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sábado, 4 de diciembre de 2010

Comentario Bíblico y Pautas para la Homilía: II Domingo de Adviento (Mt 3, 1-12) - Ciclo A


Publicado por Dominicos.org
“Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos”

Nos acompaña un soñador y un profeta. El primero nos anima; el profeta nos convence. Y lo hacen como experimentados mistagogos que conocen el misterio y, aunque, por definición, no lo comprendan, entienden que es la mejor noticia que pueden entregar. Nosotros sí comprendemos a quién se refieren, y admiramos la belleza inigualable del poema de Isaías y el testimonio inequívoco de Juan.

Del tronco seco, destrozado por el tiempo, crece un renuevo, que Isaías compara con una flor. Flor que se convertirá en estandarte de todos los pueblos. Flor y estandarte de los que surgirá el Rey Mesías que traerá la bendición para toda la humanidad.

La bendición de Dios descansará sobre ese Rey; más todavía, él mismo se convertirá en la mejor bendición para todos: Rey justo, prudente, particularmente cercano con los pobres, oprimidos y los condenados, por mil motivos, a llevar una vida inhumana.

De tal forma queda idealizada la visión del profeta-poeta, que pinta un nuevo paraíso, con abundancia de todos los bienes y ausencia de cualquier mal. Las imágenes no pueden ser más elocuentes: el lobo convivirá con el cordero; el león con el novillo; la vaca con el oso; el niño con el áspid.

San Pablo, en su carta a los Romanos, habla de la paciencia como clave para llegar a conseguir cuanto se espera, poniéndonos el ejemplo de Jesús que tomó la condición de esclavo para conseguir las promesas.

Y el Evangelio nos mostrará la personalidad de Juan, manifestada en su predicación. Y, junto a ella, el anuncio de la conversión y del bautismo de Jesús. Todo un imaginario de lo que debiera ser nuestra preparación para Navidad en el Adviento.



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COMENTARIOS BÍBLICOS

Comentario fr. Gerardo Sánchez Mielgo O.P.

Primera lectura: (Isaías 11,1-10)

Marco: Es el Libro del Enmanuel (Is 6,1-12,6) en el que están presentes las ideas-clave sobre el futuro de los israelitas. Resaltan la santidad de Dios y su segura e irresistible intervención en la historia de la humanidad. A partir del hecho contingente de la guerra siro-efraimita (7,1ss) se pasa al cuadro grandioso de la era mesiánica. Aparece con fuerza la figura misteriosa del Enmanuel. Mesopotamia es el instrumento que utiliza Dios para castigar a los pueblos culpables. Judá resurgiría del desastre. El castigo es una enérgica acción purificadora, que permitirá reafirmarse como el resto. Dos ideas-clave: el retoño de David y la paz universal.

Reflexiones

1ª) Dios nos se desdice nunca de sus promesas. Su fidelidad es inquebrantable!

En aquel día: Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz. La restauración de pueblo hebreo será llevada a cabo por un descendiente de David. El bosque del ejército sirio será destruido, pero del tronco de la dinastía davídica surgirá el gran rey restaurador. Evidentemente se trata de un fuerte uso metafórico de las expresiones. El retoño brotará de un tronco cortado, pero todavía vivo en sus raíces. Estas palabras son pronunciadas después de la caía de Jerusalén. La monarquía de David ha desaparecido. En ese momento surge el anhelo profundo de una total restauración que alimentará la esperanza de los repatriados. La fidelidad de Dios es inque-brantable. Al hablar del tronco de Jesé y no de David, puede sugerir muy probablemente que el retoño es entendido como un segundo David. Podemos leer en el Libro de Isaías en un sección consagrada a describir cómo se enciende en el futuro una luz porque un Niño nos ha nacido: Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros descansa el poder, y es su nombre: “Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz”. Dilatará su soberanía en medio de una paz sin límites, asentará y afianzará el trono y el reino de David sobre el derecho y al justicia, desde ahora y para siempre (9,5s). El profeta Jeremías, en una exposición sobre la promesa de restauración, afirma: Aquel día, oráculo del Señor todopoderoso,... servirán al Señor su Dios, y a un descendiente de David, al rey que yo pondré sobre ellos... De entre ellos surgirá un jefe, de en medio de ellos saldrá un soberano. Le mandaré venir y se acercará a mí (Jr 30,9.21). Finalmente recogemos el testimonio del profeta Ezequiel: Yo suscitaré un pastor que las apacentará; mi siervo David las apacentará y será su pastor. Yo, el Señor seré su Dios, y mi siervo David será príncipe en medio de ellos (Ez 34,23s). Contra todas las resistencias humanas, Él lleva adelante su proyecto y nadie jamás podrá impedirlo. Pero siempre en la historia de los hombres. Ayer y hoy sigue adelante el proyecto de Dios. también para nuestro momento tan esperanzador y a la vez tan inquietante por múltiples causas. La esperanza es siempre posible, porque Dios está empeñado en el proyecto a favor de los hombres.

