Publicado por El Blog de X. Pikaza
El 12 del XII se celebra la fiesta de la Virgen de Guadalupe, una advocación mariana muy importante en México y en toda la Iglesia Católica. Con est emotivo quiero las reflexiones que he dedicado a la Fiesta de la Inmaculada.
Así agradezco los comentarios del blog, generosos y profundos. No puede contestar uno a uno a lo que dicen, pero seguiré reflexionando, a partir de ellos, desde la perspectiva de de la Madre Divina de Guadalupe, ante cuya imagen he tenido ocasión de orar y reflexionar varias veces. Por eso, pospongo el tema del próximo domingo.
Dejo también para otro día la advocación de la Guadalupe extremeña, con sus ocho mujeres fuertes (¡un motivo de reflexión apasionante!), y me centro en la Guadalupana de México, el santuario católico más frecuentado de los que yo conozco. Supongo conocida su historia básica, las “visiones” de Juan Diego, el “origen del ayate pintado”, las reticencias del obispo Juan de Zumárraga… Quiero reflexionar sobre el sentido de esta advocación, planteando unas secnilla preguntas:
1) Ella es el signo central del cristianismo mexicano (y de parte del cristianismo católico). El tema es si recoge los motivos centrales de la figura de María, la madre concreta de Jesús, mujer de carne, según el evangelio, mujer de fe, autora del Magniicat.
2) La Madre Divina de Guadalupe (con nombre hispano) es una Virgen-Madre celeste propia de las religiones pre-colombinas. El tema es sin con ella, partiendo de su figura (un ayate pintado, según tradición, en el cielo) se puede hacer el camino de fe de la tierra, un camino de libertad, de dignidad, de superación de las opresiones para las mujeres oprimidas (y para todos, los dolientes, hombres y mujeres)..
3) La Madre Celeste de Guadalupe empezó siendo la Virgen de los "indígenas", es decir, de los derrotados y vencidos, de los aplastados y humillados... Ellos la "impusieron", como signo celeste, como medio de transformación (inculturación sagrada) del cristianismo en México, en contra de los obispos (de mi paisano Juan de Zumárraga). Ganó la religiòn de los indios y de los pobres, de los derrotados y humillados. El tema es si esa victoria sigue estando al servicio de los pobres, es decir, al servicio de la transformación social y de la elevación cristiana de todos, es decir, el servicio del Reino de Dios.
4) La Madre celeste de Guadalupe ha sido y sigue siendo el signo de identidad de los oprmidos, de los explotados... Al mismo tiempo, ha sido y sigue siendo el signo de insurgentes y revolucionarios... Pero, al mismo tiempo, parece estar controlada y domesticada por aquellos que controlan el sistema social y económico. ¿Podrá volver a ser la Virgen de la Revolución cristiana de México, haciendo suyas las palabras del canto de María de Nazaret: Derrobó del trono a los potentados, elevó a los humillados?
5) La Virgen de Guadalupe es Mujer de cielo, con el sol como vestido, la luna bajo sus pies y las estrellas cubriendo su manto, sobre un Águila y un ángel de victoria. Lo que hace falta es que ella sea signo de humanidad y de dignidad para las mujeres de carne y hueso, en el México lindo y durísimo, donde mueren cada años miles de mujeres en manos de la violencia "machista" de una parte de la sociedad.
6) ¿Qué relación hay entre las mujeres que mueren asesinadas en la raya de la frontera con USA, por narcos y traficantes sin "alma" y la Virgen de cielo de Guadalupe? ¿Cómo dirá ella, la Tonancin buena: a los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos lo despidió vacíos?
Yo no sé responder a esas preguntas, pero sé contar un poco la historia de Guadalupe. Buen día de la Virgen a todos, en México y en todos los paísas donde ella es signo de cielo y de tierra liberada. De todas formas, quizá sea necesario que vuelva Juan Diego y que presente de nuevo unos signo de transformación humana, para México y para todo el mundo.
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Cultura náhuatl. Principios
La Virgen de Guadalupe forma parte de la iconografía y devoción católica de México, de manera que los católicos la veneran como la Madre de Jesús); pero, al mismo tiempo, ella está arraigada en la religiosidad náhuatl del altiplano mexicano:
Hay en la cultura y religión náhuatl tres notas que pueden presentarse como expresión de un mito universal que sigue iluminando nuestra historia. Esta cultura en cuanto tal ha pasado, ya no existe; pero su recuerdo nos ayuda a comprender nuestro nuestro presente.
1. La experiencia de la dualidad: en el principio no se encuentra ni el varón ni la mujer, tampoco está el todo indeterminado, ni la madre con el niño...; en el principio hallamos la grandeza compartida, el Señor y la Señora de la dualidad, implicados uno en otro, como signos polares de una realidad abarcadora.
