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domingo, 9 de mayo de 2010

¡Mirad cómo se apedrean!



¿Existen católicos "no cristianos"? Pues parece que sí, puesto que existen católicos de faca al cinto que arremeten contra todo lo que se mueve. Los hay y los ha habido siempre a lo largo de nuestra historia. Pero ahora muchos de ellos pululan por Internet como "blogger" o comentaristas y arremeten contra cualquier viento nuevo sin compasión ni modales. Y lo hacen de forma reiterada, consciente, violenta, frecuentemente embozados en seudónimos y datos falsos. Es uno de los fenómenos actuales que más me llaman la atención.

Sin embargo los cristianos somos, ante todo, personas libres porque libres nos creó el Creador y porque a liberarnos vino el Señor. He aquí algunas pruebas:

"El Señor es Espíritu y donde está el Espíritu del Señor allí hay libertad" (2Cor 3,17).

"Hablad y obrad como quien debe ser juzgado por una ley de libertad" (Sant 2,12).

"Pero ahora, al morir a la ley, a la cual estábamos sujetos, hemos quedado libres para servir a Dios no conforme a la letra de la vieja ley, sino conforme a la nueva vida del Espíritu" (Rom 7, 6).

"Cristo nos ha liberado para que seamos hombres libres… Los que queréis ser justificados por la ley quedáis desligados de Cristo y separados de la gracia. Nosotros aguardamos la justicia esperada por la fe, mediante la fe del Espíritu... Lo que importa es la fe y que esta fe se exprese en obras de amor… Pero si os mordéis y devoráis los unos a los otros, llegaréis a destruiros mutuamente… Pues si os dejáis conducir por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Ahora bien, las obras de la carne son bien claras: lujuria, impureza, desenfreno, idolatría, supersticiones, enemistades, disputas, celos, iras, litigios, divisiones, partidismos, envidias…" (Gal 5,1 y ss).

Los supuestos católicos de armadura y pica demuestran muy poco respeto a la libertad. Por ahí ya empiezan a descalificarse como cristianos. Si no te gusta un articulista, no lo leas. Si una opinión te parece contraria a la verdad, aporta la tuya con respeto. ¿Por qué ese afán de dar espadazos a diestro y siniestro? "No apaguéis el Espíritu, no despreciéis el don de Profecía. Revisadlo todo y quedaos sólo con lo bueno" (1Tes 5,19). Y toma sólo lo que hoy puedas digerir: "Os di a beber leche, no alimento sólido, porque no lo podíais soportar; ni podéis todavía, pues aún sois carnales. Desde el momento que hay envidias y discordias entre vosotros, ¿no es porque aún sois carnales y vivís a lo humano? Porque cuando uno dice: «Yo soy de Pablo», y otro: «Yo de Apolo», ¿no procedéis de una manera puramente humana?" (1Cor 3,2).

Pero hay más. Para los cristianos es básica la omisión de juicio: "No juzguéis y no seréis juzgados" (Mt 7,11). "Así pues, nada juzguéis antes de tiempo, hasta que venga el Señor, que iluminará los escondrijos de las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones del corazón, y entonces cada uno recibirá de Dios la alabanza que merezca" (1Cor 4,5). No todos vemos lo mismo, ni hemos adquirido los mismos conocimientos, ni tenemos el mismo desarrollo personal. ¿Quién te dice a ti que ése que escribe o habla no lo hace desde lo mejor y gratuitamente? Sólo eso merecería un delicado respeto: "Nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído" (He 4,20).

Sin embargo, estos "católicos de papel" prefieren cualquier papel doctrinal, por apolillado que esté, a la Escritura y descargan sus arcabuces verbales contra sus hermanos por saltarse no sé qué canon, número del catecismo o superada interpretación. Olvidan que todo compendio doctrinal requiere permanente actualización, que los papeles y cuadrículas son tantos que es imposible mantenerlos al día. Así nos encontramos con que parte del Catecismo oficial se ha quedado obsoleto (hay puntos y temas de urgente reforma), que la Liturgia tiene gazapos escondidos en la rutina (en contra de los que todavía afirman que "lex orandi, lex credendi": todo lo que se ora hay que creerlo; al parecer, aunque sea erróneo), que la selección del Leccionario es inapropiada para nuestros días (no lo digo yo, lo dijo el Sínodo de Obispos en octubre 2008), etc.

Estos católicos en celo -o lo que sean- se comportan como los apóstoles antes de su conversión: "Pero los samaritanos no lo recibieron porque iba camino de Jerusalén. Al ver esto, los discípulos Santiago y Juan dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?». Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió: No sabéis de qué espíritu sois, porque este Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos" (Lc 9,53).

O, lo que es peor, se muestran como los nuevos fariseos: "Los guardias respondieron: «Nadie habló jamás como habla este hombre». Los fariseos les dijeron: «¿También vosotros os habéis dejado engañar? ¿Ha creído acaso en él algún jefe o algún fariseo? Esa gente que no conoce la ley son unos malditos»” (Jn 7, 45). "A algunos que, pensando estar a bien con Dios, se sentían seguros de sí y despreciaban a los demás, les dirigió esta parábola: Dos hombres fueron al templo a orar; uno era fariseo y el otro publicano" (Lc 18,9). ¿Qué más dijo el Señor de los fariseos?

