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viernes, 21 de agosto de 2009

DIOS NO PUEDE SER PENSADO, PERO SÍ VIVIDO

XXI Domingo del T.O. (Juan 6, 60-69) - Ciclo B
Por Enrique Martínez Lozano

El mensaje sobre el “pan de vida” y sobre la “eucaristía” termina en una crisis profunda entre sus propios seguidores, que “se echaron atrás y no volvieron a ir con él”.

Jesús tiene claro que este modo de ver la realidad sólo es posible desde una mirada espiritual, que sabe ver en profundidad. Cuando la lectura de las cosas se hace únicamente desde la “carne” –este término tiene aquí un sentido de fragilidad, debilidad y, en última instancia, limitación-, desde un nivel puramente mental, es imposible percibir el Misterio que las habita. Por el contrario, para quien es capaz de trascender la mente, las mismas palabras de Jesús se descubren llenas de espíritu y de vida.

Pero ante la crisis Jesús no se arredra, sino que interpela directamente al grupo mismo de los Doce –es la primera vez que se les nombra así en este evangelio-. En nombre de todos, Pedro da la respuesta del verdadero creyente: “Tú tienes palabras de vida eterna: nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios”.

Esta profesión de fe de Pedro bien pudiera reflejar la fe de la propia comunidad joánica, que ha hecho de la Eucaristía el centro de su vida. Una comunidad firmemente anclada en la Eucaristía, como “lugar” del encuentro con Jesús, donde experimentar el amor del Padre y la vida en plenitud (la “vida eterna”).

En cualquier caso, en esa profesión se resume todo el capítulo 6: Jesús es el “pan de vida”, porque es “el Santo, consagrado por Dios”. En la medida en que se vive la adhesión a él, se participa en su propia experiencia. A eso parecen apuntar precisamente las palabras de Pedro: “Nosotros creemos… y sabemos”.

No hay ningún error en el orden de esos términos. En el campo espiritual, primero se cree, y luego se ve. Pero creer no significa un mero asentimiento mental, sino la disposición y capacidad que nos permite acceder a la dimensión profunda de lo real. Cuando se experimenta, se ve: y la creencia se transforma en visión.

Dicho en nuestro lenguaje: la mente –el yo- es incapaz de ver más allá de lo tangible; de ahí, su tentación permanente a negar todo lo que no puede controlar ni medir, con el consiguiente empobrecimiento de calidad humana. Sin embargo, cuando se trasciende la mente –el yo-, se accede a una percepción nueva de lo real, en la que todo se encuentra interrelacionado y autofundamentado: se participa del Misterio pleno y luminoso, se ha visto.

El lector del evangelio de Juan sabe que el objetivo de todo su escrito es suscitar la fe en Jesús como Hijo de Dios para experimentar la Vida: “Estos [signos] han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios; y para que, creyendo, tengáis en él vida eterna” (20,31). Así concluía el evangelio original.

Esa afirmación ofrece la clave de lectura de todo el texto. Y el interés del autor por lograr el objetivo se refleja incluso en el vocabulario. El verbo “creer” -que se usa 14 veces en el evangelio de Marcos, 11 en el de Mateo y 9 en el de Lucas- en el de Juan aparece nada menos que 98 veces. Unido a él, aparece 40 veces el verbo “permanecer” (morar, habitar), subrayando que los “lugares” de permanencia son el amor (“permaneced en mi amor…”) y la palabra (“si guardáis mi palabra”).

Parece claro que, para la comunidad del cuarto evangelio, la actitud básica del discípulo es la de creer en Jesús, entendida como permanecer en él, en una unidad vivida en el amor y garantizada por la fidelidad a su mensaje.

En un nivel de conciencia mítico, la fe es ante todo mental (de ahí que se identifique prácticamente con “creencia”): se cree un conjunto de verdades que se consideran caídas del cielo, directamente reveladas por Dios, a la vez que se vive una adoración y acatamiento a un Ser divino o celestial, que pertenece a otro ámbito separado de la realidad.

A medida que se iba pasando del nivel mítico al racional, el significado de la fe fue también ampliándose. De manera que, progresivamente, se vio no sólo como “asentimiento mental” o creencia, sino también –por decirlo en el lenguaje clásico- como fiducia (confianza), fidelitas (fidelidad) y visio (o modo de ver).

Todo eso es la fe: una actitud que toma a toda a la persona –no sólo a su mente- y que se experimenta como confianza, se vive como fidelidad y aporta una nueva manera de ver. Rasgos, los tres, bien característicos de Jesús de Nazaret, el hombre confiado hasta el extremo, fiel hasta el final y capaz de ver en profundidad.

La “forma de ver” propia de la fe no es la del espectador indiferente a quien todo le importa igual; mucho menos, la de quien vive juzgando o condenando. La del creyente en Jesús es una mirada bondadosa, compasiva y comprometida.

Si en el paso del nivel mítico al racional, la experiencia de fe resultó enriquecida, lo mismo puede ocurrir en el paso del nivel racional al transpersonal.

En este caso, lo característico es la experiencia por la que se realiza aquello que se cree: ése es justamente el camino de la espiritualidad. La persona espiritual –a diferencia de quien se halla reducido al nivel mental o dual- sabe que no se puede conocer sin ser: cuando se es, se conoce, y cuando se conoce, se es.

La forma de conocimiento mental –lo que habitualmente se entiende por “conocer”- es sumamente limitada, ya que únicamente puede referirse a objetos limitados. Para poder alcanzar lo absoluto, sería necesario que nuestra mente fuera absoluta; lo que no es el caso.

Por eso, cuando queremos llegar a la dimensión absoluta de lo real a través de la mente, lo único que conseguimos es objetivarla. De ese modo, la filosofía occidental ha convertido al Ser en un objeto limitado, y lo mismo ha hecho la teología con Dios. Filosofía y teología compartían la pretensión inaudita de poder llegar a lo Absoluto a través de los conceptos.

Una tal pretensión no podía sino fracasar. Y eso fue lo que ocurrió: la filosofía desembocó en el nihilismo, y la teología abrió la puerta al ateísmo.

Desenmascarado el engaño, empezamos a ser conscientes de que Dios no puede ser pensado, pero puede ser vivido. Es descubierto, percibido, experimentado, vivido, “conocido”…, cuando vamos más allá de la mente dual que lo velaba y nos podemos re-conocer en el Misterio sin costuras y sin separaciones de lo que es.

Al caer en la cuenta, lo conocemos y lo realizamos, todo al mismo tiempo. Porque ya hemos descubierto que no podemos pensarlo; sólo podemos serlo.

En un nivel de conciencia transpersonal (espiritual), creer significa sencillamente “caer en la cuenta”, despertar del sueño y salir de la ignorancia mental, para acceder a la experiencia de la Vida que somos. Fe, en esta nueva clave, es sinónimo de Visión y de Vida.

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