Hoy, sintiendo lo que es el adviento, y sentir el adviento es meterse de lleno en la esperanza, he pensado en Maite. Una amiga médico, antigua alumna de filosofía, que me dice sigo en la misma línea que cuando estábamos en clase, siempre comienzo por la razón, por lo que nos es accesible, por aquello con lo que todos nos encontramos, con nuestra propia existencia, con nuestras preguntas. Es que el adviento es intrínseco a la naturaleza humana porque es preguntarse, sentir, reconocer lo que realmente es la esperanza. ¿Y hay algo más esencial en la vida que la esperanza? ¿No es como el oxígeno para la respiración y lo que activa todos los procesos?
Estoy convencida de que lo voy a decir nos corresponde a todos, puede ser que no nos hayamos parado a pensarlo y reconocerlo. El saber humano comienza por un asombro que conduce a la pregunta y termina en una pregunta que conduce al asombro. El hombre pregunta porque siempre espera una respuesta. La esperanza es hábito del hombre que confía en la realización de sus posibilidades. La pregunta es la forma suprema del saber porque procede de nuestra inquietud.
Es un convencimiento de Pedro Lain Entralgo expresado en su libro Creer, esperar, amar. Todo en el ser humano responde a una unidad, a su verdadera identidad, que es creer, esperar, amar. Como “viajero existencial”, definía al hombre, viajero que necesita de la esperanza. La esperanza es el hábito del hombre que confía en la realización de sus posibilidades, es el hombre aspirando a lo Absoluto. La esperanza y la pregunta, que es un acto de fe, son ingredientes fundamentales del vivir y nos permiten conquistar nuestro futuro.
Es un hecho, lo constitutivo del ser humano: creer, esperar, amar. No podemos pensar en las llamadas virtudes teologales como algo ajeno al hombre, como un dualismo que le lleva a otra realidad. Nuestra urdimbre, nuestra naturaleza humana, nuestra humanidad está entretejida de fe, esperanza y amor. Por eso he comenzado con Laín Entralgo y con su libro: Creer, esperar, amar. Somos nuestras creencias, nuestras esperanzas y nuestras dilecciones. Dilecciones, emplea una palabra latina que viene del verbo diligere, amar con dilección, con profundidad, con hondura, con reflexión. Creer, esperar, amar es la realidad del hombre aspirando a lo Absoluto, al Misterio, a Dios.
Y también por eso, Benedicto XVI, el profundo conocedor del auténtico y rico humanismo nos escribió su Carta, su Encíclica, Spe salvi: en esperanza fuimos salvados. Y nos habla de una esperanza fiable. Una esperanza gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente. El presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.
¿De qué certeza se trata, de qué esperanza? La fe en un Dios que viene a redimir al hombre, que me viene a salvar en mi situación concreta, sean las circunstancias que sean. Un Dios que, por decirlo con palabras nuestras, es más grande aún en su redención que en su creación. Porque Dios siempre para nuestra razón y para nuestro corazón es más belleza, más fidelidad, más verdad, más amor. La fe en un Niño que nace de la manera más sencilla, humilde, pobre, ignorada por la sabiduría y el poder de su momento, otorga a la vida, a toda la humanidad una base nueva, un nuevo fundamento sobre el que nos podemos apoyar siempre, la real y verdadera esperanza fiable.
Nuestra esperanza desea lo vida misma, lo verdadero, lo que no se vea afectado ni siquiera por la muerte. La expresión “vida “eterna”, nos dice el Papa, trata de dar un nombre a esta realidad desconocida, pero “realidad auténtica”. Y la esperanza fiable es la que nos abre a ella. La vida nos hace pensar en la vida que conocemos, que amamos y que no queremos perder, pero a la vez es con frecuencia más fatiga que satisfacción, de modo que, mientras por un lado la deseamos, por otro no la queremos. Queremos la vida plena, sumergirnos en ella. Por ejemplo con las imágenes de Isaías: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas…Dirán: venid subamos al monte del Señor…Caminemos a la luz del Señor. Y las palabras de Jesucristo: volveré a veros, se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará nuestra alegría”
La fe y la esperanza nos enseñan a vivir. Preguntamos porque siempre esperamos una respuesta, y la esperanza es ese hábito que confía en la realización de nuestras posibilidades, somos nosotros aspirando a lo que Dios ha querido que sea nuestra meta. Sí, necesitamos tener esperanzas, más grandes o más pequeñas, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, ni las grandes nos bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. Nuestra esperanza en Jesús de Nazaret. En el se cumplen todas las promesas de la Historia de la Salvación, porque el punto de partida es que nuestra historia es una historia de salvación. Jesús de Nazaret es la garantía de la fidelidad de Dios a la humanidad.
