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viernes, 23 de julio de 2010

XVII Domingo del Tiempo Ordinario (Mt 20, 20-28) - Ciclo C: ¿Oramos con nuestros corazones?


Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

Un hombre soñó que era llevado al cielo. Deambulaba por el cielo cuando se encontró con Jesucristo que le invitó a asomarse y contemplar lo que pasaba en la tierra.
Vio una iglesia donde se celebraba la misa del domingo.
El organista tocaba entusiasmado y sus dedos se movían con gran agilidad y las teclas subían y bajaban, pero no podía oír ningún sonido.
Veía el grupo de cantores, bocas abiertas, pronunciando todas las palabras, pero no podía oír ningún sonido.
Veía al sacerdote y a los fieles que se levantaban y se sentaban y abrían sus bocas para recitar las oraciones, pero no podía oír ningún sonido.
Asombrado, se dirigió a Jesús y le preguntó por qué no podía oír nada. Jesús le contestó: "Tienes que entender que si no oran y cantan con sus corazones aquí no podemos oírles".
¿Es este nuestro caso?
¿Oramos con nuestros corazones?
¿Estamos aquí, en la iglesia, no sólo con nuestros cuerpos sino también con nuestros corazones?
Todos estamos de acuerdo en que el centro de la existencia de Jesús era una fe inquebrantable en que Dios era su Padre.
Todos estamos de acuerdo en que Jesús era como nosotros en todo excepto en el pecado.
Así pues podemos suponer que Jesús aprendió a orar como lo hacemos nosotros, poco a poco, paso a paso.
Jesús gatearía alrededor del suelo de tierra de la casa y, en su propio lenguaje, descubriría la palabra Abba. Por supuesto que no entendería lo que decía pero haría a su Padre muy feliz.
Después aprendería de memoria las oraciones de su pueblo. Y aunque conociera el significado de las palabras no podría incorporar esos sentimientos en su experiencia infantil de la vida.
Cuando Jesús tenía doce años subió a Jerusalén y se perdió en el templo. Recordemos lo que dijo a sus padres: "Tenía que ocuparme de las cosas de mi Padre".
Lucas nos dice que María no entendió lo que le decía. ¿Sabía Jesús lo que decía?
Jesús alcanzó la madurez de la misma manera que nosotros. En esta etapa las oraciones de los otros, curtidos por experiencias semejantes, se convierten en nuestra oración.
Pero cada uno de nosotros tiene también experiencias vitales únicas y cuando las conversamos con Dios se transforman en oración personal, en nuestra oración única e irrepetible.
Un día Jesús decidió bautizarse y aquel día oyó una voz que le decía: "Tú eres mi hijo muy amado". Y el Dios abstracto y general se convirtió en su Padre personal, en la estrella que guiaría el resto de su vida.
Y murió diciendo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".
Ya no eran suficientes las oraciones de los otros.
Ya no era suficiente orar al Padre de todos. Dios tiene que ser mi Dios. Dios pertenece a todos, pero el Padre tiene que ser mi Padre amado y personal.
La vida de Jesús fue una oración de principio a fin y quiere que la nuestra lo sea también.
Nos enseñó a orar al Padre con el Padre nuestro.
Nos enseñó a pedir lo mejor: el Espíritu Santo.
Nos recomendó hacerlo todos los días aunque sólo oigamos el eco de nuestras propias voces. Esto no tiene que preocuparnos. Dios sabe si oramos con el corazón y siempre escucha nuestra oración.
La eucaristía que celebramos es la oración de la iglesia, de la comunidad, y tengo que hacerla mía.
Con Jesucristo, en Jesucristo y por Jesucristo ofrecemos este sacrificio a Dios nuestro Padre.
Orar es tener alguien a quien podemos dar las gracias, alguien con quien podemos hablar de todas nuestras cosas, sabiendo que no se cansará de nuestras explicaciones y de nuestras peticiones. Pero tenemos que terminar nuestra oración. ¿Qué habría pasado si Abraham hubiera terminado su oración, si hubiera llegado hasta el final de la lista?
Probablemente no había en la ciudad ni un inocente y aquí tampoco, pero eso es lo de menos. Dios quiere que persistamos en la oración pero somos poco atrevidos.

1 comentario:

Daniel Espinoza dijo...

Seguramente hemos oido a otras personas decir: "El que Canta Ora dos veces".

La entrada que compartes nos hace reflexionar. En este caso YO que pertenezco a un coro que canta en la misa. Yo pienso que Rezad Cantando es una forma de acercarse más a Dios, pero todo depende de como cante, por el hecho de cantar no te garantiza estar cerca de Dios. Todo lo que uno hace, dice San Pablo hay que hacerlos desde el corazón, si tu lo haces desde el corazón eso te va a llevar a Dios, porque Dios te inspira esos deseos santos de servirle.

Abrazos.