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martes, 28 de septiembre de 2010

Como camello por el ojo de una aguja. Humanamente, los ricos no pueden salvarse


Publicado por El Blog de X. Pikaza

Sigo con el tema de ayer, el tema del Rico Epulón y Lázaro el mendigo, el tema de la dificultad que los ricos tendrán para salvarse (es decir, para ser personas, para crear espacios de humanidad…). Jesús ha venido a salvar a los pobres y ellos se salvarán: crearán un mundo nuevo, una humanidad abierta al cielo. Pero ¿qué pasará con los ricos?

Humanamente hablando, los ricos no son “reciclables”; habría que matarles a todos, echarles al infierno, para crear un mundo nuevo, sólo desde los pobres, que son quizá los que no pueden hacer ni siquiera la huelga del 29-IX. Pero Dios puede “adelgazarles” para que pasen por el ojo de la aguja del , para tejer con ellos también la tela de la nueva humanidad, que sólo se puede crear desde los pobres, es decir, desde la humanidad desnuda, desde el valor de la persona.

Ayer hablé del tema, hoy sigo. No quiero hablar yo, dejo la palabra a Jesús, una palabra inquietante, que habla de un rico gordo… y del ojo estrecho de la aguja. No sigo más. Le dejo a él, siguiendo el texto de Marcos 10, 23-25. Como es tradicional en estos casos, el evangelio sigue un esquema en tres momentos, con una introducción y dos enseñanzas fundamentales de Jesús, que responden al asombro creciente de sus discípulos:

Texto. Marcos 10, 23-27

(a. Introducción) 23 Jesús mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!
(b. Como un camello…) 24 Los discípulos se quedaron asombrados ante estas palabras. Pero Jesús, respondiendo de nuevo, les dijo: Hijos (qué difícil es entrar en el reino de Dios! 25 Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.
(c. Todo es posible para Dios…) 26 Ellos se asombraron todavía más y decían entre sí: Entonces, )quién podrá salvarse? 27 Jesús mirándoles les dijo: Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todo es posible para Dios.

Motivo de conversación son las riquezas. Marcos no ha incluido en su enseñanza el logion sobre Dios y la Mamona (Mt 6, 24; Lc 16, 13), pero en esta catequesis, paralela y dramática, presenta la batalla entre reino de Dios y riqueza del mundo. En este contexto no hace falta hablar de Satanás como en 3, 20-35, pues el verdadero Satanás o dios del mundo es la riqueza convertida en fuente y signo de egoísmo que destruye a los humanos. Tampoco distingue aquí Jesús a judíos y gentiles, pues el riesgo para todos es el mismo: el deseo de tener, de asegurar la vida en la posesión de cosas. Éste es el lugar donde se asienta o destruye la comunidad humana. Aquí se define el sentido radical del mesianismo.

a. Introducción: mirada de Jesús y comentario sobre riquezas y reino (Mc 10, 23).

Jesús había mirado con amor al postulante de cielo, para llamarle con amor intenso (mirándole le amó), pero el postulante tocó a su bolsillo y se fue, porque era rico, y Jesús le quería a él como persona, no quería sus riquezas (Mc 10, 21).

Ahora mira a sus discípulos, hablándoles de forma intensa por los ojos y la voz, ofreciéndoles en el fondo la misma invitación que había dirigido al rico. Les mira y dice, en cariñoso desahogo: ¡Qué difícilmente entrarán en el Reino...! Las posesiones que el ser humano desea con más fuerza son las que más le destruyen, impidiéndole vivir en libertad, abrirse para el reino (pues el reino es gracia y no posesión de riquezas o dominio de unos sobre otros). Ésta es la sentencia principal de Jesús, presentada como comentario sobre un caso concreto, en contexto de entrega de Jesús y de la llamada al seguimiento.

b. La comparación del camello (10, 24-25).