Somos nuestras creencias, nuestras esperanzas y nuestras dilecciones.
Estoy convencida de que lo voy a decir nos corresponde a todos, puede ser que no nos hayamos parado a pensarlo y reconocerlo. El saber humano comienza por un asombro que conduce a la pregunta y termina en una pregunta que conduce al asombro. El hombre pregunta porque siempre espera una respuesta. La esperanza es hábito del hombre que confía en la realización de sus posibilidades. La pregunta es la forma suprema del saber porque procede de nuestra inquietud.
Es un convencimiento de Pedro Lain Entralgo expresado en su libro Creer, esperar, amar. Todo en el ser humano responde a una unidad, a su verdadera identidad, que es creer, esperar, amar. Como “viajero existencial”, definía al hombre, viajero que necesita de la esperanza. La esperanza es el hábito del hombre que confía en la realización de sus posibilidades, es el hombre aspirando a lo Absoluto. La esperanza y la pregunta, que es un acto de fe, son ingredientes fundamentales del vivir y nos permiten conquistar nuestro futuro.
Es un hecho, lo constitutivo del ser humano: creer, esperar, amar. No podemos pensar en las llamadas virtudes teologales como algo ajeno al hombre, como un dualismo que le lleva a otra realidad. Nuestra urdimbre, nuestra naturaleza humana, nuestra humanidad está entretejida de fe, esperanza y amor. Por eso he comenzado con Laín Entralgo y con su libro: Creer, esperar, amar. Somos nuestras creencias, nuestras esperanzas y nuestras dilecciones. Dilecciones, emplea una palabra latina que viene del verbo diligere, amar con dilección, con profundidad, con hondura, con reflexión. Creer, esperar, amar es la realidad del hombre aspirando a lo Absoluto, al Misterio, a Dios.
Y también por eso, Benedicto XVI, el profundo conocedor del auténtico y rico humanismo nos escribió su Carta, su Encíclica, Spe salvi: en esperanza fuimos salvados. Y nos habla de una esperanza fiable. Una esperanza gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente. El presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.
¿De qué certeza se trata, de qué esperanza? La fe en un Dios que viene a redimir al hombre, que me viene a salvar en mi situación concreta, sean las circunstancias que sean. Un Dios que, por decirlo con palabras nuestras, es más grande aún en su redención que en su creación. Porque Dios siempre para nuestra razón y para nuestro corazón es más belleza, más fidelidad, más verdad, más amor. La fe en un Niño que nace de la manera más sencilla, humilde, pobre, ignorada por la sabiduría y el poder de su momento, otorga a la vida, a toda la humanidad una base nueva, un nuevo fundamento sobre el que nos podemos apoyar siempre, la real y verdadera esperanza fiable.
Nuestra esperanza desea lo vida misma, lo verdadero, lo que no se vea afectado ni siquiera por la muerte. La expresión “vida “eterna”, nos dice el Papa, trata de dar un nombre a esta realidad desconocida, pero “realidad auténtica”. Y la esperanza fiable es la que nos abre a ella. La vida nos hace pensar en la vida que conocemos, que amamos y que no queremos perder, pero a la vez es con frecuencia más fatiga que satisfacción, de modo que, mientras por un lado la deseamos, por otro no la queremos. Queremos la vida plena, sumergirnos en ella. Por ejemplo con las imágenes de Isaías: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas…Dirán: venid subamos al monte del Señor…Caminemos a la luz del Señor. Y las palabras de Jesucristo: volveré a veros, se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará nuestra alegría”
La fe y la esperanza nos enseñan a vivir. Preguntamos porque siempre esperamos una respuesta, y la esperanza es ese hábito que confía en la realización de nuestras posibilidades, somos nosotros aspirando a lo que Dios ha querido que sea nuestra meta. Sí, necesitamos tener esperanzas, más grandes o más pequeñas, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, ni las grandes nos bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. Nuestra esperanza en Jesús de Nazaret. En el se cumplen todas las promesas de la Historia de la Salvación, porque el punto de partida es que nuestra historia es una historia de salvación. Jesús de Nazaret es la garantía de la fidelidad de Dios a la humanidad.
Somos nuestras creencias, nuestras esperanzas y nuestras dilecciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario