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miércoles, 5 de agosto de 2009

Comentario Bíblico y Pautas Homiléticas: XIX Domingo del T.O. (Juan 6,41-52) - Ciclo B

Yo soy el Pan vivo que ha bajado del cielo
Publicado por Dominicos.org

Introducción

* Las muchas maneras de acercarse a Jesús

A lo largo de los siglos, la personalidad de Jesús ha suscitado diversos tipos y grados de aceptación y de rechazo. Para algunos, Jesús ha sido uno de los más grandes maestros de moral que han existido; otros han admirado su altura humana y su coherencia. Otros, por el contrario, lo han visto como un impostor o como una persona incómoda para sus vidas, hasta tal punto que se lo quitaron de en medio. Hoy, en los países ricos, es cada vez mayor el número de los que simplemente pasan de él y lo ignoran. Para los que nos llamamos cristianos, «creer» en Jesús significa acercarse, aceptar, recibir y vincularse a su persona, no sólo como hijo de José y María, sino, sobre todo, como Hijo del Padre, que con su vida nos ha manifestado a Dios como “Abba” bondadoso, el cual no tiene otro objetivo que salvar a todos los hombres del mal que padecemos. Y en esa misión de salvar a los que más lo necesitan nos implica a todos sus seguidores.


Comentario bíblico

De la sabiduría a la Eucaristía

* Iª Lectura: 1Reyes (19,4-8): La fuerza de Dios en el corazón del profeta

I.1. La primera lectura nos narra una de las escenas más maravillosas y excepcionales del profeta Elías, el prototipo del profetismo del Antiguo Testamento, quien en tiempo de Ajaz y la reina fenicia Jezabel, su esposa (en el reino del norte, Israel), luchó a muerte por el yahvismo (la religión judía) que la reina quería “sincretizar” con sus creencias paganas. El profeta Elías, un defensor a ultranza del monoteísmo (sólo existe un Dios, Yahvé, y ninguno más) y de sus exigencias éticas, se enfrenta con la reina y sus lacayos. Sabemos que, en el fondo, es una guerra de religión, un enfrentamiento de culturas, donde el profeta Elías había derrotado a espada a los profetas de Baal (dios cananeo-fenicio) y eso le hace huir hacia el Horeb, que es el monte Sinaí en una tradición bíblica.

I.2. Elías va al encuentro de las verdaderas raíces del yahvismo, como podemos encontrar en Ex 19. El ángel de Dios le anima, le pone un pan y agua para que prosiga en esta huida, como Moisés, hacia el monte de Dios (en el Horeb), para beber en la verdadera fuente del yahvismo. Hay mucho de simbólico en esta narración, como se ha reconocido en la interpretación de los expertos. No todo lo que hay en la historia de Elías y su lucha por el yahvismo es hoy aceptable desde el punto de vista teológico, aunque defender los principios de una religión que se fundamenta en la justicia, como hace Elías en otras ocasiones, sí es ejemplo de radicalidad. Dios viene en ayuda del profeta, porque la lucha es “a muerte”. Defender una causa justa en nombre de Dios, no es apologética o fundamentalismo, o no debe serlo al menos, sino que es humanizar la religión.



* IIª Lectura: Efesios (4,30-5,2): Dios, inspirador de nuestra vida

II.1. La segunda lectura prosigue con la exhortación a la vida nueva que lleva consigo el sello del Espíritu que deben poseer los cristianos. Lo que el autor pide, como consecuencia de esta identidad cristiana en el Espíritu, es determinante para conocer lo que hay que hacer como cristianos; es lo que se llama la praxis: evitar la agresividad, el rencor, la ira, la indignación, las injurias, y toda esa serie de maldades o miserias.

II.2. La alternativa es ser imitadores de Dios, es decir, bondadosos, compasivos y perdonadores. No es un imposible lo que se propone en el sentido de que Él sea nuestra vara de medir, sino tener los mismos sentimientos que Dios, como Padre, tiene con todos nosotros; así los debemos tener los unos con los otros. Nos recuerda algunos aspectos del Cristo joánico: como el Padre me ha amado, así os amo yo.



