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viernes, 15 de octubre de 2010

Santa Teresa de Jesús, cristiana y pensadora


Publicado por El Blog de X. Pikaza

Hoy, 15 de octubre, celebra la Iglesia católica el recuerdo de Teresa de Jesús, cristiana y pensadora ejemplar
Con esta ocasión, felicitando a todos sus devotos, y en especial a las hermanas y hermanos del Carmelo, quiero presentar dos trabajos sobre su figura.

El primero, de tipo más biográfico y teológico, es mío, y evoca la figura Teresa de Jesús como cristiana (está tomado de DPC).

El segundo es de mi amigo Daniel de Pablo Maroto, profesor emérito de la Universidad Pontificia, Carmelita descalzo, de los directores de la Casa Natalicia de Santa Teresa (la Santa), en Ávila, quien presenta a Teresa como pensadora. Es un trabajo finísimo, de tipo ontológico, de lectura tensa y fuerte. (Está tomado de CIPECAR, Centro Internacional de Pensamiento Carmelitano, de Ávila --http://www.cipecar.org/es/portada/ : http://www.cipecar.org/es/contenido/?iddoc=4635 --, portal de espiritualidad que recomiendo a todos mis lectores).

A todos los amigos de mi blog un saludo y una felicitación el día de Teresa de Jesús, nuestra amiga, gran Amiga de Dios, amiga nuestra, mujer que ofrecido un intenso testimonio de fidelidad a la vida y de verdad personal en un mundo que era ya muy parecido al nuestro. .

TERESA DE JESÚS, UNA CRISTIANA (1515-1582).

Religiosa y reformadora católica española, de la Orden del Carmen, conocida también con el nombre de Teresa de Ávila, por la ciudad donde nació y donde transcurrió gran parte de su vida. Realizó una labor intensa como fundadora y reformadora, escribiendo por mandato de sus confesores el libro de su Vida y el de sus Fundaciones. Escribió también otras obras dedicadas de un modo más concreto a exponer su experiencia de oración y su modelo de encuentro contemplativo con Dios (Camino de Perfección y las Moradas).

1. Una vida discutida. No fue escritora de oficio, ni tenía formación académica (reservada a los varones), pero supo escribir de un modo extraordinariamente preciso, en lenguaje popular culto, desde su propia experiencia y reflexión, y así ofreció en sus obras uno de los testimonios teológicos más importantes de la historia católica. No elaboró un sistema, pero el conjunto de su obra posee unan intensa coherencia teológica y nos permite así recuperar las raíces de la experiencia cristiana. No era “letrada” (profesional), pero había leído los mejores libros de narrativa de su tiempo (de Caballerías) y diversas obras de espiritualidad y, además, estuvo en contacto con algunos de los pensadores cristianos más significativos de su tiempo (→ Juan de la Cruz y Juan de Ávila, Báñez), que valoraron su inteligencia y la defendieron, ante aquellos que sospechaban de su obra, pensando que se hallaba cercana a la herejía. En ese contexto se sitúan sus “dificultades” con la Inquisición, que ya el año 1559 había secuestrado algunos libros que leía (de → Luis de Granada y Juan de Ávila) y que retendrá y examinará su Libro de la Vida, que sólo podrá publicarse tras su muerte, el año 1587 (con aprobación expresa de → Luis de León y D. Báñez).

En la edición facsímil de las obras de Santa Teresa, que está realizando → T. Álvarez (ediciones de Camino de Perfección, 1965; Castillo Interior, 1990; Libro de la Vida, 1999 y Fundaciones, 2004, en Monte Carmelo, Burgos), pueden observarse con claridad las correcciones y tachaduras que los inquisidores fueron poniendo en sus obras, pues tenían la sospecha de que sus visiones y revelaciones podían ser “obra del diablo” o separarse de la fe de la iglesia. Pero después la misma Iglesia defendió su doctrina y la proclamó Doctora de la Iglesia, el año 1970, presentándola así como una de las grandes pensadoras del cristianismo. En este contexto, pero quiero ofrecer varios rasgos de su pensamiento más significativo, tal como aparece en las Moradas Séptimas, donde el alma celebra ya en el mundo el desposorio con Dios. En esa línea he querido poner de relieve su experiencia de la humanidad de Jesús como Esposo, su visión de Dios como Padre-Madre (pechos divinos), y su inmersión-comunión en lo divino.

