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viernes, 12 de noviembre de 2010

EN JERUSALEN PELIGRAN LAS PEREGRINACIONES


Por Josep Rius-Camps
XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 21, 5-19) - Ciclo C

«Como algunos comentaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos, dijo: "Eso que contempláis, llegará un día en que lo derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra"» (21,5-6). No hay duda de que los que hablan en voz alta pertenecen al grupo de discípulos (cf. Mc 13,1, de quien Lucas depende).

Apenas acaba Jesús de advertirles del peligro fariseo, cuando una facción del grupo de discípulos, que se ha sentido aludida, le recalca la grandiosidad del templo, sin darse cuenta -ni que rer darse cuenta- de que ésta no es sino una concreción de la ampulosidad y fastuosidad que ostentan los letrados. Son los miembros más religiosos y observantes del grupo. Son los que se sentirían bien en cualquier religión que les ofreciese segurida des. Los que siguen plenamente identificados con las estructuras sociales, políticas y religiosas de Israel. Se quedan boquiabiertos ante tanta belleza y magnificencia. Su fe, su religiosidad se apoya en estas piedras.

Los comentarios van dirigidos a Jesús, que -por lo que se ve - no se dejaba impresionar por la grandiosidad de aquellas construcciones. Tratan de llamar su atención con el fin de ganár selo para su causa. La respuesta de Jesús más que una jarra es un balde de agua fría. También es la tercera vez que predice la destrucción del templo (cf. 13,35; 19,44). Esos 'días venideros' son los mismos de 5,35: la ejecución del Mesías, el Esposo, coincidirá con la destrucción del templo (cf. 23,45). El derribo material no será sino una consecuencia del éxodo definitivo fuera del templo de la presencia -gloria- de Dios por el hecho de haber convertido ellos 'este lugar', que había sido concebido como 'casa de oración' (19,46), 'tienda de reunión' (Hch 7,46), en 'una cueva de bandidos' (Lc 19,46b), un templo 'fabricado por mano de hombres' (Hch 7,48), para gloria y alabanza... de los poderosos. Dios no quiere edificios singulares que apuntalen el poder, sino lugares funcionales.


LOS FANATICOS ESPECULAN
SOBRE LA CAIDA DE JERUSALEN

«Entonces otros le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo va a ocurrir eso?, y ¿cuál será la señal cuando eso esté para suceder?"» (21,7). Mientras los fariseos proclamaban que era necesario orar y observar fielmente la Ley para que no sobreviniese el desastre y algunos discípulos todavía creían en el templo y en su fastuo sidad, otros intentan sacar provecho de las palabras proféticas de Jesús -¡pero si se veía venir! - e instrumentalizarlo al servi cio de sus ideales nacionalistas y patrióticos. El desastre para éstos no es definitivo, sino el momento en que Dios intervendrá con mano poderosa en favor de su pueblo, la señal para empezar la revuelta (el cumplimiento de la profecía de las setenta semanas de Daniel 9,24-27) -hoy la llamaríamos 'la cruzada' o 'guerra santa'-, revuelta que debería culminar con la derrota de los paganos (Dn 7,27). Cuando los poderosos están demasiado bien armados como para hacer guerras santas, entonces organizamos cruzadas moralizantes, campañas en pro de la vida (en abstracto), movimientos fundamentalistas, todo menos cambiar radicalmen te la escala de valores de la sociedad consumista que provoca las crisis mundiales, las guerras civiles y los pequeños desastres familiares.


