“Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de Cristo”. No hemos de gloriarnos ni apoyarnos en nuestra posición social, en nuestro poder económico, en nuestras buenas obras, en nuestros “triunfos” humanos, en nuestras fuerzas, en nuestros saberes, ni… sino más bien en Cristo y en su cruz. En Cristo crucificado y resucitado está nuestra gloria, nuestra roca de apoyo, lo que nos conduce a la vida y la vida plena.
La vida de Jesús hay que verla en su conjunto. No podemos ver la cruz de Cristo, desligada del jueves santo, ni del domingo de resurrección, ni de su vida entera. Jesús nos salva, nos libera, nos redime, nos ofrece una nueva vida a través de “su vida, muerte y resurrección”. Estos tres días grandes del triduo sacro son un apretado resumen de toda la riqueza de la obra de Jesús, de lo que ha sido capaz de hacer por nosotros y de lo que nos ha regalado. Ciñéndonos al viernes santo, es el día donde nos muestra su gran amor, a través del sufrimiento en la cruz. Por nosotros, por seguir indicándonos el camino que conduce a la resurrección, a la felicidad, acepta la cruz antes que callarse como le exigían las autoridades de entonces.
* Una continua historia de amor
Lo de Jesús fue y sigue siendo una continua loca historia de amor hacia nosotros. Al ser Dios y al ser Amor lo de Jesús es lógico. No sabe más que amar, no sabe hacer otra cosa que no sea amar, no tiene más remedio que amar. Se lo pide su ser, se lo pide su corazón.
Ese amor nos lo demuestra de mil maneras y en situaciones distintas a lo largo de su vida. Cuando nace en un pesebre, cuando pasa treinta años a la espera de anunciar su buena noticia, cuando se desgata de pueblo en pueblo, de aldea en aldea, extendiendo su evangelio y realizando signos sanadores… nos está amando. Pero quizás donde resalta de manera especial y deslumbrante su amor hacia nosotros sea en los días de la semana santa: jueves santo, viernes santo, sábado de gloria y domingo de resurrección. El jueves, su amor hacia nosotros se desborda, y le lleva a inventar la eucaristía para quedarse siempre con nosotros, y ofrecernos su cuerpo entregado y su sangre derramada. El viernes… El sábado-domingo de resurrección brilla con fuerza el amor de su Padre hacia Jesús, al que no deja que la muerte reine sobre él y le resucita. Brilla también el amor de Jesús hacia nosotros al confirmarnos que el que le sigue acaba como él: venciendo a la muerte y resucitando a una vida nueva y plena de felicidad.
* El viernes santo: el día del gran amor, no del gran dolor
Con frecuencia, la espiritualidad cristiana ha insistido en el viernes santo como el día del gran dolor, por la muerte de Cristo. ¡Cómo vamos a negar que el viernes santo está todo él coloreado por el profundo dolor de Jesús ante su muerte cruel e injusta! Pero tenemos que ahondar en lo que esconde ese intenso dolor de Cristo. Esconde un gran amor. Lo que le mueve a aceptar la muerte y el dolor es el amor.
En su predicación no se cansó de repetirnos que lo primero y principal es el amor: Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Que el amor es el único camino para conquistar la vida y gozar de ella: “El que quiera ganar la vida que la pierda, porque el que la gana la pierde”. El que no ama, el que reserva la vida para él… está perdido, no logra esa felicidad que tanto desea. El predicó con el ejemplo, de tal manera que nos amó “hasta el extremo”, para que nos pudiéramos apoyar en su amor cuando nos faltasen las fuerzas para amar: “Amaos unos a otros como yo os he amado”.
¿Qué hacer cuando quieren taparle la boca en su predicación del amor tal como él lo entendía? ¿Qué hacer cuando la muerte dolorosa pone a prueba la confianza con su Padre, que le había prometido no dejarle nunca?
Jesús, en el viernes santo, fue fiel al amor. No se calló, no se desdijo de su doctrina de un amor universal. Prefirió la muerte antes que renunciar al amor. Una muerte en la que, ante momentos de zozobra y de gran angustia, siguió confiando en su Padre Dios: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. El viernes santo… el día del gran amor de Jesús hacia nosotros y hacia su Padre Dios. Es el triunfo del amor sobre el mal, el dolor y la injusticia.
* No repitamos el viernes santo
Hoy es viernes santo, día del dolor injusto, del dolor producido injustamente. El viernes santo es el símbolo del día en que unos hombres hacen sufrir a un hombre justo y a los que le apreciaban y amaban. Bien está que los que queremos a Jesús nos lamentemos por el dolor que le produjeron clavándole en la cruz, habiéndole torturado previamente. Pero por ser consecuentes, tenemos que lamentarnos y repudiar todo dolor humano producido injustamente por los hombres.