2. La veneración del aspecto celeste de la vida: los dioses primordiales son signo del espacio superior: sobre la tierra se alza el cielo como fuente y contenido de todo lo que existe. Por eso, en un aspecto se puede afirmar que los astros nos determinan (nos privan de la libertad), pero por otro nos liberan, nos permiten ser personas, dan sentido a nuestra vida sobre el mundo.
3. El misterio de la maternidad. Esa cultura acentúa dentro de la dualidad el aspecto femenino de la madre/noche, expresada en la luna y las estrellas. Ellas forman eso que pudiéramos llamar la bóveda y clave de la totalidad.
La Virgen de Guadalupe recoge y reinterpreta, de forma crítica y creadora, dos de esos rasgos (la imagen celeste y materno/femenina de la realidad), dentro de un mundo armonía dual. Pues bien, el triunfo de los aztecas (que llegaron al altiplano a mediados del siglo XV) había reprimido en parte esa cultura dual y materna, colocando en el centro de la vida y de la política del Estado de Tenochtitlán el aspecto masculino y guerrero del sol imperial, del sol que necesita la sangre de los hombres. La llegada de los españoles, un siglo más tarde (hacia el 1521) supuso una inmensa ruptura en la vida y cultura anterior, pero permitió (de alguna forma) el retorno de la Madre Celeste (la Tonancin) en la figura de la Virgen María.
Hernán Cortés y sus compañeros conquistaron militarmente México (aprovechando la superioridad técnica de sus armas y las divisiones que había en el altiplano). Pero sólo la Virgen de Guadalupe, en su forma cristiana y universal (simbiosis de religiones) permitió que se creara la cultura y religión de México, a partir de la segunda mitad del siglo XVI.
De la madre sagrada al Dios sacrificial azteca
La religión náhuatl era muy rica y variada, pero había en ella algunos elementos centrales, que se condensaban en la dualidad sagrada (todo es armonía de elementos vitales, masculino/femeninos) y en el poder de lo materno celeste, que dirige desde arriba la vida de los hombres y mujeres, como lo ha puesto de relieve M. León-Portilla, La filosofía Nahuatl, UNAM, México, 1979 (aunque con rasgos de una dialéctica de fondo hegeliano, que quizá deba matizarse).
Esa visión de la dualidad divina, centrada en el fondo en la madre celeste, la Tonancín, se encontraba en el fondo de la cultura religiosa de los varios pueblos de lengua náhuatl que ocuparon la llanura mexicana unos mil años antes de la conquista española. Pues bien, a principios del XV, conquistó la tierra y dominó sobre ella un nuevo grupo de guerreros, los aztecas.
Los conquistadores aztecas asumieron la vieja religión de los náhuatl , pero la entendieron de manera diferente, colocando al Dios-sol universal (Huitzilopochli) por encima del dios y de la diosa, del sol diurno y de la noche estrellada, su consorte. De esa forma quisieron justificar sacralmente su nuevo tipo de imperio o monarquía fundada en la potencia y la guerra masculinas del Dios-Sol que imponía su dominio sobre el mundo. Creció y perduró su imperio un siglo (desde 1.424 hasta la llegada de los españoles en 1.521).
En la nueva conciencia religiosa puede destaca el dominio de lo masculino. La diosa sigue siendo importante para ellos, pero ocupa ya un segundo plano (siendo también signo de la dominación que sufren las mujeres). El nuevo imperio azteca, centrado en el gran rey de Tenochtitlán (actual ciudad de México), se fue elevando sobre fundamentos de violencia de tipo guerrero, masculino; su poder no se encuentra ya fundado en la armonía de los dos principio (varón-mujer, dios-diosa), sino que empieza a ser reflejo de la fuerza del Gran Sol que domina y dirige desde arriba la vida de todos los humanos.
Quizá la nota externa más saliente de esta nueva situación es el hecho de que, en un momento determinado, que suele identificarse con la misma construcción política del imperio azteca (de Tenochtitlan), los nuevos señores de la tierra interpretaron, la mutua relación entre el Dios-Sol y su pueblo elegido azteca, en forma de sacrificio compartido. Sabían los náhuatl desde antiguo que Dios y Diosa se entregan (sacrifican) para que surjamos de esa forma los humanos; por eso, la respuesta religiosa de los fieles, su misma devoción y sacrificios, contribuye al mantenimiento del sol y a la armonía del conjunto.
