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martes, 17 de agosto de 2010

La controversia de Jesús


Conoceremos mejor a Jesús no como el resultado de la investigación académica de un individuo que se publica en un libro, sino que como un proceso continuo de transformación personal dentro de una comunidad de discípulos.

Luke Timothy Jonson
Publicado por Mirada Global

Estos días he seguido a una banda de trovadores académicos ambulantes, especialistas que son invitados por congregaciones para dar charlas como parte de programas de educación para adultos. A menudo he seguido a gente como Marcus Borg, John Dominic Crossan, N.T. Wright y Bart Eheman, y con frecuencia me invitan como alguien que puede “representar otro punto de vista”. En otras palabras, soy una anotación al margen del menú preferido de las ofrendas históricas de Jesús. Cuando presento una mirada alternativa sobre el Jesús de los Evangelios, siempre hay algunos en la congregación que se sorprenden que yo esté tan en desacuerdo con lo que ellos consideran el pináculo de la enseñanza bíblica. En resumen, 25 años después que el Jesus Seminar empezó una nueva ronda en la controversia sobre el Jesús histórico y catorce años después que traté de mostrar (en The Real Jesus) lo falso que es el conocimiento contemporáneo del Jesús histórico —salvo excepciones—, todavía hay una audiencia deseosa de escuchar los temas que estos trovadores cantan.

Y no es difícil entender por qué. Sin excepción, los trovadores son profesores y oradores extraordinarios, que tienen una bien ganada reputación de enseñar de manera alegre e incluso entretenida. El señor Borg y el obispo Wright, además, se manifiestan explícitamente cristianos y transmiten un sentido positivo de lo que el conocimiento puede ofrecer. Ehrman es un profesor excepcional. Y el señor Crossan es una persona especial, un hombre de tanto ingenio, de tanto humor, que personalmente estoy dispuesto a escucharlo hablar de cualquier cosa. El carisma personal de los conferencistas es indudablemente parte del atractivo.

Los conferencistas también han sido eficientes al presentar sus charlas como conocimientos genuinos; afirman que lo que hacen es poner a disposición de todos el enfoque crítico que, según ellos, otros académicos también siguen, pero mantienen dentro del ámbito profesional. Las congregaciones y las parroquias deseosas de estímulos intelectuales son entusiastas consumidores. Pocos son los que siguen de cerca lo que los estudiosos de la Biblia están haciendo. ¿Qué base de comparación hay en los libros que se encuentran en Barnes & Noble (N. de la T.: se trata del minorista más grande de libros en los EE.UU.)? Las audiencias no tienen mucha base para rebatir la reivindicación de los trovadores de representar lo mejor de la academia. De hecho, si las congregaciones estuviesen conscientes del carácter desesperadamente trivial de mucha de la enseñanza académica, estarían incluso más dispuestos a aceptar las palabras de aquellos que están demostrando tener comprensión de la figura de Jesús para la iglesia, en vez de desarrollar otra metodología esotérica a fin de tener credibilidad, como vitales y necesarias.

Por sobre todo, pienso que las congregaciones están ávidas de aprender sobre el Jesús humano y con demasiada frecuencia encuentran que lo que escuchan en los sermones y las Escuelas Dominicales contiene poca sustancia intelectual o alimento espiritual. Lo que quieren es una fe adulta, y los oradores itinerantes parecen ofrecer un camino más rápido e interesante hacia a esa madurez que la que está disponible a través de las prácticas tradicionales de la fe. Para aquellos a quienes se les ha enseñado a valorar la información por sobre la comprensión, la oferta de conocimiento histórico sobre Jesús parece quedarles como anillo al dedo.

