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miércoles, 19 de agosto de 2009

Homilía y Recursos para la Homilía: XXI Domingo del T.O. (Juan 6, 60-69) - Ciclo B

"TU TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA"
Publicado por Agustinos España

Homilia 1

Tiene Bernanos en uno de sus libros un pensamiento que es sencillamente fantástico. Dice así: "La palabra de Dios es como fuego ardiente y nosotros sentimos la tentación de acercarnos a ella con tenazas para no quemarnos".

Creo que en el fondo este pensamiento resume muy bien lo que es nuestra vida. Por nosotros por un lado no somos tan malos crisitanos. De hecho, ni siquiera nosotros nos lo creemos totalmente. Pero también es cierto que no somos santos... al menos todavía.

Nosotros, como dice Bernanos, nos acercamos a la Palabra de Dios con tenzas par ano quemarnos. Es decir, acomodamos el mensaje de forma que no resulte tan duro como es a simple vista.

Creo que hay muchos casos en los que se puede ver claramente este hecho... Hace poco tuve noticia de uno muy llamativo. Se trata de un catequista y formador de catequistas de mi tierra que le negó la palabra a su cuñado y hace años que no le habla... todo porque decidió separarse de su mujer. Lo curioso del caso es que cuando esta persona habla a los catequistas en sus charlas de formación, parece una persona inspirada por Dios y sus palabras "no tienen desperdicio"... Pero este "hombre de Dios", se niega a hablar con su cuñado... Y es que este hombre aprendió a acercarse a la Palabra de Dios con tenazas para no quemarse...

Algo parecido también nos ocurre a nosotros que, a pesar de tener a veces comportamientos poco cristianos, sabemos encontrar la forma de acercanos a comulgar sin que eso suponga ningún problema. Y es que, también nosotros, después de muchos años, también hemos aprendido a acercarnos a la Palabra de Dios con tenazas para no quemarnos.

Precisamente, el Evangelio de hoy nos anima a ser radicales en nuestra opción por Dios... No insiste en que amemos, en que seamos humildes, en que... Todo eso es muy bueno... Pero hay una palabra que pocas veces está en nuestro vocabulario cristiano y es la palabra "radicalidad". Y es eso lo que nos pide hoy Dios.

El Evangelio de hoy acaba recordándonos, para que no tengamos miedo, que esa Palabra de Dios es Palabra de Vida Eterna. Pero que sólo lo será cuando nos entreguemos totalmente a Dios.

Desde luego, ¡qué bueno es, en estos momentos, que recordemos a tantas personas que entregaron su vida por Dios! ¡Qué bueno traer a nuestra mente a tantos mártires! Estas personas descubrieron que en Dios había algo de especial que, tal vez, nosotros todavía no hemos alcanzado a descubrir... Ellos, sin duda, vivieron la experiencia de tirar las tenazas... y fue así que sintieron que Dios tiene Palabras de vida eterna...

Ojalá que también nosotros, como hicieron ellos, tiremos nuestras "tenazas"... porque sólo así sentiremos y viveremos que Dios entre tantas cosas buenas, es lo mejor, porque sólo él tiene palabras de vida eterna.

Pedro Muñoz



Homilia 2

En este domingo, la palabra de Dios quiere mostrarnos que la propuesta de Jesús, nos exige una respuesta o bien el abandono. Cristo se da a nosotros como alimento, pero necesita el sí nuestro a ese pacto.

La primera lectura de la misa se relaciona con el evangelio, ya que muestra la dificultad de aceptar el mensaje de Dios, ya sea que el mensaje llegue a través de Josué o a través de Jesús.

Meses antes de la última cena, Jesús les dice a sus discípulos que su Cuerpo y su Sangre, estarán presentes en la Sagrada Eucaristía.

Jesús no hablaba en sentido figurado, cuando hablaba de “comer su carne” y “beber su sangre”.
El hecho de que muchos de sus discípulos lo abandonaron después que lo oyeron decir esto, prueba que las palabras de Jesús no eran en sentido figurado. Tal vez esta gente encontró repulsiva en exceso la idea de comerle.

