NO DEJES DE VISITAR
GIF animations generator gifup.com www.misionerosencamino.blogspot.com
El Blog donde encontrarás abundante material de formación, dinámicas, catequesis, charlas, videos, música y variados recursos litúrgicos y pastorales para la actividad de los grupos misioneros.
Fireworks Text - http://www.fireworkstext.com
BREVE COMENTARIO, REFLEXIÓN U ORACIÓN CON EL EVANGELIO DEL DÍA, DESDE LA VIVENCIA MISIONERA
SI DESEAS RECIBIR EL EVANGELIO MISIONERO DEL DÍA EN TU MAIL, DEBES SUSCRIBIRTE EN EL RECUADRO HABILITADO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Homilías y Recursos para la Homilías: XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 21, 5-19) - Ciclo C


"EL TIEMPO ESTÁ CERCA"
Publicado por Agustinos España

La liturgia de la misa de este domingo 33 del tiempo ordinario, nos habla de los obstáculos y sufrimientos que acompañan el testimonio del cristiano; pero también de la recompensa final que espera a quienes perseveran en la fe hasta el final.

El Profeta Malaquías, en la primera lectura nos presenta el cambio de situación de injustos y justos. Para ambos hay un fuego: para unos el fuego que los devora como paja. Para otros el fuego del sol de justicia que trae la salud con sus rayos.

Con el evangelio de las bienaventuranzas, que escuchamos el domingo pasado, la vida del cristiano se transforma de la opresión a la libertad de los hijos de Dios.

Jesús, antes de su pasión, quiere anunciar a sus discípulos cómo hay que prepararse para el día de su venida definitiva en la gloria. Jesús nos habla de ese día con una imagen que usaron también los profetas: la de Jerusalén, la ciudad santa, pero asediada una y otra vez, y que espera la liberación definitiva.

Pero Jerusalén es también la ciudad que no supo aguardar el día de su visita y el Señor proclama la inminente caída de la ciudad y de su templo, que era orgullo de todo Israel.

El templo hablaba por sí solo de una larga historia de mil años, que habían comenzado con David y Salomón. Ahora Jesús hace este anuncio inesperado y escandaloso: este templo será destruido.

En el Evangelio de este domingo, Jesús nos recuerda que llegará el día del Juicio sobre su pueblo y sobre todo el mundo y que nadie podrá quedar indiferente. Jesús anuncia algo serio, aunque misterioso. Un fin que nos toca a todos. Vamos hacia un fin del mundo y un juicio universal, pero estos se realizarán primero en la vida personal de cada uno de nosotros. Todos estamos llamados a recibir al Señor, o a rechazarlo. Nuestra decisión a favor o en contra del Reino deberemos hacerla en nuestra vida a lo largo del tiempo.

Muchos hombres de aquel tiempo, y también del nuestro, en vez de mirar con seriedad la llegada del fin para convertirse y esperar así la venida del Señor, se detienen en aspectos secundarios, que les desvían la mirada del objetivo principal. Se detienen en lo que despierta curiosidad. Les preocupa cuándo y cómo sucederá todo esto, como quien mira algo que no le toca muy de cerca. Como se puede mirar de lejos un incendio en un noticiero de televisión, con curiosidad, pero sin darle importancia porque ocurre en un país lejano y no hay nadie que podamos conocer en medio de las llamas. Jesús no quiere que nos dediquemos a hacer investigaciones futurológicas ni mucho menos astrológicas, sin que lo que quiere es abrirnos a lo que viene con esperanza y profundo deseo de estar preparados aunque no seamos ni el día ni la hora.

Jesús nos quiere atentos a su presencia, a su reino y su gloria. Teme que mirando falsos mesías dejemos pasar el único Mesías. Que el gusto de los terrores apocalípticos nos haga olvidar el mundo nuevo que se acerca.

Jesús quiere mover nuestras conciencias para que cambiemos, pero no pretende aterrorizarnos con anuncios catastróficos. Lamentablemente, el mundo contemporáneo ha creado terrores y desastres mucho más grandes de los que quienes escuchaban al Señor en los comienzos del cristianismo hubiesen podido imaginar. Y sin embargo todas esas son realidades del mundo y no el paso a una realidad nueva. El cuadro apocalíptico que se refleja en este pasaje de San Lucas nos invita a estar vigilantes y preparados. A saber ser testigos en un mundo de incrédulos. A que muchos puedan escuchar el llamado de salvación.

A Jesús no le interesa tanto el fin del mundo sino la finalidad de la historia.

Este camino en medio de las incertidumbres de la vida y de las persecuciones tiene sin embargo una última palabra llena de esperanza: “ni siquiera un cabello se les caerá de sus cabezas”. Esta es la esperanza con que la Iglesia invita a todos los hombres a entrar en el tercer milenio.

