, atravesé la línea de sombra entre la despreocupada adolescencia y la madurez. Jugué al Gran Juego con Kim en las llanuras polvorientas de la India, escuché la sabiduría de Kaa, sentí el dolor de dejar la manada para siempre, seguí los pasos de Alejandro el Grande con mis compinches Dravot y Carnahan, como ellos lo arriesgué todo, como ellos lo perdí todo.
Busqué las fuentes del Nilo con Burton, rodeé el mundo apretujado entre las colecciones de Darwin en la sentina del “Beagle”, estuve en el funeral del capitán FitzRoy aguantando a pie firme el temporal mientras mis lágrimas se mezclaban con la lluvia. He asaltado las murallas de Troya, he burlado a los dioses caprichosos, he buscado desesperado Ítaca y me ha recibido saltando mi viejo perro, que me ha reconocido bajo mi aspecto de pordiosero. He jugado con Ender Wiggins a juegos infinitamente tristes en la Escuela de Batalla, he cruzado mi espada con D´Artagnan y me he enamorado sin esperanza de Lady Winter.
He sentido el torbellino de la vida como un caballo desbocado que corre hacia su propia destrucción, he escuchado desde mi ventana en Tokio el canto del pájaro que le da cuerda al mundo, he desembarcado en las playas de Guadalcanal, he visto morir a toda mi compañía, he acechado a los francotiradores en la jungla. He sentido la ira de no tener nada. Me he preguntado si esto es un hombre, he atravesado la noche sin esperanza de Auschwitz, he pasado hambre y frío en Stalingrado y en los campos de Siberia…
Llega el verano. Subo a mi hija a la espalda de un ganso blanco que se dirige al Círculo Polar. Desde abajo, la veo alejarse hacia lo alto y lo azul sin mirar atrás, tan hermosa, tan llena de vida. Cuando regrese del Gran Norte su vida será mejor, más rica, sus ojos negros se habrán hecho más profundos con todo lo que habrá visto. El viaje será largo. Cuando vuelva iré con ella al puerto, donde espera la “Hispaniola” flotando en el olor a sal, ya aparejada para una nueva partida.
Hoy empieza todo de nuevo.
Relación de libros mencionados: “El maravilloso viaje de Nils Holgersson”, Selma Lagerlof; “La isla del tesoro”, R.L. Stevenson; “Moby Dick”, Herman Melville; “El corazón de las tinieblas” y “La línea de sombra”, Joseph Conrad; “Kim de la India”, “El libro de las tierras Vírgenes” y “El hombre que quiso ser rey”, Rudyard Kipling; “Hacia las montañas de la luna”, Richard Burton; “Hacia los confines del mundo”, Harry Thompson; “Ilíada” y “Odisea”, Homero; “El juego de Ender”, Orson Scott Card; “Los tres mosqueteros”, Alejandro Dumas; “Caballos desbocados”, Yukio MIshima; “Crónica del pájaro que le da cuerda la mundo”, Haruki Murakami; “Los desnudos y los muertos”, Norman Mailer; “Las uvas de la ira”, John Steinbeck; “Si esto es un hombre”, Primo Levi; “La noche”, Elie Wiesel; “Vida y destino”, Vasily Grossman; “El vértigo”, Eugenia Ginzburg.
Por alguna razón, el caballero mutilado que se hacía cargo de la biblioteca se encariñó con aquel niño moreno y le nombró su ayudante, lo que le daba en la práctica a mi padre libre acceso a todos los libros. Se escondía por las noches en la concha del apuntador del teatro-biblioteca y leía envuelto en una manta hasta caer rendido. Su cuerpecillo flaco se quedaba allí acurrucado, pero su alma volaba hacia las praderas del Oeste, las estepas rusas o los cielos de Suecia. Sin saberlo, aquel hombre rescató para siempre a mi padre del frío, la amargura y los sabañones del alma.
