Por José María Maruri, SJ
1.- Para los apóstoles, buenos israelitas, oír que ese maravilloso templo en breve sería destruido y que no quedaría piedra sobre piedra, sonaría a blasfemia, como nos sonó –ya hace muchos años—a los madrileños cuando supimos que los hijos de Lenin –que ellos cantaban orgullosamente—habían dinamitado el Monumento al Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles, en Getafe.
2.- Como veis, en este evangelio, Jesús no quiere descubrir la fecha de esos acontecimientos, porque su evangelio no es un libro de historia de las guerras y catástrofes mundiales. Lo que nos deja en los evangelios es un manual para manejarnos en estos tiempos revueltos en que vivimos y en que la humanidad ha vivido siempre, desde los primeros trompazos que se dieron un pedazo de carne nuestros antepasados los orangutanes.
Si fuéramos a considerar las guerras que ha habido, de las que muchos hemos sido testigos, los terremotos, las hambrunas (pasan hambre dos tercios de la humanidad), las enfermedades (lepras, pestes, sida) que han diezmado la sociedad aun en nuestros tiempos, habrá que sacar en conclusión que el fin del mundo se nos viene encima, digo… muchos de los aquí presentes hemos sido testigos de profecías de su inminente llegada, y que como estamos vivos, por lo visto no era el fin del mundo.
Es notable que sobre ese transfondo de horrores y cataclismos, la oración de la misa de hoy nos recomiende estar alegres, de sobetear el pleno gozo del servir al Señor. Y San Pablo nos dice que no estemos mano sobre mano sino que cada uno tratemos de poner una piedra para la construcción del Reino de Dios que está por llegar.
3.- Que ya sabemos hay mucho odio político y religioso para hacer saltar el mundo en pedazos, aunque parezca hoy que las cabezas nucleares de la guerra fría, estén mas quietas. Pero Dios nos hace la promesa de un cielo nuevo y una tierra nueva. En los que el amor, la bondad, la dulzura, la mutua comprensión van a arrollar al odio, iluminar la ceguera voluntaria, acabar con el revanchismo. Todo eso que es el caldo de cultivo de rencores, peleas y nuevas guerras.
Malaquías nos dice que levantemos los ojos para ver los rayos de sol que se abren paso ya entre las negras nubes y que un refrán indio dice que “sobre las más negras nubes reluce siempre el sol”.
El Evangelio nos promete la constante protección de Dios “que no dejará que nos toquen el pelo de la cabeza”. Que siempre seamos animosos y valientes, sencillos como palomas, pero no estúpidos; buenos, pero no tontos… hermanos pero no primos.
4.- Alegraos, el Señor está cerca. Tan cerca que muchos de nuestros seres queridos que convivieron con nosotros y eran más jóvenes que nosotros ya han llegado al encuentro con el Señor. Tan cerca que lo tenemos dentro de nosotros. Pongámonos a tiro de esa luz que sale del Sagrario y oigamos el susurro de paz que de allí sale y que nos dice a cada uno. “Estoy a la puerta, y llamo, si me abres entraré y me quedaré contigo”.
2.- Como veis, en este evangelio, Jesús no quiere descubrir la fecha de esos acontecimientos, porque su evangelio no es un libro de historia de las guerras y catástrofes mundiales. Lo que nos deja en los evangelios es un manual para manejarnos en estos tiempos revueltos en que vivimos y en que la humanidad ha vivido siempre, desde los primeros trompazos que se dieron un pedazo de carne nuestros antepasados los orangutanes.
Si fuéramos a considerar las guerras que ha habido, de las que muchos hemos sido testigos, los terremotos, las hambrunas (pasan hambre dos tercios de la humanidad), las enfermedades (lepras, pestes, sida) que han diezmado la sociedad aun en nuestros tiempos, habrá que sacar en conclusión que el fin del mundo se nos viene encima, digo… muchos de los aquí presentes hemos sido testigos de profecías de su inminente llegada, y que como estamos vivos, por lo visto no era el fin del mundo.
Es notable que sobre ese transfondo de horrores y cataclismos, la oración de la misa de hoy nos recomiende estar alegres, de sobetear el pleno gozo del servir al Señor. Y San Pablo nos dice que no estemos mano sobre mano sino que cada uno tratemos de poner una piedra para la construcción del Reino de Dios que está por llegar.
3.- Que ya sabemos hay mucho odio político y religioso para hacer saltar el mundo en pedazos, aunque parezca hoy que las cabezas nucleares de la guerra fría, estén mas quietas. Pero Dios nos hace la promesa de un cielo nuevo y una tierra nueva. En los que el amor, la bondad, la dulzura, la mutua comprensión van a arrollar al odio, iluminar la ceguera voluntaria, acabar con el revanchismo. Todo eso que es el caldo de cultivo de rencores, peleas y nuevas guerras.
Malaquías nos dice que levantemos los ojos para ver los rayos de sol que se abren paso ya entre las negras nubes y que un refrán indio dice que “sobre las más negras nubes reluce siempre el sol”.
El Evangelio nos promete la constante protección de Dios “que no dejará que nos toquen el pelo de la cabeza”. Que siempre seamos animosos y valientes, sencillos como palomas, pero no estúpidos; buenos, pero no tontos… hermanos pero no primos.
4.- Alegraos, el Señor está cerca. Tan cerca que muchos de nuestros seres queridos que convivieron con nosotros y eran más jóvenes que nosotros ya han llegado al encuentro con el Señor. Tan cerca que lo tenemos dentro de nosotros. Pongámonos a tiro de esa luz que sale del Sagrario y oigamos el susurro de paz que de allí sale y que nos dice a cada uno. “Estoy a la puerta, y llamo, si me abres entraré y me quedaré contigo”.
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