Una de los temas más polémicos que a raíz del ascenso al solio pontificio se dijo que Benedicto XVI podría revisar era el de el acceso a la comunión de los divorciados vueltos a casar. Pues bien parece que ya le ha dado el carpetazo a la cuestión.
El presidente del Pontificio Consejo para la Familia, Ennio Antonelli, acaba de negar que la Santa Sede estudie la posibilidad de cambiar su posición sobre los divorciados vueltos a casar, impedidos, según la legislación vigente, de recibir la comunión. Luego vino a decir que pueden ir a misa, pero no comulgar.
En declaraciones a un grupo de periodistas recordó que los separados no mantienen un vínculo pleno con la Iglesia Católica a causa de su situación, pero aclaró que esto no los margina definitivamente de la comunidad cristiana, en la cual pueden participar de diversos modos.
“Los divorciados vueltos a casar no están en plena comunión con la Iglesia mientras permanezca su situación; es la situación objetiva la que los pone en contraste con el evangelio, con la palabra de Jesús y la Iglesia es fiel a esta palabra”, indicó.
“Esto no quiere decir -agregó- que pierdan totalmente la comunión con la Iglesia, no están en plena comunión pero están en ella, pueden participar a la misa sin tomar la eucaristía, pueden ser parte de la vida de la comunidad cristiana y de sus tantas iniciativas”.
Según el cardenal a los divorciados se les debe animar a hacer el bien con el sacrificio que son capaces de hacer, sea en su familia como en el ambiente en el cual se encuentran y deben ser orientados a un camino hacia Dios, confiando en su misericordia.
Explicó que, como dijo Juan Pablo II: la Iglesia “no puede bajar la montaña” porque “la montaña (de la verdad sobre el matrimonio y la familia) es como es”, pero nosotros “debemos acompañar a cada uno a subir la montaña a su paso, y el paso es diverso”, apuntó.
No hace mucho comentábamos aquí que este era precisamente uno de los temas que, según el cardenal Martini, habría que revisar en un próximo concilio. Uno se pregunta por qué se le niega la comunión a los que han cambiado de pareja, después de un fracaso en la relación y no se le niega a un banquero que especula, a un empresario que explota, a un abusador de niños, etc. A estos les basta con pasar por el confesonario. Todos conocemos las farsas que son muchas nulidades eclesiásticas, que a veces es cuestión de pagar a buenos abogados para conseguirla.
Sólo se me ocurre responder a esta noticia con una anécdota que contaba Díez-Alegría:
Una señora, familiar mía, a quien veía con frecuencia, me la contó y nunca la he olvidado. Mi pariente era muy religiosa, conservadora, pero con sensibilidad para el Evangelio. Era extravertida y con bastante sentido del humor. Practicaba la religión con intensidad. A pesar de las múltiples atenciones de su vida familiar y social, sacaba tiempo para colaborar en su parroquia. Era catequista de mujeres adultas.
Entre sus catequizadas, había una mujer todavía joven y muy pobre (en la Granada de los primeros años cuarenta, en que la pobreza era realmente muy severa), pero siempre alegre y muy risueña, vital. Un día le dice alguien a la catequista que la mujer había dejado a su marido y a sus hijos, y se había ido a vivir con un viejo. La señora, bastante benévola y comprensiva, pero con un sentido legalista de la moral cristiana, se sintió obligada a intervenir. Bondadosamente, reconvino a la catequizada:
–Mujer, tú tienes que estar con tu marido y con tus hijos, no puedes seguir con el viejo.
–Pues claro que sí, señorita ––le replicó la mujer, alegremente–. Si es que el viejo se va a morir en seguida, y yo me voy a quedar con una casica que tiene muy apañada, me traigo a mi marido y a mis hijos, y tenemos el problema resuelto.
Un poco desconcertada, aunque también divertida, la catequista le objetó:
–Pero, mujer, es que eso es contra la ley de Dios.
A esto, la mujercita respondió con sencillez, con convicción y con su graciosa fonética andaluza, acorde con su carácter:
–No zeñorita, si yo con er zeñó no tengo ninguna dificurtá. Porque yo le digo ar zeñó: zeñó, tú me perdonah a mí y yo te perdono a tí, y ehtamoh en pá.