2. Humanidad de Jesús. En el centro del pensamiento de Teresa está su encuentro y unión con la humanidad de Jesús, entendida como fuente de amor y de compromiso al servicio de los demás. En contra de algunos maestros espirituales que le aconsejaban que abandonara a Jesús hombre, para centrarse en su divinidad (Jesús eterno, Hijo divino), en una línea más cercana a → Osuna y Laredo, Teresa responde apelando siempre a su humanidad, para apoyarse siempre en la historia del evangelio:

«Pues vengamos ahora a tratar del divino y espiritual matrimonio, aunque esta gran merced no debe cumplirse con perfección, mientras vivimos, pues si nos apartásemos de Dios se perdería este tan gran bien. La primera vez que Dios hace esta merced, quiere su Majestad mostrarse al alma por visión imaginaria de su sacratísima Humanidad, para que lo entienda bien y no esté ignorante de que recibe tan soberano don. A otras personas será por otra forma: a ésta de quien hablamos se le representó el Señor, acabando de comulgar, con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, como después de resucitado, y le dijo que ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas, y Él tendría cuidado de las suyas, y otras palabras que son más para sentir que para decir... Parecerá que no era ésta novedad, pues otras veces se había representado el Señor a esta alma en esta manera. Pero fue tan diferente, que la dejó bien desatinada y espantada: lo uno, porque fue con gran fuerza esta visión; lo otro, porque las palabras que le dijo, y también porque en lo interior de su alma, adonde se le representó, si no es la visión pasada, no había visto otras... Porque entended que hay grandísima diferencia de todas las pasadas a las de esta Morada, y tan grande del desposorio espiritual al matrimonio espiritual, como lo hay entre dos desposados (y dos casados a los que ya no se pueden apartar). Aparécese el Señor en este centro del alma sin visión imaginaria, sino intelectual, aunque más delicada que las dichas, como se apareció a los Apóstoles, sin entrar por la puerta, cuando les dijo: Pax vobis» (Moradas VIII, II, 1-3).

La vida cristiana de Teresa se interpreta así como experiencia de amor con Jesús, un amor entendido en claves matrimoniales (es decir, de encuentro personal), de manera que sólo así, desde el encuentro humano con Jesús, ella puede hablar de contemplación de lo divino. Contemplar a Dios no significa separarse de la vid humana, sino vivir en plenitud y en iluminación interior la tarea de la vida humana. Por eso, su pensamiento es siempre un experiencia de humanidad (encuentro con Jesús hombres), en claves de dualidad (comunión de personas), de manera que sólo así puede hablarse de revelación de Dios y de unión con lo divino. A través de la humanidad (historia) de Jesús se unifican el hombre y lo divino:

«Es un secreto tan grande y una merced tan subida lo que comunica Dios allí al alma en un instante, y el grandísimo deleite que siente el alma, que no sé a qué lo comparar, sino a que quiere el Señor manifestarle por aquel memento la gloria que hay en el Cielo, por más subida manera que por ninguna visión ni gusto espiritual... Digamos que sea la unión como si dos velas de cera se juntasen tan en extremo que toda luz fuese una, u que el pabilo y la luz y la cera es todo uno; mas después bien se puede apartar la una vela de la otra, y quedan en dos velas, u el pabilo de la cera. Acá es como si cayendo agua del cielo en un río u fuente, adonde queda hecho todo agua, que no podrán ya dividir ni apartar cuál es el agua del río u lo que cayó del cielo, o como si un arroyico pequeño entra en la mar, no habrá remedio de apartarse, u como si en una pieza estuviesen dos ventanas por donde entrase gran luz, aunque entra dividida, se hace todo una luz…» (Moradas, VII, II, 4. 6).

3. Los tres momentos de Dios. Hacia el final de su encuentro con Jesús-Hombre, en las Séptimas Moradas (7, 2), Teresa de Jesús desarrolló una visión en la que Dios aparece, al mismo tiempo, en tres perspectivas. (a) Como Gracia original, Madre de pechos divinos, de los que mana Leche de Vida gozosa para todos los humanos. En ese principio que es Dios-Fuente de todo lo que existe estamos sustentados. (b) Como Amigo, en Alteridad y Compañía. Dios no es sólo fuente-fundamento del que provenimos, sino que es también Amigo con el que compartimos lo que somos, al situarnos ante Jesús, en un amor que puede y debe entenderse con símbolos matrimoniales, encuentro de amor con el Amado. (c) Como Familia, Comunicación o Diálogo de amor, de tal forma que el Padre y el Hijo habitan uno en otro e in-habitan en el alma, de manera que nosotros habitamos en ellos, siendo familia de Dios al ser familia humana. Éstos son los rasgos más hondos de la experiencia y teología de Teresa de Jesús, de manera que podemos destacarlos como expresión suprema de su pensamiento.

