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lunes, 14 de junio de 2010

Buena noticia


Por Lourdes Zambrana
Publicado por Cristianisme i Justicia

Evangelio me habla de BUENA NOTICIA, de noticia de alegría, optimismo, buen humor. No entiendo a los cristianos tristes, ni a los cristianos de negro, gris o azul oscuro (léase curas, obispos, religiosos/as) que se empeñan en vestirse como para un funeral, como si Jesús no hubiese resucitado, como si hubiese muerto solamente. Dicen que dan testimonio de esta manera… pues será un testimonio muy triste, como un luto interminable…

Evangelio es OPTIMISMO y ESPERANZA. Un cristiano no puede ser otra cosa más que optimista. Si creemos que un muerto ha resucitado, no podemos ser más que optimistas. Si nos creemos esto, nos podemos creer cualquier cosa, cualquier utopia. Un cristiano ha de ser utópico inevitablemente, porque creemos en una barbaridad sin ninguna lógica –humana-: creemos que un muerto ha vuelto a la vida. Es más, creemos, que Dios, harto ya, decide poner las cosas en su sitio e intervenir en la historia para resucitar a uno que mataron injustamente y que además, era su hijo. Si creemos esto nos podemos creer cualquier cosa: podemos creer que el mundo, y nosotros con él, podemos resucitar. Podemos creer que algún día, ya mismo, habrá justicia, pan, y vida para todos y todas.

Evangelio es BUEN HUMOR. A aquel Jesús que dice aquello de “Dadle al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios”, solo puedo imaginármelo con una sonrisa gamberra después de salir de la encerrona en que creían haberlo metido. Me imagino un Jesús que ríe, y canta y baila (y se “entona” un poco) en las bodas de Caná. Un Jesús que juega con los niños y las niñas que encuentra por su camino, que bromea con sus amigos, que se ríe y se alegra con facilidad.

Evangelio no es el victimismo masoquista de aquel que se siente satisfecho porque se cree perseguido y maltratado por el mundo. Eso es enfermedad mental, no seguimiento de Jesús. Los cristianos no estamos perseguidos aquí en Cataluña. Tenemos las mismas dificultades que cualquier otra persona que se plantee vivir en profundidad y desde valores humanos. En otros lugares sí que se puede hablar de persecución, pero aquí…. Son ganas de sufrir un martirio muy mal entendido.

Y Evangelio tampoco es sufrimiento, ni valle de lágrimas, ni nada de eso. ¡Bastante sufrimiento hay en el mundo como para andar buscando más! Una cosa es saber afrontar positivamente –desde la fe- el sufrimiento que nos trae la vida, y otra muy distinta aferrarse a ese sufrimiento para obtener no se qué secretas y enfermizas satisfacciones.

Evangelio es POBREZA y OPCIÓN POR LOS POBRES. Está clarísimo, y por eso tantos teólogos han dedicado tantas horas y tantas palabras a intentar explicar lo contrario. Es lo más claro del Evangelio, y por eso es lo más disfrazado. Pobreza material pero con la libertad de derramar el perfume a los pies de Jesús cuando sea necesario. Pobreza material pero no mísera ni tacaña. Un cristiano pobre pero tacaño y huraño no ha entendido la pobreza evangélica. La pobreza ha de hacernos libres, no se puede ser esclavo de esa pobreza.

Evangelio es pobreza y opción por los pobres porque el Evangelio es una propuesta de JUSTICIA. No hay opción por los pobres desde la caridad satisfecha que tapa culpabilidades, es una opción que nace del descentramiento, de la misericordia, de la rabia profunda que provoca ver sufrir al hermano. ¡Quién no ha sentido esa rabia y ese dolor ante el sufrimiento de un familiar o de un amigo! Y esa rabia es la que nos pone en camino para trabajar para que en el mundo desaparezca el sufrimiento, el dolor provocado por la injusticia y la desigualdad. Es una rabia fecunda y positiva porque nos pone en camino, nos desinstala y nos acerca al hermano, y en consecuencia al Padre. Y esa rabia profunda también nos mete en muchos líos, nos compromete y nos complica la vida, pero nos da sentido.

