Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 21, 1-4
Levantando los ojos, Jesús vio a unos ricos que ponían sus ofrendas en el tesoro del Templo. Vio también a una viuda de condición muy humilde, que ponía dos pequeñas monedas de cobre, y dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie. Porque todos los demás dieron como ofrenda algo de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir».
Para ir más a fondo en el relato de hoy, es necesario que tengamos claro que se trata de la otra cara de la moneda de la escena anterior donde Jesús instruyó a los discípulos sobre comportamientos que hay que evitar: el querer llamar la atención de los demás (ver Lc 20,45-47).
Al final de esa instrucción Jesús ha denunciado de los escribas que ellos “devoran la hacienda de las viudas” (20,47). Ahora Jesús se detiene en el Templo para observar y hacer observar a una viuda que llega al recinto sacro.
El pasaje del “óbolo de la viuda” tiene dos partes:
- Jesús observa el movimiento de la gente que echa sus donativos en el arca del Tesoro del Templo y repara en el gesto de unos ricos y el de una viuda pobre (21,1-2).
- Jesús analiza lo que ha observado y hace un pronunciamiento (21,3-4).
Subrayemos lo central del texto.
Notemos que se destaca dos veces el verbo “ver”, cuyo sujeto es Jesús:
- “Vio a unos ricos” (21,1).
- “Vio a una viuda pobre” (21,2).
No es extraño que se le de importancia a la mirada de Jesús. Según Lucas la mirada del Señor
- Descubre las intenciones más profundas del corazón (Lc 6,8)
- Elige (5,27).
- Invita a sus discípulos a la alegría de las bienaventuranzas (6,20).
- Capta la fe de los que cargan el paralítico (5,20).
- Nota el dolor de la viuda de Naím (7,13).
- Lleva a ver lo que él ha visto primero: el amor de la mujer pecadora (7,44).
- Le recuerda a Pedro su pecado (22,61).
Pues bien, Jesús ve –por supuesto- la ofrenda fastuosa de los ricos, pero también ve lo que los otros no ven: que la viuda no ha entregado solamente la ofrenda que estaba a su alcance, sino que su donación era ella misma.
La frase “todo cuanto tenía para vivir” (21,4), muestra que la viuda entregó aquello de lo cual pendía su existencia.
De esta manera Jesús nos enseña:
1. Que debemos valorar lo pequeño. Hay que valorar los pequeños esfuerzos de conversión que hacen nuestros hermanos. Hay que valorar las pequeñas contribuciones que hacen de corazón. Hay que valorar los pequeños gestos de amor que nutren la amistad.
2. Que la mujer viuda es un auténtico modelo de discípulo del Señor, porque el discípulo es aquél que –como su Maestro- aprende a vaciarse de sí mismo en la donación de su propia vida en la cotidianidad.
3. Que en el pasar del “dar de lo que nos sobra” (la donación que no nos afecta) al “darnos nosotros mismos” (al perder algo fundamental de nuestra vida), abandonamos toda nuestra vida en Dios como lo hizo Jesús en la Cruz. La fuente y el culmen de la vida cristiana no es solo el celebrar sino el llegar a ser “Eucaristía” viviente.
La mujer puso toda su vida en Dios. ¡Ojalá pudiéramos vivir este radical abandono en los brazos de Dios!
1. Muchas veces esperamos cambios significativos en la vida de algunas de las personas que nos rodean, pero ¿les valoramos los pequeños pasos?
2. ¿Mi oración de alabanza se basa solamente en las grandes y notables acciones de Dios en mi vida o se nutre cada día de lo pequeñito y humilde?
3. ¿En mi entrega al Señor y a los demás: doy de lo que me sobra o me doy yo mismo con todo mi ser? ¿Soy una Eucaristía viviente?
Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL
Valorar lo pequeño
Lucas 21,1-4
“Vio una viuda que echaba dos moneditas”
Por CELAM - CEBIPAL
Valorar lo pequeño
Lucas 21,1-4
“Vio una viuda que echaba dos moneditas”
Para ir más a fondo en el relato de hoy, es necesario que tengamos claro que se trata de la otra cara de la moneda de la escena anterior donde Jesús instruyó a los discípulos sobre comportamientos que hay que evitar: el querer llamar la atención de los demás (ver Lc 20,45-47).
Al final de esa instrucción Jesús ha denunciado de los escribas que ellos “devoran la hacienda de las viudas” (20,47). Ahora Jesús se detiene en el Templo para observar y hacer observar a una viuda que llega al recinto sacro.
El pasaje del “óbolo de la viuda” tiene dos partes:
- Jesús observa el movimiento de la gente que echa sus donativos en el arca del Tesoro del Templo y repara en el gesto de unos ricos y el de una viuda pobre (21,1-2).
- Jesús analiza lo que ha observado y hace un pronunciamiento (21,3-4).
Subrayemos lo central del texto.
Notemos que se destaca dos veces el verbo “ver”, cuyo sujeto es Jesús:
- “Vio a unos ricos” (21,1).
- “Vio a una viuda pobre” (21,2).
No es extraño que se le de importancia a la mirada de Jesús. Según Lucas la mirada del Señor
- Descubre las intenciones más profundas del corazón (Lc 6,8)
- Elige (5,27).
- Invita a sus discípulos a la alegría de las bienaventuranzas (6,20).
- Capta la fe de los que cargan el paralítico (5,20).
- Nota el dolor de la viuda de Naím (7,13).
- Lleva a ver lo que él ha visto primero: el amor de la mujer pecadora (7,44).
- Le recuerda a Pedro su pecado (22,61).
Pues bien, Jesús ve –por supuesto- la ofrenda fastuosa de los ricos, pero también ve lo que los otros no ven: que la viuda no ha entregado solamente la ofrenda que estaba a su alcance, sino que su donación era ella misma.
La frase “todo cuanto tenía para vivir” (21,4), muestra que la viuda entregó aquello de lo cual pendía su existencia.
De esta manera Jesús nos enseña:
1. Que debemos valorar lo pequeño. Hay que valorar los pequeños esfuerzos de conversión que hacen nuestros hermanos. Hay que valorar las pequeñas contribuciones que hacen de corazón. Hay que valorar los pequeños gestos de amor que nutren la amistad.
2. Que la mujer viuda es un auténtico modelo de discípulo del Señor, porque el discípulo es aquél que –como su Maestro- aprende a vaciarse de sí mismo en la donación de su propia vida en la cotidianidad.
3. Que en el pasar del “dar de lo que nos sobra” (la donación que no nos afecta) al “darnos nosotros mismos” (al perder algo fundamental de nuestra vida), abandonamos toda nuestra vida en Dios como lo hizo Jesús en la Cruz. La fuente y el culmen de la vida cristiana no es solo el celebrar sino el llegar a ser “Eucaristía” viviente.
La mujer puso toda su vida en Dios. ¡Ojalá pudiéramos vivir este radical abandono en los brazos de Dios!
Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
1. Muchas veces esperamos cambios significativos en la vida de algunas de las personas que nos rodean, pero ¿les valoramos los pequeños pasos?
2. ¿Mi oración de alabanza se basa solamente en las grandes y notables acciones de Dios en mi vida o se nutre cada día de lo pequeñito y humilde?
3. ¿En mi entrega al Señor y a los demás: doy de lo que me sobra o me doy yo mismo con todo mi ser? ¿Soy una Eucaristía viviente?
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