a. Dios es Madre: los pechos divinos. Ciertamente, Dios no es un cuerpo, pero podemos hablar con Teresa de un “cuerpo divino” del que nacen varones y mujeres, lugar donde comparten la existencia, unos con otros, en respeto y generosidad. Descubrir y agradecer la vida, que nos viene de ese cuerpo divino es el primero y más hondo de los gestos religiosos. Lógicamente, ese cuerpo puede recibir rasgos divinos y maternos, expresados de manera humana. Así lo ha visto Teresa de Jesús, que hace a Dios Fuente de vida, Pechos de madre que ofrece su propio alimento a los humanos: «Se entiende claro, por unas secretas aspiraciones, ser Dios el que da vida a nuestra alma..., que en ninguna manera se puede dudar..., que producen algunas veces unas palabras regaladas, que parece no se pueden excusar de decir: ¡Oh Vida de mi vida y Sustento de mi sustento!... y cosas de esta manera. Porque de aquellos Pechos Divinos, adonde parece está Dios siempre sustentando el alma, salen unos rayos de leche que toda la gente del castillo conforta, que parece que quiere el Señor que gocen de alguna manera de lo mucho que goza el alma, y de aquel río caudaloso, adonde se consumió esta fuentecita pequeña, salga algún golpe de aquel agua para sustentar a los que en lo corporal han de servir a estos dos desposados» (Moradas 7, 2, 7).

Están esposo y esposa (Cristo y el alma, Jesús y Teresa) bien unidos, en desposorio radical, como ella ha venido mostrando a lo largo de toda su vida y en todos sus escritos. Desde esa unión de amor descubre Teresa el misterio original divino, que ella ha presentado en términos vitales (Dios es Vida de mi vida), maternos (unos Pechos que manan gozo y leche que sustenta a los humanos) y cósmicos (fuente original de la que brota agua de gracia y existencia para los humanos, en especial los enamorados). En el fondo de esta imagen está la experiencia que Pablo y la Iglesia más antigua ha desarrollado cuando habla de un “cuerpo místico de Cristo”. Pues bien, aquí estamos ante el cuerpo místico del Dios, que sustenta de manera generosa a los hombres y mujeres, haciéndoles hermanos. Así podemos hablar de una especie cuerpo materno de Dios. Para Teresa de Jesús, creer en Dios es una experiencia original de fe en la vida. Creer en Dios es descubrir que nos hallamos fundados en lo divino. El Dios de Teresa es Fuente de la Vida, Pechos abundantes, acogedores y gozosos, que alimentan a todos los humanos, no sólo a los que están encerrados en su oración mística, sino a “la gente del castillo”, que son las potencias y facultades corporales.

b. Dios Amigo, el Señor enamorado. Teresa de Jesús ha desarrollado desde ese fondo la visión del Dios amigo, de manera que la fe viene a expresarse como experiencia de vida compartida, en dualidad de amor. Los “siete grados” de la unión de matrimonio que Teresa va mostrando en Moradas del Castillo Interior como momentos del ascenso a lo divino vienen a mostrarse al mismo tiempo como grados y/o momento del encuentro con los otros. De esa forma, grados o momentos del amor de Dios (matrimonio con Cristo) se expresan y despliegan igualmente como grados del amor real, concreto, entre las hermanas en la comunidad, en apertura a todos los hombres. Allí donde la teología mística parece alejarnos más de la humanidad, ellas nos acerca más a los hombres y mujeres concretos con los que convivimos: «Pues vengamos ahora a tratar del divino y espiritual matrimonio... A esta persona de quien hablamos (=Teresa de Jesús) se le representó el Señor, acabando de comulgar, con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, y le dijo que era ya tiempo de que sus cosas (de Jesús) tomase ella por suyas y Él tenía cuidado de las suyas (de Teresa) (Moradas 7, 2, 1). Aparécese el Señor en este Centro del Alma sin visión imaginaria, sino intelectual..., como se apareció a los Apóstoles sin entrar por la puerta, cuando les dijo “pax vobis”» (Moradas 7, 2, 3; cf. Jn 20, 21).