Él me inoculó, como un dulce veneno, el amor por los libros. Cuando era niño, al principio de un verano, me subió a las espaldas de un ganso blanco que viajaba hacia el Norte y allá me fui sin mirar atrás, hacia el Círculo Polar, mientras él se quedaba abajo y atrás, cada vez más pequeño. Desde entonces, he vivido mil vidas.
Subí a bordo de la “Hispaniola” para buscar un tesoro y descubrí lo atractivo que puede ser el Mal de la mano de John Silver, aunque también aprendí que la fortuna premia a los audaces y que después de los malos tiempos vienen los buenos recompensando a los que no rindieron sus almas. Sobreviví al naufragio del “Pequod” y, abrazado a un ataúd flotante, vi venir a lo lejos la blanca arboladura del “Rachel” buscando desesperada a sus niños perdidos.
Remonté el río Congo hasta el mismo corazón de las tinieblas, atravesé la línea de sombra entre la despreocupada adolescencia y la madurez. Jugué al Gran Juego con Kim en las llanuras polvorientas de la India, escuché la sabiduría de Kaa, sentí el dolor de dejar la manada para siempre, seguí los pasos de Alejandro el Grande con mis compinches Dravot y Carnahan, como ellos lo arriesgué todo, como ellos lo perdí todo.
Busqué las fuentes del Nilo con Burton, rodeé el mundo apretujado entre las colecciones de Darwin en la sentina del “Beagle”, estuve en el funeral del capitán FitzRoy aguantando a pie firme el temporal mientras mis lágrimas se mezclaban con la lluvia. He asaltado las murallas de Troya, he burlado a los dioses caprichosos, he buscado desesperado Ítaca y me ha recibido saltando mi viejo perro, que me ha reconocido bajo mi aspecto de pordiosero. He jugado con Ender Wiggins a juegos infinitamente tristes en la Escuela de Batalla, he cruzado mi espada con D´Artagnan y me he enamorado sin esperanza de Lady Winter.
He sentido el torbellino de la vida como un caballo desbocado que corre hacia su propia destrucción, he escuchado desde mi ventana en Tokio el canto del pájaro que le da cuerda al mundo, he desembarcado en las playas de Guadalcanal, he visto morir a toda mi compañía, he acechado a los francotiradores en la jungla. He sentido la ira de no tener nada. Me he preguntado si esto es un hombre, he atravesado la noche sin esperanza de Auschwitz, he pasado hambre y frío en Stalingrado y en los campos de Siberia…
Llega el verano. Subo a mi hija a la espalda de un ganso blanco que se dirige al Círculo Polar. Desde abajo, la veo alejarse hacia lo alto y lo azul sin mirar atrás, tan hermosa, tan llena de vida. Cuando regrese del Gran Norte su vida será mejor, más rica, sus ojos negros se habrán hecho más profundos con todo lo que habrá visto. El viaje será largo. Cuando vuelva iré con ella al puerto, donde espera la “Hispaniola” flotando en el olor a sal, ya aparejada para una nueva partida.
Hoy empieza todo de nuevo.
Relación de libros mencionados: “El maravilloso viaje de Nils Holgersson”, Selma Lagerlof; “La isla del tesoro”, R.L. Stevenson; “Moby Dick”, Herman Melville; “El corazón de las tinieblas” y “La línea de sombra”, Joseph Conrad; “Kim de la India”, “El libro de las tierras Vírgenes” y “El hombre que quiso ser rey”, Rudyard Kipling; “Hacia las montañas de la luna”, Richard Burton; “Hacia los confines del mundo”, Harry Thompson; “Ilíada” y “Odisea”, Homero; “El juego de Ender”, Orson Scott Card; “Los tres mosqueteros”, Alejandro Dumas; “Caballos desbocados”, Yukio MIshima; “Crónica del pájaro que le da cuerda la mundo”, Haruki Murakami; “Los desnudos y los muertos”, Norman Mailer; “Las uvas de la ira”, John Steinbeck; “Si esto es un hombre”, Primo Levi; “La noche”, Elie Wiesel; “Vida y destino”, Vasily Grossman; “El vértigo”, Eugenia Ginzburg.
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