Fe y política

Por Francisco Margallo

Siempre he visto una íntima relación entre fe y política. Tal vez por eso de que el bien público es sagrado y hay que gestionarlo con toda honestidad.

Tan convencido estaba de ello que nunca he dudado en concienciar a los cristianos reunidos en la asamblea litúrgica del deber de implicarnos todos en la vida pública, para hacer posible una sociedad más solidaria e igualitaria. Esto me ha ocasionado a veces problemas por parte de los católicos conservadores, que son los más asiduos al culto.

Mi punto de referencia ha sido siempre Jesucristo, como no podía ser de otra manera, pero ellos lo consideraban una perorata de izquierdas ajena al Evangelio. A pesar de todo, yo no me cansaré de decir que la única política que los cristianos y la Iglesia jerárquica podemos aceptar, si queremos permanecer dentro del Evangelio, es la que está al lado de los de abajo en la escala social, defendiendo sus derechos que son derechos divinos.

Por la causa de estos, que son legión en el mundo, entregó la vida Cristo y no podemos enmendarle la plana, salvo que nos autoexcluyamos de su redil.

La política así entendida fue definida por el Papa Pío XI como "máxima expresión de caridad", por lo que ha de ser muy sensible a todas las carencias de la sociedad. Eso significa que los eclesiásticos, en nombre de ninguna creencia o moral, podemos estar al lado de los privilegiados. Pero hemos de estar muy alerta, porque hay muchas formas de falsificar la política.

Consciente de todo esto, la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid ha organizado recientemente unas jornadas sobre fe y política, en la que se ha puesto de manifiesto algo sobre lo que vengo reflexionando hace tiempo, a la luz de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual del Concilio Vaticano II y del pensamiento de J. Ortega y Gasset .

Hablando de la naturaleza y fin de la comunidad política la Constitución conciliar dice así: nunca la vida de la comunidad política, con las obligaciones que impone y en cuyo seno se desarrolla la vida de los cristianos, puede dejar indiferentes a estos (GS 43). Más adelante insiste: si la vida política tiene como sujeto y fin la persona humana, cuanto más se avive la conciencia de la propia dignidad personal, más fácil será que la vida política cumpla su fin: el perfeccionamiento y la promoción de la persona en el marco del bien común. Al mismo tiempo despertará en los ciudadanos el deseo de tomar parte activa en la vida y la gestión de los asuntos públicos, ejerciendo así su condición inalienable de sujetos (GS 73).

A su vez, Ortega, quien se esforzó por despetar la actitud vigilante de los ciudadanos en la vida pública y a participar activamente en ella, argumentaba de este modo: Toda política, aun la mejor, será siempre mala, en el sentido de que son siempre malos, por buenos que sean, un aparato ortopedico y una intervención quirúrgica. Es decir, que la participación de los ciudadanos en la vida pública es imprescindible, si queremos una sociedad mejor.

En lo que concierne a los cristianos hemos de tener claro que, aunque el mensaje cristiano no propone un progama político concreto; la elección de una determinada política no es indiferente para al cristiano. En ese sentido han de rehuir la colaboración con políticas totalitarias y dictatoriales (GS 75, 3).

La política es un lugar
donde el cristiano puede verificar
su fe tomando parte activa
en las instituciones