Parece que este mundo está necesitado de líderes. Nos encanta tener grandes figuras que nos guíen, que nos orienten, que nos declaren con palabras sencillas lo que está mal y lo que está bien, que nos digan lo que podemos y debemos hacer. Hay líderes de muchos tipos. Están los políticos (Chaves, Obama, Fidel y muchos otros). Podemos no estar de acuerdo con sus ideas pero son personas que lideran, que guían a los demás. Hay muchos que los siguen ciegamente. No es necesario pensar ni reflexionar sobre lo que dice el líder. Lo que dice está, por supuesto, bien dicho, es bueno, es justo, es la verdad.
También hay líderes religiosos. No vamos a decir nombres. Arrastran multitudes. Entroncan con sentimientos muy profundos de las personas. Muchas veces, la mayoría a Dios gracias, lideran para el bien. Hay muchos otros líderes parciales: líderes en la literatura, en la ciencia, en el deporte, etc. Pero el efecto es siempre el mismo: los líderes, la mayor parte de las veces, impiden que las personas piensen y hagan su propio camino, que tomen sus propias decisiones. Si el literato de moda dice que tal novela es muy mala, ya puede su autor buscar otro trabajo, no logrará vender ni un ejemplar. Hasta pasa en los colegios y escuelas. Cuando el líder de la clase señala a uno de sus compañeros como cobardica o acusica o miedoso, todos los demás lo seguirán sin pensar en lo que van a hacer. Y en la moda, donde siempre hay líderes que nos dicen lo que tenemos que vestir.
Un liderazgo diferente
El liderazgo de Jesús es diferente. Hay que tener cuidado al hablar de la imagen del pastor. El pastor tradicional cuida a las ovejas porque éstas son tontas, no saben adonde ir y morirían si no fuese por el pastor. Algo de eso se puede aplicar a nosotros. Pero no todo. La verdad, la gran verdad, es que Jesús nos libera de todas las ataduras para que seamos libres, para que tomemos nuestras propias decisiones, para que arriesguemos en la construcción del Reino, para que hacernos hermanos de nuestros hermanos sea la mayor urgencia que sintamos en nuestra vida.
Jesús y sus apóstoles están cansados y, por eso, buscan un sitio para descansar. Normal. Pero hay urgencias que van más allá de las propias necesidades: “Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor”. Ahí está la clave de la lectura: la compasión. No como la solemos entender en el sentido de alguien que desde arriba mira hacia abajo y siente pena de lo que está pasando la otra persona sino como el que se abaja, se pone al nivel del otro y se com-padece con él, siente con él, experimenta sus sentimientos. Jesús no juzga sino que se acerca y comparte. Esa es la actitud de Jesús. Por eso, es la actitud que Dios tiene con nosotros. Y, por eso, debería ser la nuestra con nuestros hermanos y hermanas. Así y no de otra forma se construye el Reino de Dios, la fraternidad, la familia de los hijos e hijas de Dios.
Jesús no está interesado en ser un líder que arrastre y domine a sus seguidores. Jesús lidera para la libertad. Lo suyo es participar en la creación del hombre nuevo, del hombre reconciliado, liberado del odio y la enemistad (segunda lectura). Los seguidores de Jesús son los hombres y mujeres libres, capaces de estrechar la mano a todos, sin prejuicios de ningún tipo, sin miedo porque al otro no se le ve nunca como amenaza sino como hijo o hija de Dios. Es otra forma de ser líder. Es otra forma de ser pastor, fundada en la libertad, la justicia y el derecho (primera lectura).
Libres para liberar
Todos tenemos que aprender a ser pastores de nuestros hermanos, a compadecernos con ellos, a ponernos a su nivel, como hacía Jesús. Y reconocer nuestros errores, pedir perdón porque a veces nos hemos aprovechado del rebaño en vez de servirlo y promover su libertad. Y darnos cuenta de que siempre podemos aprender a ser mejores pastores, desde el papa hasta el último (¿o primer?) cristiano. La historia de la Iglesia nos dice que hemos metido muchas veces la pata. No hay ninguna razón para suponer que somos mejores que nuestros padres. Por eso, hay que ponerse en camino, fijarnos en Jesús y pedirle que nos enseñe a ser pastores, a sentir con nuestros hermanos y hermanas, como él hizo siempre.
