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sábado, 24 de abril de 2010

“Me conocen y yo les conozco”

IV Domingo de Pascua (JUAN 10, 27-30)- Ciclo C

Pocas palabras las que hoy escuchamos en esta página del evangelio de Juan, pero de gran interés, están cargadas de esperanza, son también una llamada a nuestra responsabilidad. Son las últimas de la parábola que todos conocemos del buen Pastor, Jesús se ha definido como el buen Pastor que cuida de los suyos: “Yo les conozco, escuchan mi voz, y me siguen”.

Jesús nos asegura que ”conoce” a los que le siguen, no genéricamente, sino personalmente, uno a uno.

La palabra conocer en lenguaje bíblico significa algo más profundo que una actividad intelectual, en este sentido indica una intimidad con el distintivo del amor, significa unión de mentes y de corazones, cercanía personal, afecto, intimidad. Jesús nos asegura que nos ofrece lo mejor que tiene, participar de su vida, una vida que nunca acaba. Nos asegura que nos conoce así.

Pero Jesús precisa también: “Escuchan mi voz... y me siguen”. Escuchar a Jesús, escuchar el evangelio, no resulta tan sencillo como pudiera creerse. Nosotros, cuando escuchamos, es fácil que oigamos solo aquello que queremos oír y para asegurarnos de que tenemos razón, decimos que se ha dicho lo que nos conviene. Esto, frecuente en la vida social, también sucede en la vida de fe. A la vista, las interpretaciones opuestas que hacen incluso algunos que se dicen expertos de la lectura bíblica. El resultado, cuántos evangelios desfigurados y mutilados, creados conforme a nuestros intereses.

El escuchar en sentido bíblico comporta también una relación estrecha. Jesús es nuestro hermano, el escucharle indica que queremos seguir una relación de confianza, de amistad con Él.

¿Estas palabras nos dicen hoy algo a nosotros? ¿nos resultan actuales?

En nuestras dificultades, en las crisis que vivimos, también nosotros los cristianos nos podemos encontrar a veces perdidos, abrumados por nuestros errores, los errores de personas en quienes hemos puesto nuestra confianza y sentirnos solos, desligados de otros que afirman ser seguidores de Jesús, cada uno tratamos entonces de defendernos como podemos, ignorando tristemente incluso al “buen Pastor”, que es Dios que cuida y guía la vida de cada ser humano, y vivimos como “huérfanos” al encontrarnos sin Padre.

Que nosotros estemos en crisis no significa que Dios esté en crisis. Que las gentes se marchen de nuestras Iglesias, que nos culpen por nuestros errores, por nuestros pecados, por los de las gentes cercanas a nosotros, que no acertemos a dialogar con los hombres de hoy, no quiere decir que hayamos perdido la protección de nuestro Dios, que perdamos su buena mano protectora, no significa que Dios ya no encuentre caminos para hablar al corazón de cada persona, a nuestro corazón, no quiere decir que Dios se haya quedado sin fuerzas para salvarnos. Ninguna crisis religiosa y ninguna mediocridad de la iglesia podrán “arrebatar de sus manos” a los hijos e hijas a los que el Padre ama con amor infinito. Dios no abandona a nadie.

Dice Jesús: “puede haber gente ajena que pretende arrebatar las ovejas”. Pero también ha dicho que no lo permite: “Nadie las arrebatará de mi mano”. Ni siquiera la muerte logrará romper esta unión, no logrará “separar”. Porque la vida que el Pastor da a sus ovejas es la vida definitiva.

Es posible que nos sorprenda la insistencia de estas llamadas de Jesús resucitado para mantener una relación de esperanza y de amor con Él. No olvidemos, nos ha dicho que los suyos “escuchan su voz”, y “que la reconocen”.

Este llamamiento de Jesús resucitado a seguirle, manteniendo con Él la relación que nos presenta la página evangélica, en modo alguno está en contradicción con su llamamiento de amar a los hermanos, con los más necesitados de ayuda, con los que sufren las injusticias de esta vida, con nuestros compromisos sociales o personales. No son llamadas ni seguimientos contradictorios. Es seguir a Jesús como él lo desea.

Pensemos que la voz con la que Él habla está hoy también en los gritos de dolor de los que sufren en los hospitales, en los hambrientos del mundo, en los excluidos de la sociedad por ser pobres, por tener un color de piel diferente al nuestro, porque son drogadictos. Jesús está en ellos, hemos de pedirle fuerzas para no rechazar, ni cambiar de acera cuando se aproxima un pobre, que nos dé fuerzas para estar mas junto a ellos porque ellos son también sus hijos y nuestros hermanos.

Pensemos que los que le siguen, los que Él considera suyos, han respondido libremente a su llamada personal, saben a qué se comprometen, a veces con riesgos bien conocidos por los compromisos que asumen. Jesús ha dicho: ”me escuchan y yo les conozco, me siguen yo les doy la vida eterna”. Le han escogido a Él como ideal definitivo de sus vidas, es una opción libre. Nada hay más lejos de la verdad que presentar a sus discípulos como un rebaño que le sigue sin criterio propio.

Jesús quiere transformar nuestras vidas en hombres y mujeres nuevos que tratan de comprender y vivir toda su existencia a partir de la escucha sincera de Jesucristo y de su mensaje, por eso se llaman cristianos.

Él espera que respondamos, aceptando esa relación de maravillosa intimidad, porque quien le escucha es quien puede llegar también a conocerle a Él, y éste es su deseo, que con el Espíritu que nos ha comunicado, vivamos en intimidad con Él y con el Padre: “Yo y el Padre somos uno y nadie podrá arrebatarles de mi mano ni de la mano de mi Padre”.

Jesús actúa en nombre de Dios, porque su vida está sustentada en Él. Es el Dios que se ha hecho hombre, que se ha humanizado. Esa es la razón última y definitiva para creer en Él y seguirle. Sus palabras denotan convicción y consistencia. Sus obras remiten al misterio unitario de comunión con su Padre Dios, donde encuentran su fortaleza. No hay lugar para el temor, porque nadie puede arrebatarle lo que el Padre le ha confiado. Estamos todos en sus manos, bajo su protección y dependencia

Esta relación de intimidad la asumimos como una experiencia personal de que Dios está presente, de que nos ha tocado con su espíritu. Es el argumento más firme para asentar nuestra fe, haciéndola resistente a las contradicciones que encontramos para creer en este mundo tan complejo. Este es el generoso llamamiento que Jesús resucitado nos presenta en esta Pascua

No olvidemos en nuestra vida estas palabras de hoy, serán la guía y la esperanza de nuestro vivir: “los míos escuchan mi voz, yo les conozco, ellos me siguen, yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, nadie podrá arrebatarlas de la mano del Padre”.

¿Es posible escuchar palabras que nos ofrezcan mayor afecto y esperanza?.

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