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martes, 11 de agosto de 2009

Homilía y Recursos para la Homilía: XX Domingo del T.O. (Juan 6, 51-59) - Ciclo B

JESÚS, EL PAN DE VIDA
Publicado por Agustinos España

En el libro de los Proverbios que leemos en la primera lectura aparece la invitación que Dios hace a los hombres desde siempre: Venid a comer mi pan y a beber el vino, prefigurando así la Eucaristía en la que Cristo se nos da como alimento.

En el evangelio, el Evangelista San Juan recoge la promesa de la institución de la Eucaristía en la Ultima Cena. Jesús nos dice que su pan es pan de vida, y que quien lo come vivirá eternamente.

Jesús les dice a los judíos que el pan que les dará es su carne. Los judíos entienden perfectamente estas palabras, pero no creen que ellas puedan ser ciertas. Por eso le preguntan como un hombre puede dar de comer su carne. Y Jesús insiste en su afirmación, confirmando que lo que dice no tiene un sentido figurado ni es algo simbólico. Jesús está verdaderamente presente, en cuerpo y alma, en la eucaristía.

Jesús, por amor se quedó con nosotros en la tierra, bajo las especies de pan y de vino, para que lo recibamos en la comunión.

El Señor nos insiste con gran fuerza en la necesidad de recibirlo en la Eucaristía, para que crezca en nosotros la vida de la gracia: “Les aseguro que si no comen mi carne y no beben mi sangre, no tendrán Vida en ustedes”.

Así como ningún padre se contenta con dar solamente la vida a sus hijos, sino que además los alimenta y les da los medios para que crezcan, así también Jesús nos da en la Comunión el alimento para nuestras almas, nos aumenta la gracia y nos regala la vida eterna. Por eso la Iglesia nos enseña la necesidad de recibir el sacramento de la comunión con frecuencia

Hay una leyenda de un monje que en su simplicidad pidió a la Virgen poder contemplar a Dios en el Cielo, aunque fuera por un instante. María acogió su deseo y fue trasladado al paraíso. Cuando regresó no reconocía a ninguno de los otros monjes del monasterio. Su oración había durado tres siglos.

Así también se explican los dos mil años en que Jesús nos lleva esperando en la Eucaristía. Es la espera de Dios, que ama a los hombres, que nos busca, que nos quiere tal como somos -limitados, egoístas, inconstantes- pero con la capacidad de descubrir su infinito amor, y de entregarnos a El por enteros.

La decisión de acercarnos a comulgar en cada misa, nos queda a nosotros. Jesús nos está esperando siempre.

Por amor, y para enseñarnos a amar, vino Jesús a la tierra y se quedó en la Eucaristía. San Juan nos lo relata con estas palabras: “Como había amado Jesús a los suyos que vivían en el mundo los amó hasta el fin.”

Jesús se esconde en la Comunión de cada misa para que nos animemos a tratarlo. Para ser alimento nuestro con el fin de que nos hagamos una sola cosa con El. Al decirnos, “sin mí nada pueden hacer”, no nos condenó a una difícil búsqueda de su Persona, sin saber donde encontrarlo. Se quedó entre nosotros en la Eucaristía con una disponibilidad total.

Cuando comemos cualquier alimento, una manzana, por ejemplo, la manzana se hace parte de nuestro cuerpo. Cuando recibimos a Jesús en cada comunión, somos nosotros los que nos asemejamos más a Dios, nos hacemos parte del Señor y participamos de su vida divina.

Jesús nos dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. El efecto más importante de la Sagrada Eucaristía es la unión íntima con Jesús. El mismo nombre de Comunión indica esta participación que nos une a la vida del Señor.

Si en todos los sacramentos se consolida, por medio de la gracia que recibimos, nuestra unión con Jesús, esta unión es mayor en el Sacramento de la Eucaristía puesto que no solo recibimos la gracia, sino que recibimos al mismo Autor de la gracia.

La Sagrada Eucaristía es el sacramento. El Bautismo existe para la Eucaristía y los otros sacramentos son enriquecidos por su existencia. Todo el ser se alimenta de ella.

