Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 4, 38-44
Al salir de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella. Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y ésta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.
Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y Él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba. De muchos salían demonios gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero Él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.
Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos. Pero Él les dijo: «También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado».
Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.
Durante este período litúrgico, nos acompaña prioritariamente el evangelista Lucas. Su manera particular de introducirnos en el misterio de Jesús y de mostrarnos cómo se forma un discípulo por las rutas del seguimiento, merece toda nuestra atención y aprecio.
No perdemos de vista el planteamiento de Lucas en el relato modelo de “Los peregrinos de Emaús” (Lc 24,13-35), y en cual nos introduce -con sumo cuidado y gran intuición exegética, espiritual y pastoral- Mons. Santiago Silva en la introducción de esta revista. Allí encontramos muchos elementos que nos colocan en el punto de vista más apto para comprender la totalidad del Evangelio, en cuanto revelación del misterio de la persona de Jesús y de su obrar, y su proyección misionera, en cuanto “base sólida” del mensaje que predicamos (ver Lc 1,4).
Desde la última página del evangelio (Lc 24) retrocedemos ahora hasta el comienzo del ministerio de Jesús, para seguir el itinerario catequético completo, descubriendo paso a paso todo lo que el camino de Jesús implica. Volvemos entonces a Galilea, porque “la cosa empezó en Galilea” (Hechos 10,37).
El programa misionero de Jesús
Tengamos presente que la presentación del programa de la misión de Jesús, que es el objetivo de los pasajes que se encuentran en Lc 4,16-44, sigue el esquema didáctico de enseñanza con “Palabras” (en Nazareth, ver 4,16-30) y enseñanza con “obras” (en Cafarnaúm, ver 4,31-43). Toda esta presentación termina con una síntesis de la misión –“predicando” (lo cual incluye las acciones)- en el país entero (ver 4,44).
El texto que leemos hoy nos sitúa concretamente en Cafarnaúm.
En Cafarnaúm se muestra que es verdadero el cumplimiento de la profecía anunciada en Nazareth: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para… dar la liberad a los oprimidos” (4,18).
En Cafarnaúm, Jesús no solamente se revela por medio de acciones de poder (exorcismos y curaciones) sino que, a diferencia de lo sucedido en Nazareth, Jesús es acogido por la gente: “Quedaban asombrados de su enseñanza, porque su palabra tenía autoridad” (4,32; traducimos literalmente). La misión de Jesús -y la de sus discípulos- conocerá momentos difíciles como el de Nazareth, pero el éxito será mayor, como lo describe la jornada misionera de Cafarnaúm.
Llama la atención cómo al comienzo y al final de esta jornada misionera, Jesús expulsa demonios. Esta acción es el signo que confirma que Jesús, en cuanto “liberador” del mal, hace presente el “Reino de Dios” prometido por los profetas (ver 4,43). Como dirá más adelante: “Si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios” (11,20).
Una jornada misionera exitosa
En la jornada de Cafarnaúm, Lucas nos enseña a contemplar al Maestro en acción –casi paso a paso- a lo largo de una jornada completa. Cada acción, cada movimiento de Jesús es una escuela para el discípulo, porque como se propondrá más adelante: “Todo el que esté bien formado será como su maestro” (6,40b).
Como lo ha hecho también el evangelio de Marcos, el evangelista Lucas nos presenta –a su manera- la “agenda” de Jesús, es decir, un día modelo del Maestro. Esto lo refleja muy bien el esquema del pasaje:
(1) Por la mañana está junto con la comunidad de Israel en la Sinagoga (4,31-37).
(2) Luego pasa al ambiente de intimidad propio de una casa de familia (4,38-39).
(3) Al final de la tarde vuelve a la vida pública, donde se encuentra con un gran número de personas, “todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias”, donde enfrenta y sana las diversas formas del sufrimiento humano (4,40-41).
(4) A la mañana siguiente se aparta de todo el mundo complejo de las relaciones con la gente para estar a solas (se sobre entiende que en oración) (4,42).
(5) Finalmente relanza la misión, una misión que abarca todo el país (4,43-44).
El motivo central de toda esta actividad misionera de Jesús, que pasa por los lugares y momentos claves mencionados, se resume en estas palabras: “Tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado” (4,43b). En una sola frase: “¡Tengo que evangelizar!”
Recorriendo despacio los diversos momentos de la jornada evangelizadora de Jesús, podemos ir captando cómo la entrada en los diversos ámbitos de la vida del pueblo va generando claras y profundas transformaciones:
(1) En la sinagoga: destruye el poder del demonio. “¡Qué Palabra es ésta! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen” (4,36).
(2) En la casa de Simón: recupera a la persona entera, restituyéndole la salud y colocándola al servicio de los demás. “Levantándose, ella se puso a servirles” (4,39).