Actuando de manera reverente, los humanos devuelven al Dios-Diosa aquella misma vida que de ellos recibieron. Se repite así un esquema que resulta conocido en la familia: los padres ofrecen su vida a los hijos; los hijos agradecen (devuelven) la vida a los padres. De esa forma (como en casi todas las religiones imperiales) se produjo un doble proceso de “sometimiento”:
a) Sometimiento religioso: todos los dioses quedaron dominados y controlados por el Dios Sol del imperio. La madre ocupó un lugar secundario.
b) Sometimiento social: los aztecas se creyeron enviados de su Dios para dominar sobre el altiplano, creando así estructuras ideológicas, sociales y militares de sometimiento.
Los españoles aprovecharon la rebelión contra el principio masculino
Lógicamente, los pueblos vecinos, especialmente tlaxcaltecas, a quienes los aztecas mantenían a su lado con independencia relativa para poderlos combatir, tomando de ellos prisioneros para ser sacrificados, se oponían, al menos parcialmente, a este sistema del imperio del gran Sol violento y pobre, sangriento y masculino. Por eso se unieron con Hernán Cortés (tras el 1521 d. C.), para destruir el gran imperio sacrificial de la Sangre Sagrada. Es muy posible que el triunfo español pueda interpretarse como una "revancha" del principio femenino.
Así lo sintieron muchísimos indígenas de todo el altiplano mexicano cuando veneraron o, mejor, recuperaron por medio de María, la madre de Jesús, los rasgos femeninos más sagrados de su madre diosa compasiva, que los aztecas habían dejado expresamente reprimidos bajo el signo del Sol duro y violento, sacrificial y destructivo. Sobre las ruinas del viejo imperio azteca se expandió y triunfó el orden hispano, y fue posible el establecimiento de un cristianismo en cuyo centro volvió a ponerse la figura de la Madre Celeste, con el nombre cristiano de Virgen de Guadalupe. Evidentemente, hubo una simbiosis entre cristianismo y religión originaria de los náhuatl. Pero antes de evocar antes de esa victoria o recuperación cristiana debemos recordar las palabras de un famoso lamento de un grupo de sabios aztecas que pretenden conservar su religión.
- Señores nuestros… Vosotros dijisteis que nosotros no conocemos
al Señor del Cerca y del Junto,
a aquel de quien son los cielos y la tierra.
Dijisteis que no eran verdaderos nuestros dioses.
- Era doctrina de nuestros mayores que son los dioses por quien se vive,
ellos nos merecieron (con su sacrificio nos dieron vida).
)En qué forma, cuándo, dónde? (Cuando aún era de noche!
Era su doctrina que ellos nos dan nuestro sustento...
Ellos son a quienes pedimos agua, lluvia,
por las que se producen las cosas en la tierra.
- Y ahora, nosotros )destruiremos la antigua regla de vida?
Nosotros sabemos a quien se debe la vida,
a quien se debe el nacer..., cómo hay que rogar.
(Parte del memorial de los sabios náhuatl del 1524, rcogido en Texto recogido y traducido por M. León-Portilla, El reverso de la Conquista, Mórtiz, México 1983, 24-28.
El retorno de la madre celeste, vestida de sol,
con manto de estrellas y luna bajo los pies (tema náualt, cita de Ap 12, 1)
Así dicen los señores de la tierra, en respuesta digna, sintiéndose fracasados. Han perdido la guerra, han perdido la religión. Parece que están condenados morir en defensa de su cultura y tradiciones. Pues bien, a los pocos años, gran parte de la población del altiplano mesoamericano aceptó sin dificultad la religión cristiana y lo hizo de corazón. Es evidente que en ese cambio influyeron múltiples factores vinculados a la imposición política y al cambio de cultura que implica la entrada de los españoles. Pero en el fondo de esa violencia y cambio de cultura puede descubrirse una intensa continuidad. Los indígenas del altiplano descubrieron en la Virgen María de los cristianos a su antigua Madre, la Tonancin, reina de los cielos:
- En el lugar donde se hallaba el Sol-Guerrero vino a colocarse el Señor Jesús que muere en verdad por los hombres y no tiene más necesidad de sangre y sacrificios humano.
- En el hueco de la antigua Tonancin, Señora de la dualidad, Diosa del cielo, revestida con el manto de estrella de la noche, pudo situarse ya María, con el título antiguo y nuevo de Virgen de Guadalupe.
Esta querida Virgen-Madre, que vincula en una misma fe a cristianos españoles e indígenas convertidos, ofrece sin lugar a duda muchos rasgos y motivos nuevos, vinculados al anuncio del evangelio. En ese sentido existe una ruptura en relación con el esquema religioso anterior de los aztecas. Pero al mismo tiempo es claro que los españoles han ofrecido a los indígenas también antes oprimidos del altiplano la posibilidad de retornar a sus raíces más antiguas: el Señor Jesús, muerto por ellos, como auténtico Sol que ya no exige sacrificios humanos, les permite reconciliarse con la Madre, la Tonancin, que los aztecas habían reprimido con su imperio militar violento.
