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viernes, 15 de octubre de 2010

¿PARA QUE TANTO REZAR?


XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 18, 1-8) - Ciclo C
Por R. J. García Avilés

¿Y qué es rezar? ¿Pedirle a Dios lo que El ya sabe? No. La oración del cristiano es, sobre todo, confesión de fe cierta y expresión de nuestro firme deseo de que se implante la justicia de Dios en este mundo. Y aceptación libre y agradecida de la vida y el amor del Padre.

¿ES NECESARIO REZAR?

Para explicarles que tenían que orar siempre y no desanimarse les propuso esta parábola.
Jesús, en este mismo evangelio de Lucas, deja claro que Dios conoce las necesidades de los hombres y se preocupa de que sean satisfechas: «No estéis con el alma en un hilo, buscando qué comer o qué beber. Son los paganos del mundo entero quienes ponen su afán en esas cosas, pero ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de ellas». Pero entonces, si Dios sabe lo que necesitamos y asegura que nos lo va a dar, ¿para qué sirve la oración?, ¿para qué tanto rezar?

Jesús, sin embargo, insiste en que hay que rezar -y él mismo oraba a menudo (Lc 3,21; 5,16; 6,12; 9,18.28s; 11,1; 22,32; 22,39-46)- y que hay que hacerlo sin desanimarse. ¿Entonces...? Quizá lo que nos pasa es que no sabemos qué es lo que hay que pedir en la oración: a veces lo que presen tamos ante Dios son nuestras necesidades individuales, nues tros pequeños problemas y hasta nuestros pequeños o grandes egoísmos.


YA NO BASTA CON REZAR


Jesús dio a sus discípulos un modelo de oración, el Padre Nuestro (Lc 11,1-13), según el cual lo que hay que pedir a Dios es que se realice un proyecto de humanidad: «llegue tu reinado», pedir que baje el cielo a la tierra. Ese es el objeto de la verdadera oración cristiana. No obstante, la pregunta que hacíamos antes sigue sin res puesta: ¿para qué pedirle a Dios que haga lo que El ya quiere hacer?

No basta con pedirle a Dios que reine sobre esta tierra: debemos comprometernos en que ese proyecto se realice: «buscar que El reine, y eso se os dará por añadidura» (Lc 12,31), y en la medida en que se vaya realizando, irán encon trando respuesta nuestras justas aspiraciones; todo lo demás, la añadidura, será fruto de la justicia que se establezca cuando los hombres acepten que Dios reine sobre ellos, es decir, que las relaciones humanas se organicen de acuerdo con la volun tad de Dios. La oración debe apoyarse en el compromiso: la petición «llegue tu reinado» ha obtenido ya una primera res puesta: «buscad que yo reine».


¿VA A ENCONTRAR ESA FE?


La atención de la parábola que Jesús propone a sus discí pulos no está centrada en el juez injusto, que, por supuesto, no es figura de Dios. Dios, al contrario que el juez, está impaciente por hacer justicia a sus elegidos: El es el primero que quiere que se sacie el hambre de los pobres y se apague la sed de justicia de los perseguidos, que recobren la libertad los oprimidos y alcancen el éxito los que trabajan por la paz. El es el primero que quiere ver a los hombres felices, y como Padre que es, desea más que nadie que los hombres sean sus hijos y vivan como hermanos. Y con El, el Hombre Jesús, su Hijo, presente en la tierra para hacer saber a la humanidad entera que a Dios le urge poner su vida a disposición de todo el que quiera aceptarla, pero que... sólo puede reinar sobre los que libremente lo aceptan como rey, sólo puede ser Padre de los que quieran vivir como hijos suyos y que, por tanto, toda su urgencia está en nuestras manos: que su proyecto se realice depende de que nosotros lo aceptemos, de que noso tros creamos y confiemos en El.

La parábola se centra en la fe de aquella viuda, que con fiaba firmemente en alcanzar la justicia a la que tenía derecho. Este es el sentido de la oración: no tanto recordarle a Dios lo que El ya sabe, sino confirmar nuestra fe y nuestra esperan za de que se realice su proyecto. Y rezamos no para que Dios se acuerde de nosotros, sino para que nosotros no nos olvide mos de que El quiere ser Padre nuestro. Rezar, pues, no es simplemente pedir.

Rezar es creer. Creer que la justicia de Dios es la verdadera justicia y la única solución definitiva a los problemas del hombre, y creer que es posible esa justicia. Rezar es confesar y confirmar nuestra fe.

Rezar es esperar. Pero no con los brazos cruzados, sino empujando con toda nuestra fuerza para que se abrevie la espera. Rezar es decirle al Padre que nos ha contagiado su urgencia.

Rezar es amar. Agradecer a Dios la vida que nos ofrece y el amor que nos muestra, decirle que aceptamos esa vida y que queremos corresponder a su amor trabajando por la felicidad de toda la humanidad. La oración es respuesta de amor y de solidaridad a un Dios solidario de los hombres.

«Pero cuando llegue el Hombre, ¿qué?, ¿va a encontrar esa fe en la tierra?»

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