Ellos no tuvieron la suficiente fe en Jesús, como para comprender que si el Señor iba a dar su Carne y su Sangre como alimento, lo iba a hacer de forma que no causase repulsión a la naturaleza humana.

Jesús no les hace ninguna aclaración, ni trata de retenerlos.

En otras oportunidades, el Señor había vuelto a explicar a sus discípulos cuando no habían entendido bien. En esta oportunidad no lo hace, y no lo hace, porque no hay nada que explicar, porque habían entendido bien.

Jesús se quedó con nosotros como alimento en cada Eucaristía, en Cuerpo y Sangre, y cada vez que el sacerdote pronuncia en la Misa, la oración de consagración, Jesús se hace presente en Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad, en la Hostia consagrada y en el Vino consagrado.

Jesús es uno, y en cada parte de la Hostia consagrada y en cada gota de Vino consagrado, está el Cuerpo glorioso de Jesús, que se nos ofrece a nosotros como alimento, como verdadero Pan de Vida.

La Eucaristía ha sido prueba de fidelidad de los seguidores de Jesús. Optar por quedarse con Jesús, como Pedro, sin llegar a entenderlo muy bien del todo, confirma que ha sido Dios quien nos ha elegido.
La fidelidad a Cristo es fácil cuando se descubre la fidelidad de Dios a uno y su amor privilegiado; y ambos los percibe quien recibe a Jesús como alimento eucarístico.

Tanto la primera lectura como el evangelio, hoy nos han presentado una insólita escena; ante la tierra prometida que deberán ocupar, Josué pregunta al pueblo si les parece bien servir al Señor o quieren escogerse a otro a quien rendir culto; tras haber satisfecho el hambre de la muchedumbre y haberse ofrecido como Pan de Vida, Jesús tiene que presenciar la deserción y la crítica de sus discípulos y les pregunta a los más cercanos, si ellos también están pensando en abandonarlo.

En ambas ocasiones se deja a los interrogados libertad de opción; y es que tanto el Dios que libertó a Israel de la esclavitud como Jesús, que se ofreció como alimento de las personas cuya hambre había saciado, no imponen a sus fieles el seguimiento, no les obligan a la obediencia; tras dejar que prueben su bondad, dan a los creyentes la oportunidad de quedarse con ellos o de abandonarles; y así convierten a cuantos viven a su vera y en su casa en “hijos”, no en “esclavos”.

También hoy son demasiados los cristianos que han dado la espalda a Cristo y hasta tal vez nosotros, hemos sentido la tentación de darle la espalda a Cristo porque no somos capaces de entendernos con Él. Sólo quien ha superado esta tentación, deja probada su fidelidad.
Pero no nos olvidemos que la incomprensión del amigo, es más dolorosa que el desprecio del enemigo; abandonar a Jesús, tras haberle seguido durante años es más humillante que negarse a seguirle nada más haberle encontrado.

De nuevo es el evangelio que nos lo sugiere; los que le abandonaron en masa eran sus discípulos, quienes más de cerca lo habían tenido y más milagros habían presenciado y que en algún momento habían prometido seguirlo siempre. Pero llegado el momento de aceptarlo, “no por lo que querían de él”, sino “por lo que él quería para ellos”, “no por lo que podía darles” sino “por lo que deseaba ser”, se sintieron defraudados y lo abandonaron.

Para abandonar a Jesús, “siempre” hay una buena excusa, para quedarse junto a él, basta la razón de Pedro, que bien mirada parece hasta poco digna: “no tenemos otro a quien acudir”.

El discípulo de Jesús tiene también que aprobar su “reválida”; ha de probar la tentación de la huida, ha de conocer la posibilidad de búsqueda de otros señores y nuevas oportunidades.
Y la deserción surgirá siempre de una desilusión que el mismo Cristo nos causa; antes de querer abandonarlo, nos han abandonado las ilusiones que nos hicimos cuando le seguíamos de cerca.