Y liberarnos, claro está, de los líderes que nos esclavizan y oprimen, que nos impiden ser nosotros mismos y asumir nuestras propias responsabilidades, que nos dicen lo que tenemos que hacer y hacen que renunciemos a pensar por nosotros mismos. Esos líderes nunca son buenos líderes. El liderazgo de Jesús fue liberador. Y no podemos renunciar a la libertad que él nos regaló con el precio de su sangre.
También hay líderes religiosos. No vamos a decir nombres. Arrastran multitudes. Entroncan con sentimientos muy profundos de las personas. Muchas veces, la mayoría a Dios gracias, lideran para el bien. Hay muchos otros líderes parciales: líderes en la literatura, en la ciencia, en el deporte, etc. Pero el efecto es siempre el mismo: los líderes, la mayor parte de las veces, impiden que las personas piensen y hagan su propio camino, que tomen sus propias decisiones. Si el literato de moda dice que tal novela es muy mala, ya puede su autor buscar otro trabajo, no logrará vender ni un ejemplar. Hasta pasa en los colegios y escuelas. Cuando el líder de la clase señala a uno de sus compañeros como cobardica o acusica o miedoso, todos los demás lo seguirán sin pensar en lo que van a hacer. Y en la moda, donde siempre hay líderes que nos dicen lo que tenemos que vestir.
Un liderazgo diferente
El liderazgo de Jesús es diferente. Hay que tener cuidado al hablar de la imagen del pastor. El pastor tradicional cuida a las ovejas porque éstas son tontas, no saben adonde ir y morirían si no fuese por el pastor. Algo de eso se puede aplicar a nosotros. Pero no todo. La verdad, la gran verdad, es que Jesús nos libera de todas las ataduras para que seamos libres, para que tomemos nuestras propias decisiones, para que arriesguemos en la construcción del Reino, para que hacernos hermanos de nuestros hermanos sea la mayor urgencia que sintamos en nuestra vida.
Jesús y sus apóstoles están cansados y, por eso, buscan un sitio para descansar. Normal. Pero hay urgencias que van más allá de las propias necesidades: “Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor”. Ahí está la clave de la lectura: la compasión. No como la solemos entender en el sentido de alguien que desde arriba mira hacia abajo y siente pena de lo que está pasando la otra persona sino como el que se abaja, se pone al nivel del otro y se com-padece con él, siente con él, experimenta sus sentimientos. Jesús no juzga sino que se acerca y comparte. Esa es la actitud de Jesús. Por eso, es la actitud que Dios tiene con nosotros. Y, por eso, debería ser la nuestra con nuestros hermanos y hermanas. Así y no de otra forma se construye el Reino de Dios, la fraternidad, la familia de los hijos e hijas de Dios.
Jesús no está interesado en ser un líder que arrastre y domine a sus seguidores. Jesús lidera para la libertad. Lo suyo es participar en la creación del hombre nuevo, del hombre reconciliado, liberado del odio y la enemistad (segunda lectura). Los seguidores de Jesús son los hombres y mujeres libres, capaces de estrechar la mano a todos, sin prejuicios de ningún tipo, sin miedo porque al otro no se le ve nunca como amenaza sino como hijo o hija de Dios. Es otra forma de ser líder. Es otra forma de ser pastor, fundada en la libertad, la justicia y el derecho (primera lectura).
Libres para liberar
Todos tenemos que aprender a ser pastores de nuestros hermanos, a compadecernos con ellos, a ponernos a su nivel, como hacía Jesús. Y reconocer nuestros errores, pedir perdón porque a veces nos hemos aprovechado del rebaño en vez de servirlo y promover su libertad. Y darnos cuenta de que siempre podemos aprender a ser mejores pastores, desde el papa hasta el último (¿o primer?) cristiano. La historia de la Iglesia nos dice que hemos metido muchas veces la pata. No hay ninguna razón para suponer que somos mejores que nuestros padres. Por eso, hay que ponerse en camino, fijarnos en Jesús y pedirle que nos enseñe a ser pastores, a sentir con nuestros hermanos y hermanas, como él hizo siempre.
Y liberarnos, claro está, de los líderes que nos esclavizan y oprimen, que nos impiden ser nosotros mismos y asumir nuestras propias responsabilidades, que nos dicen lo que tenemos que hacer y hacen que renunciemos a pensar por nosotros mismos. Esos líderes nunca son buenos líderes. El liderazgo de Jesús fue liberador. Y no podemos renunciar a la libertad que él nos regaló con el precio de su sangre.
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