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domingo, 5 de diciembre de 2010

Evangelio Misionero del Dia: 6 de Diciembre de 2010 - SEMANA II° DE ADVIENTO - CICLO A


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 5, 17-26

Un día, mientras Jesús enseñaba, había entre los presentes algunos fariseos y doctores de la Ley, llegados de todas las regiones de Galilea, de Judea y de Jerusalén. La fuerza del Señor le daba poder para sanar. Llegaron entonces unas personas trayendo a un paralítico sobre una camilla y buscaban el modo de entrar, para ponerlo delante de Jesús. Como no sabían por dónde introducirlo a causa de la multitud, subieron a la terraza y, desde el techo, lo bajaron por entre las tejas con su camilla en medio de la concurrencia y lo pusieron delante de Jesús.
Al ver la fe de ellos, Jesús le dijo: «Hombre, tus pecados te son perdonados».
Los escribas y los fariseos comenzaron a preguntarse: «¿Quién es éste que blasfema? ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?» Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: «¿Qué es lo que están pensando? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados están perdonados", o "Levántate y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados -dijo al paralítico- a ti te digo, levántate, toma tu camilla y vuelve a tu casa».
Inmediatamente se levantó a la vista de todos, tomó su camilla y se fue a su casa alabando a Dios. Todos quedaron llenos de asombro y glorificaban a Dios, diciendo con gran temor: «Hoy hemos visto cosas maravillosas».

Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL

Profecía del adviento
“Se alegrará el desierto”

La profecía que escuchamos hoy también podría ser llamada “el Himno a la Alegría” entonado por Isaías. Es un himno para cantar como en una marcha, que atraviesa los lugares de la tristeza y de la desolación, una marcha que lo va transformando todo a su paso, una marcha en la que participan los hombres redimidos por el Señor que cantan emocionados por su regreso a casa. “Se abre paso la perpetua alegría, el gozo desbordado los inunda, y quedan atrás el pesar y la tristeza” (35,10).

En los lugares donde habitualmente reina la melancolía se realiza una profunda transformación: “Se alegrará el desierto, tierra estéril, la estepa se llenará de flores y de júbilo. Florecerá como florecen los narcisos, desbordarán de gozo y de alegría”. (35,1-2a). Símbolo de esa alegría es el jardín poblado de flores bellas y olorosas, inundado de colorido y de la sabrosura de los aromas. La fertilidad de las tierras libanesas, la esbeltez femenina del monte Carmelo y la prodigalidad de los árboles frutales del Sarón, se trasladan a las tierras antiguamente humilladas por la sequía y la aridez.

De esta forma, nuestro himno de alegría canta en primer lugar la belleza de Dios, de su gloria es reflejo de toda esta vegetación. “Pues allí se hará ver la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios” (35,2b) l La alegría bota de la contemplación de la belleza de Dios.

Y el himno continúa, redescubriendo una belleza que no es menor; todo este paisaje que está ante los ojos visionarios del profeta es imagen de la profunda transformación que le ocurre a quien hace la experiencia de Dios. Así como la belleza de los antiguos jardines se traslada al desierto, así también la belleza de Dios se impregna sobre las deficiencias y limitaciones humanas. La venida de Dios al hombre le arranca su debilidad y le hace expresar una nueva fuerza que lo saca de sus postraciones, de sus mutilaciones, de sus depresiones: “Fortalezcan al que va con los brazos caídos, robustezcan al que tiene encogidas las piernas” (31,3).

Cuando uno tiene problemas a veces tiende a acobardarse, a disminuirse o retraerse. Pues bien, el profeta le habla directamente al hombre y le da aliento anunciándole la venida en persona del Dios salvador: “Digan a los cobardes: ¡Valor! ¡No tengan miedo!: ya llega su Dios” (35,4).

Entonces el mundo queda poblado de un nuevo jardín vital, de una nueva belleza: la que irradian los hombres salvados por el Señor. A partir de ellos, una corriente de alegría comienza a atravesar y a vivificar el mundo: los mudos no sólo hablan sino que cantan las canciones, los sordos no sólo oyen sino que ahora tienen “oído de músico” y se recrean con ellas y los paralíticos no sólo caminan sino que bailan las canciones (35,5-7a).

Esta fiesta de la humanidad nueva, que florece en el encuentro con el Señor, sigue extendiéndose por todos los desiertos del mundo, haciendo de todo lo que está seco un manantial de vida (35,6b-7).

Finalmente, el himno de la alegría, se canta al unísono como en un solo coro de peregrinos que regresan a casa dejando atrás sus antiguas penas. La procesión se organiza de manera que la ruta es como una gran carretera que el profeta llama “la Vía Sacra”, y quien abre el camino es el mismo Dios (35,8-10).

Y Dios viene en persona en la persona de JESÚS, para salvar a su pueblo (ver Lc 5,17-26). Él restaura la belleza perdida del hombre, sea por sus deficiencias físicas como por su pecado. El paralítico del evangelio de hoy, se convierte en otro cantante del himno de la alegría. Y no canta solo, lo acompaña el coro de los que glorifican a Dios. (vv 25.26). Si el himno de Isaías resonaba poderosamente, cómo resonará entonces el coro de los que con los seguidores de Jesús cantan: “Hoy hemos visto cosas increíbles” (v 16).


Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

1. ¿Qué personas conozco que están tristes o deprimidas a las cuales les podría llevar estas palabras de aliento de la profecía de hoy?

2. ¿Cómo está la fuerza de mi canto, qué me inspira, qué transforma en el camino?

3. ¿Soy un contemplativo de la belleza de Dios en el mundo?

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