Jesús no es un profeta apocalíptico. Más bien nos invita a la reflexión y a la cordura. No es el momento del fin todavía. No hay que centrarse en este aspecto trágico. El fin de la historia será en todo caso el nuevo comienzo de algo distinto. Un acontecimiento que no podemos reducir a nuestra imaginación, influenciada por tantas imágenes del cine o de la televisión.

El Reino de Dios, como lo enseña Jesús, no es algo del más allá sino algo de la historia presente: “el Reino de Dios está en medio de ustedes”. El Reino viene en la medida que lo construyamos. La Escritura acaba con la aclamación: “¡Ven, Señor Jesús!. Cada día volvemos a pedir la llegada de ese Reino. El Reino comienza aquí, y se manifiesta en la Iglesia, pero recibirá su plenitud en la gloria cuando Cristo sea todo en todos. La Iglesia no es el Reino pero lo anuncia y lo hace presente en medio de la humanidad. El Reino comienza, para San Lucas, cuando los cristianos aceptan convertirse en testigos, y lo realizan por medio de su entrega hasta el fin. La existencia cristiana es para los verdaderos cristianos un testimonio continuo y por eso ellos deben vivir persecuciones, cárceles y muerte. Pero no hay que perder el ánimo porque el tiempo de la liberación está cerca.

Esta mirada sobre el fin nos la propone la Iglesia preparándonos para la fiesta del próximo domingo en la que terminado el año litúrgico seremos invitados a participar del Reino ya realizado junto a Cristo, Rey del Universo.



RECURSOS PARA LA HOMILÍA


Nexo entre las lecturas

El presente y el futuro son dos categorías que descuellan de alguna manera en este penúltimo domingo del ciclo litúrgico. Los "arrogantes y malvados" del presente serán arrancados de raíz el Día de Yahvé, mientras que los "adeptos a mi Nombre" serán iluminados por el sol de justicia (primera lectura). Las tribulaciones y las desgracias del presente no debe perturbar la paz de los cristianos, porque, mediante su perseverancia en la fe, recibirán la salvación futura (Evangelio). San Pablo invita a los tesalonicenses a imitarle en su dedicación al trabajo, aquí en la tierra, para recibir luego en el mundo futuro la corona que no se marchita (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. Ciudadanos de dos mundos. Todo hombre, quiera o no, está inscrito en el registro de dos mundos diversos. Uno es el mundo presente, la tierra que pisamos y el aire que respiramos, un mundo pasajero, sellado por el límite y la caducidad. El otro mundo es el mundo en el que reina el siempre y la infinitud, el mundo futuro al que el hombre y la historia se encaminan. Lo interesante es que estos dos mundos se suceden cronológicamente, pero sobre todo se entrecruzan y entrelazan en la vida de los hombres. Ninguno de ellos nos es ajeno, en ninguno vivimos como si el otro no existiera. En el mundo presente no podemos dejar de pensar en el futuro, y en el mundo futuro no se podrá olvidar el presente. Las vicisitudes de la historia, sus conflictos y sus penas nos remiten casi inexorablemente hacia el futuro. La dicha y la plenitud del mundo futuro solicitarán nuestro interés porque todos los hombres de este mundo puedan alcanzarla. Como ciudadanos del presente hemos de estar ocupados y dedicados a la tarea del progreso, de la justicia, del avance en humanismo y en solidariedad, del crecimiento en valores. Como ciudadanos del futuro hemos de mirar por la instauración del Reino de Cristo y por la santidad de los cristianos. El presente en que vivimos es tarea de elección y de renuncia, el futuro será tiempo de posesión y de gozo. El presente es tiempo de ideales y de realizaciones, el futuro será de encuentro y de intimidad. El presente es tiempo de constancia en la lucha, el futuro será de descanso en la paz. El presente es tiempo de esperanza en la fe y en el amor, el futuro será de triunfo pleno del amor perfecto. Dos mundo distintos, pero no distantes, sino unidos en el corazón del hombre. Dos mundos en los que el cristiano ha de vivir a tope, haciendo honor a su nombre.

2. La luz de la justicia. En este mundo no siempre brilla con todo su esplendor la luz de la justicia. Hay también mucha tiniebla de injusticia. Y por eso al hombre honrado y bueno le acecha la tentación de decir: "¡Es inútil servir a Dios! ¿Qué ganamos con guardar sus mandamientos?" (Primera lectura). Tal vez llegan a nuestros oídos voces de falsos profetas que gritan: "¡Yo soy!" o que predicen con presunción: "El tiempo está por llegar" (Evangelio). Y llegan a preocuparnos esas voces y crean en los cristianos algo de perplejidad. Oscurecidos sobre el futuro, había también entre los cristianos de Tesalónica algunos que "no trabajaban y se metían en todo" (segunda lectura). Evidentemente creaban confusión y perturbaban la vida y la paz de la comunidad. Esa tiniebla de injusticia no es propia sólo del tiempo del Antiguo o del Nuevo Testamento, sigue actualísima en nuestro tiempo. ¿No hay acaso mucha gente convencida del triunfo del mal sobre el bien? ¿No hay quienes atemorizan a la gente, sobre todo sencilla y sin mucha cultura, hablando de revelaciones recibidas sobre que el fin del mundo está por llegar? ¿No abundan falsos profetas y doctores, que merodean aquí y allá enseñando doctrinas erróneas? La revelación de Dios, recogida en los textos litúrgicos de este domingo, nos recuerda: "Dios hará brillar la luz de la justicia". Esa luz puede ser que ya comience a brillar en este mundo, pero ciertamente el sol de justicia irradiará sus rayos de luz en el mundo futuro. El cristiano, por tanto, en medio de las injusticias y de las persecuciones, ha de mantenerse tranquilo, paciente y en grande paz, porque Dios intervendrá a su tiempo. "Con vuestra perseverancia, nos dice Jesucristo en el evangelio, salvaréis vuestras almas".


Sugerencias pastorales

1. El tiempo de la Iglesia. Entre Pentecostés y el final de la historia está el tiempo de la Iglesia. Esta Iglesia que tiene ya 21 siglos de historia, que vive el presente tratando de ser fiel a su Fundador, y que mira al futuro con esperanza. Jesucristo a esta Iglesia no le ha ahorrado tribulaciones. Pero tampoco ha sido parco con Ella en consolaciones. En su historia pasada y presente vemos una innumerable fila de hombres y mujeres fieles a su Señor, y juntamente defecciones, falsos maestros, apostasía, traición. A lo largo de los siglos, en muchos lugares donde no había paz, los cristianos santos han sembrado paz y concordia entre los hombres. Pero también ha habido cristianos, en esos mismos siglos, que han esparcido discordia, guerra, revolución, desavenencias en la familia, en los grupos humanos, entre las naciones. Ha habido en la larga historia del cristianismo reyes y gobernantes cristianos, sumamente santos y que han hecho tanto bien. A su lado, ha habido igualmente y continúa habiendo reyes y gobernantes que han perseguido a sus hermanos en la fe por motivos políticos o por intereses ideológicos. En la historia están también los enemigos de Dios y de su Iglesia. Recordemos a los emperadores que durante tres siglos, con mayor o menos intensidad, persiguieron al cristianismo como religio illicita y consideraban a los cristianos como ateos porque no adoraban a los dioses del Imperio. Pensemos en los tormentos que sufrieron los hijos de la Iglesia en Japón y en China, por considerar el cristianismo como extranjero y como ajeno completamente a las propia tradiciones religiosas. ¿Y qué decir de la brutal persecución y hostigamiento del comunismo hacia los cristianos allí donde el socialismo real fue o continúa siendo una triste y horrenda pesadilla de la humanidad en su historia? El tiempo de la Iglesia ha sido y continuará siendo así hasta el final: tiempo de tribulación, y tiempo de consolación y paz. ¡Esta es la Iglesia en que vivimos, a la que amamos, y en la que trabajamos por el Reino de Dios!

2. Vivir el presente desde el futuro. Frecuentemente se piensa que hay que vivir el presente con un ojo en el pasado, para aprender del mismo, puesto que "la historia es maestra de la vida". No niego que esto sea verdad. Quiero señalar, sin embargo, un aspecto propio de nuestra fe cristiana. Hay que vivir el presente como quien ya hubiera recorrido el camino de la vida y se hallara en el mundo futuro. Es claro que las perspectivas y el modo de vivir el presente serían muy diversos. Esto vale en la vida del hombre: si fuera posible vivir los veinte años desde la perspectiva de los sesenta, sin duda alguna que se vivirían de distinta manera. Con mayor razón vale cuando hipotéticamente nos colocamos en el más allá. Preguntémonos: Desde la eternidad, ¿cómo hubiese querido vivir el día de hoy, esta situación familiar, este momento personal de crisis, esta relación afectiva, este ambiente en el trabajo? Ese futuro crea una distancia entre nosotros y nuestro presente, y al crear distancia nos permite ver las cosas con mayor paz y objetividad. Ese futuro nos mete en el mundo de Dios y de esta manera nos otorga el poder de pensar en las diversas situaciones del presente y de la vida con el mismo modo de pensar de Dios. Desde el futuro conocemos mejor y sabemos aplicar con mayor exactitud y coherencia al presente la regla de nuestra fe y la medida de nuestra conducta. No hay que caer en la utopía, pero una chispa de futuro en nuestro presente es suficiente para encender el ama con nuevo ardor y entusiasmo.

No hay comentarios: