Publicado por Entra y Verás
Apostar por lo humano frente a la distancia, la reverencia, el oro y el incienso. Jesús, el Cristo, es rey desde el trono de una cruz. No existe grandeza mayor que el trono de la entrega absoluta, de dar la vida por todos. Lo demás, son cuentos para no dormir o ganas de confundir.
Dice León Felipe: Cristo, te amo no porque bajaste de una estrella sino porque me descubriste que el hombre tiene sangre, lágrimas, congojas...¡llaves, herramientas! para abrir las puertas cerradas de la luz. Sí... Tú nos enseñaste que el hombre es Dios... un pobre Dios crucificado como Tú. Y aquel que está a tu izquierda en el Gólgota, el mal ladrón... ¡también es un Dios!
A partir de esta poesía pretendemos reflexionar acerca de la fiesta que celebramos hoy desde las claves que nos marca el evangelio. La palabra “Rey” la usamos en el lenguaje coloquial “Deporte Rey”, “Rey del ajedrez”, “Rey de la selva”… No sé si alguno de vosotros os habéis tomado la molestia alguna vez de buscar en un diccionario la palabra “Rey”. En su séptima acepción dice que es un hombre, animal o cosa que por su excelencia sobresale entre los demás de su clase o especie. Por otra parte, y no es ni mucho menos mi intención convertir estas palabras en un cuestionamiento o afirmación de la monarquía, siempre se ha representado a los reyes rodeados de lujos y grandezas, de menús sibaritas y copas llenas; con decenas de sirvientes, y tan abonados a lo cursi como al almidón de sus vestidos. Además, los reyes son, o mejor dicho, eran, todopoderosos, de los de ordeno y mando.
Teniendo esto en cuenta nos encontramos con la gran paradoja: Afirmar que Jesús es Rey, con todo lo que eso significaba, clavado en una cruz, sometido al mayor de los ridículos. Un rey impotente, que deja que lo maten y se rían de él. Y además se tenía por Mesías. Es una auténtica contradicción, insuperable para muchos. Un Dios, un Mesías crucificado constituye una auténtica revolución y nos obliga a cuestionar todas nuestras imágenes de Dios. El Crucificado no tiene el rostro que nosotros atribuimos a la divinidad, ni a la realeza. En la cruz no hay belleza, poder, fuerza, sabiduría, majestad, cursilería. En la cruz, o se termina toda nuestra fe en Dios, o se abre a una comprensión nueva y sorprendente de su misterio. Como dijo Bonhoeffer, Dios clavado en la cruz permite que lo echen del mundo. Ese es nuestro Rey.
Como hemos ido viendo a lo largo de este año litúrgico de la mano de san Lucas, Jesús anuncia la llegada de un Reino pero no elaboró un tratado sistemático sobre él, sino que el Reino es una manera de vivir que se basa en hechos concretos: dar vida a enfermos, devolver la dignidad a los endemoniados, pecadores y marginados, prometió la felicidad a los pobres, a los que lloran, a los que sufren. Y fue esta manera de vivir, que entusiasmaba a tanta gente de su época, la que le costó la vida y se convirtió para siempre en bandera de esperanza para todos los que sufren. El diálogo de Jesús con el buen ladrón no deja de ser otro ejemplo de cómo la salvación se basa en una petición confiada, a cambio de nada.
Demasiados elementos para la reflexión en este día. No deja de ser curioso como hemos mantenido nublado el rostro del verdadero rey, y nos hemos guiado más por la parte teológica de Jesús como rey del universo. Cómo hemos cambiado la cruz por un trono dorado, la sencillez por el boato. Somos seguidores del Dios crucificado, del Dios humano y todoamoroso, que sufre y se compadece, que perdona y humaniza. ¿Por qué nos empeñamos en presentar a un Dios a quien hay que pedir audiencia, hablarle de una determinada forma y tener cuidado para no irritarlo? ¿Por qué con la excusa de que Cristo es Rey, parece que queremos gobernar el mundo y que todos nos hagan caso a golpe manifestación o condena? Nos hemos equivocado de Reino. Jesús reinó sí pero desde la absoluta humildad y sencillez, que hace creíble un modo de vida que hemos de intentar llevar los que nos decimos seguidores de él. Con Jesús, triunfa, reina la libertad frente a la opresión, la sinceridad frente a la hipocresía y el fariseísmo. ¿Podemos decir hoy lo mismo? ¿Manifestamos una apuesta por lo humano o nos gusta más jugar al billar en las nubes con ese Cristo rey de trono dorado?. Sinceramente, me quedo con el de León Felipe.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)
Dice León Felipe: Cristo, te amo no porque bajaste de una estrella sino porque me descubriste que el hombre tiene sangre, lágrimas, congojas...¡llaves, herramientas! para abrir las puertas cerradas de la luz. Sí... Tú nos enseñaste que el hombre es Dios... un pobre Dios crucificado como Tú. Y aquel que está a tu izquierda en el Gólgota, el mal ladrón... ¡también es un Dios!