En ese sentido, la evangelización cristiana pudo presentarse como una restauración religiosa. Los nuevos misioneros no quisieron imponer una religión distinta sino enseñar a los mexicanos lo que había sido su religión originaria, centrada en la Tonancin, la Diosa del Cielo, que ahora aparecía como la Madre de Jesús (del nuevo Dios cristiano).
Este descubrimiento de la “identidad” entre la diosa náhuatl y la Madre de Jesús, el Dios cristiano sufriente, no formularon los teólogos cristianos, sino el pueblo indígena, representado por el “beato” Juan Diego. El primer Arzobispo de México, mi paisano Juan de Zumárraga, ante cuya estatua pasaba todos los días en Durango, quiso oponerse, diciendo que una cosa era la “diosa” y otra la “mujer María”, madre de Jesús. Pero el Arzobispo tuvo que ceder ante la “experiencia” misionera y creadora de Juan Diego.
Ciertamente, los hispanos, con Juan de Zumárraga y otros misioneros ejemplares, sobre todo franciscanos, ofrecieron a los vencidos mexicas un tipo de religión importada… Pero los mexicas respondieron ofreciéndoles su “religión” anterior, transformada y recreada, en una simbiosis que ha venido funcionando hasta ahora.
En nombre de la Virgen de Guadalupe y con su estandarte lucharon los insurgentes de principios del siglo XIX, consiguiendo la independencia para México. Con la misma Virgen y estandarte lucharon los grandes “revolucionarios” de comienzos del siglo XX (Villa, Zapata etc…). En el momento actual, a comienzos del siglo XXI, quizá la Virgen de Guadalupe debe ser signo de una revolución distinta, más honda que todas las anteriores.
Reflexiones conclusivas y pregunta final.
−Es evidente que la Virgen de Guadalupe recoge la devoción católica, hispana, dirigida a la Madre de Jesús, que es María, una mujer concreta (no una diosa).
− Esa devoción mariana tiene honras raíces de evangelio, y de esa forma aparece con un “medio de evangelización”, al servicio del evangelio de Jesús, el Hijo de Dios, que muere por los hombres (en la línea de los viejos sacrificios aztecas, pero centrados sólo en Jesús).
− Esa devoción retoma elementos de la religión “natural” (por así decirlos) de los pueblos náhuatl, de manera que algunos han podido decir que se trata de un sincretismo, de un paganismo disfrazado.
− El cristianismo mexicano es profundamente mariano. Ella, la Madre de Jesús, ocupa de algún modo el centro de la devoción del pueblo. Pero no es una diosa sin más, símbolo del cielo, sino la madre histórica de Jesús.
− ¿Cómo os sentís ante este devoción mariana? ¿Qué valores de evangelio pone de relieve? ¿Se la pueda acusar de sincretismo?
− Buen día a todos, y en especial a los amigos mexicanos.
Bibliografía. He tomado estas reflexiones de mi libro Hombre y Mujer en las Religiones, Verbo Divino, Estella 1998.
Textos: la mejor introducción al pensamiento náhuatl sigue siendo B. de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España (1569); buena edición manual con bibliografía por J.C. Temprano en Historia 16, Madrid 1990; M. León-Portilla (ed.), Antología. De Teotihuacan a los aztecas. Fuentes e interpretaciones históricas, UNAM, México 1983; Id (ed.), El reverso de la conquista. Relaciones aztecas, mayas e incas, Mórtiz, México 1983; A. M. Garibay, Teogonía de los mexicanos. Tres opúsculos del siglo XVI, Porrúa, México 1985.
Estudios generales: M. León Portilla, La filo náhuatl, UNAM, México 1979; Id., Toltecayotl. Aspectos de la cultura náhuatl, FCE, México 1991; Id., Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, FCE, México, 1990; G.W Conrad y A.A. Demarest, Religión e imperio. Dinámica del expansionismo azteca e inca, Alianza, Madrid 1988; Ch. Duverger, La flor letal. Economía del sacrifico acteca, FCE, México 1993; L.Séjourné, Pensamiento y religión en el México antiguo, FCE, México 1990.
Para situar el tema mariano: C. Siller, Flor y canto del Tepeyac. Historia de las apariciones de Santa María de Guadaluape, México1981; Varios, Documentario Guadalupano 1531-1768, MHG 3, México 1980; J. Lafaye, Quetzalcóatl y Gudalupe, FCE, México 1983; E. Neumann, La Grande Madre, Astrolabio, Roma 1981, 181-212; X. Pikaza, Dios como Espíritu y persona, Sec. Trinitario, Salamanca 1989, 161-168.