Yo me quedé impresionado, y le dije muy de veras a la catequista:
–La teología de esta mujercita pobre es más profunda que la nuestra.
El presidente del Pontificio Consejo para la Familia, Ennio Antonelli, acaba de negar que la Santa Sede estudie la posibilidad de cambiar su posición sobre los divorciados vueltos a casar, impedidos, según la legislación vigente, de recibir la comunión. Luego vino a decir que pueden ir a misa, pero no comulgar.
En declaraciones a un grupo de periodistas recordó que los separados no mantienen un vínculo pleno con la Iglesia Católica a causa de su situación, pero aclaró que esto no los margina definitivamente de la comunidad cristiana, en la cual pueden participar de diversos modos.
“Los divorciados vueltos a casar no están en plena comunión con la Iglesia mientras permanezca su situación; es la situación objetiva la que los pone en contraste con el evangelio, con la palabra de Jesús y la Iglesia es fiel a esta palabra”, indicó.
“Esto no quiere decir -agregó- que pierdan totalmente la comunión con la Iglesia, no están en plena comunión pero están en ella, pueden participar a la misa sin tomar la eucaristía, pueden ser parte de la vida de la comunidad cristiana y de sus tantas iniciativas”.
Según el cardenal a los divorciados se les debe animar a hacer el bien con el sacrificio que son capaces de hacer, sea en su familia como en el ambiente en el cual se encuentran y deben ser orientados a un camino hacia Dios, confiando en su misericordia.
Explicó que, como dijo Juan Pablo II: la Iglesia “no puede bajar la montaña” porque “la montaña (de la verdad sobre el matrimonio y la familia) es como es”, pero nosotros “debemos acompañar a cada uno a subir la montaña a su paso, y el paso es diverso”, apuntó.
No hace mucho comentábamos aquí que este era precisamente uno de los temas que, según el cardenal Martini, habría que revisar en un próximo concilio. Uno se pregunta por qué se le niega la comunión a los que han cambiado de pareja, después de un fracaso en la relación y no se le niega a un banquero que especula, a un empresario que explota, a un abusador de niños, etc. A estos les basta con pasar por el confesonario. Todos conocemos las farsas que son muchas nulidades eclesiásticas, que a veces es cuestión de pagar a buenos abogados para conseguirla.
Sólo se me ocurre responder a esta noticia con una anécdota que contaba Díez-Alegría:
Una señora, familiar mía, a quien veía con frecuencia, me la contó y nunca la he olvidado. Mi pariente era muy religiosa, conservadora, pero con sensibilidad para el Evangelio. Era extravertida y con bastante sentido del humor. Practicaba la religión con intensidad. A pesar de las múltiples atenciones de su vida familiar y social, sacaba tiempo para colaborar en su parroquia. Era catequista de mujeres adultas.
Entre sus catequizadas, había una mujer todavía joven y muy pobre (en la Granada de los primeros años cuarenta, en que la pobreza era realmente muy severa), pero siempre alegre y muy risueña, vital. Un día le dice alguien a la catequista que la mujer había dejado a su marido y a sus hijos, y se había ido a vivir con un viejo. La señora, bastante benévola y comprensiva, pero con un sentido legalista de la moral cristiana, se sintió obligada a intervenir. Bondadosamente, reconvino a la catequizada:
–Mujer, tú tienes que estar con tu marido y con tus hijos, no puedes seguir con el viejo.
–Pues claro que sí, señorita ––le replicó la mujer, alegremente–. Si es que el viejo se va a morir en seguida, y yo me voy a quedar con una casica que tiene muy apañada, me traigo a mi marido y a mis hijos, y tenemos el problema resuelto.
Un poco desconcertada, aunque también divertida, la catequista le objetó:
–Pero, mujer, es que eso es contra la ley de Dios.
A esto, la mujercita respondió con sencillez, con convicción y con su graciosa fonética andaluza, acorde con su carácter:
–No zeñorita, si yo con er zeñó no tengo ninguna dificurtá. Porque yo le digo ar zeñó: zeñó, tú me perdonah a mí y yo te perdono a tí, y ehtamoh en pá.
Yo me quedé impresionado, y le dije muy de veras a la catequista:
–La teología de esta mujercita pobre es más profunda que la nuestra.
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