Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 12, 1-7
En aquel tiempo, se reunieron miles de personas, hasta el punto de atropellarse unos a otros. Jesús comenzó a decir, dirigiéndose primero a sus discípulos: «Cuídense de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. No hay nada oculto que no deba ser revelado, ni nada secreto que no deba ser conocido. Por eso todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad será escuchado en pleno día; y lo que han hablado al oído, en las habitaciones más ocultas, será proclamado desde lo alto de las casas.
A ustedes, mis amigos, les digo: No teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más. Yo les indicaré a quién deben temer: teman a aquél que, después de matar, tiene el poder de arrojar al infierno. Sí, les repito, teman a ése.
¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos. Ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros».
Después de haber denunciado proféticamente las incoherencias de los fariseos y legistas (Lucas 11,37-52), Jesús ahora mira de frente a sus discípulos (distinguiéndolos dentro la multitud inmensa, 12,1a) y los confronta sobre el mismo tema: “Guardaos de la levadura de los fariseos” (12,1b).
De esta manera se hace un paralelo entre los fariseos y los discípulos, pero también se le advierte a los discípulos que la “hipocresía” puede ser también su tentación. Así se concluye una etapa del camino de formación y comienza otra en la que se profundiza sobre la actitud del discípulo frente al tiempo final: el juicio, allí donde demostrará la verdadera pureza de su corazón (ver Lucas 12,1 a 13,20).
Ante Jesús, y ya a estas alturas de su camino de formación, cada discípulo debe abrir de par en par las puertas de su corazón.
La frase inicial, “guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía” (12,1b), lleva a cada discípulos a dirigir su atención hacia su propia vida, porque una de las mayores tentaciones es pensar que los “hipócritas” son siempre los demás. La hipocresía (término griego que significa “comediante”, en sentido peyorativo) consiste en poner cara de santo sin serlo realmente, hacer las veces de quien está convertido pero está lejos de ello. Pues bien, hay que ejercer una seria vigilancia sobre la propia vida para que esto no se convierta en un principio de acción.
La imagen de la “levadura” evoca la manera de “trabajar” la vida espiritual, es el conjunto de los esfuerzos con los que se le da consistencia a una vida según Dios. De ahí que el ideal es el de la mujer panadera que prepara un excelente pan fermentándolo íntegramente con la levadura del Reino (imagen que aparece justo en la conclusión de esta sección, en 13,20-21).
Invitando entonces a la vigilancia sobre la propia vida (“Guardaos”) Jesús pasa revista de cuatro aspectos de la vida del discípulo, cuando está de cara a los demás. En cada uno de ellos se hace una contraposición: (1) lo que se dice en secreto / lo que se dice en público; (2) tener miedo / tener confianza; (3) confesar públicamente a Jesús / negar públicamente a Jesús; (4) hablar por cuenta propia ante el tribunal / hablar siguiendo la enseñanza del Espíritu.
Como puede verse, el contexto es el de las persecuciones, esto es, el de las presiones externas del ambiente adverso para cambiar la opción de los discípulos. Las persecuciones por causa de la opción cristiana y de la tarea evangelizadora en el mundo son ya un “primer juicio” para el discípulo, ahí se ve la verdad de su corazón. El juicio en el último día está correlacionado con la actitud que tome ante sus “críticos” (jueces) en la tierra. Pero lo que suceda aquí no debe ser causa de temor, el verdadero temor debe ser ante el juicio de Dios.
El pasaje de hoy se detiene en las dos primeras contraposiciones ya señaladas (vv.2-3 y 4-7), que con todo este marco ya podemos comenzar a profundizar.
1. ¿Mi vida es coherente con mi opción cristiana?
2. ¿Cuál es la levadura que debe darle consistencia a mi vida?
3. ¿Lo que proclamo con mis palabras es la expresión viva y fiel de mi relación intensa, profunda y honesta con el Señor?
4. ¿Tengo miedo del juicio? ¿A qué le debo temer realmente?
5. ¿En qué se apoya mi confianza frente a las adversidades de esta vida? ¿Esta confianza me da la suficiente solidez para no hacer componendas ni tomar decisiones que –para protegerme- me apartan del Señor?
