El Dios en el que crees no tiene preferencias. Ama a todos por igual. Si tu vida se desliza solamente entre la gente que te cae bien, ¿qué mérito tienes? Eso lo hace cualquiera. Esta es una de las claves del Evangelio.
En este sentido supera a toda otra forma de religión o de estilo de vida.
El odio proviene siempre de los hombres. El amor tiene su raíz en Dios. El cristiano, afincado y modelado en el yunque de la fe, supera la barrera de la simpatía o antipatía para ver en cada ser humano el rostro resplandeciente de Cristo el Señor.
Si vas a tu oración para sentirte a gusto tú solo, no haces bien. Tu oración tiene una dimensión ecuménica, universal.¿Te atreves a rezar por los que te caen más bordes y gordos?
Orar por el enemigo supone en ti una apertura de corazón que va más allá de las barreras que separan. Tú te las saltas con agilidad movido por el impulso de amor que el Señor ha depositado en tu corazón, aunque a veces no te des ni cuenta. Cuando tu vida transcurre por estos cauces de valores cristianos, no solamente no se empequeñece sino que adquiere dimensiones nuevas.
Y si pasas momentos malos, sabes que en ti hay un fuego capaz de transformarte y de quemar en ti las heridas que te impiden acercarte a tu hermano. Vuelves a vivir de nuevo. Lo peor de un creyente es caer en la depresión por falta de oxígeno y de una visión optimista y alegre de la existencia.
Esa madre que ha perdido al hijo en una guerra estúpida es capaz de perdonar porque su fe es tan grande que puede cambiar en gozo y en perdón lo que para otros supone una angustia y un horror imperdonables.
El Evangelio llama a rezar por los otros, incluso por los enemigos (Mt 5, 43), para llevar hasta Dios a aquellos que se nos oponen. Pero cuando nosotros rezamos por otros y su corazón no cambia, ¿acaso es que Dios no acoge nuestra oración? No, ninguna oración deja de ser escuchada. Dios nos acoge dentro de nosotros mismos. Cuando, a través de la oración confiamos a una persona a Dios, algo cambia en nosotros.
Una mirada interior de bondad no impide la lucidez. Seguimos viendo en el otro sus asperezas, lo que tiene de inaccesible. Pero también nos arriesgamos a descubrir en él aquello que ni siquiera él conoce de sí mismo.
Recuerda: 1.- La venganza prolonga y agrava las enemistades (Joseph Addison).
2.- Siempre hay un poco de locura en el amor. Pero siempre hay también un poco de razón en la locura (Nietzsche Friedrich W).
¿Te juntas sólo con los amigos simpáticos?
¿Das de medio lado a los marginados o antipáticos?
http://claretgazteak.nireblog.com/
En este sentido supera a toda otra forma de religión o de estilo de vida.
El odio proviene siempre de los hombres. El amor tiene su raíz en Dios. El cristiano, afincado y modelado en el yunque de la fe, supera la barrera de la simpatía o antipatía para ver en cada ser humano el rostro resplandeciente de Cristo el Señor.
Si vas a tu oración para sentirte a gusto tú solo, no haces bien. Tu oración tiene una dimensión ecuménica, universal.¿Te atreves a rezar por los que te caen más bordes y gordos?
Orar por el enemigo supone en ti una apertura de corazón que va más allá de las barreras que separan. Tú te las saltas con agilidad movido por el impulso de amor que el Señor ha depositado en tu corazón, aunque a veces no te des ni cuenta. Cuando tu vida transcurre por estos cauces de valores cristianos, no solamente no se empequeñece sino que adquiere dimensiones nuevas.
Y si pasas momentos malos, sabes que en ti hay un fuego capaz de transformarte y de quemar en ti las heridas que te impiden acercarte a tu hermano. Vuelves a vivir de nuevo. Lo peor de un creyente es caer en la depresión por falta de oxígeno y de una visión optimista y alegre de la existencia.
Esa madre que ha perdido al hijo en una guerra estúpida es capaz de perdonar porque su fe es tan grande que puede cambiar en gozo y en perdón lo que para otros supone una angustia y un horror imperdonables.
El Evangelio llama a rezar por los otros, incluso por los enemigos (Mt 5, 43), para llevar hasta Dios a aquellos que se nos oponen. Pero cuando nosotros rezamos por otros y su corazón no cambia, ¿acaso es que Dios no acoge nuestra oración? No, ninguna oración deja de ser escuchada. Dios nos acoge dentro de nosotros mismos. Cuando, a través de la oración confiamos a una persona a Dios, algo cambia en nosotros.
Una mirada interior de bondad no impide la lucidez. Seguimos viendo en el otro sus asperezas, lo que tiene de inaccesible. Pero también nos arriesgamos a descubrir en él aquello que ni siquiera él conoce de sí mismo.
Recuerda: 1.- La venganza prolonga y agrava las enemistades (Joseph Addison).
2.- Siempre hay un poco de locura en el amor. Pero siempre hay también un poco de razón en la locura (Nietzsche Friedrich W).
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