Así agradezco los comentarios del blog, generosos y profundos. No puede contestar uno a uno a lo que dicen, pero seguiré reflexionando, a partir de ellos, desde la perspectiva de de la Madre Divina de Guadalupe, ante cuya imagen he tenido ocasión de orar y reflexionar varias veces. Por eso, pospongo el tema del próximo domingo.
Dejo también para otro día la advocación de la Guadalupe extremeña, con sus ocho mujeres fuertes (¡un motivo de reflexión apasionante!), y me centro en la Guadalupana de México, el santuario católico más frecuentado de los que yo conozco. Supongo conocida su historia básica, las “visiones” de Juan Diego, el “origen del ayate pintado”, las reticencias del obispo Juan de Zumárraga… Quiero reflexionar sobre el sentido de esta advocación, planteando unas secnilla preguntas:
1) Ella es el signo central del cristianismo mexicano (y de parte del cristianismo católico). El tema es si recoge los motivos centrales de la figura de María, la madre concreta de Jesús, mujer de carne, según el evangelio, mujer de fe, autora del Magniicat.
2) La Madre Divina de Guadalupe (con nombre hispano) es una Virgen-Madre celeste propia de las religiones pre-colombinas. El tema es sin con ella, partiendo de su figura (un ayate pintado, según tradición, en el cielo) se puede hacer el camino de fe de la tierra, un camino de libertad, de dignidad, de superación de las opresiones para las mujeres oprimidas (y para todos, los dolientes, hombres y mujeres)..
3) La Madre Celeste de Guadalupe empezó siendo la Virgen de los "indígenas", es decir, de los derrotados y vencidos, de los aplastados y humillados... Ellos la "impusieron", como signo celeste, como medio de transformación (inculturación sagrada) del cristianismo en México, en contra de los obispos (de mi paisano Juan de Zumárraga). Ganó la religiòn de los indios y de los pobres, de los derrotados y humillados. El tema es si esa victoria sigue estando al servicio de los pobres, es decir, al servicio de la transformación social y de la elevación cristiana de todos, es decir, el servicio del Reino de Dios.
4) La Madre celeste de Guadalupe ha sido y sigue siendo el signo de identidad de los oprmidos, de los explotados... Al mismo tiempo, ha sido y sigue siendo el signo de insurgentes y revolucionarios... Pero, al mismo tiempo, parece estar controlada y domesticada por aquellos que controlan el sistema social y económico. ¿Podrá volver a ser la Virgen de la Revolución cristiana de México, haciendo suyas las palabras del canto de María de Nazaret: Derrobó del trono a los potentados, elevó a los humillados?
5) La Virgen de Guadalupe es Mujer de cielo, con el sol como vestido, la luna bajo sus pies y las estrellas cubriendo su manto, sobre un Águila y un ángel de victoria. Lo que hace falta es que ella sea signo de humanidad y de dignidad para las mujeres de carne y hueso, en el México lindo y durísimo, donde mueren cada años miles de mujeres en manos de la violencia "machista" de una parte de la sociedad.
6) ¿Qué relación hay entre las mujeres que mueren asesinadas en la raya de la frontera con USA, por narcos y traficantes sin "alma" y la Virgen de cielo de Guadalupe? ¿Cómo dirá ella, la Tonancin buena: a los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos lo despidió vacíos?
Yo no sé responder a esas preguntas, pero sé contar un poco la historia de Guadalupe. Buen día de la Virgen a todos, en México y en todos los paísas donde ella es signo de cielo y de tierra liberada. De todas formas, quizá sea necesario que vuelva Juan Diego y que presente de nuevo unos signo de transformación humana, para México y para todo el mundo.
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Cultura náhuatl. Principios
La Virgen de Guadalupe forma parte de la iconografía y devoción católica de México, de manera que los católicos la veneran como la Madre de Jesús); pero, al mismo tiempo, ella está arraigada en la religiosidad náhuatl del altiplano mexicano:
Hay en la cultura y religión náhuatl tres notas que pueden presentarse como expresión de un mito universal que sigue iluminando nuestra historia. Esta cultura en cuanto tal ha pasado, ya no existe; pero su recuerdo nos ayuda a comprender nuestro nuestro presente.
1. La experiencia de la dualidad: en el principio no se encuentra ni el varón ni la mujer, tampoco está el todo indeterminado, ni la madre con el niño...; en el principio hallamos la grandeza compartida, el Señor y la Señora de la dualidad, implicados uno en otro, como signos polares de una realidad abarcadora.
