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jueves, 1 de abril de 2010

Evangelio Misionero del Día: Viernes 2 de Abril de 2010 - VIERNES SANTO


Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1--19,42

¿A quién buscan?

C. Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar un huerto y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó:
a «¿A quién buscan?»
C. Le respondieron:
S. «A Jesús, el Nazareno».
C. Él les dijo:
a «Soy Yo».
C. Judas, el que lo entregaba estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: «Soy yo», ellos retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó nuevamente:
a «¿A quién buscan?»
C. Le dijeron:
S. «A Jesús, el Nazareno».
C. Jesús repitió:
a «Ya les dije que soy Yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan».
C. Así debía cumplirse la palabra que Él había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me confiaste». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro:
a «Envaina tu espada. ¿Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?»

Se apoderaron de Jesús y lo ataron

C. El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: «Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo».

¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?

C. Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:
S. «¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?»
C. Él le respondió:
S. «No lo soy».
C. Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió:
a «He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho».
C. Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole:
S. «¿Así respondes al Sumo Sacerdote?»
C. Jesús le respondió:
a «Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron:
S. «¿No eres tú también uno de sus discípulos?»
C. Él lo negó y dijo:
S. «No lo soy».
C. Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquél al que Pedro había cortado la oreja, insistió:
S. «¿Acaso no te vi con Él en la huerta?»
C. Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.

Mi realeza no es de este mundo.

C. Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilato salió adonde estaban ellos y les preguntó:
S. «¿ Qué acusación traen contra este hombre?»
C. Ellos respondieron:
S. «Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado».
C. Pilato les dijo:
S. «Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la ley que tienen».
C. Los judíos le dijeron:
S. «A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie».
C. Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó:
S. «¿Eres Tú el rey de los judíos?»
C. Jesús le respondió:
a «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?»
C. Pilato replicó:
S. «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?»
C. Jesús respondió:
a «Mi realeza no es de este mundo.
Si mi realeza fuera de este mundo,
los que están a mi servicio habrían combatido
para que Yo no fuera entregado a los judíos.
Pero mi realeza no es de aquí».
C. Pilato le dijo:
S. «¿Entonces Tú eres rey?»
C. Jesús respondió:
a «Tú lo dices:
Yo soy rey.
Para esto he nacido
y he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad.
El que es de la verdad, escucha mi voz».
C. Pilato le preguntó:
S. «¿ Qué es la verdad?»
C. Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en Él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?»
C. Ellos comenzaron a gritar, diciendo:
S. «¡A Él no, a Barrabás!»
C. Barrabás era un bandido.

¡Salud, rey de los judíos!

C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo azotó. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto púrpura, y acercándose, le decían:
S. «¡Salud, rey de los judíos!»
C. Y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo:
S. «Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en El ningún motivo de condena».
C. Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto púrpura. Pilato les dijo:
S. «¡Aquí tienen al hombre!»
C. Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron:
S. «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en Él ningún motivo para condenarlo».
C. Los judíos respondieron:
S. «Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque Él pretende ser Hijo de Dios».
C. Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús:
S. «¿De dónde eres Tú?»
C. Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo:
S. «¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?»
C. Jesús le respondió:
a «Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si esta ocasión no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave».

¡Sácalo! ¡Sácalo! ¡Crucifícalo!

C. Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban:
S. «Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César».
C. Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado «el Empedrado», en hebreo, «Gábata».
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos:
S. «Aquí tienen a su rey».
C. Ellos vociferaban:
S. «¡Sácalo! ¡Sácalo! ¡Crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «¿Voy a crucificar a su rey?»
C. Los sumos sacerdotes respondieron:
S. «No tenemos otro rey que el César».
C. Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.

Lo crucificaron, y con Él a otros dos

C. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en hebreo «Gólgota». Allí lo crucificaron; y con Él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: «Jesús el Nazareno, rey de los judíos», y la colocó sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. «No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos"».
C. Pilato respondió:
S. «Lo escrito, escrito está».

Se repartieron mis vestiduras

C. Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí:
S. «No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca».
C. Así se cumplió la Escritura que dice:
«Se repartieron mis vestiduras
y sortearon mi túnica».
Esto fue loque hicieron los soldados.

¡Aquí tienes a tu hijo! ¡Aquí tienes a tu madre!

C. Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo:
a «Mujer, aquí tienes a tu hijo».
C. Luego dijo al discípulo:
a «Aquí tienes a tu madre».
C. Y desde aquella Hora, el discípulo la recibió como suya.

Todo se ha cumplido

C. Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo:
a «Tengo sed».
C. Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús:
a «Todo se ha cumplido».
C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Aquí todos se arrodillan, y se hace un breve silencio de adoración.

En seguida brotó sangre yagua

C. Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a Él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice:

«No le quebrarán ninguno de sus huesos».
Y otro pasaje de la Escritura, dice:
«Verán al que ellos mismos traspasaron».

Envolvieron con vendas el cuerpo de Jesús,
agregándole la mezcla de perfumes

C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos-- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.


