Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Teresa tenía 8 años cuando oyó a sus padres que hablaban de su hermanito Andrés. Todo lo que supo era que su hermanito estaba muy enfermo y que no tenían dinero para la operación.
Teresa oyó decir a su padre: "Sólo un milagro puede salvar a Andrés".
Teresa fue a su habitación y contó cuidadosamente las monedas que había ahorrado. Se fue a la farmacia y le dijo al farmacéutico: "Mi hermano está muy enfermo y quiero comprar un milagro. ¿Cuánto cuesta un milagro?"
"Lo siento, pero aquí no vendemos milagros. No puedo ayudarte", le contestó.
El hermano del farmacéutico que estaba allí en aquel momento se agachó y le preguntó a la niña: "¿Qué clase de milagro necesita tu hermanito?"
No lo sé. Mi madre dice que necesita una operación y quiero pagarla con mi dinero.
"¿Cuánto dinero tienes?" le preguntó .
Tengo un dólar y cinco centavos.
Estupendo, qué coincidencia, sonrió el hombre, eso es exactamente lo que cuesta un milagro para los hermanitos.
Cogió el dinero de la niña y le dijo: "Llévame a tu casa. Veamos si tengo la clase de milagro que necesitas".
Ese hombre, el hermano del farmacéutico, era el Doctor Carltom Armstrong, un cirujano. Y operó al niño gratis.
"Esa operación, susurraba la madre, ha sido un verdadero milagro. Me pregunto cuánto habrá costado."
Teresa sonreía, ella sí sabía lo que había costado, un dólar y cinco centavos , más la fe de una niña.
Un milagro es siempre un acto de amor y de imaginación. No hay milagros en la casa del odio. Sólo el amor da vida y multiplica los favores. El odio es el extintor número uno.
Se dice que todo lo que el rey Midas tocaba se convertía en oro. Nosotros podemos decir hoy y cada vez que predicamos a Jesucristo que todo lo que hizo y toda persona que Él tocó se sanó y se salvó. Su amor fue y es todavía el origen de todos los milagros.
En el evangelio de hoy, Juan 6, 1-15, nos maravillamos con los cinco panes y los dos peces.
Juan nunca usa la palabra milagro. Usa una palabra más sencilla, signo. Jesús y sus obras son los signos de que Dios está presente en nuestro mundo, que el amor de Dios y su poder están trabajando en Jesús y se nos reta a mirar más allá , ver a Dios con cara y corazón humano.
El signo verdadero y visible y para siempre es Jesús.
Jesús es el signo y la flecha que apuntan hacia Dios.
Jesús fue usado por su Padre para satisfacer el hambre de todos sus hijos e hijas.
Y así como Dios necesitó a Jesús para hacer su trabajo, Jesús necesitó aquel muchacho con sus panes y sus peces para producir un picnic increíble.
Este muchacho jugó un papel importantísimo en este glorioso acontecimiento. Estaba en el lugar apropiado, a la hora apropiada, y permitió que Jesús lo usara.
Jesús, el signo del amor, gracias a este muchacho, se convirtió en un signo más visible para todos.
¿Por qué tantas personas alrededor de Jesús ese día? Tal vez tenían hambre de la palabra de Dios o hambre de estar con alguien que les ofrecía esperanza. Le siguieron aquel día despreocupados del hambre física. Pero Jesús lo sabía y los alimentó. Él no tenía nada pero aceptó los panes y peces del muchacho y dijo: con esto nos basta.
"Cuánto dinero tienes" "un dólar y cinco centavos". "Qué coincidencia, ese es el precio exacto de un milagro para los hermanitos."
Un dólar y cinco centavos. Cinco panes y dos peces.
Para dar vida, hacer feliz, alimentar, amar, perdonar, satisfacer, estar en paz, no se necesita mucho: una sonrisa, una buena palabra, un abrazo sincero, una cálida acogida, estar ahí…
En este mundo, no necesitamos milagros, necesitamos signos de amor y de compasión.
Jesús es el signo principal, el único, pero todos nosotros somos llamados a ser signos de una nueva y necesaria reconciliación entre nosotros.
Jesús todavía necesita nuestros cinco panes para alimentar a los hambrientos.
Jesús todavía necesita nuestra inteligencia para enseñar a los que no saben.
Jesús todavía necesita nuestro tiempo para visitar a los abandonados.
Jesús todavía necesita nuestras palabras para consolar a los que sufren.
Jesús todavía necesita nuestro esfuerzo para hacer un mundo más en paz, más fraterno y más justo.
Jesús además de darnos el pan, nos dice que Él es el pan de vida.
En la iglesia, aquí y ahora, multiplicamos su presencia. Aquí vemos los signos de Jesús y le alabamos y seguimos y nos quedamos con Él. Aquí nos recuerda que alimentar a los hambrientos es una responsabilidad de todo cristiano.
Jesús es el testigo del "buen corazón" de Dios.
Jesús constata las hambres de los hombres. Quiere darles, quiere darse. Va a hacer lo que su Padre quiere, ser testigo del amor del Padre para la humanidad.
El corazón multiplicado.
Para multiplicar el pan, Jesús comenzó por multiplicar el corazón. El corazón de aquel muchacho que había viajado con su bocadillo en la mochila.
El sacramento del compartir.
Abrir el corazón es la primera conversión.
El compartir debería ser "el octavo sacramento cristiano". Nuestros contemporáneos lo esperan para abrirse a la fe.
Compartir es un signo de la fe verdadera, un signo para la fe.
Vivir la Eucaristía.
Compartir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Increíble comida del Señor.
¿Cómo se puede vivir sólo para sí después de haber compartido el pan de vida?
Teresa oyó decir a su padre: "Sólo un milagro puede salvar a Andrés".
Teresa fue a su habitación y contó cuidadosamente las monedas que había ahorrado. Se fue a la farmacia y le dijo al farmacéutico: "Mi hermano está muy enfermo y quiero comprar un milagro. ¿Cuánto cuesta un milagro?"
"Lo siento, pero aquí no vendemos milagros. No puedo ayudarte", le contestó.
El hermano del farmacéutico que estaba allí en aquel momento se agachó y le preguntó a la niña: "¿Qué clase de milagro necesita tu hermanito?"
No lo sé. Mi madre dice que necesita una operación y quiero pagarla con mi dinero.
"¿Cuánto dinero tienes?" le preguntó .
Tengo un dólar y cinco centavos.
Estupendo, qué coincidencia, sonrió el hombre, eso es exactamente lo que cuesta un milagro para los hermanitos.
Cogió el dinero de la niña y le dijo: "Llévame a tu casa. Veamos si tengo la clase de milagro que necesitas".
Ese hombre, el hermano del farmacéutico, era el Doctor Carltom Armstrong, un cirujano. Y operó al niño gratis.
"Esa operación, susurraba la madre, ha sido un verdadero milagro. Me pregunto cuánto habrá costado."
Teresa sonreía, ella sí sabía lo que había costado, un dólar y cinco centavos , más la fe de una niña.
Un milagro es siempre un acto de amor y de imaginación. No hay milagros en la casa del odio. Sólo el amor da vida y multiplica los favores. El odio es el extintor número uno.
Se dice que todo lo que el rey Midas tocaba se convertía en oro. Nosotros podemos decir hoy y cada vez que predicamos a Jesucristo que todo lo que hizo y toda persona que Él tocó se sanó y se salvó. Su amor fue y es todavía el origen de todos los milagros.
En el evangelio de hoy, Juan 6, 1-15, nos maravillamos con los cinco panes y los dos peces.
Juan nunca usa la palabra milagro. Usa una palabra más sencilla, signo. Jesús y sus obras son los signos de que Dios está presente en nuestro mundo, que el amor de Dios y su poder están trabajando en Jesús y se nos reta a mirar más allá , ver a Dios con cara y corazón humano.
El signo verdadero y visible y para siempre es Jesús.
Jesús es el signo y la flecha que apuntan hacia Dios.
Jesús fue usado por su Padre para satisfacer el hambre de todos sus hijos e hijas.
Y así como Dios necesitó a Jesús para hacer su trabajo, Jesús necesitó aquel muchacho con sus panes y sus peces para producir un picnic increíble.
Este muchacho jugó un papel importantísimo en este glorioso acontecimiento. Estaba en el lugar apropiado, a la hora apropiada, y permitió que Jesús lo usara.
Jesús, el signo del amor, gracias a este muchacho, se convirtió en un signo más visible para todos.
¿Por qué tantas personas alrededor de Jesús ese día? Tal vez tenían hambre de la palabra de Dios o hambre de estar con alguien que les ofrecía esperanza. Le siguieron aquel día despreocupados del hambre física. Pero Jesús lo sabía y los alimentó. Él no tenía nada pero aceptó los panes y peces del muchacho y dijo: con esto nos basta.
"Cuánto dinero tienes" "un dólar y cinco centavos". "Qué coincidencia, ese es el precio exacto de un milagro para los hermanitos."
Un dólar y cinco centavos. Cinco panes y dos peces.
Para dar vida, hacer feliz, alimentar, amar, perdonar, satisfacer, estar en paz, no se necesita mucho: una sonrisa, una buena palabra, un abrazo sincero, una cálida acogida, estar ahí…
En este mundo, no necesitamos milagros, necesitamos signos de amor y de compasión.
Jesús es el signo principal, el único, pero todos nosotros somos llamados a ser signos de una nueva y necesaria reconciliación entre nosotros.
Jesús todavía necesita nuestros cinco panes para alimentar a los hambrientos.
Jesús todavía necesita nuestra inteligencia para enseñar a los que no saben.
Jesús todavía necesita nuestro tiempo para visitar a los abandonados.
Jesús todavía necesita nuestras palabras para consolar a los que sufren.
Jesús todavía necesita nuestro esfuerzo para hacer un mundo más en paz, más fraterno y más justo.
Jesús además de darnos el pan, nos dice que Él es el pan de vida.
En la iglesia, aquí y ahora, multiplicamos su presencia. Aquí vemos los signos de Jesús y le alabamos y seguimos y nos quedamos con Él. Aquí nos recuerda que alimentar a los hambrientos es una responsabilidad de todo cristiano.
ALGUNOS APUNTES SOBRE EL EVANGELIO
Jesús es el testigo del "buen corazón" de Dios.
Jesús constata las hambres de los hombres. Quiere darles, quiere darse. Va a hacer lo que su Padre quiere, ser testigo del amor del Padre para la humanidad.
El corazón multiplicado.
Para multiplicar el pan, Jesús comenzó por multiplicar el corazón. El corazón de aquel muchacho que había viajado con su bocadillo en la mochila.
El sacramento del compartir.
Abrir el corazón es la primera conversión.
El compartir debería ser "el octavo sacramento cristiano". Nuestros contemporáneos lo esperan para abrirse a la fe.
Compartir es un signo de la fe verdadera, un signo para la fe.
Vivir la Eucaristía.
Compartir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Increíble comida del Señor.
¿Cómo se puede vivir sólo para sí después de haber compartido el pan de vida?
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