Y ahora vienen las preguntas que nos podemos hacer los seguidores del Jesús crucificado. ¿Por qué, de vez en cuando, nos instalamos en el viernes santo y hacemos sufrir de manera injusta a los demás? ¿Por qué les hacemos daño? ¿Por qué prolongamos dramáticamente el viernes santo, el sufrimiento del hombre?
Nos tiene que doler el sufrimiento de tantos millones de personas humanas de carne y hueso que sufren la terrible injusticia del hambre, de la pobreza, de la explotación, del desamparo… Su situación nos desborda y no sabemos muy bien cómo erradicarla, aunque nos gustaría que así fuera.
En este viernes santo, no sé si pecando de reducir la injusta realidad, podemos enfrentarnos a los sufrimientos de los que somos directamente responsables. Son esos pequeños-grandes sufrimientos que ocasionamos a personas concretas en nuestra vida de cada día, que nunca saldrán en los periódicos ni en la televisión, pero que hacen sufrir hondamente.
- ¿Por qué en la familia, en la comunidad, en el trabajo, con nuestro silencio indebido, con nuestro saludo negado, con nuestra cara de vinagre… herimos a personas que justamente esperan lo contrario de nosotros y las dejamos con el corazón temblando y las clavamos en la cruz del sufrimiento del viernes santo?
- ¿Por qué miramos por encima del hombro a personas que tiene la misma dignidad que nosotros de hijos de Dios y las hacemos sentir nuestra aparente superioridad y las clavamos en la cruz del sufrimiento del viernes santo?
- ¿Por qué ante una ofensa recibida, de la que nos han pedido perdón, no concedemos el mismo perdón que Dios nos otorga a nosotros y dejamos a esa persona, deseosa de nuestra comprensión, clavada en la cruz del sufrimiento del viernes santo?
- ¿Por qué nos ponemos tan dignos ante algo que tiene una importancia pequeña, de dos quilates, y nunca de 1.000 quilates, y nos enrocamos en nuestro orgullo y nos mantenemos distantes y ariscos ante los que nos han hecho tal cosa y les clavamos en la cruz del sufrimiento del viernes santo?
- ¿Por qué nos mostramos, muchas veces, con corazón duro, endurecido, poco comprensivos ante los fallos de los demás y nos molesta, como al hijo mayor, que el Padre bueno les ofrezca el banquete de su perdón y de su amor, y nosotros no queremos entrar en esa fiesta, y les clavamos en la cruz del sufrimiento del viernes santo?
Ya que no podemos hacer nada por erradicar el sufrimiento del primer viernes santo, luchemos para que no existan más viernes santos.
La vida de Jesús hay que verla en su conjunto. No podemos ver la cruz de Cristo, desligada del jueves santo, ni del domingo de resurrección, ni de su vida entera. Jesús nos salva, nos libera, nos redime, nos ofrece una nueva vida a través de “su vida, muerte y resurrección”. Estos tres días grandes del triduo sacro son un apretado resumen de toda la riqueza de la obra de Jesús, de lo que ha sido capaz de hacer por nosotros y de lo que nos ha regalado. Ciñéndonos al viernes santo, es el día donde nos muestra su gran amor, a través del sufrimiento en la cruz. Por nosotros, por seguir indicándonos el camino que conduce a la resurrección, a la felicidad, acepta la cruz antes que callarse como le exigían las autoridades de entonces.
Pautas para la homilía
* Una continua historia de amor
Lo de Jesús fue y sigue siendo una continua loca historia de amor hacia nosotros. Al ser Dios y al ser Amor lo de Jesús es lógico. No sabe más que amar, no sabe hacer otra cosa que no sea amar, no tiene más remedio que amar. Se lo pide su ser, se lo pide su corazón.
Ese amor nos lo demuestra de mil maneras y en situaciones distintas a lo largo de su vida. Cuando nace en un pesebre, cuando pasa treinta años a la espera de anunciar su buena noticia, cuando se desgata de pueblo en pueblo, de aldea en aldea, extendiendo su evangelio y realizando signos sanadores… nos está amando. Pero quizás donde resalta de manera especial y deslumbrante su amor hacia nosotros sea en los días de la semana santa: jueves santo, viernes santo, sábado de gloria y domingo de resurrección. El jueves, su amor hacia nosotros se desborda, y le lleva a inventar la eucaristía para quedarse siempre con nosotros, y ofrecernos su cuerpo entregado y su sangre derramada. El viernes… El sábado-domingo de resurrección brilla con fuerza el amor de su Padre hacia Jesús, al que no deja que la muerte reine sobre él y le resucita. Brilla también el amor de Jesús hacia nosotros al confirmarnos que el que le sigue acaba como él: venciendo a la muerte y resucitando a una vida nueva y plena de felicidad.