2ª) ¡La restauración y la salvación obra del Mesías con el Espíritu!

Sobre él posará el Espíritu del Señor. El descendiente de David dispondrá de todos los dones del Espíritu para la realización de su misión. Este don del Espíritu habilita y capacita al rey para ejercer su oficio (1Sm 16,13s). Este mismo privilegio es concedido a guerreros excepcionales, los Jueces: El espíritu del Señor se apoderó de Gedeón...(Jc 6,34). El Espíritu del Señor se apoderó de Jefté, que recorrió Galaad y Manasés (11,29). El Espíritu del Señor comenzó a actuar en Sansón en el campamento de Dan (13,25). La actuación del Espíritu en estos Salvadores del pueblo en nombre de Dios se traduce y concretiza en gestas y hazañas a través de las cuales se logra la salvación de Israel. Pero el Espíritu actúa también, y de modo especial en los profetas, preparándolos para recibir la revelación de Dios y acompañándolos en la realización de su misión de intérpretes de la voluntad de Dios para cada momento histórico: El Señor bajó en la nube y habló a Moisés; tomó parte del Espíritu que habla en él y se lo pasó a los setenta ancianos. Cuando el Espíritu que tenía Moisés se posó sobre ellos, comenzaron a profetizar (Nm 11,25). Y en el Tercer Isaías leemos: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena nueva a los pobres, para curar los corazones desgarrados, y anunciar la liberación a los cautivos, a los prisioneros la libertad. Me ha enviado para anunciar un año de gracia del Señor... para consolar a todos los afligidos...(Is 61,1). Se proclama una abundante efusión del Espíritu en la época mesiánica: Después de esto yo derramaré mi Espíritu sobre todo hombre. Vuestros hijos e hijas profetizarán, vuestros ancianos tendrán sueño, y vuestros jóvenes visiones. Y hasta los siervos y siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días (Jl 3,1ss). Tanta abundancia de dones de inteligencia y de discernimiento hará posible un juicio justo, basado no en las apariencias ni en un examen interesado de las pruebas. Así lo afirma Isaías: Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, un vástago brotará de sus raíces. Sobre él reposará el Espíritu del Señor: espíritu de inteligencia y de sabiduría, espíritu de consejo y valor, espíritu de conocimiento y temor del Señor. Lo inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas. Juzgará con justicia a los débiles, sentenciará a los sencillos con rectitud (Is 11,1ss). En consecuencia, no habrá favoritismos arbitrarios. Lo hizo entonces y lo realiza ahora. El creyente debe estar seguro que cuando Dios llama a alguien para una tarea ha previsto ya cómo capacitarle para la pueda realizar. Es necesario vivir en esta seguridad. Es necesario hoy tanto o más que ayer. El creyente vive en un mundo complicado, complejo, difícil ambivalente: ofrece muchas posibilidades pero está acompañado por múltiples dificultades.

3ª) ¡Modelo ejemplar de juez!

No juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas. Los reyes históricos de Israel y Judá habían recibido la misión especial de proteger al débil, administrar justicia, fomentar el bien común. Pero no sucedió así. Por eso es frecuente encontrar tanto en Isaías: ¡Ay de los que dictan leyes inicuas, de los que publican decretos vejatorios, que no hacen justicia a los indefensos, y despojan de sus derechos a los pobres de mi pueblo, que hacen de las viudas sus presa y de los huérfanos su botín! (10,1s) como en los otros profetas, el lamento de la falta de justicia hacia los pobres y miserables, sobre los que recaían los abusos de los ricos: Tus jefes son bandidos y cómplices de ladrones; todos aman el soborno, van detrás de los regalos; no defienden al huérfano, no atienden la causa de la viuda (Is 1,23). En un fragmento dedicado a describir cómo el Señor procesa a los dirigentes leemos: Se querella el Señor contra los ancianos, contra los jefes de su pueblo: “Vosotros habéis asolado la viña, lo robado al pobre está en vuestra casa. ¿Con qué derecho trituráis a mi pueblo, y machacáis el rostro de los pobres?” (Is 3,14s). Finalmente cuando habla de la suerte de los explotadores escribe: ¡Ay de los que dictan leyes inicuas, de los que publican decretos vejatorios, que no hacen justicia a los indefensos, y despojan de sus derechos a los pobres de mi pueblo, que hacen de las viudas su presa, y de los huérfanos su botín! (Is 10,1s) Cuando venga el Mesías, el rey aquí descrito, no se repetirá esta situación, sino que sentenciará con justicia irreprochable (9,6). Incluso los más humildes verán triunfar sus derechos. Justicia y fidelidad son dos virtudes muy apreciadas que aparecen frecuentemente unidas en el AT. Aparecerán estrechamente unidas al rey casi como si se tratase de su vestimenta. En un momento en el que se nos antoja que en la relaciones humanas a todos los niveles parece no brillar la justicia, es necesario que los creyentes escuchen este mensaje de Isaías que sigue siendo actual. Es necesario recuperar la justicia y la equidad en todos los estratos de la sociedad para que el reino de Dios y la esperanza sea posible para todos. El Mesías era un instrumento de Dios para esta tarea. Hoy lo son especialmente la Iglesia y los creyentes que han de implicarse en la construcción de un mundo justo y equitativo.

4ª) ¡Dios proyectó y proyecta una paz universal para todos!

Habitará el lobo con el cordero... Aquel día la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles y será gloriosa su morada. En la interpretación algunos pensaron que se trata de la vuelta al Paraíso terrestre; no faltaron milenaristas que entendieron el fragmento en su estricto sentido literal, soñando una transformación real de la naturaleza. Sencillamente el autor recurre al lenguaje parabólico con el que se pretende enseñar una realidad de otro orden: la paz real entre los hombres; de una reconciliación universal de los hombres con Dios y entre sí. El texto se puede relacionar con otro de la Carta a los Romanos cargado de significación escatológica: Porque la creación misma espera anhelante que se manifieste lo que serán los hijos de Dios. Condenada al fracaso, no por propia voluntad, sino por aquel que así los dispuso, la creación vive en la esperanza de ser también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y participar así en la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Rm 8,19ss). Esta paz ofrecida no es, lamentablemente, una realidad perfecta en esta historia nuestra, pero es la meta a la que se dirige la Iglesia y la humanidad. Por tanto hay que intentar construirla cada día en todos los estratos sociales y en todos los niveles de la vida: familiar, ciudadana, nacional e internacional. Ciertamente las dificultades son ingentes, pensar lo contrario es soñar. Pero en el fondo se trata de confianza en el proyecto de Dios. ¿No es más fuerte el poder de Dios y de su Espíritu que todas las resistencias y contradicciones planteadas por los hombres? La palabra de Dios contiene un mensaje eficaz para aquí y ahora. Es necesario que los creyentes se lo crean, lo acepten y se pongan en marcha colaborando en la tarea de un mundo más humano, más solidario, más según los planes de Dios.