A ustedes, mis amigos, les digo: No teman a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer nada más. Yo les indicaré a quién deben temer: teman a aquél que, después de matar, tiene el poder de arrojar al infierno. Sí, les repito, teman a ése.
¿No se venden acaso cinco pájaros por dos monedas? Sin embargo, Dios no olvida a ninguno de ellos. Ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros».
Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL
“Guardaos de la levadura de los fariseos”
El corazón puro del discípulo
Por CELAM - CEBIPAL
“Guardaos de la levadura de los fariseos”
El corazón puro del discípulo
Después de haber denunciado proféticamente las incoherencias de los fariseos y legistas (Lucas 11,37-52), Jesús ahora mira de frente a sus discípulos (distinguiéndolos dentro la multitud inmensa, 12,1a) y los confronta sobre el mismo tema: “Guardaos de la levadura de los fariseos” (12,1b).
De esta manera se hace un paralelo entre los fariseos y los discípulos, pero también se le advierte a los discípulos que la “hipocresía” puede ser también su tentación. Así se concluye una etapa del camino de formación y comienza otra en la que se profundiza sobre la actitud del discípulo frente al tiempo final: el juicio, allí donde demostrará la verdadera pureza de su corazón (ver Lucas 12,1 a 13,20).
Ante Jesús, y ya a estas alturas de su camino de formación, cada discípulo debe abrir de par en par las puertas de su corazón.
La frase inicial, “guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía” (12,1b), lleva a cada discípulos a dirigir su atención hacia su propia vida, porque una de las mayores tentaciones es pensar que los “hipócritas” son siempre los demás. La hipocresía (término griego que significa “comediante”, en sentido peyorativo) consiste en poner cara de santo sin serlo realmente, hacer las veces de quien está convertido pero está lejos de ello. Pues bien, hay que ejercer una seria vigilancia sobre la propia vida para que esto no se convierta en un principio de acción.
La imagen de la “levadura” evoca la manera de “trabajar” la vida espiritual, es el conjunto de los esfuerzos con los que se le da consistencia a una vida según Dios. De ahí que el ideal es el de la mujer panadera que prepara un excelente pan fermentándolo íntegramente con la levadura del Reino (imagen que aparece justo en la conclusión de esta sección, en 13,20-21).
Invitando entonces a la vigilancia sobre la propia vida (“Guardaos”) Jesús pasa revista de cuatro aspectos de la vida del discípulo, cuando está de cara a los demás. En cada uno de ellos se hace una contraposición: (1) lo que se dice en secreto / lo que se dice en público; (2) tener miedo / tener confianza; (3) confesar públicamente a Jesús / negar públicamente a Jesús; (4) hablar por cuenta propia ante el tribunal / hablar siguiendo la enseñanza del Espíritu.
Como puede verse, el contexto es el de las persecuciones, esto es, el de las presiones externas del ambiente adverso para cambiar la opción de los discípulos. Las persecuciones por causa de la opción cristiana y de la tarea evangelizadora en el mundo son ya un “primer juicio” para el discípulo, ahí se ve la verdad de su corazón. El juicio en el último día está correlacionado con la actitud que tome ante sus “críticos” (jueces) en la tierra. Pero lo que suceda aquí no debe ser causa de temor, el verdadero temor debe ser ante el juicio de Dios.
El pasaje de hoy se detiene en las dos primeras contraposiciones ya señaladas (vv.2-3 y 4-7), que con todo este marco ya podemos comenzar a profundizar.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Mi vida es coherente con mi opción cristiana?
2. ¿Cuál es la levadura que debe darle consistencia a mi vida?
3. ¿Lo que proclamo con mis palabras es la expresión viva y fiel de mi relación intensa, profunda y honesta con el Señor?
4. ¿Tengo miedo del juicio? ¿A qué le debo temer realmente?
5. ¿En qué se apoya mi confianza frente a las adversidades de esta vida? ¿Esta confianza me da la suficiente solidez para no hacer componendas ni tomar decisiones que –para protegerme- me apartan del Señor?
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