Los que escriben o comentan en los "blogs" o en cualquier foro -virtual o real- con los bolsillos cargados de pólvora y los ojos cegados de ira olvidan una verdad evidente: la vida del hombre sobre la tierra es progresiva -individual y colectivamente- como lo es la revelación del Espíritu. Al menos lo es nuestra capacidad de descubrirla: "Muchas cosas tengo que deciros todavía, pero ahora no estáis capacitados para entenderlas. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad completa. Pues no os hablará por su cuenta, sino que os dirá lo que ha oído y os anunciará las cosas venideras" (Jn 16,12).

Olvidan igualmente que la "doctrina oficial", ciertamente muy valiosa, constituye la señalización conocida y recomendada para un momento dado. Pero nada impide que se puedan descubrir nuevos caminos y luces, accesos anteriormente ocultos. Apedrear a los buscadores sinceros porque hablan lenguas nuevas es tan necio como negarse a usar los inventos recientes o desechar los descubrimientos científicos. Me gusta preguntar: ¿Qué hubiera sido de los israelitas sin los exploradores o los profetas?

Y por último, olvidan un valor básico para cualquier cristiano: la prioridad de la Paz. Somos discípulos de un pacifista. Lo que no quiere decir que seamos flojos, débiles, vencidos, ni cobardes. Todo lo contrario. Para ser pacifista, para salir a la palestra armado solamente con el deseo de hacer el bien, hay que ser muy fuerte, muy profundo y muy cristiano. Después de tantas "guerras de religión" y "abusos contra las personas" con los que hemos deshonrado a la Iglesia, por fin Juan Pablo II nos lo dijo muy claro: "La fe se propone no se impone", por muy reluciente, excelsa e irrevocable que nos parezca nuestra fe particular. Ni tú, ni yo, ni nadie, tenemos derecho alguno a "excomulgar" a quien no se expresa como yo pienso, digo o practico. Proponer es lo nuestro, nunca imponer. Y menos con las envenenadas armas de la injuria, la maledicencia, la difamación o la calumnia.

Si lo que éste o aquél afirman haber descubierto no te hace bien, pues sigue tu camino y tu conciencia. Desde luego yo nunca pretenderé imponerte lo que escribo. Si escribo es porque deseo hacer el bien. Es más, porque muchas personas me confirman reiteradamente que les hace bien lo que escribo. ¿Negaré a otros escritores católicos, estudiosos, teólogos, escriturarios, etc. esa misma recta intención?

No creo que se pueda ser católico sin ser cristiano, a pesar de los violentos de todas las épocas. Aunque nuestra intención sea erradicar el error y el supuesto mal que vemos en ojo ajeno, nunca podemos pretender arrancarlo violentamente. Lo dice el Evangelio y lo olvidan, incluso, muchos guías espirituales: "¿Quieres que vayamos a arrancarla? Les contestó: ¡No! No sea que, al recoger la cizaña, arranquéis con ella el trigo. Dejad crecer juntas las dos cosas hasta la siega" (Mt 13,28). ¿Qué doctrina oficial avala entonces a ésos que no se separan de la guadaña?

Muchos, demasiados católicos, olvidamos nuestras señas de identidad y hacemos el ridículo más sonoro. El signo por el que empezó a reconocerse a los cristianos fue aquella rotunda admiración: "¡Mirad cómo se aman!" (1). Hoy día, cualquiera que surfee un poquito por páginas religiosas podría decirnos: ¡Mirad cómo se insultan, juzgan y apedrean! ¿Por qué? Porque olvidamos el Evangelio y negamos el Espíritu.

Repetimos lo mismo que nuestro Señor censuró: el fanatismo, el rigorismo humano y la rigidez de una religión miope que se apega a lo secundario (letra, rito, doctrina y tradición) y olvida lo principal (el amor, el Espíritu y el camino a la plenitud). Nos lo dejó clarísimo en su testamento: "Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, amaos también entre vosotros. En esto conocerán que sois discípulos míos, en que os amáis unos a otros" (Jn 13,34).

Cuando oigas o leas palabras nuevas, interpretaciones distintas, voces inéditas, tómalas o déjalas, cuestiónate o sigue por la senda de lo trillado. ¡La elección es tu derecho! Pero no acuses a nadie de hereje o de enemigo. Antes de descalificar, agredir o matar relee el martirio de san Esteban: "«Veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la derecha de Dios». Ellos, lanzando grandes gritos, se taparon los oídos y se lanzaron todos a una sobre él; lo llevaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo" (He 7,56). ¿No hacemos hoy lo mismo?

A esos católicos inmovilistas de agresión rápida y verbo ofensivo les recordaré: "El cristianismo es Camino que hay que caminar, Verdad que hay que descubrir y Vida que hay que desarrollar". El inmovilismo es contrario al cristianismo: "Jesús le dijo: «Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos»" (Mt 8,22).

La prueba final es breve y rotunda: "Por sus frutos les conoceréis" (Mt 7,20). Si se apedrean entre sí o apedrean a otros, ni católicos ni cristianos; sólo violentos y agresivos homínidos. Confundir religión con violencia -sea en el grado que sea- es una de las mayores degradaciones de nuestra historia y la negación de nuestra identidad.
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(1) Tertulliano, Apologeticum, 39

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