Segunda lectura: (Rm 15,4-9)

Marco: Pablo se encontró siempre con un problema real y grave: la promesa arranca de los judíos. La salvación de la humanidad se realizó en Jerusalén, en medio del pueblo judío. Y los gentiles ¿qué? El problema no pasaría de ser una discusión académica, si Pablo no lo hubiese encontrado todos los días en su tarea evangelizadora. Los gentiles escuchan el Evangelio y piden entrar en la Iglesia por la puerta del Bautismo. ¿Qué han de hacer ahora los que así han entrado en la Iglesia? ¿son de una categoría inferior respecto a los que provienen del judaísmo? Pablo enseñó que todos eran iguales en la fe y en la salvación aportada por Jesucristo. El camino de esperanza es para todos; Jesús es para todos; la Iglesia es para todos.

Reflexiones

1ª) ¡Siempre es posible la esperanza!

Entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Pero esta esperanza no es personal solamente, es colectiva y de todos. Porque la Escritura entiende por "esperanza" no sólo lo que hemos convenido en llamar la virtud teologal de la esperanza, es también el contenido de esta esperanza. La realidad que se promete al hombre y que colmará todos sus anhelos de felicidad es llamada la esperanza. Pablo entiende esta virtud como la salvación misma ofrecida y que se conseguirá ciertamente. En la misma línea y en el mismo marco se entienden mejor estas otras palabras que Dios os conceda estar de acuerdo entre vosotros, como es propio de cristianos, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo

2ª) ¡Acogeos mutuamente superando las diferencias y fomentando las coincidencias!

Acogeos mutuamente como Cristo os acogió para gloria de Dios. Una de las manifestaciones visibles y controlables del desequilibro producido por el pecado entre los hombres es la rivalidad, la sospecha, la pugna por suplantar al otro. El Evangelio no ofrece la posibilidad de dirigir las vidas por otro camino. Asumiendo las realidades individuales sin cerrar los ojos ante ellas, es posible y necesario avanzar hacia otro espacio vital. Es necesaria la utopía para crear una nueva comunidad humana. Utopía significa "no de este lugar". Es necesario dirigir los pasos a otro lugar. Y ese otro lugar se llama Cristo Jesús. En él son posibles todas las utopías de construcción de un mundo nuevo. Es necesario vivir esta convicción y proclamar al mundo con gesto y palabras convincentes. Esta es la tarea de los creyentes en el mundo movidos por una gran esperanza.

3ª) ¡La persona y la obra de Cristo garantiza la esperanza para todos porque todos en él somos un hombre nuevo!

Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas, y, por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su miseri-cordia. La Iglesia cristiana es en el mundo sacramento de salvación y de esperanza para todos los hombres precisamente porque la espera del fin la convierte en una realidad universal. Pero todos han de conservar lo que son: los judíos no han de hacerse gentiles, ni los gentiles judíos. Con sus peculiaridades culturales y humanas han de formar una sola Iglesia de hermanos en medio de un mundo dividido y en tensiones dolorosas por razones raciales, económicas, sociales o culturales. Esta Iglesia que vive de la esperanza no debe borrar nunca las legítimas diferencias entre los hombres, sino que más bien debe intentar seriamente integrarlas en una tarea común. La peregrinación por el mundo exige la aceptación en su seno de todas las diferencias, con el encargo de conseguir la unanimidad entre los hombres, pero no la uniformidad total.

Evangelio: (Mateo 3,1-12)

Marco: El fragmento elegido es la misión y predicación del Bautista que está iluminada por la espera escatológica. Toda ella es un grito y una llamada urgente al cambio porque "la soberanía de Dios" despunta ya en el mundo. Para expresar esta esperanza, el evangelista recoge unas palabras de Isaías, precisamente del capítulo 40: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos".

Reflexiones

1ª) ¡El austero profeta es sólo un precursor!

Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. La figura del Bautista es el precursor, el anunciador de quien viene detrás y que bautizará en el Espíritu y fuego. Todas las expresiones están orientadas en la misma dirección: el cumplimiento de un tiempo y de una promesa anunciados para los tiempos mesiánicos. Los dos términos "Espíritu y fuego" sólo tienen sentido adecuado si los interpretamos en este marco. La Iglesia sigue siendo, en su evangelización, una precursora. No puede olvidar nunca que el Salvador, el único Salvador, es Jesús: Nadie más que Jesús puede salvarnos, pues sólo a través de él nos concede Dios a los hombres la salvación sobre la tierra (Hch 4,12). Y también cada creyente es un precursor con su vida y con su palabra del Salvador que está presente aunque oculto. El salvador está ya cerca de los hombres, es necesario que alguien les anuncie que es así. Porque sólo Jesús da sentido pleno a la vida humana.

2ª) ¡Es sumamente urgente un cambio para entrar en la salvación!

Acudía a él toda la gente de Jerusalén. de Judea y del valle del Jordán. ¿Quién os ha enseñado a escapar de ira inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Pero su predicación, como en parte lo será la de Jesús, está dominada por dos urgencias: primera, que es necesario un cambio radical de actitudes porque la gran promesa despunta ya en la historia. Segunda, "Dios comienza a reinar" y esta soberanía de Dios pronto será una realidad en el mundo. Juan entiende que la realización de la soberanía de Dios sólo será posible entre los hombres si estos la acogen como un don y responden con un cambio radical de actitudes frente a la vida y frente a los demás. Y por en medio está el juicio escatológico de Dios al que se refieren las palabras finales del fragmento de hoy: El tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.

3ª) ¡El Mesías está presente y todavía ausente!

El que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Es necesario y urgente tomar en serio sus palabras. Realmente el Mesías ya está en el mundo. Pronto hará su aparición. Y llevará adelante este anuncio del Bautista. Pero está presente ahora. Esa es la virtud de la escatología que se entiende como una presencia inalterable en la historia. Por eso la importancia de tomar en serio el "hoy" salvador de Dios. Por eso es tan adecuada la presencia de Juan con esta predicación y este anuncio en medio del adviento, tiempo abierto y proyectado hacia el cumplimiento final de la soberanía de Dios a través de su juicio escatológico o final.



Fray Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo de Torrent (Valencia)
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Este comentario está incluido en el libro: La Palabra fuente de vida. Ciclo A. Editorial San Esteban, Salamanca 2004.



Comentario de fr. Miguel de Burgos O.P.

1ª Lectura: Isaías (11,1-10): Recuperar el paraíso perdido

I.1. Otro maravilloso oráculo de salvación de Isaías abre las lecturas de este Segundo Domingo de Adviento. Es uno de esos tres oráculos mesiánicos (cf Is 7,1-17; 9,1-6) que caracterizan el libro del profeta de Judá y Jerusalén. Oráculos de muchos quilates que son tan propicios para levantar el alma de un pueblo en nombre de Dios y no de promesas falsas de los hombre prepotentes del este mundo. Nuestro texto es un poema que tiene dos partes, probablemente de origen distinto. Pero estas son cosas literarias que no van en perjuicio de la hermosura del poema y de su lectura unificada e incluso de que sea un poema posterior al exilio, cuando la monarquía está talada, desaparecida. El contexto anterior del mismo nos habla de un bosque destruido en el que han caído los árboles, el bosque de Judá; subsiste todavía un tocón, el de Jesé, el padre de David. De ahí, Dios hará retoñar la vida nueva para el pueblo, para Jerusalén. Hace falta verdadera iluminación profética para saber ver y prever lo que los hombres normales no sabemos contemplar o esperar. Los profetas sí, por ello los necesitamos siempre, y eso que para nuestra instalación en la cosas de siempre no pueden resultar complacientes.

I.2. Pero esa vida nueva, precisamente por ser nueva, estará fundamentada en los valores que los reyes de Israel y de Judá no habían sabido trasmitir hasta ahora. La situación que se detalla es, en cierta manera, paradisíaca y bucólica, porque se recurre a la naturaleza y a los animales. Y todo, porque se describe un país que está lejos de una cosa muy importante: "el conocimiento de Dios". Efectivamente, el " daat Elohim " es un término decisivo en la teología profética. No olvidemos que conocer, aquí, no tiene el sentido de "gnosis" o conocimiento intelectual, sino el sentido bíblico de yd' y el daat Elohim de los profetas (Os 4,1.6; 5,4; 8,2 ; Jr 2,8; 4,22; 9,2.5 en oráculos de amenaza o bien de salvación: Os 2,22; Jr 31,34 o Is 28,8) experiencia de Dios, de lo santo; o la misma experiencia del amor entre hombre y mujer). Por eso "conocer a Dios" es reconocerlo, reconocerlo, intimar con él de verdad, buscarlo y anhelarlo.

