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miércoles, 19 de agosto de 2009

PAN PARA CELEBRAR LA FIESTA


Por José Enrique Galarreta sj
Publicado por Fe Adulta

El que se alimenta de este pan tiene vida eterna. “No como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron”. Alimentos para la vida, alimentos para la muerte. Cebar la carne para que se pudra más materia, alimentar el espíritu para que todo sea eterno.

Es un acto de fe en el ser humano lo que se nos pide al creer en Jesús. Es un acto de fe en que el ser humano es mucho más que carne, que posesión, que placer, que venganza, que poder … Desde el capítulo 2 del libro del Génesis se proclama que el ser humano es barro, pero con espíritu de Dios, que tiene el mismo aliento con que Dios respira.

Jesús viene a alimentar el Espíritu. Jesús viene a que vivamos con Espíritu, alentados, elevados por el Viento de Dios muy por encima de las permanentes insatisfacciones de nuestro barro.

Se alimenta de Jesús “el espíritu”, no “la carne”. El espíritu es lo que tira para arriba, la carne lo que tira para abajo. “Arriba y abajo” tienen el mismo significado que en la fiesta de la Ascensión; en definitiva, hacia la plenitud en Dios o hacia el fracaso vital.

Espíritu significa siempre viento, volar, ascender, navegar, alentar, animar…. Carne significa siempre corrupción, provisionalidad, pesadez, conformismo, gravedad, peso.

LA CARNE DE JESÚS

El cuarto evangelio, que a tantos (incluso de los mejores teólogos de la iglesia) ha inducido –por leerlo mal– a un docetismo alarmante, haciendo concebir a Jesús como un ser divino con apariencia humana, es sumamente explícito y cuidadoso en afirmar su humanidad real, verdadera, indispensable.

La carne y la sangre son la humanidad, la carne y la sangre hacen evidente la realidad humana, carnal, sólida, tocable, mortal.

La carne y la sangre son la fiabilidad de nuestra fe en Jesús. Si no fuera carne y sangre sería mentira. Si no fuera carne y sangre sería mito.

La carne vaciada de sangre que exhibe Jesús muerto, tan cruelmente reseñada por el mismo cuarto evangelio, y tantas veces comentada desde delirios místicos, es ante todo la proclamación clamorosa de la fe en la humanidad. Es esta fe en la humanidad el punto de partida de toda fe. Si no nos tragamos enteramente la humanidad jamás nos alimentaremos de la divinidad.

Muchos han vuelto a Calcedonia para volver a insistir en divinidad. Muchos hoy creen alimentarse de Cristo olvidando la carne y la sangre. Muchos han vuelto a descubrir la carne y la sangre, la humanidad de Jesús, como alimento de su fe, como sustento de lo divino de Jesús. Pero sólo tiene vida eterna el que come la carne y la sangre, la humanidad real de Jesús.

COMER SU CARNE, BEBER SU SANGRE

¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Sin duda, el evangelista está haciendo una pregunta retórica, para tener ocasión de insistir en el mensaje. No nos cabe en la cabeza que nadie haya pensado nunca en masticar la carne física de Jesús, ni en beber físicamente su sangre, ni que sus interlocutores lo pensaran.

¿Habrá alguien todavía tan tonto como para hacer la misma pregunta que el evangelio atribuye a los judíos? ¿Habrá alguien todavía que se imagine que le pasa algo a su espíritu dando un mordisco a Jesús o bebiéndole la sangre? ¿Habrá alguien todavía tan influido por la magia ancestral y el residuo de los mitos primitivos?

Comulgar es todavía para bastantes personas tragarse algo que parece pan pero es Dios. Y desde el estómago o desde cualquier rincón físico de su cuerpo, ese Dios que parece pan actúa, como una tableta de medicina efervescente que en el tubo parece inerte, pero puesta en agua empieza a soltar un sorprendente flujo de burbujas curativas.

Para muchas personas esto es ya simple magia superada, pero para algunas (¿muchas?) otras, todavía es la creencia habitual. Si las líneas anteriores nos han sobresaltado o escandalizado, quizá sea porque necesitamos revisar nuestro concepto de comunión.

EL REINO COMO BANQUETE

Jesús como banquete. No simplemente como comida, alimento, sino como fiesta y abundancia.

Es un tema que recorre horizontalmente todos los demás de la Buena Noticia, y que olvidamos con demasiada frecuencia. Una nueva Ley, más exigente aún que la anterior no es una noticia demasiado buena. Una renuncia a todo lo que nos atrae para merecer el premio eterno (más aún si es para evitar el eterno castigo) tampoco lo es.

Pero Jesús centra su predicación en dos expresiones similares: la Buena Noticia y el Reino. Y lo expresa en acciones festivas: los discípulos no ayunan “porque están con el novio”; el ministerio de Jesús se inicia en el cuarto evangelio con una boda en que Jesús ofrece el vino en abundancia, significativas parábolas tienen al banquete como clímax … no repetiremos todos los pasajes en que aparece esta idea.

Sí insistiremos en el profundo paralelismo de estas expresiones con la parábola del Tesoro, tan medular en el mensaje de la Buena Noticia, y en lo significativo de la primera palabra de cada “bienaventuranza”: dichosos.

Lo de Jesús es una fiesta; es de gente bien alimentada, que dispone de agua abundante y vino a discreción, a plena luz, en medio de amigos, disfrutando de la invitación y la presencia del Padre. Esto es una imagen del mundo definitivo, y Jesús alude a ese Banquete definitivo en varias ocasiones, pero es también una imagen de la situación interior de los que siguen a Jesús.

Tener la vida llena de sentido, sentirse liberado de tantas necesidades que no hacen más que encadenarnos, sentirse estimulado por el amor, no por el miedo, saberse querido, útil, necesario, atender a valores válidos para la humanidad entera, vivir comprometido, compartiendo, humanizando y humanizándose, fundar la esperanza de vida eterna en el amor de un Padre…

Y, por encima de todo, conocer a Dios, y liberarse así de todo miedo, al juicio, al pecado, a la muerte, a la propia debilidad…. Vivir así es un regalo indescriptible, estupendamente calificado por Jesús como Tesoro, como Fiesta, como boda con abundancia del mejor vino, como Banquete, como Reino.

A veces, nuestra pequeñez mental pide de Dios simplemente parches para los dolores pasajeros o, peor aún, que nos ayude a conseguir bienes de tierra, de los que esclavizan el corazón y nunca producen felicidad. Si desnudamos nuestras oraciones de petición, probable-mente encontraremos en el fondo de todas ellas el deseo de disfrutar de este mundo, de no comprometernos con nadie, de vivir bien aquí sin dolor ni muerte… Somos desgraciados deseando todo esto y más aún porque Dios no nos lo da.

Cambiemos a Jesús. Vivimos para construir el reino, como ciudadanos de la Ciudad Definitiva. Nuestros valores no son de tierra ni para la tierra, aceptamos la misión: y entonces –y solamente entonces– experimentaremos que lo de Jesús es una Estupenda Noticia, un modo de vivir fascinante, satisfactorio, aquí y para siempre.

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