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jueves, 11 de noviembre de 2010

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 21, 5-19) - Ciclo C: ¿QUE ES LO QUE SE ACABA?



¿El fin del mundo? ¿Qué mundo es el que se acaba? Desde los primeros días de su existencia la comunidad cristiana se encontró con el problema de que muchos de sus miembros no tenían otra preocupación que la del fin del mundo físico. Y no era ésa la cuestión. Se acababa, sí, un mundo; ¡pero para que naciera una nueva humanidad!


EL FIN DEL MUNDO

Algunos cristianos de Tesalónica estaban seguros de que el mundo estaba para acabarse y el Señor a punto de volver a este mundo para reunirse definitivamente con sus seguido res.

Pablo se dirige a aquella comunidad con una carta en la que trata este tema, primero desde un punto de vista doctrinal y, al final, desde sus aspectos prácticos: a esta parte pertenece la segunda lectura de este domingo.

Por lo visto, algunos de los miembros de la comunidad, convencidos de que el mundo estaba ya para acabarse, no hacían otra cosa que esperar que el fin llegara: «Es que nos hemos enterado de que alguno de vuestros grupos viven en la ociosidad...»; en relación con ellos, Pablo no se anda con demasiadas contemplaciones: «el que no quiera trabajar, que no coma».

Con estas palabras, Pablo se refiere al trabajo en general, pero sin duda está pensando también en la tarea propia del cristiano: el anuncio del evangelio «para que el mensaje del Señor se propague rápidamente y sea acogido con honor como entre vosotros» (2 Tes 3,1).

Y es que todavía hay mucho trabajo por hacer. Porque la historia de la humanidad no ha llegado a su fin todavía; pero algunos mundos si que se deben terminar.


NO HABRA RESTAURACION

Los discípulos de Jesús conocían las tradiciones que de cían que antes del renacimiento de la nación judía y de la destrucción total de sus enemigos sucedería un gran desastre. Por eso no se extrañan demasiado cuando Jesús, refiriéndose al templo, cuya grandeza algunos estaban admirando, dijo que «Eso que contempláis llegará un día en que no dejarán piedra sobre piedra que no derriben». Ellos interpretaron aquellas palabras como el anuncio de la ruina que, según la tradición, precedería a la restauración definitiva, y piden a Jesús que les explique con detalle cuál será el momento en que sucederá el desastre («Maestro, ¿cuándo va a ocurrir eso?») y cuál la señal que revelará a los que hayan permanecido fieles que la restauración se va a producir («¿cuál será la señal cuando eso esté para suceder?»).

Jesús responde desengañando a sus discípulos: no habrá restauración. La ruina del templo de Jerusalén será definitiva; desde ahora, la relación de los hombres con Dios no estará limitada por un lugar, ni por las paredes de un templo, ni por unas leyes, ni por determinadas prácticas religiosas, ni por la pertenencia a una raza o a una nación.

Ese es uno de los mundos que llega a su fin. El de una religión hecha de ritos y de leyes, de miedos y de prohibicio nes, que olvida que Dios no necesita nuestras alabanzas y oculta que Dios quiere que tomemos conciencia de que nos necesitamos unos a otros. Debe acabarse ya el mundo en el que la religión separa en vez de unir, asusta en lugar de ofrecer un camino para la alegría; debe desaparecer una religión que, convertida en un negocio, siente miedo ante la felicidad, el placer, la autonomía del individuo, la libertad de la persona... Ese mundo ya llega a su fin.


NO SERA FACIL

Pero antes de todo eso os perseguirán y os echarán mano, para entregaros a las sinagogas y cárceles y conduciros ante gobernadores y reyes por causa mía... Ahora haced el propósito de no preocuparos por vuestra defensa, porque yo os daré palabras tan acertadas que ninguno de vuestros adversa rios podrá haceros frente o contradeciros.


Hubo gente que no pudo soportar que Jesús se atreviera a decir esas cosas: ya sabemos lo que hicieron con él. Y la historia volvería a repetirse, una y otra vez, desde los primeros días de vida de la comunidad cristiana. Jesús lo advierte a sus discípulos: ellos también serían objeto de la persecución de quienes siguen empeñados en que los viejos esquemas se man­tengan.

No será fácil, pero tampoco hay que tener miedo. El promete que estará junto a cualquiera de sus seguidores que sea perseguido y acusado y que se hará cargo de su defensa, y se compromete a asegurar la vida de aquellos que, fieles a su palabra y firmes en el compromiso, no vivan en la ociosidad, preocupados por el fin del mundo o por su propio fin, sino que se mantengan constantes en la actividad de acelerar el fin de este mundo y favorezcan el crecimiento de la nueva humanidad.

Jesús terminará su respuesta animando a sus discípulos e invitándolos a ser optimistas: «Cuando empiece a suceder esto, poneos derechos y alzad la cabeza, porque está cerca vuestra liberación» (Lc 21,28; véase comentario núm. 1).

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