La autoridad de la Iglesia es fundamentalmente moral. Como señalaba ya Pablo VI, el mundo quiere testigos y no sólo maestros. El magisterio mayor de los cristianos, y en particular de sus ministros, debe pasar por un testimonio coherente de fidelidad evangélica.
Buenos Aires / Sociedad – El abuso sexual de un menor constituye, además de una grave falta moral en cuanto a su materia, un grave delito condenado por la legislación civil y la canónica. En asunto tan delicado, la obligación de la Iglesia es expedirse en el ámbito de su competencia con transparencia y celeridad en cada caso, y colaborar con la justicia de cada país para que se pueda proceder en lo penal.
Si bien hay que reconocer que, muchas veces, la jerarquía calló los delitos, protegió a los culpables y cometió ingenuidades e imprudencias en el ejercicio de su autoridad, la posición de Benedicto XVI en este campo es severa y clara, pese a las injustificadas acusaciones por parte de algunos medios de comunicación. En todo caso, la complejidad se debe a que el Papa está llamado a cumplir tanto el rol de mando y de juicio como el de pastor que no puede dejar de distinguir entre pecado y pecador.
De todas maneras, nos encontramos ante hechos que exigen el mayor rigor, considerando además que la conciencia actual no admite silencios o arreglos privados sino que reclama lo contrario. Otro tema sería distinguir entre abuso de menores y homosexualidad con jóvenes, puesto que en este segundo caso la responsabilidad moral es más compartida.
Sin duda, éstos señalan de manera urgente un necesario y cercano seguimiento de quien se siente llamado a un camino sacerdotal o religioso también con la ayuda de la psicología.
La autoridad de la Iglesia es fundamentalmente moral. Como señalaba ya Pablo VI, el mundo quiere testigos y no sólo maestros. El magisterio mayor de los cristianos, y en particular de sus ministros, debe pasar por un testimonio coherente de fidelidad evangélica.
Hoy algunos episcopados y Roma en primer lugar se muestran encaminados a hacerle frente al problema. Ciertamente en los últimos tiempos quedó afectada de manera muy seria la institución y, por eso mismo, se requiere ser humildes y vivir antes que predicar, encontrar la manera de que el testimonio esté unido a la enseñanza. De este modo, será posible encontrar cómo acompañar a la sociedad contemporánea en sus autónomas decisiones sin imponer los propios criterios.
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Alberto Barlocci. Este texto corresponde al editorial de revista Ciudad Nueva, www.ciudadnueva.org.ar
Por Alberto Barlocci
Buenos Aires / Sociedad – El abuso sexual de un menor constituye, además de una grave falta moral en cuanto a su materia, un grave delito condenado por la legislación civil y la canónica. En asunto tan delicado, la obligación de la Iglesia es expedirse en el ámbito de su competencia con transparencia y celeridad en cada caso, y colaborar con la justicia de cada país para que se pueda proceder en lo penal.
Si bien hay que reconocer que, muchas veces, la jerarquía calló los delitos, protegió a los culpables y cometió ingenuidades e imprudencias en el ejercicio de su autoridad, la posición de Benedicto XVI en este campo es severa y clara, pese a las injustificadas acusaciones por parte de algunos medios de comunicación. En todo caso, la complejidad se debe a que el Papa está llamado a cumplir tanto el rol de mando y de juicio como el de pastor que no puede dejar de distinguir entre pecado y pecador.
De todas maneras, nos encontramos ante hechos que exigen el mayor rigor, considerando además que la conciencia actual no admite silencios o arreglos privados sino que reclama lo contrario. Otro tema sería distinguir entre abuso de menores y homosexualidad con jóvenes, puesto que en este segundo caso la responsabilidad moral es más compartida.
Sin duda, éstos señalan de manera urgente un necesario y cercano seguimiento de quien se siente llamado a un camino sacerdotal o religioso también con la ayuda de la psicología.
La autoridad de la Iglesia es fundamentalmente moral. Como señalaba ya Pablo VI, el mundo quiere testigos y no sólo maestros. El magisterio mayor de los cristianos, y en particular de sus ministros, debe pasar por un testimonio coherente de fidelidad evangélica.
Hoy algunos episcopados y Roma en primer lugar se muestran encaminados a hacerle frente al problema. Ciertamente en los últimos tiempos quedó afectada de manera muy seria la institución y, por eso mismo, se requiere ser humildes y vivir antes que predicar, encontrar la manera de que el testimonio esté unido a la enseñanza. De este modo, será posible encontrar cómo acompañar a la sociedad contemporánea en sus autónomas decisiones sin imponer los propios criterios.
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Alberto Barlocci. Este texto corresponde al editorial de revista Ciudad Nueva, www.ciudadnueva.org.ar
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