2. La veneración del aspecto celeste de la vida: los dioses primordiales son signo del espacio superior: sobre la tierra se alza el cielo como fuente y contenido de todo lo que existe. Por eso, en un aspecto se puede afirmar que los astros nos determinan (nos privan de la libertad), pero por otro nos liberan, nos permiten ser personas, dan sentido a nuestra vida sobre el mundo.
3. El misterio de la maternidad. Esa cultura acentúa dentro de la dualidad el aspecto femenino de la madre/noche, expresada en la luna y las estrellas. Ellas forman eso que pudiéramos llamar la bóveda y clave de la totalidad.
La Virgen de Guadalupe recoge y reinterpreta, de forma crítica y creadora, dos de esos rasgos (la imagen celeste y materno/femenina de la realidad), dentro de un mundo armonía dual. Pues bien, el triunfo de los aztecas (que llegaron al altiplano a mediados del siglo XV) había reprimido en parte esa cultura dual y materna, colocando en el centro de la vida y de la política del Estado de Tenochtitlán el aspecto masculino y guerrero del sol imperial, del sol que necesita la sangre de los hombres. La llegada de los españoles, un siglo más tarde (hacia el 1521) supuso una inmensa ruptura en la vida y cultura anterior, pero permitió (de alguna forma) el retorno de la Madre Celeste (la Tonancin) en la figura de la Virgen María.
Hernán Cortés y sus compañeros conquistaron militarmente México (aprovechando la superioridad técnica de sus armas y las divisiones que había en el altiplano). Pero sólo la Virgen de Guadalupe, en su forma cristiana y universal (simbiosis de religiones) permitió que se creara la cultura y religión de México, a partir de la segunda mitad del siglo XVI.
De la madre sagrada al Dios sacrificial azteca
La religión náhuatl era muy rica y variada, pero había en ella algunos elementos centrales, que se condensaban en la dualidad sagrada (todo es armonía de elementos vitales, masculino/femeninos) y en el poder de lo materno celeste, que dirige desde arriba la vida de los hombres y mujeres, como lo ha puesto de relieve M. León-Portilla, La filosofía Nahuatl, UNAM, México, 1979 (aunque con rasgos de una dialéctica de fondo hegeliano, que quizá deba matizarse).
Esa visión de la dualidad divina, centrada en el fondo en la madre celeste, la Tonancín, se encontraba en el fondo de la cultura religiosa de los varios pueblos de lengua náhuatl que ocuparon la llanura mexicana unos mil años antes de la conquista española. Pues bien, a principios del XV, conquistó la tierra y dominó sobre ella un nuevo grupo de guerreros, los aztecas.
Los conquistadores aztecas asumieron la vieja religión de los náhuatl , pero la entendieron de manera diferente, colocando al Dios-sol universal (Huitzilopochli) por encima del dios y de la diosa, del sol diurno y de la noche estrellada, su consorte. De esa forma quisieron justificar sacralmente su nuevo tipo de imperio o monarquía fundada en la potencia y la guerra masculinas del Dios-Sol que imponía su dominio sobre el mundo. Creció y perduró su imperio un siglo (desde 1.424 hasta la llegada de los españoles en 1.521).
En la nueva conciencia religiosa puede destaca el dominio de lo masculino. La diosa sigue siendo importante para ellos, pero ocupa ya un segundo plano (siendo también signo de la dominación que sufren las mujeres). El nuevo imperio azteca, centrado en el gran rey de Tenochtitlán (actual ciudad de México), se fue elevando sobre fundamentos de violencia de tipo guerrero, masculino; su poder no se encuentra ya fundado en la armonía de los dos principio (varón-mujer, dios-diosa), sino que empieza a ser reflejo de la fuerza del Gran Sol que domina y dirige desde arriba la vida de todos los humanos.
Quizá la nota externa más saliente de esta nueva situación es el hecho de que, en un momento determinado, que suele identificarse con la misma construcción política del imperio azteca (de Tenochtitlan), los nuevos señores de la tierra interpretaron, la mutua relación entre el Dios-Sol y su pueblo elegido azteca, en forma de sacrificio compartido. Sabían los náhuatl desde antiguo que Dios y Diosa se entregan (sacrifican) para que surjamos de esa forma los humanos; por eso, la respuesta religiosa de los fieles, su misma devoción y sacrificios, contribuye al mantenimiento del sol y a la armonía del conjunto.
Actuando de manera reverente, los humanos devuelven al Dios-Diosa aquella misma vida que de ellos recibieron. Se repite así un esquema que resulta conocido en la familia: los padres ofrecen su vida a los hijos; los hijos agradecen (devuelven) la vida a los padres. De esa forma (como en casi todas las religiones imperiales) se produjo un doble proceso de “sometimiento”:
a) Sometimiento religioso: todos los dioses quedaron dominados y controlados por el Dios Sol del imperio. La madre ocupó un lugar secundario.
b) Sometimiento social: los aztecas se creyeron enviados de su Dios para dominar sobre el altiplano, creando así estructuras ideológicas, sociales y militares de sometimiento.
Los españoles aprovecharon la rebelión contra el principio masculino
Lógicamente, los pueblos vecinos, especialmente tlaxcaltecas, a quienes los aztecas mantenían a su lado con independencia relativa para poderlos combatir, tomando de ellos prisioneros para ser sacrificados, se oponían, al menos parcialmente, a este sistema del imperio del gran Sol violento y pobre, sangriento y masculino. Por eso se unieron con Hernán Cortés (tras el 1521 d. C.), para destruir el gran imperio sacrificial de la Sangre Sagrada. Es muy posible que el triunfo español pueda interpretarse como una "revancha" del principio femenino.
Así lo sintieron muchísimos indígenas de todo el altiplano mexicano cuando veneraron o, mejor, recuperaron por medio de María, la madre de Jesús, los rasgos femeninos más sagrados de su madre diosa compasiva, que los aztecas habían dejado expresamente reprimidos bajo el signo del Sol duro y violento, sacrificial y destructivo. Sobre las ruinas del viejo imperio azteca se expandió y triunfó el orden hispano, y fue posible el establecimiento de un cristianismo en cuyo centro volvió a ponerse la figura de la Madre Celeste, con el nombre cristiano de Virgen de Guadalupe. Evidentemente, hubo una simbiosis entre cristianismo y religión originaria de los náhuatl. Pero antes de evocar antes de esa victoria o recuperación cristiana debemos recordar las palabras de un famoso lamento de un grupo de sabios aztecas que pretenden conservar su religión.
- Señores nuestros… Vosotros dijisteis que nosotros no conocemos
al Señor del Cerca y del Junto,
a aquel de quien son los cielos y la tierra.
Dijisteis que no eran verdaderos nuestros dioses.
- Era doctrina de nuestros mayores que son los dioses por quien se vive,
ellos nos merecieron (con su sacrificio nos dieron vida).
)En qué forma, cuándo, dónde? (Cuando aún era de noche!
Era su doctrina que ellos nos dan nuestro sustento...
Ellos son a quienes pedimos agua, lluvia,
por las que se producen las cosas en la tierra.
- Y ahora, nosotros )destruiremos la antigua regla de vida?
Nosotros sabemos a quien se debe la vida,
a quien se debe el nacer..., cómo hay que rogar.
(Parte del memorial de los sabios náhuatl del 1524, rcogido en Texto recogido y traducido por M. León-Portilla, El reverso de la Conquista, Mórtiz, México 1983, 24-28.
El retorno de la madre celeste, vestida de sol,
con manto de estrellas y luna bajo los pies (tema náualt, cita de Ap 12, 1)
Así dicen los señores de la tierra, en respuesta digna, sintiéndose fracasados. Han perdido la guerra, han perdido la religión. Parece que están condenados morir en defensa de su cultura y tradiciones. Pues bien, a los pocos años, gran parte de la población del altiplano mesoamericano aceptó sin dificultad la religión cristiana y lo hizo de corazón. Es evidente que en ese cambio influyeron múltiples factores vinculados a la imposición política y al cambio de cultura que implica la entrada de los españoles. Pero en el fondo de esa violencia y cambio de cultura puede descubrirse una intensa continuidad. Los indígenas del altiplano descubrieron en la Virgen María de los cristianos a su antigua Madre, la Tonancin, reina de los cielos:
- En el lugar donde se hallaba el Sol-Guerrero vino a colocarse el Señor Jesús que muere en verdad por los hombres y no tiene más necesidad de sangre y sacrificios humano.
- En el hueco de la antigua Tonancin, Señora de la dualidad, Diosa del cielo, revestida con el manto de estrella de la noche, pudo situarse ya María, con el título antiguo y nuevo de Virgen de Guadalupe.
Esta querida Virgen-Madre, que vincula en una misma fe a cristianos españoles e indígenas convertidos, ofrece sin lugar a duda muchos rasgos y motivos nuevos, vinculados al anuncio del evangelio. En ese sentido existe una ruptura en relación con el esquema religioso anterior de los aztecas. Pero al mismo tiempo es claro que los españoles han ofrecido a los indígenas también antes oprimidos del altiplano la posibilidad de retornar a sus raíces más antiguas: el Señor Jesús, muerto por ellos, como auténtico Sol que ya no exige sacrificios humanos, les permite reconciliarse con la Madre, la Tonancin, que los aztecas habían reprimido con su imperio militar violento.