Este Dios amigo, que suscita y ratifica todo amor esponsal y fraterno sobre el mundo, no es ya un poder patriarcalista, alguien que nos da su vida desde arriba, sino que ha venido a presentarse como un compañero de camino, en comunicación enamorada. Sólo en este contexto recibe su sentido la celebración de un matrimonio total entre Jesús y los hombres/mujeres, un matrimonio que puede expresarse en forma de comunidad de amor entre los creyentes.

c. Dios Familia. Encuentro de hermanos. De manera consecuente, el camino de mística divina es las Moradas puede y debe traducirse en forma de “camino de amor humano”. A cada grado de ascenso y encuentro con Dios corresponde un grado de profundización y encuentro real con otros hermanos. De esa manera, lo que parecía ser un camino de alejamiento del mundo se convierte en lugar de encuentro más hondo entre los hermanos/hermanas. Lógicamente, Teresa de Jesús ha interpretado este motivo en forma trinitaria: «Orando una vez Jesucristo Nuestro Señor por sus Apóstoles (Jn 17, 21), dijo que fuesen una cosa con el Padre y el Él, como Jesucristo nuestro Señor está en el Padre y el Padre en Él. ¡No sé que amor puede ser mayor que este! Y no dejaremos de entrar aquí todos, porque así dijo Su Majestad: “No sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han de creer en mí también” y dice “yo estoy en ellos” (Jn 17, 20.23) (Moradas 7, 2, 9-10). ¿Sabéis que es ser espirituales de veras? ¡Hacerse esclavos de Dios!... Así que, hermanas, para que (vuestra vida) lleve buenos cimientos, procurad ser la menor de todas (las hermanas) y esclava suya (de las hermanas), mirando cómo o por dónde las podéis hacer placer y servir...» (Moradas 7, 4. 9).

Aquí está la clave de la mística cristiana: encontrarse con Dios significa acerca “la menor”, sirviendo (amando) a las hermanas. De esa manera, la teología se entiende y despliega como experiencia de encuentro con los demás hombres y mujeres, en claves de gratuidad y gozo.Muchos otros rasgos tiene el pensamiento de Teresa, pero estos son algunos de los más significativos. Ella no ha pasado a la historia del pensamiento cristiano por algún tipo de teoría, sino por su experiencia de encuentro con Dios, tal como ha venido a expresarla en una obra literaria riquísima, de tipo biográfico, que sigue siendo una de las referencias básicas del pensamiento cristiano de occidente. No se puede entender la psicología religiosa, ni el sentido de la experiencia personal de Dios en la historia de la Iglesia moderna sin tener en cuenta el camino de Teresa.

Bibliografía. He desarrollado el tema en Contemplación cristiana. Teresa de Jesús, en Para vivir la oración cristiana (Estella 2009, 164-176). Hay diversas ediciones de las Obras completas de Santa Teresa (en Madrid, en Burgos, en Salamanca…). Sobre Dios en Santa Teresa, desde la perspectiva de la experiencia humana, cf. M. Navarro, Psicología y mística. Las moradas de Santa Teresa (Madrid 1992). Cf. también T. Álvarez, Estudios Teresianos I-III (Burgos, 1995-1996); Efrén de la Madre de Dios y O. Steggink, Santa Teresa y su tiempo I-III (Salamanca 1982-1984); E. Llamas, Santa Teresa de Jesús y la Inquisición española (Madrid, 1972); E. Orozco, Expresión, comunicación y estilo en la obra de Santa Teresa (Granada 1987).

TERESA DE JESÚS, PENSADORA
Santa Teresa y el problema del "ser"

Daniel de Pablo Maroto

Año tras año la fiesta de Santa Teresa nos convoca no sólo a hacer memoria histórica de su figura, sino a escuchar una lección de su universal magisterio. En una lectura de sus escritos, cada vez más apasionada, escudriñadora e inquieta, estoy descubriendo desde hace poco tiempo el uso que ella hace del verbo y del sustantivo "ser". Ésta puede ser una buena enseñanza que nos trae este año para meditarla y saborearla en su fiesta.

El hombre es y está en el mundo de tres maneras.

La primera, como lo que es en sí mismo en la realidad objetiva;
la segunda, lo que cree ser, lo que él piensa de sí mismo, posiblemente, una imagen distorsionada de la realidad;
la tercera, lo que es en los otros, observadores externos en los que estamos siendo de manera muy diferente según sean amigos o enemigos. Ser como somos, creernos lo que somos y ser tenidos por lo que creen otros que somos.

