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domingo, 5 de diciembre de 2010

Domingo II de Adviento: La guerra de los triglicéridos


Publicado por Entra y Verás

En el evangelio de hoy aparece la figura siempre interpelante de Juan Bautista. Si de verdad queremos prepararnos para recibir al Mesías tenemos que llevar una vida sana, desatascar las venas de nuestra fe, licuar al máximo nuestra vida para que los triglecéridos de la costumbre y la piedad rancia no tengan nada que hacer frente a nuestra esperanza e ilusión.

A medida que se cumplen años, el cuerpo sufre el acoso de un ejército singular: los triglicéridos. Los médicos advierten de la necesidad de mantenerlos a raya para evitar complicaciones cardiacas, principalmente. Es entonces cuando comienza el esfuerzo por llevar una vida sana en al que además de una alimentación saludable con ausencia total de grasas saturadas, hay que procurar hacer ejercicio.

Llevar una vida sana es también una exigencia del Adviento. Debemos evitar los excesivos hidratos de carbono que proporcionan las prácticas de lata, la fe en conserva, y pasar a llevar una vida de fe sana y natural. Ese es el anuncio que hace Juan Bautista, y que provoca la resistencia de estos amantes de las conservas como eran los fariseos y saduceos. Juan predica penitencia; el cambio radical de actitud. La multitud confiesa sus pecados, se arrepiente, y como expresión externa del cambio, Juan los bautiza con agua. Algunos, los de más elevada posición, se sonríen orgullosos de aquel gesto. Ellos no necesitan semejante ceremonia. Ellos son justos, cumplen su ley hasta su más pequeña tilde; Ellos son además hijos de Abrahán, son los hijos de la promesa. Juan les advierte con palabras duras y tajantes de que la entrada en el reino exige una conversión, un cambio radical de conducta, una docilidad completa a la voluntad de Dios. Estamos ante una de las diferencias entre Jesús y Juan Bautista. Para él, el Reino de los cielos estaba relacionado con la necesidad de la conversión pues el juicio terrible estaba próximo mientras que para Jesús lo característico del Reino es la liberación del sufrimiento, la curación, la Buena Nueva del evangelio. Todo ellos desde la confianza, sin amenazas ni temores. El Dios terrible se quedó enlatado en el desierto con Juan el Bautista.

En este tiempo de Adviento tenemos que preparar los caminos, enderezar las sendas para que se extienda más y más el reino de Dios, ese mundo idílico de paz y armonía que nos ha anunciado el profeta Isaías en la primera lectura. Debemos estar preparados para recibir esa gran luz, ese fuego que nos desenmascara y purifica. Esforcémonos por dar buenos frutos, por ser generosos y solidarios. Esos son los alimentos necesarios para llevar una vida sana en este Adviento.

Por el contrario, el mirarnos a nosotros mismos, muy centrados en nuestros miedos, en nuestra propia salvación; el dejarnos llevar por la inercia de las celebraciones y de la piedad rancia y acartonada, con un movimiento de cintura semejante al de las sardinas en lata, no es sino comida basura que hace que suba el colesterol de nuestro egoísmo, los triglicéridos de la ilusión de salvarnos sin el resto, y alguien, no sin razón, pueda sonrojarnos en público como hizo Juan Bautista con los fariseos por cumplir mucho y vivir poco de lo que dicen creer. Dejemos a Dios que obre gratuitamente en nosotros sin detenernos en nuestros fracasos y desánimos.

A la mitad del Adviento no está demás acoger la llamada de atención que nos hace Juan Bautista. La vida enlatada será cómoda, segura, protegida, sin dudas ni cuestiones pero carece de ilusión, de expectativas. Vivir en un recipiente encorsetado de cumplimientos produce la misma ilusión que una felicitación navideña en pleno agosto. El adviento es tiempo de desear y de soñar con que nuestra existencia puede tomar un nuevo rumbo. Dejar que el nacimiento de Jesús nos renueve sólo podremos hacerlo si estamos vivos. Si estamos tan seguros de nuestra perfección o nos creemos que Jesús no puede cambiar nada en nosotros, mejor seguir engordando nuestro ego con las calorías de la religión del frasco de cristal llena de miedos y temores. Adviento es tiempo de luz, de novedad, de ilusión, para poner a dieta todo lo que nos impide contemplar al Mesías. Jesús nos invita a llevar una vida sana. ¿A qué estamos esperando para empezar? Basta ya de fe en conserva, de cristianos enlatados, de fe al vacío.

Roberto Sayalero Sanz, agustino recoleto. Colegio San Agustín (Valladolid, España

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