(3) En su encuentro con la ciudad entera: hace un gesto de imposición de manos, uno por uno, a todos los enfermos, para sanarlos. Y “También salían demonios de muchos, gritando y diciendo: ‘Tú eres el Hijo de Dios’” (4,41).
(4) En la escena de la mañana siguiente, vemos cómo combina los afanes de la misión con la soledad de la oración. “Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario” (4,42).
El pasaje nos describe el éxito de la misión no sólo en las acciones que ya hablan por sí solas sino también en dos momentos específicos en que la multitud reacciona: (1) la gente cuenta lo sucedido: “su fama se extendió por todos los lugares de la región” (4,37); (2) la gente quiere que Jesús se quede siempre con ellos: “la gente le andaba buscando y, llegando donde él, trataban de retenerle para que no les dejara” (4,42).
Cómo emerge el rostro de Jesús evangelizador
El rostro de Jesús evangelizador queda ahora mejor diseñado:
(1) Jesús es un misionero obediente al Padre: realiza la obra de la evangelización como un acto de obediencia al Plan de Dios, Padre de la humanidad. Jesús se somete a un “deber” divino (“Tengo que…”, 4,43), toda su obra se realiza según un plan preciso de salvación de Dios Padre. Esto es importante porque, en su búsqueda de la humanización de todos aquellos que sufren o están en desventaja social, Jesús nunca pierde de vista que se trata de la obra de Dios y que el Padre es la fuente última de toda su acción. Con razón, los demonios ya le gritaban correctamente: “Tú eres el Hijo de Dios” (4,41b). Sólo que no es a ellos a quienes les corresponde dar el testimonio, por eso los calla y les muestra que tienen que ceder completamente frente a él.
(2) Jesús es un misionero con una gran libertad de corazón: así como mostró que tenía un corazón libre en el momento en que le profirieron amenazas y presiones en la sinagoga de Nazareth (ver 4,30), muestra también que tiene un corazón libre frente a aquel pueblo que comprende su misión y lo acoge; y lo hace no apegándose a ellos cuando “trataban de retenerle” (4,42), diciéndoles “también a otras ciudades tengo que anunciar el evangelio” (4,43ª).
(3) Jesús es un misionero incansable, celoso de su misión: como misionero itinerante que es, anda continuamente en busca de la oveja perdida donde quiera que ésta se encuentre y por eso siempre está en movimiento. De manera programática, en este pasaje se le ve recorriendo el país entero (ver 4,44; para Lucas “Judea” no indica solamente la región que conocemos con este nombre sino todo el país). Jesús sabe que debe llegar a todos los rincones de la geografía humana, por ello ¡No se instala!
Un misionero de la misericordia
Pero el pasaje no se ocupa solamente en mostrarnos los espacios y las acciones externas de Jesús. También en el texto de hoy podemos ver rasgos distintivos del corazón misericordioso de Jesús. Este un aspecto que el evangelista Lucas ama destacar:
(1) Ante el hombre sometido por el demonio, hace el exorcismo con contundencia pero también con sumo cuidado, de manera que el demonio “salió de él sin hacerle ningún daño” (4,35).
(2) Ante la mujer enferma (la suegra de Simón), Jesús “se inclinó sobre ella” (4,39). ¡Qué gesto tan hermoso de aproximación ante quien está postrado!
(3) Ante la afluencia de público (la masa), Jesús no pierde de vista al individuo, sino que se aproxima a la realidad de cada uno: “Cada uno de ellos… los curaba” (4,40).
(4) Ante todo el cuadro de sufrimiento que le ponen delante, Jesús no siente repugnancia, no siente aversión, no toma distancia, sino que al contrario toma contacto físico, en una inmensa cercanía a la realidad humana: “Él ponía las manos sobre cada uno de ellos” (4,40).
Esta es la manera como Jesús “pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él” (Hch 10,38).
Repasemos ahora este pasaje, mirándonos en el espejo de Jesús. El discípulo está llamado a “ser como su maestro” (6,40b), por lo tanto a vivir a fondo la misión y trabajando por su eficacia. Pero para lograrlo tendrá que entrar en el camino formativo que comienza mañana.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Cómo nos describe Lucas una Jornada de Jesús? ¿En qué se parece a mis jornadas?
2. ¿Cómo seguidor/a de Cristo que soy, siento en mí la imperiosa necesidad de anunciar con las palabras y con los hechos a Jesús? ¿Cómo lo he hecho hasta ahora? ¿Cómo lo haré?
3. La entrada de Jesús en los diversos ámbitos de la vida del pueblo ha generado claras y profundas transformaciones. ¿Qué transformaciones ha generado la presencia de Jesús en mi familia, en mi grupo, en mi comunidad?
Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y Él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba. De muchos salían demonios gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero Él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.
Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos. Pero Él les dijo: «También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado».
Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.
Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL
Jesús: un gran misionero
“Tengo que evangelizar el Reino de Dios”
Por CELAM - CEBIPAL
Jesús: un gran misionero
“Tengo que evangelizar el Reino de Dios”
Durante este período litúrgico, nos acompaña prioritariamente el evangelista Lucas. Su manera particular de introducirnos en el misterio de Jesús y de mostrarnos cómo se forma un discípulo por las rutas del seguimiento, merece toda nuestra atención y aprecio.
No perdemos de vista el planteamiento de Lucas en el relato modelo de “Los peregrinos de Emaús” (Lc 24,13-35), y en cual nos introduce -con sumo cuidado y gran intuición exegética, espiritual y pastoral- Mons. Santiago Silva en la introducción de esta revista. Allí encontramos muchos elementos que nos colocan en el punto de vista más apto para comprender la totalidad del Evangelio, en cuanto revelación del misterio de la persona de Jesús y de su obrar, y su proyección misionera, en cuanto “base sólida” del mensaje que predicamos (ver Lc 1,4).
Desde la última página del evangelio (Lc 24) retrocedemos ahora hasta el comienzo del ministerio de Jesús, para seguir el itinerario catequético completo, descubriendo paso a paso todo lo que el camino de Jesús implica. Volvemos entonces a Galilea, porque “la cosa empezó en Galilea” (Hechos 10,37).
El programa misionero de Jesús
Tengamos presente que la presentación del programa de la misión de Jesús, que es el objetivo de los pasajes que se encuentran en Lc 4,16-44, sigue el esquema didáctico de enseñanza con “Palabras” (en Nazareth, ver 4,16-30) y enseñanza con “obras” (en Cafarnaúm, ver 4,31-43). Toda esta presentación termina con una síntesis de la misión –“predicando” (lo cual incluye las acciones)- en el país entero (ver 4,44).
El texto que leemos hoy nos sitúa concretamente en Cafarnaúm.
En Cafarnaúm se muestra que es verdadero el cumplimiento de la profecía anunciada en Nazareth: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para… dar la liberad a los oprimidos” (4,18).
En Cafarnaúm, Jesús no solamente se revela por medio de acciones de poder (exorcismos y curaciones) sino que, a diferencia de lo sucedido en Nazareth, Jesús es acogido por la gente: “Quedaban asombrados de su enseñanza, porque su palabra tenía autoridad” (4,32; traducimos literalmente). La misión de Jesús -y la de sus discípulos- conocerá momentos difíciles como el de Nazareth, pero el éxito será mayor, como lo describe la jornada misionera de Cafarnaúm.
Llama la atención cómo al comienzo y al final de esta jornada misionera, Jesús expulsa demonios. Esta acción es el signo que confirma que Jesús, en cuanto “liberador” del mal, hace presente el “Reino de Dios” prometido por los profetas (ver 4,43). Como dirá más adelante: “Si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios” (11,20).
Una jornada misionera exitosa
En la jornada de Cafarnaúm, Lucas nos enseña a contemplar al Maestro en acción –casi paso a paso- a lo largo de una jornada completa. Cada acción, cada movimiento de Jesús es una escuela para el discípulo, porque como se propondrá más adelante: “Todo el que esté bien formado será como su maestro” (6,40b).
Como lo ha hecho también el evangelio de Marcos, el evangelista Lucas nos presenta –a su manera- la “agenda” de Jesús, es decir, un día modelo del Maestro. Esto lo refleja muy bien el esquema del pasaje:
(1) Por la mañana está junto con la comunidad de Israel en la Sinagoga (4,31-37).
(2) Luego pasa al ambiente de intimidad propio de una casa de familia (4,38-39).
(3) Al final de la tarde vuelve a la vida pública, donde se encuentra con un gran número de personas, “todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias”, donde enfrenta y sana las diversas formas del sufrimiento humano (4,40-41).
(4) A la mañana siguiente se aparta de todo el mundo complejo de las relaciones con la gente para estar a solas (se sobre entiende que en oración) (4,42).
(5) Finalmente relanza la misión, una misión que abarca todo el país (4,43-44).
El motivo central de toda esta actividad misionera de Jesús, que pasa por los lugares y momentos claves mencionados, se resume en estas palabras: “Tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado” (4,43b). En una sola frase: “¡Tengo que evangelizar!”
Recorriendo despacio los diversos momentos de la jornada evangelizadora de Jesús, podemos ir captando cómo la entrada en los diversos ámbitos de la vida del pueblo va generando claras y profundas transformaciones:
(1) En la sinagoga: destruye el poder del demonio. “¡Qué Palabra es ésta! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen” (4,36).
(2) En la casa de Simón: recupera a la persona entera, restituyéndole la salud y colocándola al servicio de los demás. “Levantándose, ella se puso a servirles” (4,39).
