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sábado, 17 de julio de 2010

CUANDO MARÍA SE CONVIERTE EN MARTA


XVI Domingo del T.O. (Lc 10, 38-42) - Ciclo C
Por Enrique Martínez Lozano

Una vez más, como tantas otras en los relatos evangélicos, no nos encontramos ante una mera “anécdota” de la vida de Jesús, sino ante una catequesis sobre en qué consiste ser discípulo.

Esta narración aparece únicamente en el evangelio de Lucas y tiene como trasfondo la doble actividad que se desarrollaba en las primeras comunidades: el servicio (o diaconía) y la proclamación de la palabra. Según el texto, parece que el autor tiene un interés especial en subrayar la importancia de la escucha de la palabra, a la que califica como “la parte [porción] mejor”, que no puede ser quitada.

Esa expresión de la “mejor parte” hace alusión a la “porción del Señor”. En el reparto de la tierra, cuando el pueblo se estableció en Palestina, a los levitas no se les asignó ninguna porción: su “lote” era el Señor. Y así se recoge en los Salmos:

“Tú, Señor, eres mi copa y el lote de mi heredad,
mi destino está en tus manos.
Me ha tocado un lote delicioso,
¡qué hermosa es mi heredad!” (Salmo 16,5-6).

“Mi porción, oh Yhwh,
es guardar tus palabras” (Salmo 119,57).

En la narración, la misma postura de María –“sentada a los pies”- es una alusión directa a su lugar de discípula: ésa era la postura que adoptaban los discípulos judíos ante sus maestros. Y no deja de ser llamativo que, en una cultura tan machista, en la que ningún maestro judío hubiera consentido tener mujeres en su grupo, se reconozca a una mujer el derecho pleno a ser discípula.

Si María es la que escucha la palabra, Marta representa el servicio. Y es ésta la que se dirige a Jesús, con un título frecuente en el evangelio de Lucas, pero que nació a partir de la experiencia pascual: Kyrios, Señor.

La queja de Marta, sin embargo, no va a ser bien acogida. En la respuesta que el autor pone en boca de Jesús –no es probable que esas palabras pertenezcan al Jesús histórico-, pueden distinguirse dos partes: la que se refiere a la inquietud de Marta y la que elogia a María por haber elegido “la mejor parte”.

Toda la respuesta rezuma sabiduría: la inquietud y el nerviosismo son síntomas de ansiedad, se corresponden con la hiperactividad mental –la rumiación incesante- y ponen de manifiesto que estamos alejados del presente.

Todo ello suele denotar una carencia afectiva o vacío psicológico no resuelto, origen de una prisa que no nos deja en paz, sino que nos introduce en una carrera interminable y agotadora que no conduce a ninguna parte.

Cuando eso se produce, la persona está identificada con su mente y, por tanto, con su ego o yo. Por eso, a aquel vacío psicológico se le añade el vacío esencial propio del yo, y la suma de ambos produce una incapacidad radical de vivir en el aquí y ahora. Porque el yo, como no puede “hallarse” a sí mismo en el presente, sólo puede sostenerse en tanto en cuanto mantiene expectativas que lo proyectan a un futuro imaginado.

Frente a todas esas trampas y engaños, suena sabia la palabra que proclama: “sólo una cosa es necesaria”. Lo único realmente necesario –aunque haya que trabajar otras cuestiones para que ello sea posible- es venir al presente.

Cuando aprendemos a vivir en el momento presente, todo empieza a fluir ajustada y armoniosamente. Cesa la inquietud, el nerviosismo, el estrés, el despiste, la ignorancia, el cansancio desproporcionado, los “dramas” mentales, los diversos mecanismos de huida, el sufrimiento inútil…

En la medida en que ponemos presencia en nuestra vida, todo empieza a encontrar su lugar, redescubrimos el gusto por vivir y emerge la Plenitud. Decididamente, la Presencia es lo único necesario. Y, como decía el místico sufí, “quien lo probó, lo sabe”.

Cuando vivimos en la mente, fuera del presente, nos pasamos el tiempo buscándole un significado a la vida; basta venir al instante presente para disfrutar de una vida plena de significado. La Presencia es sentido.

Dejamos de percibirnos como el yo aislado y vacío, ansioso e inquieto, para empezar a descubrirnos como esa misma Presencia que todo lo abraza e integra.

Nos liberamos de la tiranía de la mente pensante para percibirnos como la Conciencia desde la que la mente cumple su función: pasamos de considerarnos como “pensadores identificados con su mente” a vivirnos como “observadores de los propios contenidos mentales”.

Sólo aquí y ahora: “Ser, nada más; y basta. Es la absoluta dicha” (Jorge Guillén), lo único necesario.

Así entendida la “parte” que ha elegido María, queda claro que es “la mejor” y que “no se la quitarán”. Podemos perder todo lo que hemos ido adquiriendo, todo lo que tenemos, el mismo yo…, pero no podremos perder jamás lo que somos: eso es lo que nadie nos podrá quitar.

Cuando sufrimos porque creemos amenazada cualquier cosa que tenemos –bienes, imagen, fama…-, estamos todavía identificados con el yo; permanecemos en el mundo de las “formas”; no hemos encontrado aún “lo único necesario”. Cuando “cae” el yo, con él cae cualquier forma de miedo y de sufrimiento.

Ahora bien, es necesario subrayar que “lo único necesario” no es estar sentada escuchando la palabra, sino vivir en la Presencia. Y es necesario advertirlo porque este texto se usó, con frecuencia de una forma muy desafortunada, para contraponer lo que se llamaba “vida activa” y “vida contemplativa”.

En esa lectura simplista, las palabras de Jesús vendrían a afirmar la superioridad de la segunda sobre la primera: el trabajo manual ocuparía un lugar muy secundario con respecto a la actividad orante o contemplativa.

Tal interpretación, no sólo se apoya en un dualismo insostenible, engañoso y perjudicial –por el que “oración” y “vida” correrían por caminos diversos-, sino que olvida lo más característico de la respuesta: lo decisivo no es lo que hacemos, sino dónde estamos.

Hay personas contemplativas que no logran salir de su mente y hay personas muy activas con una vivencia profunda del presente. Es decir, la disyuntiva que el texto plantea no hay que entenderla como si fuera entre “trabajo” y “oración”, sino entre “ignorancia” y “consciencia”, entre “cavilación” y “presencia”.

Está en Dios quien vive en la Presencia, tanto dentro de los muros de un monasterio como en el vértigo de un tráfico incesante.

Es significativo que, dentro de una tradición que entendió esta escena evangélica en la clave a la que aludía más arriba, apareció una lectura totalmente divergente, en boca de uno de los mas grandes místicos cristianos: el Maestro Eckhart, en el siglo XIII-XIV.

Para Eckhart, la postura digna de elogio es la de Marta. Porque es ella la que vive el servicio y la dedicación a los otros. Con esto, el Maestro renano buscaba subrayar algo a veces olvidado en la espiritualidad: el test y la garantía de un camino espiritual auténtico viene dado por la bondad y el amor servicial que produce en la persona.

Es fácil advertir que, así entendido, no sólo no hay ninguna oposición entre ambas interpretaciones, sino que se reclaman. Con otras palabras, el auténtico camino espiritual se produce cuando María se convierte en Marta, una vez que ambas se han unificado gracias a la Presencia, porque las dos, en cualquier ocupación, han aprendido a vivir en presente.



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