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martes, 13 de abril de 2010

Yo, mi fe y mi circunstancia

Por Lilián Carapia Cruz*
Publicado por FAST

Toda persona debe comprender que, para realizarse en la vida, cuentan mucho las circunstancias, pero más aún cuenta la fe en Dios. Las circunstancias no son lo determinante. Lo determinante es «salvarlas», es decir, librarlas, valerse de ellas y superarlas, de ahí la importancia de confiar en Dios Padre y en Jesucristo, el Salvador. Él no ha venido a hacer lo que nos toca a nosotros, pero sí a allanarnos el camino. La conocida frase de Ortega y Gasset ha sido tomada y conocida a medias; Ortega no propone un circunstancialismo barato: su idea completa no es una invitación a conformarse con la mediocridad, sino a afrontar la lucha de la vida: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo». ¡Y qué alentador es saber que no estamos solos en la lucha de la vida!

«…Si la salvo a ella, me habré salvado yo»

Algunas veces las circunstancias son muy propicias: feliz aquel que las aprovecha sin enamorarse de sí mismo como un Narciso. La humildad salva a quien reconoce que sus propias fuerzas, capacidades y logros son dones de Dios. También la fe es un don de Dios: nadie puede ufanarse y decir: «tengo mi fe “bien puesta”, no vacilaré». Lo que se debe hacer es pedir a Dios humildemente que dé la fe, y que la sostenga y la haga crecer.

Otras veces, las circunstancias aparecen adversas; en este caso, feliz quien se encara con esas circunstancias, que no se acobarda y ve en la dificultad un trampolín desde el que puede dar el salto hacia el éxito. Hay casos famosos de personas así, cual es el de Beethoven, quien no obstante ser sordo, llegó a convertirse en uno de los más grandes genios de la música de todos los tiempos. ¿Corrió con suerte? No. La suerte no existe, lo que existe son hombres y mujeres que salvan sus circunstancias, buenas o adversas…

Y cuando esta actitud la posee alguien que, además, sabe confiar en Dios, las proezas que puede hacer esa persona son aún mayores. San Pablo, el más grande misionero con que ha contado la Iglesia, es un ejemplo de ello, un triunfador sobre las circunstancias debido a la calidad de su fe en Dios. El único afán de su vida era proclamar su secreto para vivir alegre en medio de circunstancias que amargarían a cualquiera que no tuviera fe: «…me alegro también de las debilidades, los insultos, las necesidades, las persecuciones y las dificultades que sufro por Cristo, porque cuando más débil me siento es cuando más fuerte soy» (1 Co 12, 10).

«Mi fe y mi circunstancia…»

No hay circunstancias que aplasten a quien confía en el poder de Cristo resucitado. También Él tuvo su circunstancia concreta, y nos enseñó cómo se gobierna a la circunstancia. Cada instante de su vida lo vivió Jesús de la mano de su Padre celestial, con total entrega y amor. Y en el momento culminante, Jesús no fue víctima de la circunstancia; nadie le quitó la vida, sino que Él la entregó para alcanzar el triunfo definitivo: su propia Resurrección y la Salvación Universal.

Por lo anterior, podemos estar seguros de que: «Quien a Dios tiene, nada le falta; sólo Dios basta». Las palabras de santa Teresa expresan bien lo que podríamos definir como «la mejor de las circunstancias», frente a su opuesto, la peor de las circunstancias que existe hoy: la creciente pérdida de fe a nivel mundial.

La fe en Dios es necesaria para hacer que nuestra vida alcance su plenitud, la experiencia lo demuestra. Podemos alcanzar grandes logros por nuestras fuerzas, no cabe duda, pero no la plenificación de nuestro ser. Para darnos vida abundante ha venido al mundo Cristo Jesús. Una actitud como la de san Pablo es la más equilibrada porque es humilde, reconoce lo anterior, sabe que no lo puede todo estando sólo, pero sí cuando se vive «por Cristo».

* Lilián Carapia Cruz es licenciada en Filosofía y religiosa del Instituto de Hermanas Misioneras Servidoras de la Palabra, en México

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