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martes, 7 de julio de 2009

XV Domingo del Tiempo Ordinario (San Marcos 6,7-13) - Ciclo B: ¿Como podemos saber quién anuncia el verdadero evangelio?


Por Jesús Pelaez
Publicado por Fundación Epsilón

Son muchos los que hablan en nombre de Jesús de Nazaret, y, a veces, lo que dicen unos y otros resulta incompatible; ¿como podemos saber quién anuncia el verdadero evangelio? ¿Cómo distinguir el mensajero de la Buena Noticia de Jesús ante tantos que de modos tan diversos dicen anunciarla?

EL SACERDOTE CONTRA EL PROFETA

La primera lectura nos da cuenta del conflicto entre Amós, profeta del siglo VIII a. C., y Amasías, sacerdote, responsable del templo de Betel.

Desde hacía más de ciento cincuenta años, el reino de David estaba dividido en dos: Israel al norte y Judá al sur. Amós había nacido en el sur; pero su actividad la desarrolló en el reino de Israel.

De los profetas del Antiguo Testamento, Amós es el que tiene palabras más duras contra la injusticia, el abuso de los poderosos, la opresión de los pobres, el derroche y la insoli­daridad de los ricos..., y la hipocresía de todos ellos, que daban culto a Dios antes y después de practicar la injusticia. Por eso, pronto resultó demasiado incómodo. Y para quitárselo de encima, Amasías le ordena volver a su tierra: «Vidente, vete, escapa al territorio de Judá; allí te ganarás la vida y profetizarás; pero en Betel no vuelvas a profetizar, porque es el templo real, el santuario nacional.»

No le importa que sus denuncias respondan a la verdad, ni cree que sus palabras estén autorizadas por el Señor; ¿cómo podría ser así si él, sacerdote del templo nacional, intermediario entre Dios y los hombres, no le ha dado ninguna autorización oficial? Además de echarle en cara que es extranjero, Amasías insinúa que la actividad profética de Amós no es más que un medio para ganarse la vida. Y Amós le responde: «Yo no era profeta ni de un gremio profético; era ganadero y cultivaba higueras. Pero el Señor me arrancó de mi ganado y me mandó ir a profetizar a su pueblo, Israel.»

¿De parte de quién se pondría el pueblo? ¿De parte de aquel extranjero que se atrevía a lanzar graves acusaciones contra sus dirigentes o de parte del máximo responsable del santuario nacional?



LA PRIMERA MISION

Convocó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les prohibió coger nada para el camino, sólo un bastón: ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja; llevar sandalias sí, pero no ponerse dos túnicas.

Después de que estuvieran una buena temporada con él, Jesús envió a los Doce, por primera vez, a predicar. No se trata de un envío definitivo; todavía no van a anunciar la Buena Noticia: sólo predican la necesidad de enmendarse, de cambiar de vida, para poder recibir, con fruto, el anuncio del evangelio. Pero al enviarlos, Jesús les da unas instrucciones que también serán válidas en el futuro, cuando la misión sea definitiva.

La iniciativa es de Jesús, como lo fue de Dios en el caso del profeta Amós: ir por el mundo diciéndole a la gente que hay que cambiar de manera de vivir, denunciando abusos e injusticias que impiden la fraternidad, es una tarea difícil y, para decidirse a emprenderla, es necesario un empujón, una llamada, una invitación a abandonar el cómodo conformismo o el egoísmo insolidario.

Los envía de dos en dos: el proyecto de Jesús no es cosa de piedad individual, sino un proyecto para organizar la con­vivencia; dar a conocer ese proyecto tampoco es asunto de uno solo; aunque alguno sienta una particular inclinación o esté especialmente dotado para algún aspecto de la misma, la misión es responsabilidad de toda la comunidad, es un asunto comunitario.

Para que puedan realizar su tarea, Jesús les da autoridad sobre los espíritus inmundos: los capacita para liberar a los hombres de todas las ideologías, especialmente las religiosas, que esclavizan al hombre, convir­tiéndolo en un fanático, incapaz de aceptar, por tanto, un proyecto de libertad.

La riqueza debe estar ausente de la misión: primero por­que su eficacia depende sólo de Dios y de la libre aceptación del mensaje por los hombres: no será el derroche de medios económicos lo que haga eficaz el anuncio del evangelio. Les deberá bastar con lo más imprescindible: un bastón y el cal­zado necesario para caminar. Y, además, los signos externos de riqueza («dos túnicas») son incompatibles con la misión de quienes se han de presentar como seguidores de quien anuncia libertad, justicia e igualdad para toda la humanidad.



INVITACION A LA LIBERTAD Y A LA VIDA

Cuando en algún sitio os alojéis en una casa, quedaos hasta que os vayáis del lugar. Y si un lugar no os acoge ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de las suelas como prueba contra ellos.

Naturalmente que los enviados de Jesús tendrán que satis­facer sus necesidades más elementales, pero eso se resolverá gracias a la solidaridad humana, en la que confía Jesús y en la que han de confiar los que le siguen. En cualquier caso, el mensaje que se anuncia nunca podrá ser objeto de intercam­bio, nunca podrá ser objeto de negocio: el mensaje de Jesús es totalmente gratuito.

Mensaje que, por otra parte, se ofrece a quien libremente lo quiera aceptar. No será la espada lo que avale a los enviados de Jesús, como a veces ha sucedido; si alguien se niega a aceptar la invitación, bastará con dejar constancia de que el anuncio se hizo, pero fue rechazado.

El último rasgo de los mensajeros de Jesús será el efecto que produzca su mensaje en aquellos que lo acepten: un cambio en la manera de vivir, libertad de toda esclavitud y victoria de la vida: «Ellos se marcharon y se pusieron a pre­dicar que se enmendaran; expulsaban muchos demonios y, además, aplicaban unturas de aceite a muchos enfermos y los curaban.»

Estos son algunos rasgos que nos ayudarán a reconocer a los auténticos mensajeros: su mensaje deberá estar respaldado por la comunidad que lo vive y por la opción por la pobreza que su propia vida debe manifestar, sin olvidar el efecto, libertad y alegría de vivir que producirá en nosotros.

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