Precisamente, es comida, lo que explica por qué es el único sacramento previsto para recibirse cada día. Este sacramento da significado a una de las peticiones del Padrenuestro: danos el pan de cada día.

Jesús hizo la promesa de la institución de la Eucaristía al principio de su vida pública: después de realizar el milagro de la multiplicación de los panes y los peces.

Al día siguiente, en la sinagoga de Cafarnaun, pronunció el discurso del Pan de Vida que leemos en la misa de hoy: “Yo soy el pan de vida. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que me coma, vivirá por mí”.

En el Evangelio no se menciona que Jesús volviese a hablar del tema hasta la Ultima Cena en que, según nos relata San Mateo, Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y dándoselo a los discípulos dijo: tomen y coman, esto es mi cuerpo. Jesús, al dejarnos la Eucaristía nos ha conseguido una unión con El mayor que la tuvieron los apóstoles durante los tres años que convivieron.

Los apóstoles creyeron en la presencia real de Jesús en la Eucaristía y la riqueza de este misterio. San Pablo, en la primera carta a los Corintios dice: “Quién come el pan o bebe el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor”

También nosotros creemos en que es Jesús el que está en la Hostia que el sacerdote consagra en cada misa. Que ese pan es el alimento de nuestra alma, que nos llena de gracias.

Nos proponemos recibir con mayor frecuencia a Jesús en la Eucaristía, con la misma pureza, humildad y devoción con que lo recibió la Virgen María, su Madre.


RECURSOS PARA LA HOMILÍA

Nexo entre las lecturas

Las lecturas del presente domingo parecen centrarse en el misterio de la Eucaristía: ¿Qué o quién es ese misterio que se oculta tras las especies de pan y vino? La respuesta es amplia y matizada: Es un hombre, Jesús de Nazaret, igual que nosotros, pero que ha bajado del cielo (Evangelio). Es la Sabiduría de Dios que nos invita a un banquete para adquirir inteligencia (primera lectura). Es el Hijo del Padre, que nos quiere hacer partícipes de su vida divina (Evangelio). Es el Señor glorioso a quien la comunidad cristiana entona salmos, himnos y cánticos inspirados (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. Mysterium carnis. El misterio de la Eucaristía es de un realismo fuera de serie: "El que come mi carne y bebe mi sangre...". ¡Nada de simbolismos o de abstracciones utópicas, ajenas a toda concreción y realidad! ¡La carne y la sangre del hombre que les está hablando, de Jesús de Nazaret, del Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros! No es sólo recuerdo ni celebración, no es la encarnación de una idea bella y generosa, no es una fórmula mágica o un conjuro ritual y arcano, es "la carne del hijo del hombre", es la humanidad y la divinidad de Jesús de Nazaret la que se nos entrega en el pan transustanciado. ¡Qué sobrecogimiento, pero también qué gozo! Uno tiembla de estupor ante un alimento tan sublime que se nos da de un modo tan sorprendente y empequeñecido. Uno goza y exulta lleno de júbilo ante esta invención tan indecible y propiamente divina, como es la Eucaristía. ¿Quién sino Dios pudo inventar tan gran misterio?

2. Mysterium fidei. Después de la consagración del pan y del vino el sacerdote dice: "Este es el sacramento de nuestra fe". Y la asamblea responde: "Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor". Mysterium fidei, mysterium salutis. ¡Maravilloso compendio de la Eucaristía! Sólo por fe estamos capacitados para descubrir en el pan eucarístico la presencia de Cristo, Sabiduría de Dios; como Sabiduría de Dios, a quien de El se alimenta le hace partícipe de esa misma Sabiduría, "que está más allá de toda capacidad humana" y que le permite conocer los misterios de Dios (primera lectura). Sólo la fe nos conduce a descorrer el velo de las especies para ver a Cristo, Hijo de Dios, y Señor glorioso del tiempo y de la historia, de la humanidad y de la creación entera (Evangelio, segunda lectura). Sólo la mirada de fe penetra en el misterio de muerte y resurrección que se verifica cuando el sacerdote consagra el pan y el vino para la remisión de nuestros pecados, y la redención integral de nuestra pobre existencia.