COMPARTIENDO LA PALABRA
Por Pedro Garcia cmf

¡Señor Jesucristo, mi Señor Crucificado! Otro día que no quiero hablar de ti, sino hablarte a ti.
Pero, ¿se puede hablar con un muerto? ¿Se puede hablar contigo, clavado sin vida en una cruz?...
En este Viernes Santo no veo más que un cuerpo destrozado, unos músculos rígidos, una cabeza caída, un pecho rasgado, y, en torno a ti, un silencio sobrecogedor...
Y, sin embargo, Tú hablas, y escuchas, y recibes, y abrazas, y ofreces tu sangre embriagadora al que te besa con amor las llagas...
Así, así vengo yo ahora a ti. En esa Cruz has asentado tu cátedra de Maestro, y me das tus lecciones más soberanas. ¿Las quiero aprender?...
Me das una lección de amor, ante todo. Tu apóstol Pablo nos lo dice de una manera ponderativa:
- ¡Cristo, que me amó y se entregó a la muerte por mí!...
¿Tanto te interesaba yo, Jesús, que el Rey del Cielo haya bajado hasta aniquilarse de esta manera para salvarme a mí, que no merecía más que la ira de Dios?... ¡Por mí has muerto, Señor! Y esas tus cinco llagas son otras cinco bocas que, en silencio potentísimo, están jurando que Tú me amas.
Lección de entrega al Padre, que busca obediencia humilde, confiada y amorosa de la criatura. Contra el soberbio que rechaza a Dios, Tú te presentas ante Él como Siervo humilde que se rinde al Creador:
- ¡Padre, que no se haga mi voluntad, sino la tuya!... ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!...
¿Aprenderé de ti, Señor Jesús, a ser obediente a Dios, a entregarme a su voluntad divina, a fiarme de mi Padre que me ama, a esperar en Él contra toda esperanza?...
Me das, Jesús, otra lección de viva esperanza, también. Hoy veré en la función sagrada y severa del culto cómo el Sacerdote levanta la Cruz en alto, y proclama a los cuatro vientos:
- ¡He aquí el madero de la Cruz, del cual estuvo pendiente la salvación del mundo!
Yo, Señor, no me puedo perder mientras esté con los brazos agarrados a esta tu Cruz.
En ella tengo la vida de Dios, que Tú me has merecido y que dejas escapar a torrentes por ese agujero que la lanza despiadada ha abierto en tu costado.
No podrá hacerme nada el enemigo, si me meto audazmente por esa hendidura y me encierro en tu divino Corazón...
Aprendo también de ti, Jesús mío Crucificado, una lección de esa generosidad que tanto necesito.
Cuando me sobreviene una contradicción, te digo que NO.
Cuando aparece el dolor, te digo que NO.
Cuando me pides un sacrificio, te digo que NO.
¿Podré seguir diciéndote siempre que NO, cuando esperas de mí un SI generoso, para corresponder con amor al amor inmenso que me demuestras con tu Cruz?...
Desde esta tu Cruz, Señor Jesús, me enseñas finalmente a valorar la muerte, la de los míos y la mía propia.
¡Qué dulce debe ser el morir dándote un beso a ti en tu Cruz!
Hay quienes hacen desaparecer imprudentemente tu Cruz del hogar, para sustituirla con cuadros más del día... No seré yo quien lo haga ni lo diga, Señor.
La Cruz que besarán mis labios al morir, y la Cruz que coronará mi tumba, esa misma Cruz quiero que bendiga y santifique todos los actos de la vida en mi hogar.
¡Lo que dice tu Cruz! ¡La paz y el consuelo que nos trae cuando perdemos a uno de esos que son un pedazo de nuestro corazón!...
Aquel poeta cristiano lo cantó bellamente cuando en su juventud vio que el hogar perdía el sostén y el calor de los papás: Contemplando el Crucifijo, pudo exclamar:
Ese Cristo, sin arte y sin historia,
fue para el pobre hogar que le dio abrigo
urna de bendición, fuente de gloria
y mudo, sí, pero inmutable amigo.
Por Él, cuando la hambrienta sepultura
aquel honrado hogar dejó vacío,
tuvieron, ¡ay! sus hijos sin ventura
a quien llamar llorando “¡Padre mío!”... (Núñez de Arce)
Mirándote en tu Cruz, esperaré yo también el instante supremo, porque quiero que seas Tú, Señor Jesús, quien recibas mi último beso. Por eso, te digo también con otro poeta delicado:
Y así, con la mirada en Vos prendida
y así, con la mirada prisionera,
como la carne a vuestra Cruz asida,
quédese, Señor, el alma entera,
y así, clavada en vuestra Cruz mi vida,
Señor, así, cuando queráis, me muera (R. Sánchez Mazas)
¡Señor Jesucristo! ¡Señor de la Cruz del Viernes Santo!
Tu Iglesia te mira como la fuente de la salvación. ¡Sálvanos, Señor, que no perezcamos!
El mundo te necesita. ¡Que tu sombra cobije, Señor, la Tierra entera!...

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