La madre Teresa, que hizo tantas reflexiones sobre sí misma, sobre las monjas de sus conventos, los personajes de su tiempo, amigos y adversarios, ellos y ellas, no se metió en estos berenjenales, retruécanos lingüísticos o elucubraciones filosóficas; pero sí repensó lo que era la persona humana y, sobre todo, lo que tenía que ser. Para ella no existe un ser en el mundo que no dependa del SER supremo. "Tenemos de Dios el ser", dice categóricamente, aceptando la tesis creacionista que defiende el cristianismo (Camino, 10, 1). Pero el ser del hombre tiene rastros de luz divina, como la cola de un cometa en el firmamento; está "entrañado" en la divinidad. Según ella, Dios es "como un muy claro diamante muy mayor que todo el mundo [...] y que todo lo que hacemos se ve en este diamante" (Vida, 40, 10), y el alma del hombre, hecho a su imagen y semejanza, es "un castillo todo de un diamante o muy claro cristal" (Moradas, I, 1, 1).

Desde esta altura de la antropología teológica cristiana, que en ella no es pensamiento académico sino experiencial y místico, desciende a la vida cotidiana, a la existencia del hombre real e histórico. Si la madre Teresa se siente en las alturas de la perfección, sabe que su "ser", sigue "estando" pobre (Vida 10, 4), utilizando la versatilidad y la polivalencia de la lengua castellana, que distingue el ser del estar. Ella es consciente de que las riquezas espirituales de su "ser" no son suyas, sino que son un préstamo divino mientras le dure la vida. "Quiere Nuestro Señor que no pierda la memoria de su ser para que siempre esté humilde" (Moradas, VII, 4, 2), escribe.

Desde estas consideraciones de tanta altura metafísica y espiritual vienen los corolarios. Por ejemplo, la confrontación del ser con el hacer o el tener. Hacemos el bien, en el contexto eclesial en el que ella escribe, en la medida en que somos. Hay que leer despacio y en profundidad los capítulos 5-15 del Camino de perfección, donde escribe sobre el amor de fraternidad, el desasimiento y la humildad-verdad. No se hace el bien si no se es, y no se es sin el desasimiento del tener, de la kenotización radical (exigencia de la pobreza y la humildad). Y hay que leer previamente los capítulos 3 y 4 del Camino para percibir la persistencia en el uso del ser de las carmelitas descalzas para la acción apostólica, el fin de la Reforma teresiana: ayudar a la Iglesia "en grandes tempestades". "Seamos algo" (3, 1), tenemos que "ser tales" (3, 1), "procuremos ser tales" (3, 2), "ser en lo interior extraños del mundo" (3, 3), "procuréis ser tales" (3, 5), "¿Qué tales habremos de ser...?" (4, 1), etc.

Esto quiere decir que el pensamiento de la Santa se articula en tres momentos diacrónicos.
Primero, el ser, la mutación moral y teologal en la conversión al amor de Dios.
Segundo, el hacer, la acción, el para qué de la Reforma y de sus candidatos.
Tercero, las mediaciones y efectos de la conversión, el no tener, el desasimiento radical de todo lo superfluo.
Y, por fin, el último y definitivo corolario: si defendemos el ser de nuestra personalidad, evitaremos el enemigo más destructor de la misma: la mentira. Ella ha descrito como nadie la esencia de la verdad ontológica, la constitutiva del ser personas, más allá de la mentira moral y social. El "vivir en la verdad", tan teresiano, tan profundamente cristiano, es vivir lo axial y fundante de todo lo existente, la defensa más radical de la personalidad. Desde esa vivencia de la verdad -también enraizada en el SER DIVINO- el hombre se sitúa equidistantemente ante las cuatro grandes realidades existenciales: en su centro. Admitirá la existencia de Dios, como elemento fundante de todo; vivirá las realidades mundanas sin sacralizarlas, sino relativizándolas; vivirá la autoestima de su yo sin excesos negativos ni positivos; y no se creará ídolos de ningún ser humano ni lo despreciará por inútil. Todo esto es lo que Teresa ha expuesto en el capítulo 40 de la Autobiografía y en Moradas VI, cap. 10. Invito al lector a entrar en este suculento y nutritivo manjar. Será el mejor modo de celebrar su FIESTA.

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