Los discípulos se admiran y Jesús insiste con una enseñanza parabólica sobre el riesgo de la riqueza. Los discípulos responden conturbados, como si hubieran perdido pie, pues la palabra de Jesús destruye todas sus antiguas convicciones. Ellos quedan, igual que las mujeres ante la tumba vacía que destruye toda su experiencia previa (16,6), quedan consternados, sin respuesta (ethambounto: 10,24a).

(1) Los discípulos se admiran (10, 24a). También otros escritos de aquel tiempo comentaban el riesgo destructor de las riquezas, desde Test XII Pat a Parábolas de Enoc. Pero Jesús lo ha presentado de manera poderosa, en el contexto preciso de la búsqueda del reino: el ser humano tiende a pensar que puede conquistarlo por su esfuerzo, igual que otros valores de este mundo, por medio de trabajos, riquezas e influjos materiales. Pues bien, Jesús destaca el engaño de ese esquema posesivo y pone de relieve la suprema gratuidad del reino. Es normal que los discípulos se admiren, que no entiendan lo que dice.

(2) Primera enseñanza: como un camello… (10, 24b-25). Jesús repite lo ya dicho, sobre la dificultad con que los ricos entrarán en Reino (en 10, 23), introduciendo en este contexto el signo del camello que no pasa por el ojo de una aguja. Se trata de una imagen paradójica (de fuerte ironía). Humanamente hablando la riqueza de este mundo y el reino de Dios se oponen como un camello grande y el minúsculo agujero de una aguja de coser.

Ese reino al que no pueden entrar los ricos no es el cielo platónico de arriba, un paraíso espiritual para las almas. Ni es tampoco el cielo del futuro (después que este mundo se termine). Es el Reino que Jesús está anunciando y preparando, mientras sube hacia Jerusalén. Es el Reino aquí, en este mundo, el Reino de los pobres y excluidos, de los enfermos y leprosos, de todos aquellos con quienes Jesús quiere iniciar la nueva humanidad. Como hemos visto ya, no se trata de vender, dejar y abandonar la vida activa (irse al desierto), sino de vender para dárselo a los pobres y para comprar todo con ellos, recibiendo así el ciento por uno en casa, familia y posesiones (cf. Mc 10, 28-31 y par).

No se trata de atesorar para un “más allá” separado del mundo (guardar tesoros amontonados en un tipo de cielo espiritual, después de esta vida), sino de ofrecer aquí el tesoro y compartirlo, en este mundo, con estos pobres concretos que nos rodean, cultivando así el tesoro del cielo (10, 21), que empieza siendo la misma vida compartida, liberada, regalada. Ese cielo donde hay que atesorar no es un más allá de tesoros interiores, sino que empieza siendo relación de amor concreto de los hombres y mujeres de este mundo, donde Jesús anuncia y comienza a extender su reino.

Frente a los que amontonan aquí (de una manera posesiva, como el rico de 10, 17-22) quiere abrir Jesús un camino con aquellos que le siguen para logar aquí un tesoro de humanidad, un tipo de vida distinta, que comenzará precisamente en Jerusalén. Se trata de “vender” (de romper el modo egoísta de posesión), para darlo todo, de tal forma que pueda compartirse todo.

c. Segunda enseñanza ¡Nada es imposible para Dios! (10, 26-27).

Como es normal, los discípulos siguen extrañados o, quizá mejor, enajenados: la nueva enseñanza les pone fuera de sí (exeplêsonto). Hasta ahora, de un modo u otro, habían relacionado el Reino de Dios con un tipo de riqueza, vinculada a los bienes de este mundo, que se expresan en forma de poder. Al romper esa ecuación, al decirles que precisamente aquello que parece “poder de salvación” es el mayor impedimento, ellos pierden todas sus referencias. Esta admiración, con la segunda enseñanza de Jesús constituye el “centro teológico” del evangelio de Marcos. La escena consta también de dos partes:

(1) Nueva admiración y pregunta de los discípulos (10, 26). Se espantan más, se extrañan, pues Jesús ha destruido todas sus referencias. Por eso se interrogan, diciendo entre sí:

¿Quién podrá salvarse? Esta pregunta puede aludir, y en primer lugar alude, a la salvación intramundana, es decir, a la instauración del Reino: «Si las riquezas son tan peligrosas, si no las podemos buscar ni fundarnos en ellas... el éxito en la tierra es imposible; estamos condenados al fracaso».

