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jueves, 23 de septiembre de 2010

Comentario al Evangelio del Domingo 26 de Septiembre del 2010


Por Fernando Torres Pérez cmf
Por Ciudad Redonda

Salvando distancias, uniendo personas

Los bienes de este mundo nos dan placer y gusto. Con ellos disfrutamos más. O eso nos parece. O de eso nos intenta convencer continuamente la publicidad que nos rodea por todas partes. Se nos asegura que usando el coche A o el perfume B o la ropa C vamos a ser más felices, los demás nos van a respetar más, etc. En definitiva, se supone que los bienes nos da la seguridad de que carecemos. Sentirnos respetados y admirados por los demás, tener un estatus en la sociedad, disponer de los recursos necesarios para satisfacer nuestras necesidades y deseos, todo eso nos hace sentirnos seguros y confiados.
Los pobres son los que carecen de todo eso. Tienen nada o muy poco. Carecen de seguridad y no disponen de los recursos que les permitirían labrarse un futuro mejor y más seguro. Entre los pobres y los ricos se abre una gran brecha. Aunque vivan en las mismas ciudades, unos y otros saben muy bien dónde está su lugar y entienden que es mejor que no frecuenten los lugares de los otros. Un rico en un barrio muy pobre se sentiría inseguro. Pero lo mismo sucedería con un pobre que se hubiera metido en una fiesta de los ricos.


Los de arriba y los de abajo

¿Se recuerdan de la película “Titanic”? Allí se habla continuamente de arriba y abajo. Los de arriba viven en lujosos camarotes y reproducen en el barco la vida que hacen en sus magníficas mansiones de tierra firme. Pasean, toman el te, cantan himnos en la Iglesia y se tratan con toda educación. Los de abajo están hacinados en camarotes miserables, comen mal y hacen fiestas muy poco educadas. Cuando el protagonista, que pertenece abajo, es invitado a participar en la cena de los de arriba, se ve perfectamente que está fuera de lugar. De hecho, no se le deja volver. Cuando la protagonista, que es de arriba, baja a la fiesta de los de abajo también tarda en situarse y sentirse como en casa.
Se diría que entre arriba y abajo hay una gran distancia. Es lo mismo que se ve en la parábola. Pero es una distancia ampliada. Me explico. En la primera parte de la parábola se ve la distancia que hay entre el rico que banquetea todo el día espléndidamente y el mendigo que está echado en el portal, cubierto de llagas. Es ya una distancia casi insalvable.
Pero esa distancia se encuentra también en la segunda parte de la parábola. Ahí nos encontramos con que la suerte ha cambiado. Lázaro está en el seno de Abrahán. Ha ido al cielo. En ningún momento se ha dicho que fuera santo ni bueno ni virtuoso. Simplemente se dice que la suerte se invierte en el otro mundo. Al que le tocaron males en este, le tocan bienes allá. Y viceversa. Porque encontramos que el rico también ha muerto pero le ha tocado en suerte el descenso al infierno (de nuevo nos encontramos con un arriba y un abajo) con todos los padecimientos que eso comporta.

Urgente, aquí y ahora

La distancia sigue siendo grande pero no tanto que impida el diálogo entre el rico y Abrahán. El rico pide consuelo. En primer lugar, para él –una gota de agua que le refresque– pero sin obtenerlo. Abrahán es duro en su respuesta. No hay nada que recibir puesto que ya recibió todo en vida. Y además se nos aclara otra cuestión: la distancia en el más allá entre arriba y abajo, entre el cielo y el infierno, no es tanto como para impedir la comunidad verbal o visual pero si como para que nadie pueda cruzar el abismo inmenso que separa las dos partes.
Ahí es donde el rico empieza a pedir que se mande aviso a sus hermanos que llevan el mismo camino que él –también les había tocado arriba en el mundo–. Abrahán vuelve a ser duro en su respuesta: ya tienen a Moisés y a los profetas. Ni un muerto resucitado les haría cambiar de vida.
No hay mucho más que decir. Estamos aquí y ahora. Nos ha tocado arriba o abajo. Posiblemente eso no depende de nosotros. Pero de nosotros depende salvar ese abismo mientras que es franqueable. Hoy y aquí podemos dejar el banquete y acercarnos a los que les ha tocado la peor parte y comenzar una nueva historia en la que se difuminen las fronteras. Tenemos que preguntarnos en qué, dónde, hemos puesto nuestra confianza (primera lectura). Y aceptar el consejo de Pablo en la segunda lectura. Más nos vale practicar la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza... Todo eso es lo que nos abre al hermano, lo que rompe las distancias. Esa es nuestra tarea aquí y ahora. Eso es el Reino de Dios. Y es urgente.

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