Nos han metido tanto el problema de nuestra sexualidad que se ha convertido en el centro y en el sentido de nuestras vidas. Lo podemos tener todo, pero si no tenemos ejercicio de nuestra sexualidad, pareciera que nos falta todo. Podemos renunciar al dinero, que tanto nos cuesta ganar, pero no a tener una aventurita por ahí. Eso que otros dicen “echarse una cana al aire”.
¿Una felicidad sin el ejercicio de nuestra genitalidad?
Yo lo entiendo hasta por propia experiencia.
¿Cuántos creen en el celibato de los sacerdotes y religiosos?
¿Cuántas amantes nos han colgado a los curas?
Basta escuchar los chistes más sabrosos. ¿Verdad que son de curas y monjas?
Nunca me he acomplejado de mi celibato. Pero sí me he sentido muchas veces un tanto fastidiado.
Porque dudar de que soy capaz de vivir célibe, es como dudar de mi identidad, de mi vocación y de mi sinceridad.
Pero bueno, uno tiene que vivir en la cultura que le ha tocado vivir.
Y es ahí donde tendremos que seguir viviendo con gozo ese compromiso libre y generosamente aceptado.
Pero, lo de los curas, hasta puedo entenderlo.
Lo que ya me resulta más complicado es el problema que le plantean a Jesús.
Porque pareciera que eso del sexo, de hombre y mujer, de casado, también plantea dudas y problemas a muchos para entender a los que se han salvado y están en el cielo. “¿De cuál de ellos será mujer?”
El problema no sé si será de la mujer, feliz con tanto marido, o de los siete hermanos que la tuvieron por esposa.
¿Tendrán líos y conflictos y peleas por ella, disputándosela, allá en la resurrección?
Nuestra manía es ver el más allá como la prolongación del más acá.
Incluso, para muchos, el mismo Dios no es sino un superhombre.
Y al cielo lo imaginamos como la manera de disfrutar de lo que más nos ha hecho felices aquí en la tierra.
Cuando teníamos Velatorio en la Parroquia uno veía cosas bien curiosas.
Algunos ponían encima del ataúd la fruta que en vida más le gustaba.
Otros ponían el plato que fue siempre su preferido.
Incluso, no faltaban quienes, al encargar la misa de mes o de año, pedían al Coro que cantase tal o cual canción porque a él o a ella le encantaba mientras vivía.
¿Se imaginan que una buena viuda pidió que durante la Misa le cantasen al muertito “Medias de seda” porque fue su canción preferida? Bueno, debo confesar que no conozco esa canción.
La respuesta de Jesús creo que ha desalentado a muchos.
Y hasta pienso que les ha quitado las ganas de resucitar e irse al cielo.
Porque, si allí, vamos a ser como angelitos sin sexualidad. Que allí ya no habrá casorios, ni habrá maridos ni esposas, porque todos seremos “hijos de Dios”, la cosa ya no parece tan interesante.
Pienso que a aquellos fariseos veían la vida del más allá como la prolongación de la vida de aquí, les debió suceder lo que a mí me pasó con un muchachito de doce años cuyo tío estaba de misionero. Comentando que estaba en un lugar difícil de la misión, y que últimamente lo habíamos visto muy flaco, porque allí la comida era muy floja, se me ocurrió preguntarle al chico que estaba bien gordito: “¿No te gustaría ser misionero como tu tío?”.
La respuesta fue inmediata: “Jolines, ¡para no comer!”
¿No sería también esa la respuesta de los saduceos que trataron de tentar a Jesús? ¡Va, si la cosa es así, si solo vamos a ser angelitos, hijos de Dios, no vale la pena!
Cuando centramos nuestras vidas en los valores humanos, y en nuestra condición humana sin trascendencia, la resurrección resulta tener muy poco aliciente. Y sin embargo, la verdad de nuestras vidas no está aquí. La verdad de nuestras vidas está precisamente en la resurrección que nos transformará y nos hará semejantes de Dios. Estamos llamados a ser hombres y mujeres, pero, como Jesús, hombres y mujeres resucitados.
¿Una felicidad sin el ejercicio de nuestra genitalidad?
Yo lo entiendo hasta por propia experiencia.
¿Cuántos creen en el celibato de los sacerdotes y religiosos?
¿Cuántas amantes nos han colgado a los curas?
Basta escuchar los chistes más sabrosos. ¿Verdad que son de curas y monjas?
Nunca me he acomplejado de mi celibato. Pero sí me he sentido muchas veces un tanto fastidiado.
Porque dudar de que soy capaz de vivir célibe, es como dudar de mi identidad, de mi vocación y de mi sinceridad.
Pero bueno, uno tiene que vivir en la cultura que le ha tocado vivir.
Y es ahí donde tendremos que seguir viviendo con gozo ese compromiso libre y generosamente aceptado.
Pero, lo de los curas, hasta puedo entenderlo.
Lo que ya me resulta más complicado es el problema que le plantean a Jesús.
Porque pareciera que eso del sexo, de hombre y mujer, de casado, también plantea dudas y problemas a muchos para entender a los que se han salvado y están en el cielo. “¿De cuál de ellos será mujer?”
El problema no sé si será de la mujer, feliz con tanto marido, o de los siete hermanos que la tuvieron por esposa.
¿Tendrán líos y conflictos y peleas por ella, disputándosela, allá en la resurrección?
Nuestra manía es ver el más allá como la prolongación del más acá.
Incluso, para muchos, el mismo Dios no es sino un superhombre.
Y al cielo lo imaginamos como la manera de disfrutar de lo que más nos ha hecho felices aquí en la tierra.
Cuando teníamos Velatorio en la Parroquia uno veía cosas bien curiosas.
Algunos ponían encima del ataúd la fruta que en vida más le gustaba.
Otros ponían el plato que fue siempre su preferido.
Incluso, no faltaban quienes, al encargar la misa de mes o de año, pedían al Coro que cantase tal o cual canción porque a él o a ella le encantaba mientras vivía.
¿Se imaginan que una buena viuda pidió que durante la Misa le cantasen al muertito “Medias de seda” porque fue su canción preferida? Bueno, debo confesar que no conozco esa canción.
La respuesta de Jesús creo que ha desalentado a muchos.
Y hasta pienso que les ha quitado las ganas de resucitar e irse al cielo.
Porque, si allí, vamos a ser como angelitos sin sexualidad. Que allí ya no habrá casorios, ni habrá maridos ni esposas, porque todos seremos “hijos de Dios”, la cosa ya no parece tan interesante.
Pienso que a aquellos fariseos veían la vida del más allá como la prolongación de la vida de aquí, les debió suceder lo que a mí me pasó con un muchachito de doce años cuyo tío estaba de misionero. Comentando que estaba en un lugar difícil de la misión, y que últimamente lo habíamos visto muy flaco, porque allí la comida era muy floja, se me ocurrió preguntarle al chico que estaba bien gordito: “¿No te gustaría ser misionero como tu tío?”.
La respuesta fue inmediata: “Jolines, ¡para no comer!”
¿No sería también esa la respuesta de los saduceos que trataron de tentar a Jesús? ¡Va, si la cosa es así, si solo vamos a ser angelitos, hijos de Dios, no vale la pena!
Cuando centramos nuestras vidas en los valores humanos, y en nuestra condición humana sin trascendencia, la resurrección resulta tener muy poco aliciente. Y sin embargo, la verdad de nuestras vidas no está aquí. La verdad de nuestras vidas está precisamente en la resurrección que nos transformará y nos hará semejantes de Dios. Estamos llamados a ser hombres y mujeres, pero, como Jesús, hombres y mujeres resucitados.
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