I.3. Porque lo que el profeta quiere refrendar es que no hay justicia, ni paz, ni felicidad para los pobres y parias, porque al mundo le falta la "experiencia de Dios". Desde luego la experiencia de ese Dios del que Isaías fue portavoz radical. Incluso se va más allá de la imagen mítica del paraíso, aunque es eso lo que se quiere recuperar también de una forma real y espiritual en el oráculo; allí faltó a la humanidad el conocimiento de Dios, la sabiduría para saber depender de Dios sin necesidad de entenderlo como esclavitud y esa es la situación que desde entonces arrastra la humanidad: Dios es el futuro del hombre, de los reyes, de los pueblos, de la pareja, de la familia, del hombre y de la mujer. Con el conocimiento de Dios (un conocimiento de amor), se nos quiere decir, buscamos sabiduría, fortaleza, valor; y trae la justicia para los más pobres. Se habla, pues, de un rey, que no necesita poder para destruir y valor para restaurar la armonía y la paz. Esa paz mesiánica que se convierte en santo y seña de los profetas y de este tiempo de Adviento.



IIª Lectura: Romanos (15,4-9): Perseverancia y consuelo

II.1. Nuevamente en este domingo, en la carta a los Romanos, Pablo hace referencia a las Escrituras, en este caso al Antiguo Testamento, para que de ellas podamos sacar unas consecuencias inmediatas: perseverancia y consuelo. Son dones que proceden de Dios. Perseverancia, porque hay que tener en cuenta que Dios no falta a su alianza y a sus promesas; ha prometido un mundo mejor, nuevo, justo, (sería en este caso la promesa de la primera lectura de Isaías) y si perseveramos en fiarnos de esa promesa, la verán nuestro ojos.

II.2. Consuelo, porque cuando verificamos lo lejos que estamos de ese estado ideal y casi olímpico; la actitud cristiana no puede ser la desesperación; debemos consolarnos porque algo absolutamente nuevo nos viene de parte de Dios. Y el Adviento es un tiempo propicio para ello. El ejemplo que propone es Cristo, servidor de judíos y paganos, de magnitudes irreconciliables, de mentalidades opuestas. Cristo es el futuro de todos los hombres. Este ideal no puede perderse para los seguidores del evangelio, para las comunidades cristianas que viven en cualquier parte del mundo. El Adviento es un tiempo ideal, es su idiosincrasia, porque es un tiempo de promesas que adelantan un futuro de lo que un día debe ser lo que Dios ha querido para toda la humanidad.



Evangelio: Mateo (3,1-12): El Reinado de Dios nos pide un cambio de mentalidad

III.1. El evangelio del día nos presenta a una de las figuras más características del Adviento: Juan el Bautista, el precursor del Señor. La presentación del profeta de Galilea, Jesús, se hace en la tradición cristiana de la mano de Juan el Bautista (cf Mc 1,1ss); de aquí de otras informaciones (Fuente Q) lo han tomado Mateo y Lucas, cada uno a su manera. La presentación de Mt 3,1-12 va encaminada al bautismo de Jesús. La discusión sobre la historicidad del mismo debería plantearnos algunas cuestiones que han sido debatidas en torno al Jesús histórico. ¿Fue Jesús discípulos de Juan el Bautista? Hoy no nos podemos negar a aceptar una relación de Jesús con el movimiento de Juan el Bautista (cf Jn 1,30). Pero tampoco podemos cerrarnos a aceptar que no hubo "fascinación" por su magisterio, por su bautismo o por sus ideas apocalípticas. Jesús tenía "in mente" otras ideas y otros proyectos. El desierto, el bautismo son elementos de la vida y la ideología del Bautista. Jesús iría a las aldeas y los pueblos "para anunciar el reinado de Dios". Pero es verdad que algo ocurrió en la vida de Jesús que se acercó a Juan.

III.2. El texto de Mateo propone los elementos en el que podían coincidir: "convertíos porque ha llegado el reinado de Dios". Esta expresión es cristiana por los cuatro costados, aunque el redactor ha querido incardinar estrechamente a Juan el Bautista con el proyecto y mensaje de Jesús de Nazaret. La "conversión" ( metánoia ) sí es coincidente. Pero debemos estar atentos a no entender esta expresión simplemente como "hacer penitencia". Es algo más radical y profético: es un cambio de mentalidad de mucho alcance, que sin duda Juan proponía a sus seguidores frente al judaísmo oficial. El que no predicara en Jerusalén, ni en el templo (como tampoco hizo Jesús normalmente) muestra esa radicalidad apocalíptica que algunos han comparado con los sectarios judíos de Qumrán. No está claro que Juan perteneciera a esa secta. pero. podía haberse dado algunos contactos. Elegir el desierto y el Jordán para el bautismo era como querer vivir la experiencia de un nuevo éxodo, de una nueva entrada en la tierra prometida, de recomenzar las relaciones con Dios con una nueva vivencia de alianza. Estos símbolos no son despreciables significativamente. y por eso Jesús se acercó a Juan que tenía fama de profeta entre el pueblo sencillo.

III.3. El caso de Juan es típico del hombre que está en desierto, que anhela una historia nueva y renovada, pero que usa para ello las armas propias de los apocalípticos: el hacha que corta la raíz, que destruye para renovar ¡Eso asusta! En todo caso, sus discurso es absolutamente teológico -desde la teología de un evangelio tan característico como el de Mateo -; de nada vale ser un hijo de Abrahán, tener el privilegio de pertenecer al pueblo escogido como los fariseos y saduceos que venían a bautizarse, porque Dios puede hacer hijos de Abrahán de las piedras. Efectivamente, el que debe venir, traerá el Espíritu, y con el Espíritu, todos pueden tener el privilegio del que se habían adueñado unos pocos. Y eso vuelve a repetirse siempre en los ámbitos institucionales religiosos. Es necesaria una conversión radical para que lo santo tenga sentido. Juan no tenía, así lo confiesa, las soluciones a mano; pero él sabe que Dios sí las tiene, y así las propone por medio de Jesús. La conversión, en este caso, es lo mismo que Isaías manifestaba en torno al "conocimiento de Dios". Con Juan se cierra el Antiguo Testamento, desde la visión cristiana; con Juan acaba la historia de privilegios que el judaísmo oficial había montado en torno a lo santo y lo profano. El solamente diseña la última posibilidad de subsistir: un cambio, una nueva mentalidad, un nuevo rumbo, porque a partir de ahora Dios no va a dejarse manejar de cualquier manera.

Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura



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PAUTAS PARA LA HOMILÍA

Si hay una idea que sobresalga sobre las demás en el párrafo evangélico de hoy, ésta es, sin duda alguna, la llamada a la conversión. Lo fue en Juan -antes en Isaías-; lo seguirá siendo, luego, en Jesús, y, finalmente, Pedro, el día de Pentecostés, será lo que pida a los judíos en nombre del resucitado.

Conversión hecha vida

Antes y por encima de lo que se dice nos fijamos en quién lo dice. El testimonio es importante, pero el testigo lo es más. En nuestro caso sucede lo mismo. La gente va al desierto a oír a Juan. Y en él todo es importante, pero decisivo es él mismo, su persona. Hasta tal punto que los evangelistas se muestran muy solícitos en señalar, al hablar de la importancia y grandeza de Juan, que no es Jesús, sino sólo su mensajero y heraldo.

Juan tiene la autoridad de la convicción. Tiene escuela y discípulos; tiene prestigio y goza de admiración. Pero en ningún momento pierde los papeles creyéndose lo que no es. Tiene muy clara su misión y trata de difundirla sobre todo con su vida. Su rectitud y honradez llegan a ser proverbiales. Lo suyo es anunciar “al que viene detrás de mí, está entre vosotros, puede más que yo y no merezco ni llevarle las sandalias”.

