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sábado, 15 de mayo de 2010

Hora de mirar a la tierra


VII Domingo de Pascua,
Fiesta de la Ascensión del Señor (Lucas 24, 46-53)
Por Clemente Sobrado C. P.

Se nos ha insistido mucho en que tenemos que mirar al cielo. Bueno, los astrónomos se pasan la vida mirando al cielo, a las estrellas, y para ellos se han inventado unos tremendos telescopios que pueden ver hasta los infinitos espacios a donde el ojo humano no puede llegar.

Pero puede suceder que el hombre actual, de tanto mirar a las estrellas y a la luz y demás astros, se esté olvidando de lo que está sucediendo en la tierra y a su lado. Estamos preocupados si hay vida allá arriba en la luna, en nocturno, o en cualquiera de los astros y estrellas de nuestra galaxia.

Pero:
¿Nos dicen algo esas vidas que sí sabemos que existen a nuestro lado y de las que apenas nos preocupamos?
¿Nos dicen algo esos niños que se están muriendo hoy mismo de hambre en el mundo?
¿Nos dice algo esos ancianos que viven cada día rumiando su soledad porque nadie tiempo para ellos?
Nos dicen algo esos hombres y mujeres que viven con la angustia de no encontrar trabajo y se ahogan en su impotencia y frustración diaria?

Sí, es bueno mirar “hacia arriba”. Pero ¿y cuando vamos a mirar “hacia abajo, a nuestro lado”?
El cristiano es el que mira al cielo, pero sin olvidarse de mirar a la tierra.
El cristiano podrá descubrir a Dios en esas maravillas del Universo, pero ¿no se estará olvidando de descubrir y encontrarse con Dios aquí abajo, no en las estrellas del firmamento, sino en esas otras estrellas tan misteriosas y tan reales con somos cada uno de los hombres y mujeres que caminamos por los caminos del mundo?

Mientras nosotros nos empeñamos en mirar “hacia arriba”, Dios sigue empeñado en mirar “hacia abajo”. El verdadero campo donde se recrean los ojos de Dios es el mundo de los hombres. El jardín de Dios es el mundo. Y los hombres son sus flores. Por eso mismo, me encanta la frase de esos “dos hombres, vestidos de blanco, que les dijeron: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?”

Dios no nos ha regalado ni esos catalejos que llamamos “largavistas”, ni tampoco esos telescopios enfocados todo el día hacia el espacio. Nos ha regalado unos ojos para ver que lo está lejos si, pero sobre todo, lo que está cerca. Siempre me ha resultado curiosa la experiencia de mis gafas. Son trifocales. Para lejos, para la visión intermedia y para ver de cerca. Necesito mirar y ver lejos. Necesito mirar y ver a una distancia intermedia. Y necesito mirar y ver lo de cerca. Acabo de cambiarlas. Me han dejado la misma medida para lejos, lo mismo que para la intermedia, pero me han modificado la de cerca, porque era donde tenía más dificultades con mi ojos.

¿Será que también yo veo bien el horizonte lejano, pero no veo a mi hermano que tengo a mi lado?
¿Será que también yo veo bien a una distancia prudente, pero no puedo leer la vida, las alegrías y las penas de mi hermano que está junto a mí?
Para caminar necesito ver el horizonte que está lejos, pero si no veo el camino donde voy a poner mis pies, estoy seguro que me voy a tropezar.

Jesús se nos va. Pero nos deja ahora a nosotros.
Y no nos pide que nos quedemos “plantados mirando al cielo”, a las nubes.
Nos pide que bajemos los ojos y veamos los caminos de la vida, los caminos de los hombres.
Nos pide que bajemos del monte a los caminos que él mismo anduvo, saliendo al encuentro de los hombres.
Que miremos, sí a Dios, pero mirando a los hombres.
Que contemplemos, sí a Dios, pero contemplando a los hombres.
Que contemplemos, sí el Cielo, pero contemplando también la tierra.
Que estamos llamados también nosotros a subir a los cielos. Pero que los caminos del cielo pasan por los caminos del encuentro con los hombres a los que tenemos que anunciarles el Evangelio, amarles, solidarizarnos con ellos y comprometernos con ellos.

Además nosotros ya sabemos que el cielo no es el firmamento ni lo que está al otro lado del firmamento. Sabemos que el verdadero espacio, la verdadera casa donde Dios mora, es el corazón de los hombres. Y que Dios no necesita de geografías, porque Dios es un estado de vida.

La Ascensión es una invitación a mirar al cielo. Pero también a mirar a la tierra.
Es una invitación a mirar a Dios. Pero también a mirar a los hombres.
Es una invitación a mirar al que regresa a su condición divina. Pero sin olvidarnos de su condición humana de un Dios encarnado.

Oración
Señor: Te nos vas. Pero te nos quedas.
Regresas a tu condición divina y nos pides que no olvidemos
nuestra condición humana.
Que tú no dejas aquí tu encarnación, sino que la llevas contigo
trasformada por tu Resurrección.
Tampoco nosotros cuando volvamos a Ti,
no dejaremos nuestra condición de hombres y mujeres,
pero transformados por nuestra resurrección.
Y mientras tanto, Ti sigues invisible en medio de nosotros.
Que nosotros nos hagamos visibles en medio de los hombres.

Clemente Sobrado C. P.

www.iglesiaquecamina.com

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