Probar la desilusión, nos conduce a la prueba de la fidelidad; quedarse con él, a pesar de todo y en contra de nuestros deseos, hará que lo re descubramos como quien verdaderamente es para nosotros; no como un alimentador más de nuestras hambres sino como el pan que sostiene nuestra vida, hoy y siempre.

Como el Dios de Josué antes de la conquista de la tierra prometida, Jesús exige mucho porque ha prometido mucho, nos compromete tanto cuanto él se siente comprometido con nosotros; como buen amigo, pide fidelidad porque ha puesto en nosotros su confianza; espera amor porque nos ha amado; nos obliga a optar por él, porque apostó antes por nosotros.
Quien se atreve a permanecer en él, sin muchas razones, salva su amistad y su vida.

Cristo tiene palabras de vida sólo para quien, aún sin entenderlas demasiado, las escucha, Cristo es el Santo de Dios, para todo aquel que no busca otro Dios ni otras cosas santas fuera de él.
Cristo es el Mesías consagrado, para todo el que opta por quedarse con él, aunque sólo sea porque no tiene a nadie más a quien acudir.

Si Jesús nos ha puesto tan bajo el precio de la fidelidad, lo escandaloso no es porqué tantos lo abandonan sino, más bien, porqué tan pocos han optado por quedarse con él.

Y nosotros,....¿cómo estamos?
Si tal vez no nos falten razones para abandonarlo, tenemos que buscar otras mejores razones para quedarnos junto a Él; sólo entonces sabremos lo bueno que es y lo mucho que nos quiere.


RECURSOS PARA LA HOMILÍA


Nexo entre las lecturas

En decidirse está la clave de los diversos textos litúrgicos. Las tribus reunidas por Josué en Siquén deben decidirse por servir o a Yahvéh o a otros dioses. Ellas deciden por Yahvéh (primera lectura). Los discípulos de Jesús, escandalizados por sus palabras (comer mi carne y beber mi sangre) son situados por Jesús ante una decisión: "¿También vosotros queréis marcharos?". Pedro, en nombre de los demás discípulos, se decide por Cristo: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Evangelio). Finalmente, en la segunda lectura, la decisión irrevocable de Cristo por su Iglesia sirve de ejemplo a la decisión mutua de los esposos en el amor.


Mensaje doctrinal

1. Un decidir responsable. Ser hombre con uso de razón es estar obligado a decidir en las pequeñas y en las grandes cosas de la vida. En otras palabras, vivir es tener que decidir. Esto es ya algo muy importante, pues nos diferencia de todas las demás criaturas del universo. Con todo, es incompleto porque se puede decidir bien, pero también se puede decidir mal. Más importante que decidir, es decidir bien. ¿Qué implica una buena decisión? He aquí algunos aspectos significativos:

1) Decidir bien implica dejar algo. Dejar ante todo aquello que impide o al menos dificulta la buena decisión. Las tribus de Israel tienen que dejar, renunciar a los dioses de sus padres y a los dioses de los amorreos (primera lectura). Los discípulos tienen que prescindir de sus prejuicios culturales y religiosos ante el escándalo de la Eucaristía (Evangelio). Los cónyuges tienen que renunciar a cualquier otro amor esponsal que no sea el del propio cónyuge (segunda lectura).

2) Decidir bien es preferir. Ciertamente, preferir el bien sobre el mal, pero en muchas ocasiones será preferir lo mejor sobre lo bueno. Se prefiere el bien y lo mejor, en conformidad con la vocación y misión que cada uno ha recibido en la vida. Todo aquello que se oponga a la vocación cristiana se ha de dejar, y todo aquello que la favorezca se ha de preferir. Lo que contribuya más a vivir mi vida cristiana lo que he preferir sobre otras cosas, por buenas que sean. Éste es el camino de hacer una decisión responsable.

