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viernes, 21 de mayo de 2010

Evangelio Misionero del Dia: Sabado 22 de Mayo de 2009 - SEPTIMA SEMANA DE PASCUA


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 21,19-25

Jesús resucitado había anunciado con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios.
Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado: «Señor, ¿quiénes el que te va a entregar?»
Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: «Señor, ¿y qué será de éste?»
Jesús le respondió: «Si Yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa? Tú sígueme».
Entonces se divulgó entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría, pero Jesús no había dicho a Pedro: «Él no morirá», sino: «Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa?»
Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero.
Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relatara detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían.


Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL

Una confrontación entre Pedro y el Discípulo amado
Juan 21, 20-25
“Tú, sígueme”


El último pasaje del evangelio de Juan le da la ocasión a Jesús para pronunciar por última vez el imperativo de la vocación: “Tú, sígueme” (21,22; ver 1,43; 21,19).

El contexto del pasaje no le da a Pedro la mejor imagen, puesto que se trata de una confrontación con el discípulo amado. Pedro le pregunta a Jesús: “Señor, y éste, ¿qué?” (21,21), en el sentido de “¿qué será de él?”. El apóstol a quien Jesús le ha dado a entender que su destino es el martirio (ver 21,18-19), quiere saber cuál será el destino de su compañero.

La respuesta de Jesús es dura: “Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa?” (21,22ª). ¿Cómo entender esta reacción? Ante todo como una invitación a no compararse con los demás: Jesús tiene un camino para cada uno y ninguno de es mejor ni peor. Pertenece a la soberana libertad de Jesús indicarle el camino del seguimiento a cada uno. Cada discípulo es invitado a apreciar y respetar el itinerario del otro.

El “Tú, sígueme” es, entonces, la norma de vida del discípulo: su mirada está siempre puesta en el Maestro y, desde ahí, acoge también el amor y estilo de relación que tiene con todos los discípulos.

En el “Tú, sígueme”, Pedro es llamado para hacer lo que Jesús le pida –como por ejemplo, el martirio- sin importar si no se lo pide a los demás. Es aquí donde la pureza de corazón alcanza su más alto grado.

Las palabras finales del evangelista (21,24-25), nos muestran que la obra de Jesús es infinitamente grande, que siempre nos sobrepasa: aún cuando creamos conocer el Evangelio, siempre hay novedades, hay sorpresas. Ni siquiera el mismo Juan, el apóstol del Verbo Encarnado, fue capaz de agotar lo que es el Misterio de Dios.

La profunda humildad que aprende Pedro en la última escena del evangelio es también la profunda humildad del evangelista, quien cierra su obra sabiendo que Jesús siempre le supera. Una actitud que lleva finalmente a la confianza, porque sabemos que, por una parte, el “testimonio es verdadero” (21,24), y por otra, que el Resucitado estará siempre ahí realizando las promesas que el evangelista nos hizo contemplar.



Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Me comparo con otras personas? ¿Me considero en ventaja o desventaja con relación a los demás?

2. ¿Estoy dispuesto para hacer lo que el Señor me pida, no importando que no le pida eso mismo a otros?

3. ¿Con qué actitud termina Juan su evangelio? ¿Qué dice esto con relación a la experiencia de Jesús Resucitado?


“Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno”
(Del “Veni Creator”)

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