3. Mysterium amoris. La Eucaristía es el último y supremo gesto de amor que Dios se inventó en favor de la humanidad. En el Evangelio Jesús nos dice: "El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y Yo en él... el que me coma, vivirá por mí". Fórmulas que en otras palabras nos hablan de permanecer en el Amor, ser poseídos por el Amor, vivir por el Amor. En la medida en que la creatura humana ha experimentado un amor que no sea puramente sensible y ha sido elevada a otras formas del amor, estará mejor preparada para captar más fácilmente el amor de Cristo Eucaristía. Un amor, originariamente espiritual y sobrenatural, pero que, dada la naturaleza unitaria del ser humano, se revierte a la esfera sensible y a toda la realidad psico-somática de la persona. Un Amor, presente en el pan eucarístico, que la asamblea cristiana celebra y adora en la liturgia dominical con cantos y con himnos de alabanza y acción de gracias (segunda lectura). El Amor merece ser celebrado públicamente para que se nos contagie a todos y para testimoniarlo a los demás.


Sugerencias pastorales

1. "El Cuerpo de Cristo... AMÉN". La Eucaristía es uno de los sacramentos de la iniciación cristiana. Es conveniente subrayar la importancia de la catequesis preparatoria a la recepción de este sacramento. Catequesis a los niños que van a recibir por primera vez la comunión, y catequesis a los catecúmenos adultos que se preparan para ese encuentro maravilloso con Cristo, Sabiduría de Dios, Hijo de Dios, Señor de la historia. ¡Cuán necesaria es una catequesis integral! Integral, porque toma parte en ella toda la comunidad parroquial: el párroco, la o el catequista, los papás, pero de manera especial la mamá o la abuelita, la maestra o el maestro de religión en la escuela, etc. Integral sobre todo porque se trata de una catequesis que envuelve la integridad de la persona (sea niño o adulto). Se requiere indudablemente el conocimiento completo -y adaptado- de la doctrina católica sobre la Eucaristía. Pero es necesario además que la catequesis abarque la dimensión cultual y litúrgica de la Eucaristía, con lo que ello significa de adoración y de acción de gracias. Es igualmente necesario que el catequizando perciba y se convenza de las consecuencias morales que la recepción de la Eucaristía comporta. Si Jesucristo se convierte en el principio vivificador de nuestra existencia mediante la Eucaristía, ¿será posible vivir de modo diverso y opuesto a como él vivió entre nosotros? Cuando al recibir la comunión el cristiano, a las palabras del sacerdote: "El cuerpo de Cristo", responde con un "Amén", está declarando dos cosas:

1) Creo que eso que veo bajo las especies de pan es el Cuerpo de Cristo, y quiero alimentarme con él;

2) Creo que Cristo viene a mí para purificarme y para fortalecerme en las luchas diarias de la vida, y así ser una imagen suya entre los hombres.

2. El culto a la Eucaristía. En la Iglesia católica la Eucaristía se celebra, pero también se conserva en el Sagrario para que los fieles puedan rendirle culto fuera de la celebración de la misa. Hemos de hacer hincapié los católicos al culto eucarístico, porque quizá ha disminuido entre los fieles y porque son muchos los beneficios que aporta. Las formas de culto son varias: culto individual mediante visitas a Cristo en la Eucaristía; culto comunitario mediante horas eucarísticas, adoración durante el día, procesiones con el Santísimo Sacramento, y otras formas de devoción. Las formas pueden cambiar, lo que ha de permanecer siempre es el deseo ardiente de adorar a nuestro Salvador, reparar su corazón de las ofensas que recibe, expresarle nuestro agradecimiento y nuestro amor y el vivo anhelo de que todos los hombres le amen y encuentren en él su camino de salvación. ¿Cómo puedo yo fomentar el culto eucarístico en mí mismo primeramente y luego en los fieles de mi parroquia, en mi comunidad religiosa? Tengamos por segura una cosa: Cristo Eucaristía ordena las costumbres, forma el carácter, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, invita a la imitación a todos los que se acercan a Él.

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