LOS LÍMITES DE LA HISTORIA

No hay absolutamente ni un problema en estudiar a Jesús como una figura histórica, y si lo estudiamos desde esa perspectiva, es adecuado separar los fundamentos de la fe. El tipo de proyecto llevado a cabo por Msgr. J.P. Meier en A Marginal Jew, que somete a prueba qué elementos de los relatos del Evangelio pueden ser históricamente verificados, es perfectamente legítimo y arroja resultados genuinos. Pero tal como el mismo monseñor Meier ha reconocido, el Jesús empíricamente verificable no es de ninguna manera el Jesús “real”. Además, es más que legítimo aprender lo más que se pueda de historia del mundo en el primer siglo de Jesús. El objeto de este conocimiento, sin embargo, es el de convertirse en mejores y más responsables lectores de los Evangelios mismos. No se trata de deconstruir las narraciones evangélicas para luego reconstruir un “Jesús histórico” y declarar, de ese modo, que se ha descubierto quién era Jesús verdaderamente. Aún menos para proponer tal reconstrucción como la regla para los cristianos de hoy.

La historia es una manera limitada de conocer la realidad. Dependientes de fragmentos de lo que se observó, registró, conservó y transmitió desde el pasado, reconociendo que todo testimonio humano es parcial y cuidadosos de no especular más allá de la evidencia disponible, los historiadores responsables saben que sólo manejan probabilidades, no certezas. Lo suyo es más un arte descriptivo que una ciencia prescriptiva. Y en el caso de Jesús y los Evangelios, los problemas críticos que enfrenta toda reconstrucción histórica son extremos, advirtiendo a los investigadores de no llevar las cosas al límite. Por lo tanto, los historiadores pueden declarar ciertos hechos sobre Jesús con mayor o menor probabilidad de acierto (su muerte por crucifixión), o algunas pautas de su ministerio (el hablar por medio de parábolas) o incluso ciertos acontecimientos (el que Juan lo bautizó). Pero los historiadores no pueden ofrecer una narración o interpretación alternativa a aquellas de los Evangelios basándose en estas probables conclusiones.

Sin embargo hoy, como ayer, es este estiramiento de los límites de la historiografía responsable, esta presentación de alternativas a los Evangelios, lo que ha impulsado todo el proyecto del Jesús histórico. Hay tres aspectos del proyecto que son objetables, incluso cuando uno se considera legítimo usar la historia para Jesús. Primero, la historia no puede entregar lo que promete el proyecto del Jesús histórico, principalmente una versión sólida de Jesús distinta a la del los Evangelios. Segundo, el esfuerzo para reconstruir tal Jesús alternativo lleva a una distorsión de los métodos propios de la historiografía formal. Tercero, y lo más penoso, el Jesús que se ofrece como alternativa es a menudo un reflejo de los ideales propios del estudioso. Por lo tanto, no resulta extraño que prácticamente cada Jesús reconstruido por los estudiosos en esta generación está firmemente basado en el Jesús del Evangelio de Lucas, ya que éste es el Jesús que más admiramos —político, público, profético, el que incluye a los marginales y desafía el estatus de los poderosos—. En este sentido, las múltiples versiones del “Jesús histórico” que se nos presenta hoy en día en conferencias o en libros, tienen exactamente el mismo estatus de los Evangelios apócrifos de la iglesia temprana: pueden resultar amenos y a veces incluso instructivos, pero no son una fundación sobre la cual construir la iglesia.

UNA ALTERNATIVA

¿Entonces, qué les ofrezco a las congregaciones que me invitan a compartir mi “visión alternativa”? Trato de reafirmar su deseo de una fe madura e intelectualmente activa y promuevo el estudio de la historia como un medio para una lectura más responsable de los Evangelios. Estoy convencido que mientras más genuino sea el sentido del estudio histórico adquirido por estos cristianos, menor será la probabilidad de caer presa de las distorsiones de aquellos que comercian con el título de historiador mientras lo único que ofrecen es una versión personal, apócrifa. Pero enfatizo que el objetivo real del conocimiento histórico no es el desmantelamiento de los Evangelios, sino que un compromiso más completo con la narración evangélica. Indico que uno de los quizás sorprendentes resultados del mejor estudio histórico de la Palestina del primer siglo, es que la información incidental que dan los Evangelios en relación al contexto político y cultural y el medio religioso de Jesús tiende a confirmar más que a desmentir la información sobre estos temas en los Evangelios.