A partir de esta poesía pretendemos reflexionar acerca de la fiesta que celebramos hoy desde las claves que nos marca el evangelio. La palabra “Rey” la usamos en el lenguaje coloquial “Deporte Rey”, “Rey del ajedrez”, “Rey de la selva”… No sé si alguno de vosotros os habéis tomado la molestia alguna vez de buscar en un diccionario la palabra “Rey”. En su séptima acepción dice que es un hombre, animal o cosa que por su excelencia sobresale entre los demás de su clase o especie. Por otra parte, y no es ni mucho menos mi intención convertir estas palabras en un cuestionamiento o afirmación de la monarquía, siempre se ha representado a los reyes rodeados de lujos y grandezas, de menús sibaritas y copas llenas; con decenas de sirvientes, y tan abonados a lo cursi como al almidón de sus vestidos. Además, los reyes son, o mejor dicho, eran, todopoderosos, de los de ordeno y mando.
Teniendo esto en cuenta nos encontramos con la gran paradoja: Afirmar que Jesús es Rey, con todo lo que eso significaba, clavado en una cruz, sometido al mayor de los ridículos. Un rey impotente, que deja que lo maten y se rían de él. Y además se tenía por Mesías. Es una auténtica contradicción, insuperable para muchos. Un Dios, un Mesías crucificado constituye una auténtica revolución y nos obliga a cuestionar todas nuestras imágenes de Dios. El Crucificado no tiene el rostro que nosotros atribuimos a la divinidad, ni a la realeza. En la cruz no hay belleza, poder, fuerza, sabiduría, majestad, cursilería. En la cruz, o se termina toda nuestra fe en Dios, o se abre a una comprensión nueva y sorprendente de su misterio. Como dijo Bonhoeffer, Dios clavado en la cruz permite que lo echen del mundo. Ese es nuestro Rey.
Como hemos ido viendo a lo largo de este año litúrgico de la mano de san Lucas, Jesús anuncia la llegada de un Reino pero no elaboró un tratado sistemático sobre él, sino que el Reino es una manera de vivir que se basa en hechos concretos: dar vida a enfermos, devolver la dignidad a los endemoniados, pecadores y marginados, prometió la felicidad a los pobres, a los que lloran, a los que sufren. Y fue esta manera de vivir, que entusiasmaba a tanta gente de su época, la que le costó la vida y se convirtió para siempre en bandera de esperanza para todos los que sufren. El diálogo de Jesús con el buen ladrón no deja de ser otro ejemplo de cómo la salvación se basa en una petición confiada, a cambio de nada.
Demasiados elementos para la reflexión en este día. No deja de ser curioso como hemos mantenido nublado el rostro del verdadero rey, y nos hemos guiado más por la parte teológica de Jesús como rey del universo. Cómo hemos cambiado la cruz por un trono dorado, la sencillez por el boato. Somos seguidores del Dios crucificado, del Dios humano y todoamoroso, que sufre y se compadece, que perdona y humaniza. ¿Por qué nos empeñamos en presentar a un Dios a quien hay que pedir audiencia, hablarle de una determinada forma y tener cuidado para no irritarlo? ¿Por qué con la excusa de que Cristo es Rey, parece que queremos gobernar el mundo y que todos nos hagan caso a golpe manifestación o condena? Nos hemos equivocado de Reino. Jesús reinó sí pero desde la absoluta humildad y sencillez, que hace creíble un modo de vida que hemos de intentar llevar los que nos decimos seguidores de él. Con Jesús, triunfa, reina la libertad frente a la opresión, la sinceridad frente a la hipocresía y el fariseísmo. ¿Podemos decir hoy lo mismo? ¿Manifestamos una apuesta por lo humano o nos gusta más jugar al billar en las nubes con ese Cristo rey de trono dorado?. Sinceramente, me quedo con el de León Felipe.
Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España)





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