Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 17, 14-20
Un hombre se acercó a Jesús y, cayendo de rodillas, le dijo: «Señor, ten piedad de mi hijo, que es epiléptico y está muy mal: frecuentemente cae en el fuego y también en el agua. Yo lo llevé a tus discípulos, pero no lo pudieron sanar».
Jesús respondió: «¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo aquí». Jesús increpó al demonio, y éste salió del niño, que desde aquel momento, quedó sano.
Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le preguntaron en privado: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?»
«Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: "Trasládate de aquí a allá", y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes».
Las historias de fe que nos han acompañado a lo largo de esa semana en la “Lectio Divina” pueden ser releídas en este sábado desde este punto de vista: ¿tenemos la fe suficiente para obrar transformaciones profundas en nuestra vida y en la de los otros?
Llama la atención cómo el atribulado papá de un muchacho, cuya enfermedad parece ser la locura y la epilepsia, se lamenta ante Jesús porque los discípulos fueron incapaces de realizar la curación: “Se lo he presentado a tus discípulos, pero ellos no han podido curarle” (17,16). La frase “no han podido” suena trágica tratándose de discípulos a los cuales Jesús capacitó convenientemente: “les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia” (Mateo 10,1). El fracaso de los discípulos tiene que ver con lo que es la razón de ser de su misión, no es un problema secundario.
Este pasaje ilumina situaciones similares en la vida de la Iglesia. Cuando una misión fracasa (las pequeñas comunidades se acaban), cuando enfrentando un desafío pastoral al final descubrimos que no podemos hacer nada o quizás sólo muy poco, cuando una persona que empieza un camino de conversión al principio lo hace entusiasmado pero poco a poco se da cuenta que sus pecados le ganan la batalla, frente a toda sensación de cansancio y de desilusión es que se pronuncia este evangelio: “¿Por qué nosotros no pudimos?” (Mateo 17,19).
En el momento de la realización del milagro, “Jesús le increpó y el demonio salió de él; y quedó sano el niño desde aquel momento” (17,18), queda claro que en Jesús está todo poder. Con esto no remanda a todas las acciones de poder ya realizadas a lo largo de este evangelio. Pero se deja ver también un aspecto que introduce la respuesta final por parte de Jesús: los discípulos no están en completa sintonía con Jesús. El contexto de este pasaje es el anuncio de la Cruz, mensaje que los discípulos aún no han aceptado (ver 17,23).
La respuesta de Jesús al pedido de explicación de sus discípulos va al grano: “Por vuestra poca fe” (17,20a). Jesús no encuentra la fe que pide ni en sus discípulos ni en la gente (“Generación incrédula”, 17,17). ¿Fe en qué? Ya Pedro, en nombre de todos, confesó la fe en Jesús (16,16), sin embargo él mismo, quien ya había sido llamado antes “hombre de poca fe” (14,31), se opuso al anuncio de la pasión (16,22). El problema no es saber decir quién es Jesús sino identificarse con lo que Él es y con su camino; es aquí donde la fe comienza a debilitarse. Y sólo en comunión con Jesús se puede llevar a cabo la misión, de otra manera es inútil es esfuerzo.
Jesús pide por lo menos el “mínimo”, por eso cita el proverbio que se refiere a lo más pequeño: “como un grano de mostaza” (17,20b). La fe que Jesús encuentra “poca” en los discípulos, a lo mejor sea prácticamente nula. La más mínima fe ya es una gran fe y logra lo que parece imposible: traer la salvación, hacer milagros, llevar a los otros también a un camino de fe.
Jesús, quien expulsó el demonio con el poder de su Palabra, también habla de lo que hace una palabra dicha con fe –es decir, en comunión con Él en cuanto Señor muerto y resucitado-: cambiar de lugar a una montaña (17,20c). El poder de la fe no es más que el ejercicio del poder de la Palabra que ha sido aceptada en la propia vida: la Palabra de la Cruz y de la Resurrección, fuerza poderosa que transforma al mundo.
Un apóstol es aquel que haciendo el camino de la Cruz junto con su Maestro, vive a fondo el poder de la vida que brota de la Cruz Resucitada y es capaz de hacer presente ese poder el mundo para obrar grandes transformaciones allí donde el mal parece reinar.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Qué pretende suscitar en nosotros el evangelio de hoy?
2. ¿Hay alguna situación difícil –personal, familiar o social- que “me ha quedado grande”, que no consigo superar a pesar de todas las oraciones que he hecho? ¿Qué tengo que hacer?
3. ¿Qué relación tiene la fe de los discípulos con el anuncio de la Pasión y Muerte de Jesús? ¿Qué se entiende entonces por fe en este pasaje?
Oh, María, aurora del mundo nuevo, Madre de los vivientes,
a ti confiamos, la causa de la vida.
Mira, Madre, el número inmenso de niños a quienes se impide nacer,
de pobres a quienes se hace difícil vivir,
de hombres y mujeres victimas de violencia inhumana,
de ancianos y enfermos muertos a causa de la indiferencia o de una presunta piedad.
Haz que quienes creen en tu Hijo sepan anunciar con firmeza y amor
a los hombres de nuestro tiempo el Evangelio de la vida.
Alcánzales la gracia de acogerlo como don siempre nuevo,
la alegría de celebrarlo con gratitud durante toda su existencia
y la valentía de testimoniarlo con solícita constancia,
para construir, junto con todos los hombres de buena voluntad,
la civilización de la verdad y del amor,
para alabanza y gloria de Dios creador y amante de la vida.
