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martes, 2 de noviembre de 2010

Un día acompañando a los niños por los canales de Bolivia


Por ROSA GARCÍA LOZANO
Publicado en alandar nº272

Con el consentimiento de Ximena Rojas, Directora de Plataforma Unidos, pude acompañar a dos educadores de calle a realizar su labor para comprobar en persona su trabajo diario y su forma de captación y atención a niños, niñas, adolescentes y jóvenes en situación de calle. Acudimos a dos canales de la ciudad situados en el tercer anillo concéntrico de Santa Cruz. El primer lugar era un puente del canal Isuto donde aparentemente parece no haber nadie, pero el educador pega un silbido y empiezan a salir niños y adolescentes; en este caso, todos son varones. En ese lugar viven unos diez chicos de edades comprendidas entre los once y los dieciocho años de edad.

Nos saludan educadamente dándonos la mano y llamándonos “hermano, hermana”. Todos van drogados, de hecho el más pequeño va pegando tragos a una botella de vino que tiene en la mano mientras que con la otra se tapa la cabeza con la chaqueta (una chaqueta de hombre que le llega por los tobillos) porque dice que le duele la cabeza y le molesta el sol. Apenas tiene ganas de hablar y lo único para lo que sale del puente es para decirles a los educadores que tiene un fuerte dolor en las costillas, a lo que ellos responden que al día siguiente pedirán a la doctora de la plataforma que se acerque a ver de qué se trata.

En cuanto ve los dibujos inmediatamente coge los colores y se pone a dibujar en el suelo, algo que me deja bastante impactada, ya que, a pesar de estar totalmente drogado y adormilado se sienta en el suelo con los colores sin pensárselo dos veces y pone toda su atención en el dibujo, el cual realiza con mucho cuidado.

También se acercan a nosotros otros tres chicos algo mayores, de entre quince y diecisiete años, con el fin de curarse las heridas. Uno de ellos lleva una herida en la pierna, el otro una raja enorme en un dedo de la mano y el otro chico que se nos acerca tiene la mitad de la cara y el brazo quemados, al parecer debido a una pelea con otros chicos de la calle.

El educador afirma que es bastante habituales las peleas entre ellos mismos, pero lo que es todavía más común son las autolesiones que los propios niños se provocan, muestra clara de su propia infravaloración. Estos chicos han sido tan ninguneados desde el propio hogar, y más tarde, durante su vida en la calle, que ni ellos mismos son capaces tener una visión positiva hacia su persona. Nos dan conversación mientras les curan las heridas y se ponen también a pintar los dibujos y escribir su nombre.

A lo lejos salen otros dos chicos, pero éstos no se acercan a nosotros: nos saludan a lo lejos y se van directamente al semáforo a esperar que paren los coches para empezar a pedir dinero por las ventanillas. Normalmente, los chicos de las avenidas hacen algún tipo de espectáculo con malabares o van vendiendo golosinas, pañuelos, etc. por las ventanillas de los coches. Sin embargo, en este caso, salen excesivamente drogados, mirando al suelo porque les molesta el sol y lo único que hacen es pedir limosna de ventanilla en ventanilla.

El hecho de que algunas personas se acerquen a estos chicos y sean capaces de bajar al puente donde ellos viven causa bastante expectación entre los conductores que se detienen en el semáforo con sus coches, ya que me doy cuenta de que todos nos ven extrañados y evitan mirar a los chicos cuando se les acercan por la ventanilla de su vehículo.

El segundo lugar al que vamos, se trata de un canal enorme que se encuentra en el cruce de varias calles. Los chicos comentan que ese canal es como un laberinto con muchísimas salidas. Al parecer hay una auténtica ciudad ahí abajo, un gueto de alcantarilla que se convierte en la franja límite donde los policías son incapaces de entrar. Los chicos que cometen algún robo y son perseguidos por la policía quedan totalmente protegidos una vez que entran al interior del canal.

Nosotros tampoco entramos, sino que esperamos a que salgan ellos a recibirnos y, de la misma manera que en el caso anterior, al escuchar el silbido del educador empiezan a salir varios chicos. Esta vez tienen edades algo mayores, entre los quince y veinte años, entre ellos aparece una chica de unos catorce años la cual está totalmente agarrada por otro de los chicos que dice ser su “dueño” lo cual, me indica el educador, no es todo lo malo porque de esa forma el resto de chicos la respetará sin atreverse a tocarla. Son aproximadamente unos ocho o nueve; otros se asoman, nos saludan y vuelven a introducirse en el canal. Absolutamente todos llevan en la mano un bote de pegamento, de “clefa”, por lo que estos niños son comúnmente llamados “los cleferos”.

El educador me comenta que normalmente son los varones los que van a robar y que en el caso de las chicas, en su gran mayoría van a prostituirse para recibir dinero (“plata”), drogas, alimentos, ropa, etc. Lo que es curioso es que este grupo vive como una pequeña familia, ya que todo lo que roban y consiguen es compartido entre todos. Las pocas peleas que tienen es por un mal reparto del “botín” conseguido. Estando allí, un chico viene con una botella de Coca-cola y comenta que es para la “guacha” (así llaman a la mezcla de refresco con alcohol puro de 96%).

El educador me comenta que la diferencia entre el primer grupo de niños y el segundo que hemos visto es que en el primer caso son mucho más consumidores de droga, siempre están fumando pitillos o marihuana, consumen cocaína y beben desde vino a alcohol puro a todas horas del día. En cambio, los del segundo grupo la mayoría de las veces sólo “clefean” y de forma menos habitual consumen alcohol.

Los educadores destacan los fuertes valores de solidaridad y lealtad que hay en los grupos de calle. Se debe a que generalmente crean un vínculo fuerte entre ellos, se protegen ante cualquier amenaza y, casi siempre, comparten lo que cada uno obtiene, ya sea robando en el caso de los chicos o prostituyéndose en el caso de las chicas.

A nuestro regreso a la sede, el resto de cooperantes españoles con los que he compartido la experiencia y yo permanecemos en pleno silencio, completamente perdidos en nuestros propios pensamientos. Necesitamos un tiempo para asimilar lo que hemos visto para, después, ser capaces de hablar de ello, de expresar lo que hemos sentido y romper el nudo en la garganta. Para romper el hielo, Ximena Rojas, la Directora de Plataforma, nos comenta que el truco está en la motivación, en los pequeños logros y éxitos conseguidos, puesto que, aunque son muchos los niños, niñas, adolescentes, jóvenes y adultos que siguen viviendo en esas condiciones, también los hay que logran salir, reintegrándose en las familias o habituándose a los hogares y finalizando su proceso de formación y educación.

El equipo coincide en la idea de que un grupo de chicos que viven en situación de calle no guarda ninguna relación con la aparición de pandillas callejeras, que son realidades muy diferentes. Ambas nacen de una problemática común que es la desintegración y la ruptura familiar, pero la forma de expresar su angustia, así como la solución que cada uno decide dar a su problema familiar, es muy diferente.

Con su trabajo diario han logrado que ciertas personas se sensibilicen sobre este tema y ya no vean a estos chicos como “los delincuentes”, “los cleferos”, “las ratas callejeras” o, como uno de ellos nos indicaba en un canal, “somos unos topos, no nos gusta el sol, preferimos estar bajo nuestro puente”. Ahora cada vez hay más gente que se preocupa o muestra en sus acciones más compromiso.

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