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sábado, 15 de agosto de 2009

XX Domingo del T.O. (Juan 6, 51-59) - Ciclo B: Qué clase de invitación...


Pero, ¿por quién nos toma?

En verdad una invitación insolente esa firmada por la señora Sabiduría para el suntuoso banquete que dice haber preparado. Los destinatarios tendrían motivo para ofenderse, lejos de sentirse honrados...

Intentemos imaginar: los huéspedes, todos rigurosamente seleccionados, deberían pertenecer a la clase de los inexpertos (o, a elegir, los incautos), de los faltos de juicio, de los tontos, de los que no brillan por su inteligencia. En una palabra, estúpidos e ignorantes.

Nadie, evidentemente, se reconocería en estas categorías. ¿Pero por quién nos toma esa ama de casa? Es natural que a ese banquete no acuda nadie. Nadie se siente con ganas de frecuentar una escuela, aunque fuera agradable (cosa por demostrar...), en la que uno se hace «inteligente». ¡Qué historias!, cada uno ya se preocupa de cultivar la inteligencia. En todo caso los otros son los ignorantes, los que no entienden nada, los que tienen necesidad de aprender.

Si después se piensa que la sagacidad se confunde con la astucia, la zorrería, entonces hay maestros en circulación en número muy superior a los eventuales discípulos deseosos de aprender, no tanto el arte de vivir, cuanto más bien los trucos astutos para arreglárselas en cualquier circunstancia, con el mínimo dispendio de energías (comprendidas las mentales).

Por tanto, gracias, pero la cosa no me interesa mucho, mejor dicho, no me interesa en absoluto. En la vida sé arreglármelas solo. Y además no es el caso de complicarse la existencia.

¿Vivir bien? ¿caminar por el camino de la prudencia? ¡Pero cuántas historias! Lo importante es estar mejor. Ciertas disquisiciones sobre los ideales y valores dejémoslo para los que tienen tiempo que perder en cuestiones inútiles. Nosotros tenemos otras muchas preocupaciones en la cabeza.

Y además, ¿toda esta sabiduría tan decantada, acaso no es cosa de viejos? ¿acaso la sabiduría asegura el éxito, hace ganar dinero, te hace «progresar» en la vida, te hace prevalecer sobre los demás? Parece que no. Así pues, quédate con ella. No nos interesa.

Hay motivos para sospechar que sus platos, tan decantados, son un poco rancios, pasados, poco apetitosos para nuestros gustos.


Ir a recoger los restos

Trasferido el asunto a la situación de hoy, tengo la impresión de que los banquetes de la sabiduría se han multiplicado de una manera desproporcionada. Pero hay que ver si esa es la verdadera sabiduría.

Hay para todos los gustos. Y las criadas, enviadas a reclutar clientes, endosan divisas llamativas de colores vistosos, tienen tonos y modos persuasivos, además de un aspecto muy agradable.

Se ha cuidado de cambiar el nombre del ama de casa, muy poco... atrayente. Por eso ha sido sustituido con una variedad de «nombres de arte»: éxito, carrera, popularidad, habilidad para hacer dinero, poder, fama, comodidad, secreto para estar en forma, felicidad naturalmente...

La competencia aparece despiadada entre quien ofrece más a menor precio, asegurando resultados en poco tiempo y sin ningún sacrificio por parte del invitado.


Todos son muy persuasivos. ¡Y ya no se sabe a quién no creer!

Creo que la sabiduría —la verdadera de la que habla la Biblia—, y no sé si en esto está de acuerdo el predicador, ha terminado por levantar la mesa, o incluso desmontarla.

Quiero decir: no hay que hacerse la ilusión de encontrar la sabiduría ya preparada, lista para consumir. No es posible encontrar la sabiduría en «bloque», confeccionada, para desenvolverla y consumirla en caso necesario.

No existe un libro que contenga toda la sabiduría, y ni siquiera un compendio. La sabiduría está dispersa, hay que buscar los fragmentos, es más, las migajas esparcidas por todas partes. No existe un lugar único en donde encontrarla, y mucho menos alguien que pueda gloriarse de tener su monopolio.

Hay que dirigirse a muchos, y estar con los ojos abiertos, los oídos atentos. Preguntar, oír, discutir, guardar los trocitos.