Amén. (Juan Pablo II)
P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM
Jesús respondió: «¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo aquí». Jesús increpó al demonio, y éste salió del niño, que desde aquel momento, quedó sano.
Los discípulos se acercaron entonces a Jesús y le preguntaron en privado: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?»
«Porque ustedes tienen poca fe, les dijo. Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, dirían a esta montaña: "Trasládate de aquí a allá", y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes».
Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL
El poder de la fe
“¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?”
Por CELAM - CEBIPAL
El poder de la fe
“¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?”
Las historias de fe que nos han acompañado a lo largo de esa semana en la “Lectio Divina” pueden ser releídas en este sábado desde este punto de vista: ¿tenemos la fe suficiente para obrar transformaciones profundas en nuestra vida y en la de los otros?
Llama la atención cómo el atribulado papá de un muchacho, cuya enfermedad parece ser la locura y la epilepsia, se lamenta ante Jesús porque los discípulos fueron incapaces de realizar la curación: “Se lo he presentado a tus discípulos, pero ellos no han podido curarle” (17,16). La frase “no han podido” suena trágica tratándose de discípulos a los cuales Jesús capacitó convenientemente: “les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia” (Mateo 10,1). El fracaso de los discípulos tiene que ver con lo que es la razón de ser de su misión, no es un problema secundario.
Este pasaje ilumina situaciones similares en la vida de la Iglesia. Cuando una misión fracasa (las pequeñas comunidades se acaban), cuando enfrentando un desafío pastoral al final descubrimos que no podemos hacer nada o quizás sólo muy poco, cuando una persona que empieza un camino de conversión al principio lo hace entusiasmado pero poco a poco se da cuenta que sus pecados le ganan la batalla, frente a toda sensación de cansancio y de desilusión es que se pronuncia este evangelio: “¿Por qué nosotros no pudimos?” (Mateo 17,19).
En el momento de la realización del milagro, “Jesús le increpó y el demonio salió de él; y quedó sano el niño desde aquel momento” (17,18), queda claro que en Jesús está todo poder. Con esto no remanda a todas las acciones de poder ya realizadas a lo largo de este evangelio. Pero se deja ver también un aspecto que introduce la respuesta final por parte de Jesús: los discípulos no están en completa sintonía con Jesús. El contexto de este pasaje es el anuncio de la Cruz, mensaje que los discípulos aún no han aceptado (ver 17,23).
La respuesta de Jesús al pedido de explicación de sus discípulos va al grano: “Por vuestra poca fe” (17,20a). Jesús no encuentra la fe que pide ni en sus discípulos ni en la gente (“Generación incrédula”, 17,17). ¿Fe en qué? Ya Pedro, en nombre de todos, confesó la fe en Jesús (16,16), sin embargo él mismo, quien ya había sido llamado antes “hombre de poca fe” (14,31), se opuso al anuncio de la pasión (16,22). El problema no es saber decir quién es Jesús sino identificarse con lo que Él es y con su camino; es aquí donde la fe comienza a debilitarse. Y sólo en comunión con Jesús se puede llevar a cabo la misión, de otra manera es inútil es esfuerzo.
Jesús pide por lo menos el “mínimo”, por eso cita el proverbio que se refiere a lo más pequeño: “como un grano de mostaza” (17,20b). La fe que Jesús encuentra “poca” en los discípulos, a lo mejor sea prácticamente nula. La más mínima fe ya es una gran fe y logra lo que parece imposible: traer la salvación, hacer milagros, llevar a los otros también a un camino de fe.
Jesús, quien expulsó el demonio con el poder de su Palabra, también habla de lo que hace una palabra dicha con fe –es decir, en comunión con Él en cuanto Señor muerto y resucitado-: cambiar de lugar a una montaña (17,20c). El poder de la fe no es más que el ejercicio del poder de la Palabra que ha sido aceptada en la propia vida: la Palabra de la Cruz y de la Resurrección, fuerza poderosa que transforma al mundo.
Un apóstol es aquel que haciendo el camino de la Cruz junto con su Maestro, vive a fondo el poder de la vida que brota de la Cruz Resucitada y es capaz de hacer presente ese poder el mundo para obrar grandes transformaciones allí donde el mal parece reinar.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Qué pretende suscitar en nosotros el evangelio de hoy?
2. ¿Hay alguna situación difícil –personal, familiar o social- que “me ha quedado grande”, que no consigo superar a pesar de todas las oraciones que he hecho? ¿Qué tengo que hacer?
3. ¿Qué relación tiene la fe de los discípulos con el anuncio de la Pasión y Muerte de Jesús? ¿Qué se entiende entonces por fe en este pasaje?
Oh, María, aurora del mundo nuevo, Madre de los vivientes,
a ti confiamos, la causa de la vida.
Mira, Madre, el número inmenso de niños a quienes se impide nacer,
de pobres a quienes se hace difícil vivir,
de hombres y mujeres victimas de violencia inhumana,
de ancianos y enfermos muertos a causa de la indiferencia o de una presunta piedad.
Haz que quienes creen en tu Hijo sepan anunciar con firmeza y amor
a los hombres de nuestro tiempo el Evangelio de la vida.
Alcánzales la gracia de acogerlo como don siempre nuevo,
la alegría de celebrarlo con gratitud durante toda su existencia
y la valentía de testimoniarlo con solícita constancia,
para construir, junto con todos los hombres de buena voluntad,
la civilización de la verdad y del amor,
para alabanza y gloria de Dios creador y amante de la vida.
Amén. (Juan Pablo II)
P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM
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