Por Juan Jáuregui
Cuentan que un hombre joven se preguntaba si en el mundo existía la justicia. Y salió en su busca. Por más que anduvo no encontró en parte alguna la verdadera justicia.
Al volverse a casa se encontró en un bosque muy oscuro. Se perdió en medio de él, sin saber qué dirección tomar. Entonces llegó a un claro en el que había una casa en ruinas y destartalada. Vio la puerta entreabierta; entró y se encontró en una habitación llena de luz. Después vio otra, otra y otra, de tal manera que las habitaciones parecían no acabarse.
Y en todas ellas, muchísimos estantes con muchísimas lámparas de aceite. Estas lámparas, muy pequeñas, unas brillaban intensamente; otras se estaban apagando. En algunas lámparas había mucho aceite y en otras sólo unas pocas gotas.
Este hombre se dio cuenta de que no estaba solo. A su lado había una figura pálida y blanca, vestida toda de blanco. El hombre tuvo miedo y pregunta: «¿Dónde estoy?».
La figura lo miró y dijo: «Esta es la casa de las lámparas de aceite. Cada lámpara que ves aquí es el alma de un ser humano. Todos los seres humanos vivos ahora en todo el mundo están aquí. Viven y mueren. Como puedes ver, a algunos les quedan muchos años por delante; a otros les queda muy poco tiempo; y algunos mueren mientras hablamos». Y en aquel mismo momento la mecha de una lámpara que había en un estante, que estaba frente a ellos, chisporreteó y se acabó.
La figura lo llevó por medio de las habitaciones; le señala otra lámpara y le dice: «Ésta es la tuya». A aquella lámpara sólo le quedaba un par de gotas de aceite; su mecha estaba inclinada y ya tenía dificultades para mantenerse en pie.
El hombre dio un grito. Se preguntaba: «¿Iba su vida a terminarse tan pronto? ¿Qué había hecho con su vida? ¿La había malgastado buscando algo que no existía?». Estaba horrorizado y asustado. ¿Cuánto le quedaba? ¡Ah, si tuviese un poco más de tiempo para vivir, para hacer las cosas buenas que no había hecho!
Se dio cuenta de que estaba solo. Se fijó en otra lámpara. Esta tenía mucho aceite. La mecha era alta y ardía muy despacio en comparación con la suya. Sólo necesitaba una gota o dos, lo suficiente para tener un poco de tiempo, para solucionar algunas cosas, para ponerlas en orden. Pensaba que al otro, que tenía tanto aceite, no le importaría; agarró la lámpara y la inclinó sobre la suya. Y en este instante alguien lo agarró con fuerza.
La figura era negra y sujetaba su brazo como si fuera una tenaza de acero. Al mismo tiempo le pregunta: «¿Es esta la clase de justicia que estabas buscando?».
La figura desapareció. La casa de las lámparas desapareció. Todas las luces desaparecieron. Estaba solo en el bosque oscuro. Y pensaba en lo que había intentado hacer y en cuánto tiempo le quedaba de vida.
De este cuento podemos sacar dos lecciones: la primera es que, antes de buscar la justicia en los demás, la busquemos en nuestra manera de obrar. La segunda es que, en la lámpara de la vida, nadie sabe la cantidad de aceite que tiene. Como dice el Evangelio, la muerte viene como un ladrón.
Al volverse a casa se encontró en un bosque muy oscuro. Se perdió en medio de él, sin saber qué dirección tomar. Entonces llegó a un claro en el que había una casa en ruinas y destartalada. Vio la puerta entreabierta; entró y se encontró en una habitación llena de luz. Después vio otra, otra y otra, de tal manera que las habitaciones parecían no acabarse.
Y en todas ellas, muchísimos estantes con muchísimas lámparas de aceite. Estas lámparas, muy pequeñas, unas brillaban intensamente; otras se estaban apagando. En algunas lámparas había mucho aceite y en otras sólo unas pocas gotas.
Este hombre se dio cuenta de que no estaba solo. A su lado había una figura pálida y blanca, vestida toda de blanco. El hombre tuvo miedo y pregunta: «¿Dónde estoy?».
La figura lo miró y dijo: «Esta es la casa de las lámparas de aceite. Cada lámpara que ves aquí es el alma de un ser humano. Todos los seres humanos vivos ahora en todo el mundo están aquí. Viven y mueren. Como puedes ver, a algunos les quedan muchos años por delante; a otros les queda muy poco tiempo; y algunos mueren mientras hablamos». Y en aquel mismo momento la mecha de una lámpara que había en un estante, que estaba frente a ellos, chisporreteó y se acabó.
La figura lo llevó por medio de las habitaciones; le señala otra lámpara y le dice: «Ésta es la tuya». A aquella lámpara sólo le quedaba un par de gotas de aceite; su mecha estaba inclinada y ya tenía dificultades para mantenerse en pie.
El hombre dio un grito. Se preguntaba: «¿Iba su vida a terminarse tan pronto? ¿Qué había hecho con su vida? ¿La había malgastado buscando algo que no existía?». Estaba horrorizado y asustado. ¿Cuánto le quedaba? ¡Ah, si tuviese un poco más de tiempo para vivir, para hacer las cosas buenas que no había hecho!
Se dio cuenta de que estaba solo. Se fijó en otra lámpara. Esta tenía mucho aceite. La mecha era alta y ardía muy despacio en comparación con la suya. Sólo necesitaba una gota o dos, lo suficiente para tener un poco de tiempo, para solucionar algunas cosas, para ponerlas en orden. Pensaba que al otro, que tenía tanto aceite, no le importaría; agarró la lámpara y la inclinó sobre la suya. Y en este instante alguien lo agarró con fuerza.
La figura era negra y sujetaba su brazo como si fuera una tenaza de acero. Al mismo tiempo le pregunta: «¿Es esta la clase de justicia que estabas buscando?».
La figura desapareció. La casa de las lámparas desapareció. Todas las luces desaparecieron. Estaba solo en el bosque oscuro. Y pensaba en lo que había intentado hacer y en cuánto tiempo le quedaba de vida.
De este cuento podemos sacar dos lecciones: la primera es que, antes de buscar la justicia en los demás, la busquemos en nuestra manera de obrar. La segunda es que, en la lámpara de la vida, nadie sabe la cantidad de aceite que tiene. Como dice el Evangelio, la muerte viene como un ladrón.
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