SIEMPRE EXISTEN MESIAS DISPUESTOS
A SALVAR A (SU) MUNDO

Jesús trata de conjurar la mentalidad zelota y fanática que los invade y que irá in crescendo en los momentos de la gran derrota nacional: «¡Alerta!, no os dejéis extraviar; porque mu chos llegarán sirviéndose de mi título, diciendo: "Este soy yo" y "El momento está cerca"; no os vayáis tras ellos. Cuando oigáis estruendo de batallas y revoluciones, no tengáis pánico, porque es preciso que esto ocurra primero, pero el fin no será inmediato» (21,8-9). Para Jesús, el desastre no comporta restauración (des pués de su fracaso en la cruz, los apóstoles le preguntarán si es entonces el momento de la restauración del reino para Israel, Hch 1,6; no han cambiado en absoluto de mentalidad). Ahora bien: dentro de la comunidad judeocreyente surgirán en el mo mento de la gran prueba falsos profetas que atribuirán a Jesús el papel de restaurador de Israel («Yo soy»: el Mesías nacionalista) y anunciarán la inminencia de su intervención («El momen to está cerca»). De profetas siempre los hay, verdaderos y falsos. Tenemos que recuperar el don del discernimiento de espíritus; hemos optado por lo más fácil: apagar el espíritu de profecía; así, no nos estorban los verdaderos profetas, pero hemos dejado vía libre a los profetas de desventuras.


LOS IMPERIOS CAEN COMO MOSCAS

Jesús amplía el horizonte mezquino y cerrado de los discípu los, anunciándoles que, desgraciadamente, guerras, terremotos, hambre y señales asombrosas las habrá siempre (21,10-11). Re sume, en pocas palabras, toda la historia de la humanidad futura. Todos los términos que emplea tienen doble sentido: luchas de poder, revoluciones sociales, miserias del tercer, cuarto y... ené simo mundo, crisis económicas asoladoras. Entre la destrucción de Jerusalén y del templo, secuela de la ejecución del Mesías, y los desastres mundiales que se sucederán, se repetirá la historia: la persecución de los discípulos por parte de los poderes judíos y paganos. Esto los confirmará en la verdad de su postura.


PROFECÍA Y APOLOGETICA SON INCOMPATIBLES

Las persecuciones de que serán objeto los discípulos de Jesús deben ser consecuencia de una actuación inspirada por el Espíritu Santo. Para poder aplicar este criterio y discernir el futuro (o el pasado, en nuestro caso), Lucas nos depara un argumento inestimable: «Meteos en la cabeza (lit. "en vuestros corazones", por ser el "corazón" el equivalente de "mente" en nuestra cultura) que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras tan acertadas (lit. "una boca y una sabiduría") que ninguno de vuestros adversarios podrá haceros frente o contradeciros» (21,14-15). La puntualización que hace referencia a la 'defensa propia / apología' es típica de Lucas (no se encuentra en el pasaje paralelo de Mc 13,11) y, además, es la segunda vez que la formula (cf. Lc 12,11-12). La razón de esta precisión terminológica la hallaremos en el libro de los Hechos: Lucas ofrece aquí un criterio válido para emitir un juicio ecuá nime sobre los múltiples intentos apologéticos de Pablo ante los tribunales religiosos y civiles de Jerusalén y Cesarea, todos ellos en vano (cf. Hch 22,1; 24,10; 25,8.16; 26,1.2.24). Pero no se detiene aquí. También nosotros podemos aplicarlo a presuntas persecuciones de que es objeto la iglesia o determinadas perso nalidades eclesiásticas en nuestros días. Si se hace apologética, además de ser ineficaz y estéril, podría muy bien ser un signo de que no se cuenta con el Espíritu Santo ni con la profecía, como sucedió a Pablo. Tan eficaces como pretendemos ser, sirviéndonos de los medios de comunicación y de las técnicas mo dernas, y cuán poco hemos avanzado -mas bien parece que retrocedemos- en servirnos de los medios más adecuados que nos proporciona el Espíritu. Su fuerza está en el interior del hombre... Pero nosotros debemos presentarle la expresión, para que hable por nuestra boca y piense con nuestra cabeza. Que eso funciona, Lucas lo deja entrever en el caso de Esteban, el modelo de discípulo. Sus adversarios, como en el caso de Jesús, no «podían hacer frente al espíritu y a la sabiduría con que hablaba» (Hch 6,10); por esto tuvieron que sobornar a falsos testigos y hacerlo callar por la fuerza... de las piedras. Hoy día se acalla a los profetas con la fuerza de las metralletas.

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