Y más importante, trato de mostrar cómo el encontrar a Jesús como un personaje literario en cada uno de los Evangelios canónicos posibilita un conocimiento más profundo, satisfactorio y más “histórico” del Jesús humano que el presentado por reconstrucciones académicas. Una vez que los lectores reconocen y empiezan a apreciar los distintos retratos de Jesús que se encuentran en los Evangelios, no como pobres presentaciones de fuentes históricas, sino que el gran testimonio de fe, empiezan a sentir que el Jesús humano es una realidad mucho más rica y evasiva que lo que su creencia superficial o la enseñanza histórica superficial pudiese sugerir. Tal apreciación literaria de los Evangelios también lleva a la comprensión que a pesar de sus temas y perspectivas divergentes, convergen asombrosamente precisamente en el tema histórico de vital importancia en relación al Jesús humano, básicamente su carácter. ¿Qué tipo de persona era Jesús? Cada uno de los Evangelios es testimonio de la verdad acerca de que Jesús como ser humano se definía primero por su absoluta obediencia a Dios y en segundo término por su absoluta entrega a los demás. Este Jesús de los Evangelios es el mismo Jesús que encontramos en las cartas de Pablo y Pedro y en la Carta a los Hebreos. El Cristo histórico es el que le dio forma a la identidad del discipulado cristiano a través de los años y generó reformas proféticas en todas las etapas de la iglesia.

‘ÉL VIVE AHORA’

Por sobre todo, trato de recordarle a mi audiencia que toda la búsqueda del Jesús histórico es una desviación masiva del enfoque correcto de la conciencia cristiana: aprender del Jesús viviente —el señor exaltado y resucitado presente para los creyentes a través del poder del Espíritu Santo— en la vida diaria y las prácticas corrientes de la iglesia. Concentrarse en el “Jesús histórico” como si el ministerio de Jesús como lo reconstruyen los académicos fuese lo último en importancia para la vida del discipulado, es olvidar la verdad más importante sobre Jesús, a saber: que ahora él vive como el Señor en la presencia total y el poder de Dios y que se nos presenta a cada instante no como un recuerdo del pasado, sino que como una presencia que define nuestro presente. Si Jesús fuese simplemente un hombre del pasado que murió, entonces conocerlo a través de la reconstrucción histórica es necesario e inevitable. Pero si él vive en el presente como nuestro poderoso y dominante Señor, entonces debemos aprenderlo a través de la obediencia de la fe.

Conoceremos mejor a Jesús no como el resultado de la investigación académica de un individuo que se publica en un libro, sino que como un proceso continuo de transformación personal dentro de una comunidad de discípulos. A Jesús lo conoceremos a través de la lectura fiel de las Escrituras, es verdad, pero también lo conocemos a través de los sacramentos (especialmente la Eucaristía), las vidas de los santos (muertos y vivos) y los extraños con los cuales el exaltado Señor se asocia con particular preferencia. Al lado de esta manera tan difícil y compleja de conocer a Jesús tal cual verdaderamente es —el Espíritu dador de vida que sobre todo da vida a toda la asamblea llamada el cuerpo de Cristo—, las investigaciones de los historiadores, incluso en el mejor de los casos, aparecen como una distracción empobrecida y sosa.

Este es el tema que voy cantando a la zaga de los trovadores que bailan antes que yo en las parroquias y congregaciones de este país. Es una vieja canción, lo que San Agustín llamó la “canción de aleluya”. Pero también es nueva —siempre— y siempre se está renovando.

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Luke Timothy Johnson. Robert W. Woodruff Profesor de Nuevo Testamento y Orígenes crisitianos en la Candler School of Theology, Emory University, Atlanta, Ga. Publicado en revista America, www.americamagazine.org / Una conversación con Luke Timothy Johnson: americamagazine.org/podcast

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