(3) En su encuentro con la ciudad entera: hace un gesto de imposición de manos, uno por uno, a todos los enfermos, para sanarlos. Y “También salían demonios de muchos, gritando y diciendo: ‘Tú eres el Hijo de Dios’” (4,41).
(4) En la escena de la mañana siguiente, vemos cómo combina los afanes de la misión con la soledad de la oración. “Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario” (4,42).
El pasaje nos describe el éxito de la misión no sólo en las acciones que ya hablan por sí solas sino también en dos momentos específicos en que la multitud reacciona: (1) la gente cuenta lo sucedido: “su fama se extendió por todos los lugares de la región” (4,37); (2) la gente quiere que Jesús se quede siempre con ellos: “la gente le andaba buscando y, llegando donde él, trataban de retenerle para que no les dejara” (4,42).
Cómo emerge el rostro de Jesús evangelizador
El rostro de Jesús evangelizador queda ahora mejor diseñado:
(1) Jesús es un misionero obediente al Padre: realiza la obra de la evangelización como un acto de obediencia al Plan de Dios, Padre de la humanidad. Jesús se somete a un “deber” divino (“Tengo que…”, 4,43), toda su obra se realiza según un plan preciso de salvación de Dios Padre. Esto es importante porque, en su búsqueda de la humanización de todos aquellos que sufren o están en desventaja social, Jesús nunca pierde de vista que se trata de la obra de Dios y que el Padre es la fuente última de toda su acción. Con razón, los demonios ya le gritaban correctamente: “Tú eres el Hijo de Dios” (4,41b). Sólo que no es a ellos a quienes les corresponde dar el testimonio, por eso los calla y les muestra que tienen que ceder completamente frente a él.
(2) Jesús es un misionero con una gran libertad de corazón: así como mostró que tenía un corazón libre en el momento en que le profirieron amenazas y presiones en la sinagoga de Nazareth (ver 4,30), muestra también que tiene un corazón libre frente a aquel pueblo que comprende su misión y lo acoge; y lo hace no apegándose a ellos cuando “trataban de retenerle” (4,42), diciéndoles “también a otras ciudades tengo que anunciar el evangelio” (4,43ª).
(3) Jesús es un misionero incansable, celoso de su misión: como misionero itinerante que es, anda continuamente en busca de la oveja perdida donde quiera que ésta se encuentre y por eso siempre está en movimiento. De manera programática, en este pasaje se le ve recorriendo el país entero (ver 4,44; para Lucas “Judea” no indica solamente la región que conocemos con este nombre sino todo el país). Jesús sabe que debe llegar a todos los rincones de la geografía humana, por ello ¡No se instala!
Un misionero de la misericordia
Pero el pasaje no se ocupa solamente en mostrarnos los espacios y las acciones externas de Jesús. También en el texto de hoy podemos ver rasgos distintivos del corazón misericordioso de Jesús. Este un aspecto que el evangelista Lucas ama destacar:
(1) Ante el hombre sometido por el demonio, hace el exorcismo con contundencia pero también con sumo cuidado, de manera que el demonio “salió de él sin hacerle ningún daño” (4,35).
(2) Ante la mujer enferma (la suegra de Simón), Jesús “se inclinó sobre ella” (4,39). ¡Qué gesto tan hermoso de aproximación ante quien está postrado!
(3) Ante la afluencia de público (la masa), Jesús no pierde de vista al individuo, sino que se aproxima a la realidad de cada uno: “Cada uno de ellos… los curaba” (4,40).
(4) Ante todo el cuadro de sufrimiento que le ponen delante, Jesús no siente repugnancia, no siente aversión, no toma distancia, sino que al contrario toma contacto físico, en una inmensa cercanía a la realidad humana: “Él ponía las manos sobre cada uno de ellos” (4,40).
Esta es la manera como Jesús “pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él” (Hch 10,38).
Repasemos ahora este pasaje, mirándonos en el espejo de Jesús. El discípulo está llamado a “ser como su maestro” (6,40b), por lo tanto a vivir a fondo la misión y trabajando por su eficacia. Pero para lograrlo tendrá que entrar en el camino formativo que comienza mañana.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Cómo nos describe Lucas una Jornada de Jesús? ¿En qué se parece a mis jornadas?
2. ¿Cómo seguidor/a de Cristo que soy, siento en mí la imperiosa necesidad de anunciar con las palabras y con los hechos a Jesús? ¿Cómo lo he hecho hasta ahora? ¿Cómo lo haré?
3. La entrada de Jesús en los diversos ámbitos de la vida del pueblo ha generado claras y profundas transformaciones. ¿Qué transformaciones ha generado la presencia de Jesús en mi familia, en mi grupo, en mi comunidad?
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