La sabiduría puede esconderse allá donde menos lo esperes. Los individuos más dispares están dispuestos a ofrecerte alguna porción o al menos algún hilo precioso. Por eso no hay que tener prevenciones contra nadie.

Sobre todo es necesario no quedarse en el envoltorio que puede aparecer poco brillante, en absoluto atrayente, incluso decididamente modesto, anticuado.

Personalmente, cuando me acerco a los ancianos de «mi» asilo, normalmente vuelvo a casa con una buena provisión de sabiduría, de esa que, a pesar de las apariencias, resiste la prueba del tiempo. Sabiduría hecha en casa, con ingredientes genuinos.

En efecto, la lección de la sabiduría llega de lejos y tiene una voz débil, y ciertamente no dispone de los altavoces ruidosos que hoy se instalan en todas las esquinas de las plazas y de las carreteras.

Me sorprende que el predicador, el domingo, no haya hecho alusión a la necesidad de recoger las migajas de sabiduría esparcidas por todas partes.

El daba la impresión de que, con un curso acelerado, y con media docena de fórmulas brillantes, que hoy arrecian también en campo cristiano, uno pueda estar debidamente equipado y lograr arreglárselas óptimamente a lo largo del camino de la fe.

Yo, por el contrario, no quiero creer que el equivalente de una sor Germana con sus popularísimos y discutidos libros de recetas, esté en disposición de cocinar una existencia no excesivamente insípida.


« ¡Qué tiempos! »: se ha dicho desde el primer día...

Me dejó impresionado la observación de Pablo, según el cual hay que «comprar la ocasión, porque vienen días malos».

Ante todo, es consolador pensar que siempre ha habido «días malos», mejor dicho, han comenzado precisamente el primer día de la aparición del hombre sobre la tierra. «Los días malos» ya existían antes. «Días malos» había en tiempo de Pablo, y seguramente antes también. Por lo que, quién sabe cuántas personas, en el curso de los milenios, se habrán preguntado, alarmadas: «Fíjate en qué tiempo más desgraciado nos toca vivir... A este paso dónde iremos a parar...».

De días malos a días malos, bien o mal, hemos llegado hasta hoy. Y los predicadores denunciando continua y acaloradamente las maldades de los tiempos modernos.

«Estamos tocando fondo». El hecho es que el fondo se ha tocado inmediatamente, desde el principio, en el momento mismo en que el hombre ha cometido la primera tontería.

Pero lo que impresiona en la frase de Pablo es la aparente contradicción: sacar ventajas de la ocasión presente porque los días son malos, o sea, no ofrecen nada bueno.

Sería más lógico que hubiese dicho: a pesar de que los tiempos son malos. Pero no, ha dicho porque. Como advirtiendo: no dejéis escapar esta ocasión tan poco propicia.

La sabiduría, pues, significa transformar en ocasiones favorables los tiempos poco propicios, es más, decididamente nefastos. Se trata de no dejarse escapar las numerosas ocasiones propiciadas por nuestros días aciagos.

Como diciendo que este mundo nuestro tan vituperado ofrece infinitas posibilidades de bien.


El pan que nos arranca de la muerte

El predicador, que más bien ha planeado respecto a la sabiduría, se ha rehecho comentando espléndidamente el texto evangélico. Me limito a reproducir sucintamente algunas observaciones suyas.

La vida viene del pan que comemos. Nuestra vida tiene una dimensión que va más allá de la materia, y sin embargo se nutre de materia.

Y también la vida de Dios se nos ofrece a través del pan, aunque es un pan distinto, un pan venido del cielo.

Como del pan de todos los días, también a propósito de la Eucaristía se puede afirmar que un alimento material nutre una vida espiritual, la de Dios en nosotros.

Pero este pan, aunque material, contiene un elemento divino, o sea, la vida que está en Dios y que se nos comunica. Finalmente, desde el momento que este pan es la vida de Dios, una vida sin límite, he ahí que nos coloca en una dimensión infinita. Por lo que, ya ahora, la comunión con el pan eucarístico nos arranca anticipadamente de nuestra muerte futura y nos hace entrar en posesión, ya desde ahora, de la vida eterna.

Y aquí, naturalmente, estamos en un campo en que la sabiduría humana, aun de óptima calidad, no tiene nada que decir. Debe callar.

La sabiduría, en relación a este banquete especial, invita a callar frente al misterio.

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