No vale la pena decir PADRE si no estamos dispuestos a decir HERMANO y a asumir las responsabilidades de la FRATERNIDAD.

No vale la pena decir PADRE ni HERMANO si no estamos dispuestos a construir el REINO DE DIOS, que es al fin y al cabo la concreción de esa propuesta de justicia, de fraternidad, de esperanza, de optimismo, etc.

Y el Evangelio lo ha de vivir una COMUNIDAD que ha de ser capaz de concretar en la realidad que le toque vivir todo esto. Una comunidad que ha de ser signo por aquello de “mirad cómo se aman”, no por cómo van vestidos, qué templos tienen, qué influencia social tienen, cuántas clases de religión que dan, cuánto hablan, cuántas cosas prohíben, etc…

Estamos muy lejos de eso. Mucho más de lo que viene dado por nuestras propias limitaciones humanas: mientras en nuestra Iglesia sigan habiendo tantas estructuras de desigualdad, tanto poder y tanto miedo, estaremos muy lejos de la fraternidad. Quien tiene poder, y no es capaz de transformarlo en servicio, termina por tener miedo al cambio, al conflicto, a la discusión, a la pluralidad, a todo lo que puede amenazar ese poder. A veces son inseguridades personales las que provocan ese aferramiento a los principios o los cargos. ¡Qué más da! Nos encontramos al final con que se perpetúan esquemas, ideas, estructuras, principios, que nada tienen que ver con el Evangelio ni con el Reino. Para ello utilizan dobles lógicas: esto no se puede hacer porque Jesús no lo hizo, pero aquello hay que interpretarlo a la luz de los signos de los tiempos, y lo de más allá no se puede cambiar porque así lo marca la tradición, siempre según interese. Así nos marean y luego nos rematan con algún comentario que ponga en duda nuestra fidelidad, o la firmeza de nuestra fe porque cuestionamos algo, y ya nos tienen callados y obedientes. Amén.

Mientras nuestra Iglesia no sea de verdad signo de FRATERNIDAD y JUSTICIA de puertas para adentro, no tenemos nada que hacer de puertas para fuera.

Gracias a Dios la Iglesia es muy grande y muy extensa, y eso nos deja márgenes de libertad suficientes para vivir en nuestras pequeñas comunidades avances y signos del Reino. El poder de Roma es grande, pero no lo bastante para dominar al Espíritu, y eso nos permite ver testimonios y signos que son de verdad evangélicos y que adelantan ese Reino que queremos construir.

Evangelio es VIDA, vida fecunda, digna, alegre, ilusionada, creativa, contagiosa. No puede ser sumisión, ni poder, ni miedo, ni cerrazón… Y vemos esto en tantos cristianos, en tantos movimientos, en tantos obispos, en tantas parroquias… Hoy los cristianos y las cristianas que queremos seguir al Dios de Jesús tenemos un doble reto: ser testimonio en el mundo y transformar nuestra triste Iglesia.

Dar testimonio no quiere decir dar la lata. Primero es la vida que interpela y después la palabra y no al revés. Hablar mucho nos convierte en pesados y en incoherentes, porque cuanto más hablas más riesgo hay de que tu vida y tus palabras no cuadren (más vale hablar menos y vivir más). La fe cristiana es una fe para ser vivida, no para ser explicada (solamente). Vivamos lo más coherentemente posible, y seguro que surgen las preguntas –en los demás y en nosotros mismos-, las interpelaciones y el DIÁLOGO, donde yo puedo aprender del otro, que dar testimonio no es sentar cátedra infaliblemente, sino compartir y aprender juntos.

Pero confieso que me parece, tal y como están las cosas, más difícil lo segundo (lo de transformar nuestra triste Iglesia) que lo de dar testimonio. Los vientos que soplan son cada vez más tristes y áridos, pero como he dicho al principio, mayor es nuestra esperanza y nuestro optimismo. Si creemos que Jesús ha resucitado también podemos creer que nosotros y nosotras, nuestra Iglesia y nuestro mundo podrán resucitar, ya mismo, a una VIDA NUEVA.

En eso estamos.

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