* Evangelio: Juan (6,41-51): “Yo soy” el pan de vida

III.1. El contraste entre la Ley del AT y la persona de Jesús es una constante en el evangelio de Juan. Frente a la Ley y su mundo, y especialmente frente a la interpretación y manipulación que hacían los judíos, el evangelio propone a Jesús como verdadera “verdad” de la vida. Por eso mismo, los autores de San Juan se inspiran en la Sabiduría divina a la hora de interpretar el AT y de lo que Jesús ha venido hacer como Palabra encarnada. En el AT se hablaba de la Sabiduría divina que habría de venir a este mundo (cf Pro 1,20ss; 8; 9,1ss; Eclo 24,3ss.22ss; Sab 7,22-8,8; 9,10.17) como Palabra para iluminar en enseñar la forma de llevar a cabo el proyecto salvífico de Dios. Por eso mismo, en este discurso de Jn 6 se tienen muy en cuenta estas tradiciones sapienciales como de más alto valor que el mismo cumplimiento de los preceptos de la Ley. Y en Jn 6 se está pensando que Jesús, la Palabra encarnada, es la realización de ese proyecto sapiencial de Dios.

III.2. El evangelio de hoy nos introduce en un segundo momento del discurso del pan de vida. Como es lógico, Juan está discutiendo con los «judíos» que no aceptan el cristianismo, y el evangelista les propone las diferencias que existen, no solamente ideológicas, sino también prácticas. Su cristología pone de manifiesto quién fue Jesús: un hombre de Galilea, de Nazaret, hijo de José según se creía ¿cómo puede venir del cielo? Es la misma oposición que Jesús encuentra cuando fue a Nazaret y sus paisanos no lo aceptaron (Mc 6,1ss). Las protestas de los oyentes le da ocasión al Jesús joánico, no de responder directamente a las objeciones, sino de profundizar más en el significado del pan de vida (que al final se definirá como la eucaristía). Pero ahí aparece una de las fórmulas teológicas joánicas de más densidad: yo soy el pan de vida. Y así, el discurso sapiencial se hace discurso eucarístico.

III.3. La presencia personal de Jesús en la eucaristía, pues, es la forma de ir a Jesús, de vivir con El y de El, y que nos resucite en el último día. El pan de vida nos alimenta, pues, de la vida que Jesús tiene ahora, que es una vida donde ya no cabe la muerte. Y aunque se use una terminología que nos parece inadecuada, como la carne, la «carne» representa toda la historia de Jesús, una historia de amor entregada por nosotros. Y es en esa historia donde Dios se ha mostrado al hombre y les ha entregado todo lo que tiene. Por eso Jesús es el pan de vida. Harían falta muchas más páginas para poder exponer todo lo que el texto del evangelio de hoy proclama como “discurso de revelación”. El pan de vida, hace vivir. Esta es la consecuencia lógica. Casi todos los autores reconocen que estamos ya ante la parte eucarística de Jn 6.

III.4. Aparece aquí, además, uno de los puntos más discutidos de la teología joánica: la escatología, que es presentista y futura a la vez. La vida ya se da, ya se ha adelantado para los que escuchan y “comen” la “carne” (participación eucarística”). Pero se dice, a la vez, que será “en el último día”. Esto ha traído de cabeza a muchos a la hora de definir qué criterios escatológicos se usan. Pero podemos, simplificando, proponiendo una cosa que es muy importante. La vida que se nos da en la eucaristía como participación en la vida, muerte y resurrección de Jesús no es un simulacro de vida eterna, sino un adelanto real y verdadero. Nosotros no podemos gustarla en toda su radicalidad por muchas circunstancias de nuestra vida histórica. La eucaristía, como presencia de la vida nueva que Jesús tiene como resucitado, es un adelanto sacramental en la vida eterna. Tendremos que pasar por la muerte biológica, pero, desde la fe, consideramos que esta muerte es el paso a la vida eterna. Y en la eucaristía se puede “gustar” este misterio.

Fray Miguel de Burgos Núñez



Pautas para la homilía

* ¿Dónde está la verdadera vida?

Casi con toda seguridad podemos afirmar que no ha existido a lo largo de nuestra historia humana una vida más atrayente y seductora que la que hoy nos ofrece la sociedad de consumo. Los valores económicos y los de tipo biopsíquico, que constituyen el foco de este tipo de vida, ejercen una atracción tan cautivadora que anulan o someten sin resistencia por nuestra parte a los valores religiosos, morales, sociopolíticos, estéticos, intelectuales o lúdicos. Por eso a muchos cristianos, sobre todo a los que estamos metidos hasta el tuétano en esta vida de consumo, nos cuesta mucho creer de verdad lo que dice el evangelio de hoy: que «adherirse y compartir el modo de ser que inauguró Jesús de Nazaret» –eso significa «comer el pan de vida que es Jesús»– nos va a traer una vida de salvación para nosotros y para el resto de los humanos como ninguna otra; y, además, tan feliz, que, según la promesa de Jesús, «no moriremos, sino que viviremos para siempre».