Su profundo respeto a la Palabra que anuncia le hace ser sumamente cuidadoso con las formas: vive en el desierto, viste con piel de camello y se alimenta con saltamontes y miel silvestre. Antes que su mensaje hablado, sobresale el vivido y practicado.

Conversión hecha palabra

Y allí, en el desierto, Juan, más que hablar, grita. Grita la inequívoca conversión que él vive. “Por aquellos días, Juan se presentó en el desierto de Judea predicando” y mostrando la Palabra. Porque él es sólo la voz que señala, que anuncia. Señalará el camino, porque él no es el camino sino “el que lo allana y prepara”. Él no es el que ha de venir, sino el que lo muestra.

El que ha de venir es el “sueño imposible” gritado por Isaías y por Juan cuando piden, como más tarde los estudiantes de mayo del 1968 en París: “Sed realistas. Soñad lo imposible” hasta ahora, que muy pronto será una realidad. Preparadla y, para ello –dice Juan- convertíos.

Ni Isaías ni el Bautista son soñadores de paso, de los que prometen sólo para conseguir votos o prebendas. No prometen para conseguir algo para ellos, sino para todos. La salvación está cerca, al lado. Y por eso invitan a recibirla con gozo y esperanza, que se traduzca, luego, en signos eficaces de conversión: en frutos de justicia, de bienestar y de paz.

Conversión hecha denuncia

Tanto Isaías como Juan –y luego Jesús- hacen una llamada urgente a la conversión, porque se acerca el Reino de Dios. “Se acerca el Reino de Dios; convertíos y creed en la buena Noticia”. Hay que creer en lo que va a venir, en lo que se espera; y hay que abandonar lo viejo, lo caduco, lo antiguo, para abrazar el nuevo camino de salvación. Convertirse es cambiar el corazón, la actitud, la mentalidad, y, como consecuencia, la vida. Convertirse es también no escudarse pensando que no necesitamos cambiar porque “Abraham es nuestro padre”, porque siempre hemos sido… La conversión es propia del Adviento y de la Cuaresma, pero no exclusiva. Convertirse es un hábito, no un acto; y vamos a necesitarla siempre.

La cercanía del Reino de Dios significa la posibilidad de un mundo donde haya más justicia, más paz, más benevolencia, más amor. Y, siempre con respeto a las personas, denunciar las estructuras injustas, opresoras e insolidarias.
Esta misma cercanía nos invita a cuidar nuestra actitud durante la espera, durante nuestro adviento. Hay que esperar gozosa y activamente, siguiendo las consignas de Isaías y de Juan. Éste, en concreto, antes de predicar se retira al desierto y luego, porque vive como un eremita, habla de penitencia, de limpieza, de justicia, de honradez y rectitud.

Conversión hecha radicalidad

Porque pedir conversión, predicarla y ofrecer signos que la simbolizaran no era exclusivo de Juan. Los fariseos y saduceos también la tenían en cuenta. Lo significativo en el caso de Juan era el modo de entenderla. Los fariseos, en palabras de Jesús, eran aquellos que “teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. Pero, por otra parte, los fariseos eran observantes de la Ley y de cuanto ésta mandaba. Juan, y luego Jesús, no excluyen este cumplimiento sino que lo suponen para incidir en un cambio total en la relación con Dios, con uno mismo y con los demás. A eso se refiere el dar frutos dignos de penitencia, porque el árbol de donde proceden es un árbol bueno. Estos frutos serán los que validen o no nuestra vida, por encima y al margen de si procedemos de Abraham o de otros padres no tan emblemáticos.

Así entendida, la conversión empieza en nuestra relación con Dios, continúa en el cuidado de las actitudes y valores y se manifiesta, finalmente, en el comportamiento. Y así entendemos que aquel comportamiento tan exquisito que tenían los fariseos en el cumplimiento de la Ley también necesitaba conversión, no porque estuviera mal lo que hacían, sino porque faltaba la base interior de la relación nueva con Dios y las actitudes que ésta proporcionaba. Tenían que abandonar su intransigencia y su engreimiento para entrar en el Reino de Dios. Luego todo se completaría con el bautismo de Espíritu Santo y fuego, para llegar a ser de verdad hijos de Dios.


Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino

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