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lunes, 27 de septiembre de 2010

Carta abierta a Javier Morán sobre “el Dios que no existe”



A Javier Morán lo conocí cuando él era un joven y simpático estudiante jesuita, antes de que decidiera emprender otros caminos y cuando compartíamos crítica de cine en la fenecida y entrañable revista Reseña. Recuerdo, a título anecdótico, los elogios que hacía de “el fémur de la Julia Roberts” que por cierto anda hoy de actualidad.
Estoy de acuerdo con el comentario de Trastévere, mi colega de portal, cuando afirma que es uno de los mejores informadores sobre temas religiosos desde las columnas del periódico asturiano La Nueva España, por lo que varias veces he citado algunas de sus crónicas y artículos.
Ahora bien el último que reproduce Velasco aquí al lado, publicado recientemente en el citado diario, creo que merece por mi parte una obligada respuesta o carta abierta:

Querido Javier:

Acabo de leer tu reciente artículo titulado “No existe un Dios que exista” y me he quedado un poco perplejo, porque en realidad no sé dónde quieres llegar. Todo surge del mayúsculo escándalo de la pedofilia. Si Dostoyevski dudaba de la existencia de Dios por la muerte de un niño, su hijo, ¿qué decir del último informe de cerca de 500 niños maltratados por sacerdotes católicos? Como consecuencia de ello, te preguntas no ya por qué Dios no haya enviado todavía un rayo exterminador, que lo insinúas, sino cómo es posible que los obispos católicos lo hayan tolerado o cómo Juan Pablo II llegó a alabar al cafre de Maciel.

Bien, hasta ahí tus argumentos me parecen razonables. Efectivamente resulta increíble que la Iglesia haya estado cruzada de manos culpablemente durante décadas ocultando y consintiendo tales atrocidades. Lo que no me resulta aceptable es el salto mortal que das a continuación a la teodicea y la teología. Para el lector no avisado explicaremos que la teodicea es una rama de la filosofía, también conocida como Teología Natural, cuyo objeto es la demostración racional de la existencia de Dios, así como la descripción análoga de su esencia.

Pues bien, los buenos profesores de Teodicea o Metafísica Trascendental, como José Gómez-Caffarena, ahora venerable anciano de 85 años de edad y con el que tengo la alegría de convivir, nunca han defendido tal demostración de una forma concluyente, más bien son partidarios de mostrar cómo la existencia de Dios no es contraria a la razón y apuntar otros argumentos más interesantes que las famosas vías de Santo Tomás, como la radical inquietud del hombre, por ejemplo. Tampoco Hawking con todos sus conocimientos científicos se ha cargado la teodicea en ese sentido, porque entre otras cosas, como comenté en un anterior post, Hawking no niega la existencia de Dios, sino la de un Dios creador, tal como se entiende en una teología de libro, supuesto además que desde unos parámetros científicos no se puede ir más allá de la ciencia.

Lo que vienes a insinuar es que el famoso problema del mal, del sufrimiento y la atrocidad humana, pone en cuestión la existencia de Dios, más cuando ese mal se produce en personas que se autoproclaman dispensadores de los misterios de Dios.

Pero ese problema es tan viejo como el ser humano. No sólo les inquietó a Voltaire y Adorno, sino a Gide o Camus, cuando se preguntan, éste último en La peste, por el sufrimiento de los niños y en esa misma novela el personaje del jesuita Paneloux no tiene otra respuesta que mostrar a Jesús en la cruz, el gran inocente.

Ni tampoco es nuevo el mal en la Iglesia, como puede comprobarse en su accidentada historia, desde las Cruzadas a los silencios de la Segunda Guerra Mundial, pasando por las torturas de la Inquisición y otras muchas formas de violencia e intransigencia a través de los siglos.

El problema, Javier, es en qué clase de Dios ponemos nuestra fe o nuestra búsqueda. ¿En un Dios tapagaujeros, un Dios vengador, un Dios interviniente desde arriba que maneja a los humanos como marionetas, un Dios antropomórfico al que podemos acusar de todos los que hacen los humanos? ¿O en un Dios paulino “en el que vivimos, existimos y somos”, del cual tú y yo somos en cierto modo un pedazo y que supera todo concepto como ser infinito, trascendente y necesario?

¿Que la existencia de ese Dios no se puede probar en el microscopio ni con un racionalismo lógico-matemático? De acuerdo. Pero ¿qué se puede probar? ¿Puedes probar que una mujer te ama o que tu hijo con ese alma que brilla en sus ojos lo has fabricado tú sólo con tu pareja? Las grandes vivencias de la vida tienen un no sé qué que supera toda lógica.

Son dimensiones que sólo se captan desde otra sensibilidad, la intuición, la fe y sobre todo la mística.

Lo que no es de recibo es ante las barbaridades que hemos hecho los hombres y que seguimos haciendo, montarnos a un dios de tablado de feria para lanzarle pelotas de trapo. O considerar la Iglesia, que no solo son los curas y los obispos, sólo compuesta de abusadores, asesinos y malandrines, cuando la historia y las noticias muestran que también esta hecha de gente excelente, de santos. En esto estamos sufriendo por contagio una intoxicación informativa del todo injusta. Sabes cuánto he trabajado por la libertad de expresión en la Iglesia. Pero ahora lo que estamos viviendo es revanchismo y monoinformación tendenciosa. (Ojo no digo que haya ocultar esas noticias, ni hablar. Digo que esas no son las únicas noticias eclesiales)

Tanto Bonhoefer como la famosa y por cierto pasada de moda Teología de la Muerte de Dios de Robinson, Cox, Vahanian , etc. lo que pretendían era purificar ese concepto manido de Dios que nada dice al hombre secular, pues “lo hemos domesticado tanto, que lo hemos convertido en un atavismo tragicómico y mitológico, o en algo tan diminuto que ya ni se puede reconocer” (Gabriel Vahaniam).

A este punto, querido Javier, te respondo que estoy de acuerdo en que ha desaparecido o no sirve de nada cierta teodicea infantil, que pretende explicar a Dios con silogismos en bárbara o calculadora y microscopio en mano, y cierta teología racionalista que corta pelos en el aire al pretender reflexionar sobre la fe, con un saber exento de sabor sapiencial, un galimatías de disquisiciones dogmáticas.

Para mí lo único cierto es que, como decía Rahner- el siglo XXI será místico o no será. De eso Teilhard también fue un profeta y veía el mal como los filos que se pierden en la evolución hacia el punto Omega hacia el que a mi entender indefectiblemente desde nuestra esperanza vamos. Una mística que no es desentenderse de este mundo, sino vislumbrar en la inmanencia lo que tiene de trascendencia y comprometerse por cambiarlo. El dolor, la humillación y la cruz, en una palabra el misterio del mal, que siempre ha existido, forma parte de un crecimiento hacia la parusía y que puede verse ya en el ahora, si uno tiene ojos para ver. Abomino de la pederestia y más de personas consagradas a Dios. Pero también abomino de la intoxicación de pederastia.

Gracias, Javier. Un gran abrazo

Pedro Miguel Lamet

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