* Los cristianos necesitamos un cambio radical de vida si queremos «comer el pan de la vida»

Los cristianos sabemos que para «comer el pan de la vida que es Jesús» necesitamos una metanoia o cambio de vida, porque, si seguimos la inercia que nos impone la sociedad en la que estamos inmersos los que vivimos en los países de la abundancia, con toda seguridad que no vamos en la dirección que siguió Jesús de Nazaret. Ahora bien, ¿qué es lo que hace que abandonemos el estilo de vida consumista y lo sustituyamos por el modo de ser y de actuar de Jesús? Puede suceder que tomemos conciencia de los desmanes y del inmenso sufrimiento que está causando en una gran parte de la población mundial este capitalismo del consumo. Pero muchos también han criticado y se han rebelado contra todo esto y, sin embargo, no se han decantado por seguir a Jesús de Nazaret como fuente de vida que trae la salvación a tanto mal. Los cristianos proclamamos y confesamos que detrás está la fuerza del Espíritu Dios. La metanoia, la transformación radical en nuestra vida –si es que se produce– la recibimos de Dios como un don, como una atracción por parte de Él más irresistible que la que ofrece la sociedad de consumo. Es que Dios nos ha seducido. Y esta seducción o atracción divina es inseparable en la Biblia del amor que Él nos tiene, del que la seducción no es sino una expresión de ese amor.

Ahora bien, esta benevolencia y misericordia salvadora que Dios nos da exige en nosotros –por ser libres– una docilidad para escuchar, acoger ese don y vivir de él. Y, lógicamente, para actuar en consecuencia, es decir, para ir construyendo en el mundo parcelas de la «vida eterna». Porque podemos muy bien, como los oyentes de Jesús, «escandalizarnos y marchar» y desentendernos de los dolores y sufrimientos ajenos. Entonces no podremos mostrar a nadie que Jesús es el pan que da la vida. Es cierto que lo que destaca en este evangelio es la promesa de la vida, una promesa que es enunciada, reiterada, explicitada y confirmada para el presente y para el último día. Pero no es menos cierto que depende de la implicación de los cristianos en este dar vida donde haya muerte o deterioro.

* Dios se manifiesta en los hombres

¿Cómo comemos hoy los cristianos «el pan de la vida» que Dios nos regala en Jesús? Pues no tenemos otro modo que amando a los hombres, sobre todo a los despreciados y pobres. A lo mejor nos suena a blasfemia decir: «ése que pasa a mi lado es Dios». Pero no debemos olvidar que el amor a Dios y el amor al hombre son una y la misma virtud. El amor al ser humano concreto es, en la perspectiva cristiana, al mismo tiempo y de suyo, una «virtud divina»: es el reflejo del amor a Dios.

* La paz como un trozo de la verdadera vida cristiana

El concepto clave de la carta a los Efesios es la paz: la comunidad cristiana, impulsada por el Espíritu de Cristo que se derramó sobre ella en Pentecostés, debe llevar la buena noticia de la paz. La paz se consigue tras un valeroso combate contra todo aquello que deteriore cualquier aspecto de cada ser humano. A ello están encaminadas las exhortaciones que aparecen en la lectura de hoy, para «vivir a la altura del llamamiento que hemos recibido» (4,1) los cristianos. Hoy hay muchas conductas agresivas, que deterioran la vida de no pocas personas. Y no sólo en el ámbito familiar, sino sobre todo, a nivel mundial. Las comunidades cristianas deben ser el lugar donde se repare el odio y la ruptura entre los pueblos y en el que las personas se sientan de verdad hermanas, porque hay un solo Dios, «Padre de todos», y Cristo es el pacificador universal. La Iglesia, por ello, tiene la responsabilidad de hacer de mediadora efectiva de la paz para el mundo y de enfrentarse valientemente contra los «grandes dominadores del mundo» y las grandes potencias que promueven el deterioro de lo humano. Sólo así mostraremos los cristianos que Jesús es el pan de la auténtica vida.

Baldomero López Carrera
Laico Dominico

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