2. Un decidir creyente. Para que una decisión sea responsable, ha de fundamentarse sobre bases sólidas. Éstas no son ni los sentimientos, ni los gustos o caprichos, ni las conveniencias personales, ni la fría y pura razón, ni el voluntarismo a ultranza. Hay que decidir desde la fe, desde la confianza total en la fidelidad y en el poder de Dios. Los israelitas se sentían atraídos por los dioses de los pueblos vecinos, pero tenían la experiencia de que Yahvéh es el único Dios fiel, rico en misericordia y piedad. Pedro y los discípulos han experimentado, en la convivencia con Jesús, que sólo Él "tiene palabras de vida eterna", por más que puedan sonar escandalosas a los oídos. Cuando un hombre y una mujer se dan un sí para siempre, lo hacen "en el Señor", es decir, confiados en el poder de Dios que les ayudará a mantener su decisión. Es la fe, una fe límpida, firme, cierta, irrevocable, la que impulsa y pone en acción la capacidad humana para tomar decisiones. Cuando las decisiones, en lugar de basarlas en la fe o en la razón iluminada por la fe, se fundamentan en cualquier otra cosa, se corre un grandísimo riesgo de que la decisión se tambalee y sucumba con el paso de los años, con el cambio de las situaciones, con el desgaste diario de la convivencia. La fe funda nuestras decisiones en la verdad y en el bien, que son columnas inamovibles y que aguantan todos los embates y todas las tormentas.


Sugerencias pastorales

1. No decidir a la ligera. En nuestra sociedad no pocas veces se toman decisiones a la ligera. Es verdad que hay muchas pequeñas decisiones de cada día que ni se piensan, y por lo demás no tienen importancia ni consecuencias notorias. Por ejemplo, la hora de salir de compras, a qué restaurante ir a cenar o qué menú elegir para la comida del domingo. Aunque sería mejor pensar también antes de esas pequeñas decisiones, a fin de formar la capacidad y el hábito de hacer siempre decisiones maduras. Hay, sin embargo, decisiones que afectan no sólo un momento o un aspecto, sino toda nuestra vida. Por ejemplo, casarte o no, con quién casarte, cambiar de religión, abortar o no abortar, ser o no ser practicante, colaborar o no colaborar con la parroquia, elegir uno u otro trabajo profesional, etc. Estas decisiones jamás han de tomarse a la ligera. De ese modo, se hace uno a sí mismo un gravísimo daño y perjudica notablemente además a la sociedad en general y especialmente a la sociedad familiar. Uno se pregunta cómo es posible que en cosas de tanta trascendencia, se pueda decidir de forma tan superficial. La respuesta que me doy a mí mismo es que la gente, sobre todo los más jóvenes, no han sido formados para decidir en conformidad con la verdad y con el bien. Son hijos del presente efímero, son hijos de la cultura usa y tira, son hijos de las satisfacciones inmediatas. ¿Cómo van a estar capacitados para tomar decisiones de toda la vida?

2. La decisión se forma. Se sabe que hay personas que por temperamento son capaces de decisión y otras que son menos decididas o indecisas. Independientemente del temperamento que se tenga, hay que formar al hombre para la decisión, de modo que ésta sea firme, responsable y madura. El temperamento muy decidido tendrá que hermanar la decisión con la prudencia para no arriesgar en exceso. El temperamento indeciso tendrá que desarrollar su intrepidez y valentía, a fin de dar oportunamente el paso a la decisión. Tanto uno como otro tomarán las decisiones con plena conciencia y libertad, a fin de que decidan de modo digno del hombre. Una decisión bajo coacción, sea ésta psicológica, física o moral, nunca será buena, como tampoco permitirá el crecimiento del hombre en dignidad y en humanismo. Para que el ser humano pueda llevar a cabo decisiones acertadas y enriquecedoras, se requiere hermanar las decisiones con su objeto propio, es decir, con el conocimiento del bien y de la verdad. Una decisión buena madura al calor de la reflexión y de la ponderación, ajenas por un lado a cualquier precipitación y atolondramiento y, por otro, a toda dejación, pereza mental o permanente estado de perplejidad. ¿Están formando los padres a los hijos para tomar decisiones maduras? ¿Damos los adultos a los jóvenes ejemplo de buenas decisiones, firmes y responsables? ¿Estamos convencidos de que formar la capacidad de decisión es más importante para el futuro de un hombre que saber mucha informática o tener un título universitario?

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