Levanto mis ojos a los montes; ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra. (Salmo 120)
Una porción significativa de los cristianos hoy en día cree que la salvación se refiere al destino del alma de uno después de morir. Vive su fe en función de la hora de su muerte, creyendo que se trata de descartar el cuerpo y proceder a una próxima etapa, redimida para vida eterna en el cielo, o bien, abandonada a los fuegos eternos del infierno. Es una versión simplista e infantil, conveniente para quienes quisieran fundamentar el control social en la metafísica. Pero es errada.
Esta distorsión del cristianismo es gnóstica, individualista y sin fundamento alguno en la enseñanza y ministerio de Jesús. Es gnóstica, pues, supone una separación radical entre el cuerpo y el alma, entre lo espiritual y lo material, entre el cielo y la tierra. Platonismo puro, pues, la encarnación de Jesús es una historia de carne humana infundida con la vida de Dios. Así también, nuestro bautismo. La promesa escatológica, por lo demás, en las sagradas escrituras es una visión de cielos nuevos y tierras nuevas, que renueva toda la creación.
Es individualista, pues, y egocéntrica al fin y al cabo, el pueblo de Dios que es también Cuerpo de Cristo, no figura. La parábola del Samaritano queda como prueba para uno, en vez de servicio al prójimo. Las sanaciones de enfermos, multiplicaciones de panes e inclusión de marginados se reducen a trucos validantes para un milagrero itinerante, en vez de signos reales de la compasión de Dios por su gente que sufre, en sus cuerpos, aquí y ahora.
A causa de esta deformación de la fe cristiana, muchos de los fieles viven con una mirada moralizante, más propensos a juzgar al prójimo que a amar. Se desconoce el Reino de Dios como la irrupción del amor divino en nuestro mundo actual, desfigurado y hostil. Lo que pretendió ser la salvación gratuita de las multitudes se ha transformado en burocracia odiosa, digno de los peores fariseos y maestros de la ley.
La salvación, en el evangelio, es aquí y ahora. Los cuerpos mortales se sanan, los hambrientos se alimentan, los enemigos se reconcilian y se dan la mano. Los prisioneros recuperan su libertad, los forasteros son bienvenidos, y los atrapados en el fondo de la tierra son rescatados. La Buena Noticia es la irrupción de vida nueva en el mundo actual, por amor.
La resurrección de Jesús no es un final feliz para una historia triste. No es un privilegio de nobleza, ni un truco para impresionar. El Nuevo Adán envía a la Nueva Eva con la misión urgente de anunciar que, a partir de ahora, todo ha cambiado. El Reino de Dios se ha acercado, y pese al sufrimiento, desgracia y violencia irracional que vivimos, la salvación ha comenzado.
En el rescate de los mineros atrapados bajo tierra durante meses, maravilla tecnológica y humana, se ve un signo más de la resurrección de Jesús. Rescatados somos todos. Vivamos santamente, no por temor al infierno, sino porque ya estamos en la Vida Nueva que nos habilita para hacer la pregunta, ¿qué haría Cristo en mi lugar? Participamos la resurrección del Salvador, y proclamamos, junto con él, cielos nuevos y tierras nuevas para toda la creación.
Una porción significativa de los cristianos hoy en día cree que la salvación se refiere al destino del alma de uno después de morir. Vive su fe en función de la hora de su muerte, creyendo que se trata de descartar el cuerpo y proceder a una próxima etapa, redimida para vida eterna en el cielo, o bien, abandonada a los fuegos eternos del infierno. Es una versión simplista e infantil, conveniente para quienes quisieran fundamentar el control social en la metafísica. Pero es errada.
Esta distorsión del cristianismo es gnóstica, individualista y sin fundamento alguno en la enseñanza y ministerio de Jesús. Es gnóstica, pues, supone una separación radical entre el cuerpo y el alma, entre lo espiritual y lo material, entre el cielo y la tierra. Platonismo puro, pues, la encarnación de Jesús es una historia de carne humana infundida con la vida de Dios. Así también, nuestro bautismo. La promesa escatológica, por lo demás, en las sagradas escrituras es una visión de cielos nuevos y tierras nuevas, que renueva toda la creación.
Es individualista, pues, y egocéntrica al fin y al cabo, el pueblo de Dios que es también Cuerpo de Cristo, no figura. La parábola del Samaritano queda como prueba para uno, en vez de servicio al prójimo. Las sanaciones de enfermos, multiplicaciones de panes e inclusión de marginados se reducen a trucos validantes para un milagrero itinerante, en vez de signos reales de la compasión de Dios por su gente que sufre, en sus cuerpos, aquí y ahora.
A causa de esta deformación de la fe cristiana, muchos de los fieles viven con una mirada moralizante, más propensos a juzgar al prójimo que a amar. Se desconoce el Reino de Dios como la irrupción del amor divino en nuestro mundo actual, desfigurado y hostil. Lo que pretendió ser la salvación gratuita de las multitudes se ha transformado en burocracia odiosa, digno de los peores fariseos y maestros de la ley.
La salvación, en el evangelio, es aquí y ahora. Los cuerpos mortales se sanan, los hambrientos se alimentan, los enemigos se reconcilian y se dan la mano. Los prisioneros recuperan su libertad, los forasteros son bienvenidos, y los atrapados en el fondo de la tierra son rescatados. La Buena Noticia es la irrupción de vida nueva en el mundo actual, por amor.
La resurrección de Jesús no es un final feliz para una historia triste. No es un privilegio de nobleza, ni un truco para impresionar. El Nuevo Adán envía a la Nueva Eva con la misión urgente de anunciar que, a partir de ahora, todo ha cambiado. El Reino de Dios se ha acercado, y pese al sufrimiento, desgracia y violencia irracional que vivimos, la salvación ha comenzado.
En el rescate de los mineros atrapados bajo tierra durante meses, maravilla tecnológica y humana, se ve un signo más de la resurrección de Jesús. Rescatados somos todos. Vivamos santamente, no por temor al infierno, sino porque ya estamos en la Vida Nueva que nos habilita para hacer la pregunta, ¿qué haría Cristo en mi lugar? Participamos la resurrección del Salvador, y proclamamos, junto con él, cielos nuevos y tierras nuevas para toda la creación.





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