* El viernes santo: el día del gran amor, no del gran dolor
Con frecuencia, la espiritualidad cristiana ha insistido en el viernes santo como el día del gran dolor, por la muerte de Cristo. ¡Cómo vamos a negar que el viernes santo está todo él coloreado por el profundo dolor de Jesús ante su muerte cruel e injusta! Pero tenemos que ahondar en lo que esconde ese intenso dolor de Cristo. Esconde un gran amor. Lo que le mueve a aceptar la muerte y el dolor es el amor.
En su predicación no se cansó de repetirnos que lo primero y principal es el amor: Amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Que el amor es el único camino para conquistar la vida y gozar de ella: “El que quiera ganar la vida que la pierda, porque el que la gana la pierde”. El que no ama, el que reserva la vida para él… está perdido, no logra esa felicidad que tanto desea. El predicó con el ejemplo, de tal manera que nos amó “hasta el extremo”, para que nos pudiéramos apoyar en su amor cuando nos faltasen las fuerzas para amar: “Amaos unos a otros como yo os he amado”.
¿Qué hacer cuando quieren taparle la boca en su predicación del amor tal como él lo entendía? ¿Qué hacer cuando la muerte dolorosa pone a prueba la confianza con su Padre, que le había prometido no dejarle nunca?
Jesús, en el viernes santo, fue fiel al amor. No se calló, no se desdijo de su doctrina de un amor universal. Prefirió la muerte antes que renunciar al amor. Una muerte en la que, ante momentos de zozobra y de gran angustia, siguió confiando en su Padre Dios: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. El viernes santo… el día del gran amor de Jesús hacia nosotros y hacia su Padre Dios. Es el triunfo del amor sobre el mal, el dolor y la injusticia.
* No repitamos el viernes santo
Hoy es viernes santo, día del dolor injusto, del dolor producido injustamente. El viernes santo es el símbolo del día en que unos hombres hacen sufrir a un hombre justo y a los que le apreciaban y amaban. Bien está que los que queremos a Jesús nos lamentemos por el dolor que le produjeron clavándole en la cruz, habiéndole torturado previamente. Pero por ser consecuentes, tenemos que lamentarnos y repudiar todo dolor humano producido injustamente por los hombres.
Y ahora vienen las preguntas que nos podemos hacer los seguidores del Jesús crucificado. ¿Por qué, de vez en cuando, nos instalamos en el viernes santo y hacemos sufrir de manera injusta a los demás? ¿Por qué les hacemos daño? ¿Por qué prolongamos dramáticamente el viernes santo, el sufrimiento del hombre?
Nos tiene que doler el sufrimiento de tantos millones de personas humanas de carne y hueso que sufren la terrible injusticia del hambre, de la pobreza, de la explotación, del desamparo… Su situación nos desborda y no sabemos muy bien cómo erradicarla, aunque nos gustaría que así fuera.
En este viernes santo, no sé si pecando de reducir la injusta realidad, podemos enfrentarnos a los sufrimientos de los que somos directamente responsables. Son esos pequeños-grandes sufrimientos que ocasionamos a personas concretas en nuestra vida de cada día, que nunca saldrán en los periódicos ni en la televisión, pero que hacen sufrir hondamente.
- ¿Por qué en la familia, en la comunidad, en el trabajo, con nuestro silencio indebido, con nuestro saludo negado, con nuestra cara de vinagre… herimos a personas que justamente esperan lo contrario de nosotros y las dejamos con el corazón temblando y las clavamos en la cruz del sufrimiento del viernes santo?
- ¿Por qué miramos por encima del hombro a personas que tiene la misma dignidad que nosotros de hijos de Dios y las hacemos sentir nuestra aparente superioridad y las clavamos en la cruz del sufrimiento del viernes santo?
- ¿Por qué ante una ofensa recibida, de la que nos han pedido perdón, no concedemos el mismo perdón que Dios nos otorga a nosotros y dejamos a esa persona, deseosa de nuestra comprensión, clavada en la cruz del sufrimiento del viernes santo?
- ¿Por qué nos ponemos tan dignos ante algo que tiene una importancia pequeña, de dos quilates, y nunca de 1.000 quilates, y nos enrocamos en nuestro orgullo y nos mantenemos distantes y ariscos ante los que nos han hecho tal cosa y les clavamos en la cruz del sufrimiento del viernes santo?
- ¿Por qué nos mostramos, muchas veces, con corazón duro, endurecido, poco comprensivos ante los fallos de los demás y nos molesta, como al hijo mayor, que el Padre bueno les ofrezca el banquete de su perdón y de su amor, y nosotros no queremos entrar en esa fiesta, y les clavamos en la cruz del sufrimiento del viernes santo?
Ya que no podemos hacer nada por erradicar el sufrimiento del primer viernes santo, luchemos para que no existan más viernes santos.
Fray Manuel Santos Sánchez
La Virgen del Camino
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