Los discípulos de Jesús se sienten derrotados de antemano, no podrán conseguir lo que desean. Pero, al mismo tiempo, esta pregunta alude también a la salvación final, vinculada a la presencia y manifestación última de Dios. Los discípulos suponen que la vida se encuentra dominada por el ansia de las riquezas: no podemos liberarnos de ellas para el reino. Eso significa que nadie se puede salvar: los ricos porque tienen riquezas que esclavizan y los pobres porque las desean. En esta línea, los discípulos formulan la ley del fracaso total de la existencia.

(2) Nueva mirada: ¡paradoja salvadora! (10, 27). Jesús vuelve a mirar a sus discípulos (cf. 10, 23) y al hacerlo les llama para el Reino, revelándose así, por encima de la esclavitud de las riquezas, la gracia de sus ojos de amor, propios del enviado mesiánico que alumbra en la oscuridad y dice: ¡Es imposible para los hombres, pero no para Dios...! (10, 27).

Retomando una certeza clave de Gen 18, 14, que el mismo Marcos recuerda en otros lugares de crisis mesiánica y nuevo nacimiento (9, 23; 11, 24; 14, 26; cf. Lc 1, 37), Jesús dice que Dios puede aquello que a los ojos de este mundo es imposible. Dios hizo que Abrahán pudiera engendrar, siendo ya anciano, en el comienzo de la historia del pueblo elegido (Gen 18, 14). Dios podrá hacer ahora que los “pobres de Jesús”, sin nada de dinero, puedan “salvarse”, es decir, heredar el Reino de Dios, precisamente aquí, en este camino de ascenso hacia Jerusalén.

Éste es el misterio. El Dios de Jesús puede salvar incluso a los ricos

Jesús ha venido precisamente con ese fin, para hacer posible lo imposible, pues ésa es la tarea de Dios, que es el único que puede salvar este mundo que parece condenado a perecer en dura lucha en torno a la riqueza. Desde un punto de vista humano, no hay más salvación ni salida que aquella que se logra a través de la riqueza (y de lo que va vinculado a la riqueza: poder, honor, ciencia más alta, soldados…). Pero Jesús está ofreciendo a los suyos, en el camino de ascenso hacia Jerusalén, otro tipo de riqueza más honda, en línea de humanidad, una riqueza que sólo es posible desde Dios, una riqueza que él ofrece a los pobres, y desde los pobres a todos.

De esa forma ha iniciado el nuevo camino mesiánico, que es el camino de Dios (opuesto al que quería Pedro en 8, 33), en gesto que exige total desprendimiento y fe absoluta, pues él pretende construir el reino sin dinero. Esa es la tarea que Jesús quiso ofrecer al rico postulante, que la rechaza como imposible. Pero él sabe que en Dios todo es posible. No ha querido llamarnos a ciegas. Por eso ilumina a sus discípulos, abriéndoles los ojos, haciéndoles capaces de entender el riesgo anti-divino y antihumano que implica la riqueza, y el poder de una humanidad más alta, vinculada a la entrega de la vida a favor de los demás.

Éste es el misterio: los ricos como ricos se van al infierno, sin remedio, es decir, destruyen este mundo, se destruyen a sí mismos y matan a los pobres. Pero Jesús ha venido a ofrecer el reino (la nueva humanidad) a los pobres… y lo hace de tal forma que dice que incluso los ricos, bien reciclados, cepillados, adelgazados, pueden pasar por el ojo de la aguja de Dios, de la aguja con que Dios teje el tejido del reino. Pero tendrán que adelgazar casi al infinito.

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