En ese sentido, la evangelización cristiana pudo presentarse como una restauración religiosa. Los nuevos misioneros no quisieron imponer una religión distinta sino enseñar a los mexicanos lo que había sido su religión originaria, centrada en la Tonancin, la Diosa del Cielo, que ahora aparecía como la Madre de Jesús (del nuevo Dios cristiano).
Este descubrimiento de la “identidad” entre la diosa náhuatl y la Madre de Jesús, el Dios cristiano sufriente, no formularon los teólogos cristianos, sino el pueblo indígena, representado por el “beato” Juan Diego. El primer Arzobispo de México, mi paisano Juan de Zumárraga, ante cuya estatua pasaba todos los días en Durango, quiso oponerse, diciendo que una cosa era la “diosa” y otra la “mujer María”, madre de Jesús. Pero el Arzobispo tuvo que ceder ante la “experiencia” misionera y creadora de Juan Diego.
Ciertamente, los hispanos, con Juan de Zumárraga y otros misioneros ejemplares, sobre todo franciscanos, ofrecieron a los vencidos mexicas un tipo de religión importada… Pero los mexicas respondieron ofreciéndoles su “religión” anterior, transformada y recreada, en una simbiosis que ha venido funcionando hasta ahora.
En nombre de la Virgen de Guadalupe y con su estandarte lucharon los insurgentes de principios del siglo XIX, consiguiendo la independencia para México. Con la misma Virgen y estandarte lucharon los grandes “revolucionarios” de comienzos del siglo XX (Villa, Zapata etc…). En el momento actual, a comienzos del siglo XXI, quizá la Virgen de Guadalupe debe ser signo de una revolución distinta, más honda que todas las anteriores.
Reflexiones conclusivas y pregunta final.
−Es evidente que la Virgen de Guadalupe recoge la devoción católica, hispana, dirigida a la Madre de Jesús, que es María, una mujer concreta (no una diosa).
− Esa devoción mariana tiene honras raíces de evangelio, y de esa forma aparece con un “medio de evangelización”, al servicio del evangelio de Jesús, el Hijo de Dios, que muere por los hombres (en la línea de los viejos sacrificios aztecas, pero centrados sólo en Jesús).
− Esa devoción retoma elementos de la religión “natural” (por así decirlos) de los pueblos náhuatl, de manera que algunos han podido decir que se trata de un sincretismo, de un paganismo disfrazado.
− El cristianismo mexicano es profundamente mariano. Ella, la Madre de Jesús, ocupa de algún modo el centro de la devoción del pueblo. Pero no es una diosa sin más, símbolo del cielo, sino la madre histórica de Jesús.
− ¿Cómo os sentís ante este devoción mariana? ¿Qué valores de evangelio pone de relieve? ¿Se la pueda acusar de sincretismo?
− Buen día a todos, y en especial a los amigos mexicanos.
Bibliografía. He tomado estas reflexiones de mi libro Hombre y Mujer en las Religiones, Verbo Divino, Estella 1998.
Textos: la mejor introducción al pensamiento náhuatl sigue siendo B. de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España (1569); buena edición manual con bibliografía por J.C. Temprano en Historia 16, Madrid 1990; M. León-Portilla (ed.), Antología. De Teotihuacan a los aztecas. Fuentes e interpretaciones históricas, UNAM, México 1983; Id (ed.), El reverso de la conquista. Relaciones aztecas, mayas e incas, Mórtiz, México 1983; A. M. Garibay, Teogonía de los mexicanos. Tres opúsculos del siglo XVI, Porrúa, México 1985.
Estudios generales: M. León Portilla, La filo náhuatl, UNAM, México 1979; Id., Toltecayotl. Aspectos de la cultura náhuatl, FCE, México 1991; Id., Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, FCE, México, 1990; G.W Conrad y A.A. Demarest, Religión e imperio. Dinámica del expansionismo azteca e inca, Alianza, Madrid 1988; Ch. Duverger, La flor letal. Economía del sacrifico acteca, FCE, México 1993; L.Séjourné, Pensamiento y religión en el México antiguo, FCE, México 1990.
Para situar el tema mariano: C. Siller, Flor y canto del Tepeyac. Historia de las apariciones de Santa María de Guadaluape, México1981; Varios, Documentario Guadalupano 1531-1768, MHG 3, México 1980; J. Lafaye, Quetzalcóatl y Gudalupe, FCE, México 1983; E. Neumann, La Grande Madre, Astrolabio, Roma 1981, 181-212; X. Pikaza, Dios como Espíritu y persona, Sec. Trinitario, Salamanca 1989, 161-168.
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